Parece cierto que de todo se aprende. Aquella Europa de 2008, dominada por los austericidas cobijados bajo el generoso paraguas de Angela Merkel, lograron llevar el sufrimiento a los países del sur, Grecia o España, como notables ejemplos, empeñados aquellos buitres en asfixiar a quien quisiera apartarse un milímetro de su rigorismo criminal. Hoy la UE ha cambiado, aunque nos parezca escaso el giro. Seguramente no es ajeno a ello el hecho de que un socialdemócrata, Olaf Scholz, dirija los destinos de Alemania y haya encontrado en el portugués Costa y en el español Sánchez -¿les da vergüenza reconocer la evidencia?- un fuerte apoyo, circunstancia que no se dio en la crisis anterior, con la izquierda renqueante -véase Zapatero- en horas bajísimas, y la derecha feroz plantando sus manazas con total impunidad.
Quienes ahora mandan en la Unión Europea, conservadores en su mayoría, con el agua al cuello por la guerra de Ucrania y el salvaje cierre del gas ruso decretado por Putin, han elegido otro camino. Anuncian que se limitarán los ingresos de las empresas energéticas y eléctricas, además de ayudar a las bravas -subvenciones u otro tipo de medidas- a hogares y empresas sacudidos por esta crisis terrible. Hasta el remedo de Margaret Thatcher que ha sucedido a Boris Johnson -¡adiós, amigo, qué gusto perderle de vista!- Liz Truss, va a destinar más de 115.000 millones de dinero público a congelar la factura del gas y la electricidad en el Reino Unido, que ya se sabe que cuando los liberales se ven con el agua al cuello siempre encuentran el chaleco salvador de sus denostadas arcas públicas.
Vamos, medidas defendidas toda la vida por la izquierda, y ahora en parte aceptadas, claro que a regañadientes, por la derecha europea -verdes las han segado- a excepción, faltaría más, de nuestros próceres del Partido Popular, inepto Núñez Feijóo, no tenemos nada que aportar a nada, que de nada sabemos ni a nada nos arriesgamos, incapaces incluso de respaldar las medidas basadas en esos principios puestas en marcha por el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos. Nos negamos, con nosotros no cuenten. Si fuéramos pedantes, les recordaríamos que el mismísimo Platón preveía que el Estado cobrara un impuesto al exceso a las ganancias. Pero nos abstendremos de hacerlo, que ya se sabe que el estilo del Ojo huye de la pomposidad y se ciñe a la sencillez y la humildad.
¿Algo que decir del tope del precio de los alimentos propuesto por Yolanda Díaz? Si obviamos que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, alguna otra puntualización. No debería la vicepresidenta querer ser la niña en el bautizo, la novia en la boda y la muerta en el entierro. Tiene ahora mismo dos trabajos hercúleos sobre sus demostradas, cierto es, anchas espaldas. Lo primero, y para eso pagamos su nada exagerada retribución entre todos, lograr que patronales y sindicatos lleguen a algún acuerdo en torno a las subidas de salarios ante esta terrible inflación de dos cifras. Ya sabemos que su labor solo puede ser la de intermediación, pero no queremos olvidar sus éxitos anteriores en esa delicada misión con los mismos protagonistas. ¿Es poco trabajo? Pues nada, aún queda sumar a Sumar, que no es un ejercicio baladí, que más bien se trata de un empeño de titanes. Ambas ocupaciones deberían consumir la mayor parte de las veinticuatro horas de sus días, porque incluso las jornadas de Yolanda Díaz es imposible que sobrepasen esas dos docenas.
Así que de las zanahorias y los tomates -sabrosos y riquísimos frutos de la tierra, pardiez- podían ocuparse tal que el ministro de Agricultura, que algo tendrá que ver con la cosa y sin duda poseerá ciertos conocimientos sobre la materia o, ya puestos, hasta el ministro de Consumo, del mismo partido que la vicepresidenta, del que ignoramos sus saberes sobre esta materia, hemos de añadir que sobre cualquier tipo de materia, si a eso vamos, pero al que también pagamos para que haga algo. ¿Embarcarse, por ejemplo, en negociar un tope para los precios de los alimentos? Pues a lo mejor. Cuando menos estaría ocupado, que ya se sabe que el ocio y la molicie son muy malos consejeros.
