Los expertos en Salud Pública José Martínez Olmos, Daniel López-Acuña y Alberto Infante Campos analizan las medidas clave para hacer frente a la pandemia de coronavirus.
¿Qué lecciones nos ha dejado la pandemia a lo largo del último año?
Se ha cumplido un año de la designación de la COVID-19 como pandemia, de la aprobación del estado de alarma en España para hacerle frente y un poco más de un año desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS), de acuerdo con lo establecido en el Reglamento Sanitario Internacional, la declaró emergencia de salud pública de trascendencia internacional.
A lo largo del último año la humanidad se ha enfrentado a un virus inédito, el SARS-COV-2, sumamente contagioso, muy agresivo y altamente letal. Fue detectado por primera vez en Wuhan, China, asociado a una serie de casos de neumonía atípica severa que pronto fueron caracterizados como una nueva enfermedad llamada COVID-19 lo que llevó a que se tomasen medidas draconianas para tratar de contener la nueva amenaza. Sin embargo, en pocas semanas el virus se extendió por todo el orbe.
De hecho, se ha tornado la pandemia más ominosa del último siglo, con una cifra de 118 millones de contagios registrados en todo el mundo. Una pandemia que está causando un enorme sufrimiento, que ha golpeado fuertemente la actividad económica y social, afectando notablemente la movilidad, produciendo millones de fallecimientos y generando en numerosos países colapsos asistenciales que han puesto a los sistemas sanitarios al límite de su capacidad, generando de ese modo daños colaterales de enorme trascendencia.
Transcurrido un año desde su inicio, es importante identificar las lecciones fundamentales que nos ha dejado hasta ahora esta emergencia sanitaria que ha producido una importante crisis en materia de salud, pero también en el terreno económico y social.
Al hacer un balance de esta naturaleza, sobre los aciertos y errores en las respuestas mundial, europea y nacionales a los retos planteados, lo principal sigue siendo extraer aquellas lecciones que permitan mejorar la capacidad de actuación en lo que aún resta por hacer, tanto en la lucha diaria contra la COVID-19 como en la forma de estar mejor preparados ante futuras emergencias sanitarias.
Este es justamente el enfoque con el que está trabajando el “Grupo independiente de preparación y respuesta frente a las pandemias”, creado por mandato de la Asamblea Mundial de la OMS, copresidido por la ex primera ministra de Nueva Zelandia y ex Administradora del PNUD, Helen Clark y la expresidenta de Liberia Ellen Johnson Sirleaf. Este grupo, que presentará sus análisis y recomendaciones el próximo mes de mayo, ha definido su misión como “contribuir a proporcionar un camino para el futuro basado en pruebas científicas y lecciones del presente y del pasado para garantizar que los países y las instituciones mundiales, incluida la OMS, aborden eficazmente las amenazas para la salud”. El grupo trabaja, además, para generar una evaluación de los desafíos que se avecinan, sobre la base de los conocimientos y lecciones aprendidas de las respuestas sanitarias al COVID-19, así como de emergencias sanitarias anteriores.
La pandemia ha dejado muchas enseñanzas, pero no siempre hemos tenido la capacidad de incorporarlas a la toma de decisiones y a la adopción de medidas con la suficiente rapidez. Si algo ha quedado claro es que la realidad ha superado con creces tanto las previsiones iniciales como los sucesivos escenarios posteriores una y otra vez.
Desde nuestro punto de vista, he aquí diez lecciones importantes que hasta ahora nos ha dejado la pandemia y que deberíamos examinar con cuidado de cara a enfrentar mejor los desafíos que aún tenemos frente a nosotros.
1) En un mundo globalizado, donde el trasiego de personas es enorme, una epidemia severa se extiende a una velocidad inimaginable. Ello requiere acciones drásticas para contener su diseminación, las cuales son tanto más eficaces cuanto más tempranas. A todas luces las reacciones iniciales no estuvieron a la altura de los hechos: los mecanismos internacionales de coordinación y acción para limitar el movimiento de personas fueron insuficientes y poco convergentes. Por tanto, necesitamos tener más capacidad anticipatoria, más instrumentos jurídicos de carácter vinculante, mejor preparación pandémica, mejores planes de contingencia y una mejor gobernanza internacional, europea y nacional para este tipo de situaciones. Y, al mismo tiempo, invertir más en recursos humanos, tecnológicos y organizativos dedicados a la prevención y la anticipación de emergencias sanitarias internacionales. Es decir, más y mejor OMS.
