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La madrugada del 18 de agosto, un frente de fuego mantenía en vilo a los 130.000 habitantes de la ciudad de Kelowna, en el interior de la provincia canadiense de la Columbia Británica. Empujado por vientos huracanados, el incendio avanzó por los barrios residenciales del oeste de la ciudad con tanta fuerza que el fuego saltó el lago Okanagan, de dos kilómetros de ancho.
Al otro lado de la provincia, un bombero forestal grabó otra escena tan fascinante como aterradora: en medio de la noche, el momento del día que solía ofrecer un respiro a los equipos de extinción, una inmensa espiral de gas y llamas ilumina un lago y el bosque. Es un tornado de fuego, uno de los fenómenos más raros y extremos que puede generar un incendio forestal.
El jefe del servicio regional de lucha contra incendios había advertido de que se enfrentaban a las condiciones “más desafiantes del verano” por los fuertes vientos que iban a barrer la provincia, achicharrada y reseca tras una ola de calor en la que se registraron temperaturas de más de 40ºC.
Al mismo tiempo, en el Ártico, la ciudad de Yellowknife quedó desierta. Con un incendio a las puertas de la ciudad, uno de los 200 que ardían en los Territorios del Noroeste, sus 20.000 habitantes fueron evacuados y aún no tienen fecha para volver a sus casas.
Son los últimos capítulos de una temporada de incendios de pesadilla que ha sobrecogido al país y sigue destrozando los registros. Ya van 15,4 millones de hectáreas devoradas por el fuego, más del doble del anterior récord histórico establecido en 1989.
No es sólo Canadá: se han desatado otros infiernos por todo el Mediterráneo, en Hawaii, o estos días en Tenerife. Pero la increíble magnitud y la voracidad de los incendios de este año en el país ha dejado perplejos incluso a quienes llevan años advirtiendo sobre la llegada de una nueva era de megaincendios de la mano del cambio climático.
“Estamos en territorio desconocido. Llevo observando el fuego desde los años 70 y nunca he visto una situación como esta. Normalmente nuestros incendios son regionales, están en el oeste, en el este, o en el centro. Pero durante semanas este año, casi todo el país estaba en llamas”, explica a Ballena Blanca el experto en incendios forestales de la Universidad Thompson Rivers, Mike Flannigan.
En esta animación, compartida en X (Twitter) por el profesor de la Universidad de Nevada Neil Lareau, se ve cómo el fuego se fue extendiendo sin pausa por todo el país:
Para este investigador, la causa fundamental es el clima. El periodo de mayo a julio fue el más cálido registrado en Canadá desde 1940, 0,8 grados por encima del récord anterior, de 1998. “Los valores de riesgo de incendios forestales se han salido de las gráficas este año”, dice Flannigan, y explica que “los extremos son muy importantes en el mundo del fuego. Un 3% de los incendios son responsables del 97% del área quemada”.
El fuego es un elemento natural en esos bosques, pero muchos de los megaincendios se propagaron con una voracidad extrema. Uno de ellos, en el norte de Quebec, prendió en una tormenta eléctrica el 27 de mayo –fechas en las que normalmente el suelo estaría cubierto de nieve– y sigue activo después de arrasar 1,2 millones de hectáreas.
Los incendios en esa provincia, que tiñeron de naranja el cielo de Nueva York a principios de junio, tienen la huella del cambio climático provocado por la actividad humana: es la conclusión de un nuevo estudio del World Weather Attribution, el grupo científico que analiza la contribución del calentamiento a fenómenos meteorológicos concretos.
En su análisis los científicos utilizaron el máximo semanal registrado en el índice meteorológico de riesgo de incendios (FWI, por sus siglas en inglés), una métrica que combina datos sobre temperatura, velocidad del viento, humedad y precipitaciones recientes para estimar el riesgo de incendios forestales. El estudio determinó que, debido al cambio climático, esas condiciones extremas fueron el doble de probables, y su intensidad un 20% mayor: además, la probabilidad de sufrir una temporada así se ha multiplicado por siete.