No sabe el Ojo si merece la pena insistir en esta chimuchina de los señores jueces. Y, por supuesto, de sus compañeros de baile, nunca sabemos quién es el que manda en la pareja sobre los pasos a dar, los dirigentes del Partido Popular, todos y cada uno de ellos protagonistas de la promiscuidad desde que se denominaban Alianza Popular y nos gritaba Manuel Fraga. Porque aquí, en esta columna, ya hemos dicho de todo sobre sus señorías y los sucios tejemanejes con la derecha. Resulta cansino denunciar una y otra vez el ilegal contubernio del que son protagonistas estelares, precisamente, quienes deberían velar por la limpieza de una justicia digna. Una vergüenza, un horror.
¿Qué queda por añadir de Isabel II, bueno, malo o regular, además de reconocer que este Ojo ha llorado más, infinitamente más, la muerte de Marías, como ya hizo con Almudena? Solo dejen a este plumilla que toque el tema de refilón, únicamente para referirse a la inigualable reina del vermú, esa Isabel Díaz Ayuso siempre superándose a sí misma, bobada mayor que la anterior, simpleza superior a su antecedente, y que ahora ha decidido, se supone que en calidad de reina coronada del Territorio Mágico de la Estupidez, endilgar a todos los madrileños, ella, tan liberal y feroz opositora a cualquier norma dictada desde las alturas, tres días de luto y las banderas de España y Europa a media asta, como si la susodicha tuviera alguna autoridad para hacer semejante disparate. Con esta señora cualquier día vamos a tener un disgusto. Se lo advierto.
Adenda. Toni Cantó, sobra que aquí les repitamos su excelso currículo, de aquí para allá y de allá al infierno de Vox, es ese tipo de político volatinero que los ciudadanos de toda condición despreciamos. Pomposo y cursi, badulaque incapaz de ordenar un párrafo con un mínimo sentido, un holgazán que ha vivido contento y feliz sabiendo que se llevaba la sopa boba sin dar un palo al agua. ¿Saben ustedes? Cantó es capaz de sacar lo peor del Ojo. Y es que entre ese tipo y yo, â«, entre ese tipo y yo, â« hay algo personal.
Parece cierto que de todo se aprende. Aquella Europa de 2008, dominada por los austericidas cobijados bajo el generoso paraguas de Angela Merkel, lograron llevar el sufrimiento a los países del sur, Grecia o España, como notables ejemplos, empeñados aquellos buitres en asfixiar a quien quisiera apartarse un milímetro de su rigorismo criminal. Hoy la UE ha cambiado, aunque nos parezca escaso el giro. Seguramente no es ajeno a ello el hecho de que un socialdemócrata, Olaf Scholz, dirija los destinos de Alemania y haya encontrado en el portugués Costa y en el español Sánchez -¿les da vergüenza reconocer la evidencia?- un fuerte apoyo, circunstancia que no se dio en la crisis anterior, con la izquierda renqueante -véase Zapatero- en horas bajísimas, y la derecha feroz plantando sus manazas con total impunidad.
Quienes ahora mandan en la Unión Europea, conservadores en su mayoría, con el agua al cuello por la guerra de Ucrania y el salvaje cierre del gas ruso decretado por Putin, han elegido otro camino. Anuncian que se limitarán los ingresos de las empresas energéticas y eléctricas, además de ayudar a las bravas -subvenciones u otro tipo de medidas- a hogares y empresas sacudidos por esta crisis terrible. Hasta el remedo de Margaret Thatcher que ha sucedido a Boris Johnson -¡adiós, amigo, qué gusto perderle de vista!- Liz Truss, va a destinar más de 115.000 millones de dinero público a congelar la factura del gas y la electricidad en el Reino Unido, que ya se sabe que cuando los liberales se ven con el agua al cuello siempre encuentran el chaleco salvador de sus denostadas arcas públicas.