2) La evolución de la pandemia ha revelado también que los paradigmas clínicos y epidemiológicos en los que estaban basadas las recomendaciones técnicas para controlar la diseminación de enfermedades transmisibles respiratorias quedaron desbordados y han tenido que ser revisados, a veces a marchas forzadas. Desde la transmisión no solo por gotículas sino también por aerosoles, pasando por las recomendaciones sobre el uso de mascarillas y, muy especialmente, el hecho de que existe una enorme transmisión silenciosa por personas infectadas que son asintomáticas lo cual obliga a hacer muchas más pruebas diagnósticas para diagnosticar tempranamente, así como a fortalecer los rastreos y los aislamientos. Esto no se comprendió con plenitud en un principio y ha tardado mucho tiempo en ponerse en práctica. En realidad, en muchos lugares sigue sin ponerse en práctica con la extensión y la intensidad adecuadas.
3) La pandemia también nos ha mostrado la enorme fragilidad de las personas mayores ante esta nueva enfermedad y la dramática letalidad en los mayores de 75 años. A ello se ha sumado la tremenda vulnerabilidad que suponen las residencias geriátricas en las que conviven con gran proximidad física numerosas personas de edades avanzadas, lo cual ha generado un altísimo número de contagios y una elevada proporción de fallecimientos. Pero ha costado trabajo internalizar las lecciones para tomar medidas anticipatorias y proteger mejor a las personas mayores, para supervisar y, en su caso, blindar de manera eficaz las residencias geriátricas y para modificar rápidamente los modelos de atención sociosanitaria. Un debate que se ha abierto hace poco en el Senado, que deberá proseguir con la necesaria profundidad, y que, lamentablemente, no está recibiendo toda la atención que merece.
4) Además de las elevadas cifras de personas contagiadas y de fallecimientos por COVID-19, se ha producido una considerable presión asistencial tanto en la atención primaria, como en la atención hospitalaria y muy especialmente en las UCI. Esto ha llevado en muchas ocasiones a situaciones de colapso asistencial con graves consecuencias sobre la atención de las personas afectadas por COVID-19 pero también sobre personas con otras patologías produciendo desatención, falta de oportunidad en procedimientos diagnósticos, intervenciones quirúrgicas y atención médica y de enfermería general y especializada. La considerable mortalidad excesiva que se ha producido en varias oleadas a lo largo del año en numerosos países revela también el efecto de esta desatención generada por la elevada presión asistencial. Esto plantea la importancia de poder establecer con agilidad circuitos de atención COVID y circuitos no-COVID que hagan posible atender sin retraso ni afectación a personas que requieren atención sanitaria por otros problemas importantes durante el periodo pandémico. Y, por supuesto, la necesidad de fortalecer los sistemas sanitarios públicos para atender las enfermedades crónicas que son dominantes en Europa y que, como se ha visto, resultan además ser, en muchos casos, un factor añadido de riesgo de enfermedad grave y muerte en este tipo de pandemias.
5) Otra lección que nos ha dejado la pandemia es la efectividad de las medidas de mitigación que se toman para reducir los contagios cuando la transmisión comunitaria está muy extendida. Los toques de queda amplios, los cierres tajantes y los confinamientos severos son medidas que bajan la incidencia y reducen el número de fallecimientos. Y cuanto antes se aplican, más efecto tienen. Además, terminan por ser medidas que permiten restablecer con más prontitud la actividad económica y social. Sin embargo, este tipo de medidas tienen que ser acompañadas desde el primer momento de apoyos económicos y mecanismos de protección social para los sectores afectados y los colectivos más golpeados (por ejemplo, los trabajadores autónomos y las empresas en riesgo). De otro modo, la presión de estos colectivos acaba por limitar o incluso anular la capacidad de los decisores para aplicar las medidas de mitigación con la rapidez, la contundencia y la duración requeridas.
