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OPINIÓN | Días de ruido y furia, por Enric González

Heredarás la tierra

Esta mañana estaba sacando a los perros en el parque del barrio y nos juntamos los mismos cuatro de siempre. Tras hablar de lo de cada día (nuestros perros), una de las vecinas ha dicho que le queda poco en el barrio: le cumple el contrato, le suben el alquiler y ya no se lo puede permitir. Los otros dos vecinos han respondido que en pocos meses estarán igual: uno le cumple en enero y a otro, en febrero. Yo respondo que a mí me cumple en marzo. Lo que hace tres años eran alquileres ya de por sí caros ahora resultan ser gangas. Repito, en sólo tres años.

Hace unos días, Irene Montero señalaba a una multipropietaria para pedirle que reconsiderase su intento de subir el alquiler de uno de sus pisos un 30%. ¡Un 30%! Por supuesto, el establishment se le echó encima. Idealista incluso le dedicaba un artículo a la señora del 30%, haciéndola pasar por víctima de aún no sé qué cosa, mientras instaba a los propietarios a contactar con ellos si se sentían “acosados” por el Sindicato de Inquilinas. Exactamente esta es la frase: “¿El sindicato de inquilinos te está acosando por algún piso que tienes en alquiler?”.

La reclamación de Irene Montero ha molestado sobre todo porque no ha señalado a entidades impersonales como Blackstone o Cerberus, sino que ha puesto como parte del problema a los multipropietarios. Pero es que lo son: las inquilinas de propietarios particulares se van a la calle cada día con subidas idénticas que las de fondos de inversión. La pregunta que parece hasta ilícita hacer es: ¿quiénes son los caseros para decidir quién vive en qué barrio y por qué desorbitada cantidad de dinero? La señora del 30% decía a Idealista que los inquilinos “querían vivir en un barrio de clase alta a precio de ganga”. Vuelve a pasar lo mismo: lo que hace sólo unos años era un precio alto, ahora es una ganga. ¿Según quién? Según ellos mismos. El barrio de este caso en particular, el Eixample, no ha subido de clase ni de categoría, sigue siendo el mismo barrio. ¿Por qué una familia que vivía ahí, de repente, se encuentra con que si no paga un 30% más de lo que pagaba ya está viviendo en un barrio que no se puede permitir por ser de una clase diferente a ellos? Esta pregunta tiene la misma respuesta: porque así lo deciden los caseros, sin ningún control por parte de nadie.

¿Por qué hemos aceptado como legítimo e indiscutible que quienes no tienen en propiedad un bien de primera necesidad han de pagarle mensualmente lo que considere una minoría que acumula sin freno? ¿Hay algún impuesto más anti-distributivo que el alquiler? Los alquileres han subido en los últimos años un 50%, mientras que lo salarios lo han hecho un 1,6%.

El sistema permite que tus ingresos aumenten según tu deseo personal si estás en el lado de los acumuladores. Pero si perteneces a la mayoría de la población, a esa que no tiene nada más que su sueldo (en el caso de tener la suerte de conservar un empleo) tu vida está en las manos de esa minoría que acumula y acumula. De esa minoría multipropietaria que decide a su antojo cuando un barrio ha pasado a ser demasiado para ti.

El PSOE se sigue negando a controlar los alquileres porque sería intervenir en el mercado, dijo Pedro Sánchez. Otra demostración más (por si a alguien le hacía falta) de que la S y la O de sus siglas están más fiambre que el desalojado del Valle de los Caídos. Es gracioso que Pedro Sánchez acuse a Rivera de “liberal”, cuando habla en los mismos términos que él.

Berlín por su parte sí ha congelado los precios de los alquileres, demostrando que no es imposible ni impopular ponerle freno a los deseos febriles de los propietarios y multipropietarios de viviendas.