En 1991 científicos canadienses publicaron un estudio avisando de las devastadoras temporadas de incendios que traería el cambio climático. Uno de ellos era Flannigan, que admite que está sorprendido por la velocidad de los cambios y por la ferocidad de los incendios que azotaron Quebec. “Pensaba que veríamos algo así a mediados de siglo. Hemos visto incendios en el Este con anterioridad, pero nada a esta escala”, asegura.
El humo de aquellos fuegos subió hasta la estratosfera y llegó hasta España, a 5.000 kilómetros de distancia. Para eso no vale un incendio cualquiera. Hace falta uno capaz de producir una verdadera tormenta de fuego, un fenómeno conocido como pirocúmulonimbo –en palabras de la NASA, “el dragón de fuego de las nubes”–, que este año tienen una frecuencia nunca antes vista.
“Son tormentas eléctricas generadas por el calor de grandes incendios forestales”, detalla David Peterson, un meteorólogo del instituto de investigación de la Marina de EEUU que hace seguimiento de estos fenómenos extremos desde hace una década.
Estas tormentas estallan a gran altitud y funcionan como “una chimenea gigante”, impulsando la columna de humo del incendio hasta las capas altas de la atmósfera. Allí, la ceniza y las partículas contaminantes pueden recorrer el globo y permanecer durante meses. “En ese punto, es como un mini volcán”, dice Peterson.
En el suelo los pirocumulonimbus desatan una energía descomunal, con fuertes vientos cruzados que llegan a generar incluso tornados, como los vistos en Australia, en California o estos días en la Columbia Británica. La nube sucia y cargada de cenizas convierte el día en la noche, y los rayos y las pavesas ardientes provocan nuevos focos a kilómetros de distancia del frente principal. “No hay mucho que se pueda hacer frente a ellos, excepto salirse de su camino”, dice Mike Flannigan.
Hace muy poco que se estudian estas tormentas, prácticamente desconocidas para la ciencia hasta finales de los 90. Entre 2013 y 2021, el año en que comenzó un seguimiento estrecho por satélite del fenómeno, se produjeron una media de 61 cada año, con un máximo de 100 en 2021, según una recopilación publicada en 2022 en la revista Nature. Este año, a fecha de 20 de agosto, se habían producido 135 pirocumulonimbos tan solo en Canadá, y 155 en todo el mundo, detalla Peterson, que es uno de los científicos que mantiene la única base de datos global.
Con un registro tan corto, Peterson cree que es pronto para saber si existe una tendencia al alza. Pero admite que, año tras año, la ferocidad de estas tormentas de fuego ha ido superando lo que estos científicos creían posible. “Si nos remontamos a la última década, dos de las mayores columnas de humo que se han observado en la estratosfera proceden del humo de incendios forestales y no de volcanes”, explica Peterson.
En los terribles incendios que asolaron Australia en el fin de año de 2019, el conocido como ‘Black Summer’, se produjo un estallido de 38 pirocumulonimbos que lanzaron partículas a alturas de entre 20 y 35 kilómetros, y permanecieron en la atmósfera 15 meses.
La pregunta abierta para quienes estudian estos fenómenos es el efecto climático a escala regional o incluso global que podrían tener estas inyecciones masivas de partículas a la atmósfera, comparables a erupciones volcánicas o un invierno nuclear: desde alterar la capa de ozono a reducir la radiación solar que llega a la Tierra.
Pero una parte importante de la ecuación son también las emisiones directas provocadas por los incendios, que en su mayoría están ardiendo en el bosque boreal, uno de los mayores almacenes de carbono del planeta. Según datos preliminares de Copernicus, el Programa de Observación de la Tierra de la Unión Europea, los fuegos ya han emitido 350 millones de toneladas de carbono a la atmósfera.
“Este no es el planeta Tierra tal y como lo encontramos. Este es un nuevo lugar: un planeta de fuego que hemos creado, con una atmósfera más propicia a la combustión que en cualquier otro momento de los últimos tres millones de años”, escribe el periodista canadiense John Vaillant en su libro Fire Weather.
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