El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.
Ahora se instala con comodidad en elDiario.es, donde es de esperar que se mantenga incólume la aviesa mirada de su autor, José María Izquierdo.
Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena
Hay quien habla de fijar un 5%, un 3% o un 2% del PIB para gastos de Defensa. ¿Para cuándo marcar esos límites en los problemas que de verdad sacuden a la ciudadanía, en especial a los más desfavorecidos?
El Ojo izquierdo nació en El País en 2010 y prolongó su vida durante diez años en la cadena SER, con vivienda propia en el Programa Hoy por Hoy, primero con Carles Francino, después con Pepa Bueno y finalmente con Àngels Barceló.
Ahora se instala con comodidad en elDiario.es, donde es de esperar que se mantenga incólume la aviesa mirada de su autor, José María Izquierdo.
¡Qué pena! Con un crecimiento envidiable, superior a la media europea, un Gobierno que a trancas y barrancas avanza en beneficios sociales para los ciudadanos, ahora, precisamente ahora, hay que gastarse los dineros en armas. Así, como suena. Dice la señora Von der Leyen que los europeos -ahí estamos nosotros- debemos poner encima de la mesa, una manera de hablar, que ya se sabe que en estos tiempos ya no existen billetes, sólo meros apuntes contables, 800.000 millones de euros. Así, a voleo, que la cifra parece sacada de la chistera de algunos cerebritos, que tanto podían haber dicho 500.000 como 900.000. Da igual: un pastón. Es verdad, como dice la izquierda más izquierda, incluso cualquiera con dos dedos de frente, que con ese dinero se podían solucionar miles de situaciones angustiosas de hambre, de desnutrición, de paliar problemas gravísimos de dependencia, de sanidad, de vivienda. Hay quien habla de fijar un 5%, un 3% o un 2% del PIB para gastos de Defensa. ¿Para cuándo marcar esos límites en los problemas que de verdad sacuden a la ciudadanía, en especial a los más desfavorecidos?
Armas. ¡Qué horror! Pueden ocurrir dos cosas con ellas. Una, que se empleen, lo que sólo puede revertir en dolor y muerte. Porque los misiles se crean para destrozar edificios, sean cuarteles, bloques de viviendas, hospitales o escuelas, con o sin bichos dentro; los bombarderos, para soltar pepinos; los fusiles para matar desde lejos y las pistolas para hacerlo a corta distancia. Añadan ustedes las sofisticaciones precisas, pero en el fondo, el mismo resultado: reventar cráneos y acabar con la vida de miles de hombres, mujeres y niños. O puede ser que no se empleen, entonces herrumbre pudriéndose en gigantescos hangares, chatarra inservible, miles de millones -¿800.000?- tirados a la basura que podían haberse empleado en otras necesidades perentorias, como antes señalábamos. ¡Qué absurdos uno y otro supuesto, qué disparate para una civilización que se dice avanzada!
Y sin embargo… Sin embargo, no está claro que podamos hacer otra cosa. No es posible zafarnos de las obligaciones inherentes a ese club, la Unión Europea, a la que pertenecemos de hoz y coz, y que tantos y tantos millones, por hablar sólo de contribuciones materiales, nos ha proporcionado. ¿Quedarnos fuera de la UE, solos ante el peligro, barquita de papel en mitad de la DANA? Porque si nos quedamos en la comunidad de vecinos, tendremos que pagar la derrama de las goteras del ático, aunque vivamos en el bajo. Ocurre que el universo entero se ha transformado porque en Estados Unidos un presidente salvaje, Donald Trump, acompañado de una recua de bárbaros ha implantado en el mundo un régimen de terror, dispuesto a repartirse las riquezas del globo con otro gánster miserable, Vladímir Putin. ¿Acaso esperan ustedes que China, la otra gran potencia, mueva un dedo en favor de la vieja Europa? Van listos. Así que aquí estamos, emparedados entre matones.
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