El alquiler es uno de los problemas reales de miles y miles de personas en el Estado Español. Sin embargo, es la unidad de España la que se ha erigido como la causa más importante sobre la que decidir el voto. Entre el polvo que se ha levantado como reacción a las protestas legítimas en Cataluña y a sus intentos de avanzar en el derecho a la autodeterminación, hay quienes recuerdan una y otra vez que la Constitución Española establece que la unidad de “la Nación española” es indisoluble en el artículo número 2. Ninguno de estos parece acordarse del artículo 47 (Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos) ni consideran que este artículo y el 128 (Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general. Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica) palidecen ante la posibilidad del lucro privado.

A dos semanas de las elecciones, la defensa de la unidad de España (obsesión franquista heredada junto a régimen del 78) mediante la subyugación de parte de su población y la negativa a dejarles decidir, se ha vuelto un tema fundamental en el que basar nuestro voto, en gran (grandísima) parte azuzado por los medios de comunicación de masas.

Pero, ¿qué pasa con nuestro derecho constitucional a tener un techo? ¿Qué pasa con el acceso a la vivienda? O ¿qué pasa con las medidas necesarias para evitar las peores consecuencias del cambio climático? ¿O con el desmantelamiento de la sanidad pública? ¿Con las pensiones? ¿Con el trabajo precario que cada vez da para menos?

Nada parece importar lo suficiente, ninguno de los problemas reales que nos acosan (y eso sí que es acoso, no lo del Sindicato de Inquilinas) consigue hacer que nos miremos unos a otras y nos haga ver que la mayoría sufrimos los mismos problemas sin resolver ni por la derecha ni por la pseudoizquierda. Nos meten en una burbuja donde cada vez es más difícil vivir dignamente incluso con un trabajo estable, igual que nos metieron en la anterior hasta que explotó. La salida parece ser malvivir e intentar empujar a quienes pueden acceder a una hipoteca a que lo hagan, y así volver a sacarnos de una burbuja para meternos de nueva en la anterior:

España fue en otras generaciones un país de pequeños propietarios que obviamente no está siguiendo esa tendencia en el presente. Pero este concepto hace que cale más fácilmente la ideología de protección al que tiene propiedades (no ya una, sino también muchas), y la idea de que sólo hay dos agentes en el mercado: los tenebrosos fondos de inversión extranjeros, sin cara ni compasión, que lo harán todo por el lucro, o la pobre anciana que alquila una segunda vivienda que heredó de su hermana para poder completar la pensión, y que bastante tiene con lo que tiene. Nos pasa desapercibido que hay una tremenda escala de grises entre estos dos agentes que también nos están expulsando de nuestras casas y de nuestros barrios.

Quienes más tienen se están lucrando a costa de los hogares más pobres (el 37% de la población ha de realizar un sobreesfuerzo para pagar su vivienda, destinando a la misma más del 40% de sus ingresos). Se intenta, además, disfrazar de un problema inexistente de falta de oferta, para fomentar la vuelta al ladrillo.

Y seguiremos mirando a los mismos de siempre, en TV y en la prensa, incendiar y manipular a la sociedad con el conflicto catalán mientras damos más del 40% de nuestro salario a los que heredaron la tierra.

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Esta mañana estaba sacando a los perros en el parque del barrio y nos juntamos los mismos cuatro de siempre. Tras hablar de lo de cada día (nuestros perros), una de las vecinas ha dicho que le queda poco en el barrio: le cumple el contrato, le suben el alquiler y ya no se lo puede permitir. Los otros dos vecinos han respondido que en pocos meses estarán igual: uno le cumple en enero y a otro, en febrero. Yo respondo que a mí me cumple en marzo. Lo que hace tres años eran alquileres ya de por sí caros ahora resultan ser gangas. Repito, en sólo tres años.

Hace unos días, Irene Montero señalaba a una multipropietaria para pedirle que reconsiderase su intento de subir el alquiler de uno de sus pisos un 30%. ¡Un 30%! Por supuesto, el establishment se le echó encima. Idealista incluso le dedicaba un artículo a la señora del 30%, haciéndola pasar por víctima de aún no sé qué cosa, mientras instaba a los propietarios a contactar con ellos si se sentían “acosados” por el Sindicato de Inquilinas. Exactamente esta es la frase: “¿El sindicato de inquilinos te está acosando por algún piso que tienes en alquiler?”.