6) Para la ciencia y para la salud pública esta pandemia ha supuesto luces y sombras. Se logró avanzar en la cooperación científica internacional a una escala y con una rapidez nunca vista, lo que permitió la secuenciación del genoma del virus y desarrollar con prontitud pruebas diagnósticas sensibles y específicas. Ciertamente eso ayudó también a desarrollar vacunas en tiempo récord. Un año después contamos con alrededor de media docena de vacunas eficaces y seguras, y varias más en distintas fases de desarrollo. Y se ha vacunado ya a millones de personas. Sin embargo, las vacunas siguen siendo todavía un bien escaso y no están accesibles en todos los países. Para muchas zonas del mundo no existe aún un horizonte claro de vacunación masiva, una situación que genera riesgos adicionales, al darle al coronavirus oportunidades de permanecer circulando y eventualmente mutar para escapar total o parcialmente a la acción protectora de las actuales vacunas. En esto, la ausencia de mecanismos efectivos de gobernanza sanitaria mundial sigue pasando una pesada factura. La Unión Europea y sus Estados Miembros deberían trabajar en el seno de la OMS para revertir esta situación lo antes posible.
7) Por todo lo anterior, urge concebir la seguridad sanitaria mundial común bien público global que requiere la colaboración multilateral más que el refuerzo de las las soberanías nacionales. Se requieren instrumentos y medios para hacerla posible, desde sistemas de alerta y respuesta epidemiológica fiables hasta la garantía del acceso universal a las vacunas y a otros insumos (pruebas diagnósticas, EPI, respiradores y medicamentos específicos o en investigación). La única forma de que estos instrumentos y medios sean realmente eficaces es que se apliquen y se distribuyan con criterios de equidad, es decir, que se conviertan en bienes globales de salud pública y dejen de ser bienes privativos sujetos a reglas de mercado o a lógicas nacionales de autoprotección. El control final de la pandemia dependerá de que todos en todas partes podamos acceder a la protección necesaria y podamos ser beneficiarios de mecanismos que garanticen la seguridad sanitaria mundial. Eso se aplica también al ámbito europeo.
En este sentido recientemente el Parlamento Europeo aprobó recientemente el programa sanitario de la UE, llamado EU4Health, cuyo monto se ha triplicado respecto a las previsiones iniciales (de 1.700 a 5.100 millones de Euros) y la Comisión Europea lanzó una iniciativa llamada “Por una Europa de la Salud” cuyo objetivo es fortalecer la capacidad de respuesta de la UE y de los Estados miembros ante riesgos sanitarios comunes y que deberá culminar en una conferencia que tendrá lugar en Roma el próximo mes de septiembre. Ante ello sería muy bueno que el Gobierno de España prestase la debida atención a esta iniciativa y planteara propuestas que pongan prioridad en el fortalecimiento de la salud pública, la atención primaria y los mecanismos paneuropeos que garanticen la seguridad sanitaria como un bien público con la adecuada cogobernanza de los Estados miembros.
8) Hay también múltiples lecciones sobre la importancia de los comportamientos, de las prácticas culturales y de la disciplina cívica en la lucha contra una pandemia de esta naturaleza. Nuestras sociedades no parecen haber internalizado suficientemente que en este tipo de situaciones lo individual es colectivo y lo colectivo es también individual y que buena parte del éxito depende de un ejercicio de responsabilidad que es al mismo tiempo individual y social. Nos hemos quedado cortos en el compromiso de protegernos y proteger a los demás como parte de un ejercicio real de solidaridad. La reticencia, azuzada por determinados grupos, a cumplir con las restricciones así como la dificultad de abandonar prácticas culturales que suponen riesgos incrementados de transmisión del virus han hecho aún más difícil la compleja tarea de cambiar con prontitud hábitos y costumbres a fin de atajar la transmisión. Y ante ello no hemos sabido poner en práctica una comunicación y una pedagogía social efectivas para revertir estas tendencias. El reto en materia de educación para la salud, información y sensibilización de la ciudadanía es, aún, una asignatura pendiente.
