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Ursula von der Leyen (CDU, Grupo PPE), Presidenta de la Comisión Europea, toma la palabra en el edificio del Parlamento Europeo en septiembre de 2023

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¿Cómo llevas la jornada de reflexión? ¿Has decidido ya tu voto o aún no? ¿Tienes claro siquiera si participarás?

Respondo primero yo. Pasaré el sábado con mi familia en casa de un amigo, que celebra su cumpleaños. Ya he decidido mi voto. Y sí, claro que voy a votar. Como todas las veces, hasta para las elecciones a la comunidad de vecinos. Aunque solo sea por lo difícil que fue conseguir este derecho que hoy damos por sentado y que por eso no lo solemos valorar.

Mañana, lo más probable, es que solo votemos uno de cada dos. Y eso con suerte: la estadística dice que las europeas en España –si no van acompañadas de otra elección– no alcanzan siquiera el 45% de participación. 

Es curiosa la contradicción: Europa gana poder sobre nuestras vidas mientras pierde interés en nuestras urnas. En las últimas décadas, el Parlamento Europeo no ha dejado de aumentar sus competencias. De allí salen alrededor de la mitad de las leyes que después se convalidan en el Congreso de los Diputados. También buena parte de las decisiones más importantes de nuestra política económica, desde el margen presupuestario hasta los fondos de inversión. Pero la mayoría de la sociedad vive ajena a esa realidad. Y entre los que mañana votaremos, muchos lo harán movidos por cosas que poco o nada tienen que ver con esta elección.

Europa ha sido el factor más determinante de nuestras vidas en las últimas décadas, para mal y para bien. Fue la Unión Europea quien condenó a España y a los demás países del sur del euro a una terrible e injusta crisis, por su mala gestión del colapso de la banca; más de una generación aún no se ha recuperado del todo de ese golpe. Y fue también Europa la que, en la última gran crisis de la pandemia, nos salvó; quien puso el dinero suficiente para que el confinamiento no llevara a la miseria a la inmensa mayoría de la población, como ocurrió en otros países del mundo. 

En España solemos mirar a Europa como una garantía de democracia y de prosperidad, pero siempre a lo lejos. Probablemente tiene que ver con nuestra historia, como escribí en otro artículo publicado en el último número de nuestra revista. Europa funciona como un ancla que sujeta a España para que no se vuelva a perder en las tormentas: es la principal garantía de que no volverá una involución autoritaria o algo aún peor. Y esta visión de Europa es transversal, de buena parte de la izquierda a buena parte de la derecha. Con sus puntos negros, que los tiene, la Unión Europea está bien valorada por la inmensa mayoría de los españoles. Por eso sorprende tanto que hoy, en un momento en el que Europa está seriamente amenazada, a tanta gente le dé igual.

Los datos, para los que creen que eso de la amenaza de la extrema derecha es como el cuento del lobo y el pastorcillo. Los partidos ultras, según las encuestas, pueden ser los más votados en nueve países de la Unión Europea: Austria, Bélgica, República Checa, Francia, Hungría, Italia, Países Bajos, Polonia y Eslovaquia. Pueden ser segundos o terceros en nueve países más, incluyendo entre ellos Alemania, España, Portugal o Suecia. Van divididos en dos grupos dentro del Europarlamento, en gran medida por sus disensos entre los partidarios de la OTAN o de Vladimir Putin. Pero si sumaran fuerzas, probablemente serían el segundo grupo político más numeroso del Parlamento Europeo. 

Al mismo tiempo, hay una corriente dentro del Partido Popular Europeo que aboga por una alianza con esta extrema derecha; al estilo de lo que ya ocurre en España entre el PP y Vox. Plantean una Europa que deje de estar gobernada como hasta ahora, desde el consenso amplio, y pase a bascular hacia la derecha. Algunos lo ven como un juego de poder: una fórmula para sacar mejores carteras en la negociación de la futura Comisión Europea. Pero en la práctica supone la ruptura de un consenso de décadas y de ese cordón sanitario con la extrema derecha que los conservadores de Alemania y Francia impusieron al resto, y ahora está en cuestión. 

¿Cómo habría sido la gestión de la pandemia si hubiera dependido de partidos que, en muchos casos, negaban la eficacia de las vacunas o incluso la existencia de la COVID? No es una pregunta retórica. No del todo. Porque hay otro ejemplo equivalente al que podemos apelar. ¿Cómo será la gestión de la crisis climática si la dirigen partidos negacionistas?

Los hay más preocupados por las consecuencias para el mundo de una victoria de Donald Trump, cuando estas elecciones pueden ser tan importantes para el futuro próximo del planeta como las próximas presidenciales de EEUU. Y Donald Trump también se presenta aquí: su movimiento político impulsa y asesora a una parte de la extrema derecha europea. Son parte de la misma internacional. 

Hay un pequeño libro que te recomiendo, si no lo has leído ya. Es uno de mis ensayos preferidos: La agonía de Francia, escrito en 1940 desde París por el periodista español Manuel Chaves Nogales, uno de los intelectuales que se fueron al exilio durante la Guerra Civil. Es la historia de la derrota de la república francesa frente a la Alemania nazi, vista por los ojos de un español. Y hay un párrafo en ese libro que siempre me impresionó; uno donde narra cómo fue la entrada del ejército nazi en París. 

“El último automóvil fugitivo que salía de París tuvo que desviar su ruta en la Puerta de Saint Cloud porque un agente de circulación hitleriano maniobrando las señales luminosas del tráfico había puesto el disco rojo en el cruce para dar paso a los carros de asalto de la primera división motorizada alemana que entraba al asalto de París.

Esta es una de las grandes revelaciones de la catástrofe de Francia. Tenemos el prejuicio de que las grandes catástrofes de los pueblos sólo son posibles en medio de un apocalíptico desorden; conservamos fielmente la imagen dramática de las guerras clásicas, creemos demasiado en la realidad de las estampas románticas de victorias y derrotas y no acertamos a ver que en nuestro tiempo, dentro de la cuadrícula estrecha de nuestra organización social y urbana, las cosas suceden de una manera mucho más sencilla, con una simplicidad y una facilidad aterradoras. En la Puerta de Saint Cloud un guardia de la circulación había sido sustituido por otro. Esto es todo.

Un inmenso imperio se ha derrumbado, veinte siglos de civilización han sucumbido.“

Tras la caída de Francia, Chaves Nogales se refugió en Londres. Murió allí en mayo de 1944, un mes antes del desembarco de Normandía. Es imposible –hoy tendría 126 años–, pero me hubiera encantado leer su crónica sobre el Brexit. O qué habría escrito Chaves Nogales sobre la primera victoria de Donald Trump o sobre el asalto al Capitolio cuando perdió. O qué escribiría mañana, si se confirman los peores presagios y la extrema derecha logra una victoria histórica en esa Europa que nació contra todo lo que estos ultras representan.

Ya han tenido un primer éxito, al menos en España: una campaña electoral aún más tóxica que la anterior.

“Las grandes catástrofes de los pueblos suceden de manera sencilla, con una simplicidad y una facilidad aterradoras”, decía Chaves Nogales. Cuánta razón.

Lo dejo aquí por hoy. Ojalá mañana la extrema derecha muerda el polvo y no tengamos un desastre histórico que lamentar.

Un abrazo,

Ignacio Escolar

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