9) La prolongada duración de esta pandemia, así como de los esfuerzos y sacrificios necesarios para contender con ella ha generado un gran impacto psicosocial, han afectado notablemente la salud mental de las personas y ha generado la llamada “fatiga pandémica” tanto en los profesionales sanitarios como en la ciudadanía. Esto hace más difícil apelar a la resistencia, la paciencia y la disciplina necesarias para proseguir la lucha contra la pandemia hasta que logremos abatir la incidencia y avancemos lo suficiente en el programa de vacunación. Por tanto, se requiere prestar una atención prioritaria a este problema con la atención adecuada en materia de salud mental y con soluciones imaginativas basadas en la psicología, la antropología y la sociología que contrarresten la “fatiga pandémica”. Existen, sin embargo, numerosos ejemplos de buenas prácticas en muchas instituciones y en el nivel comunitario que se deberían seguir analizando y publicitando.
10) Las decisiones de las autoridades sanitarias para enfrentar la pandemia, afectadas también en gran medida por la “fatiga pandémica”, no se han apoyado suficientemente en las recomendaciones de los profesionales expertos en la materia: epidemiólogos, especialistas en salud pública, virólogos, inmunólogos, comunicadores, sociólogos, antropólogos y profesionales de otras disciplinas. Los entes multilaterales y los gobiernos nacionales, regionales y locales han ido muchas veces a su aire, sin construir el diálogo, el consejo informado y la cogobernanza necesarias mediante la participación de quienes pueden asesorar con mayor objetividad, con espíritu crítico y autocrítico, y sin sujeción a posicionamientos político- electorales. Lamentablemente, España ha sido un ejemplo de cómo la confrontación político- partidista ha entorpecido la lucha contra la pandemia. Convendrá, por tanto, revisar, los mecanismos de formulación y realimentación de las políticas públicas de salud para hacerlos más diversos, más interdisciplinares, más inclusivos, más vinculados a la evidencia científica y a las experiencias exitosas en salud pública y la acción comunitaria.
Ello es aún más importante si cabe porque la pandemia ha agrandado la brecha de las desigualdades en salud y revertir esta situación requerirá un liderazgo capaz de recomponer la situación del sistema sanitario en los términos aprobados, por ejemplo, en el dictamen aprobado en el Congreso de los Diputados con un amplio consenso, tras los trabajos de la Comisión de Reconstrucción. Lo cual obligará a poner el énfasis en políticas sanitarias que se orienten a la equidad y a desarrollar acciones que permitan (de verdad) incorporar la salud en todas las políticas.
Ojalá aprendamos estas lecciones, evitemos los alegatos estériles y tengamos la altura de miras para tomarnos en serio las lecciones de la pandemia. Deberíamos no repetir errores evitables que tienen un alto coste humano, económico y social.
La pandemia no está aún doblegada. Aunque hay razones para pensar que estamos viendo luz al final del túnel, quedan muchas incertidumbres de cara al futuro inmediato. Conviene, por tanto, reforzar el carácter científico de las decisiones a adoptar y tratar de influir en la futura política sanitaria que debe desarrollarse en España, en Europa y en el mundo en los próximos meses. Para eso hay que seguir trabajando con paciencia y humildad, sabiendo utilizar nuestra inteligencia colectiva para superar los numerosos desafíos que habremos de afrontar en los próximos meses. Ojalá estas reflexiones contribuyan a ello.
Se ha cumplido un año de la designación de la COVID-19 como pandemia, de la aprobación del estado de alarma en España para hacerle frente y un poco más de un año desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS), de acuerdo con lo establecido en el Reglamento Sanitario Internacional, la declaró emergencia de salud pública de trascendencia internacional.
A lo largo del último año la humanidad se ha enfrentado a un virus inédito, el SARS-COV-2, sumamente contagioso, muy agresivo y altamente letal. Fue detectado por primera vez en Wuhan, China, asociado a una serie de casos de neumonía atípica severa que pronto fueron caracterizados como una nueva enfermedad llamada COVID-19 lo que llevó a que se tomasen medidas draconianas para tratar de contener la nueva amenaza. Sin embargo, en pocas semanas el virus se extendió por todo el orbe.