Decíamos ayer muchas, muchísimas cosas sobre los excelentísimos señores jueces. A algunos de ellos, paladines en la lucha contra el Averno, los llamábamos por sus apellidos, para que nadie se olvide de su majestuoso proceder. Y así aparecían, por ejemplo, Marchena, Llarena, Aguirre, García Castellón, Peinado o Hidalgo. Tengamos hoy alguna palabra para ese capitán Ahab, que enloquecido a bordo de su Pequod surca los procelosos mares de la justicia con un enorme arpón en la mano y la vista fija en su ballena blanca. “Irá p’alante”, grita furioso, jaleado por sus incondicionales fans encerrados en las otrora mazmorras de la policía franquista, torturadora y asesina. Encelado en su víctima propiciatoria, una vez grabado a fuego el objetivo, diana en la chepa que a veces asoma de las aguas para respirar, el ilustre togado desprecia todo lo que encuentra en su loca carrera, incluidas aviesas orcas, y que dificulte el triunfo final, tanto da su fuerza probatoria. Clavará el arpón, claro, pero él se hundirá, tiempo al tiempo, en la negrura de la historia de la infamia junto con su querido Pequod. Dejamos el remate al maestro de leyes y escritura José Luis Martín Pallín: “El empecinamiento del juez Hurtado en mantener abierta una investigación carente de contenido delictivo traspasa todas las fronteras admisibles en una sociedad democrática y produce un grave quebranto a la credibilidad del sistema judicial”.
Decíamos ayer, también, que es difícil soportar el espectáculo de ver al segundo partido del país, y de creer las encuestas del Abc, el primero con mucha diferencia, haciendo eses por las aceras como un mal borracho con mal vino. ¡Qué espectáculo el de Núñez Feijóo, ridícula yenka de aquí para allá, nada traigo, a todo insulto, sólo ofrezco, como mi protegido Mazón, barro, desvergüenza e incompetencia! El Ojo podría entender la traición a la honestidad por un tacticismo triunfador. Pero la suma de ambas cosas es demoledora. Alguno de sus barones, algo más avispado, ya le ha advertido en público que es mala idea enfadarse con los únicos socios posibles para un supuesto gobierno capaz de vencer a Sánchez. O sea, Junts y PNV. Pero Núñez es como un pollo sin cabeza, vapuleado desde dentro y desde fuera por las únicas fuerzas a las que atiende: la extrema derecha. Ya sea Isabel Díaz Ayuso -Milei, Milei, por qué te quiero tanto- o Santiago Abascal, alíate conmigo, que ya lo hiciste el año pasado y aquel movimiento estúpido te costó, muy posiblemente, las elecciones. ¿El político gallego es un liberal, dicen? Será por eso por lo que ha elegido de altavoz agrandador de su pulsión profundamente demócrata al simpar Miguel Tellado, todo un ejemplo de pensamiento abierto y respeto al adversario.
Decíamos ayer que se encela Feijóo en ir de la mano de Vox. Lee mal el libro de instrucciones. Es cierto que todo parece sonreír a la derecha-ultraderecha europea y mundial, el terremoto Trump, pero nada es así de lineal. Cada país tiene su sendero, unos más tortuosos que otros, pero la pelea requiere un punto de inteligencia y sofisticación que no se advierte en el aún principal dirigente del PP. Porque es posible, o así al menos lo deseamos muchos, que la fruta no esté aún madura en este país que sufrió cuarenta años de dictadura. ¿Queremos los españoles que nos gobiernen Abascal y sus escuadras pardas? El drama para el partido de Génova es que carece de una figura como la de Angela Merkel, que ha obligado, desde su retiro y su aura de política respetada, a rectificar a la derecha alemana en su alianza con la extrema derecha -esa gran manifestación de Berlín- para hacer caer el decreto llamado en alemán, informaba Claudi Pérez, Zustromsbegrenzungsgesetz, que eso sí que es todo un ómnibus. ¿Aznar, el gran Aznar, el hombre carismático en las tinieblas de la derecha, se opone a gobernar con Vox o es su máximo impulsor? Contesten ustedes mismos, que no quiero influirles. La libertad, ya saben.
Decíamos ayer que nos asustaba la posible llegada de Trump. Ha sido peor de lo que nos temíamos. Los primeros días de su gobierno se han convertido en un cúmulo de despropósitos, de venganzas personales, de decisiones económicas de un calado que ni él mismo sabe a dónde conducen. La liberación de los asaltantes al Capitolio, cinco muertos causaron aquella barbaridad jaleada por el mismísimo Trump, las redadas de indocumentados, equiparados a criminales, el despido de los funcionarios de Justicia que le habían investigado, los aranceles a sus vecinos y socios preferentes -la guerra más estúpida de la historia, dice The Wall Street Journal, la biblia del capitalismo-, la acusación a Biden y Obama por el accidente de aviación… Marylinne Robinson escribió de Trump que “él mismo dice que está empeñado en la venganza”, la forma cinética del resentimiento. Y así ha actuado. Como un loco vengativo. Otro capitán Ahab.
Trump destroza todo lo que toca y lo toca todo. Poco más de una semana y ya ha sembrado el caos, interno y externo. Destruir es sencillo, construir es mucho más difícil. ¿Alguien sabe qué mundo quieren hacer el monstruo naranja y su cohorte de avasalladores multimillonarios, dueños de esas abominables y manipuladas redes sociales que nos comen los sesos, por no hablar de la colección de extravagantes portentos que forman su gobierno? Todavía no somos capaces de asimilar que a estas alturas de la civilización, siglo XXI, en un país con una gran Constitución, ciudadanos de un sistema democrático asentado, con impresionantes cerebros en ciencias, artes, literatura, poderío económico y vital, su máximo gobernante, setenta millones de votos, sea un tipo despótico y brutal que haga del gobierno de la nación un juguete para su exclusiva diversión.
Y asustados, nos preguntamos, ¿qué va a pasar en el próximo mes? ¿Qué decisiones va a tomar el gran hombre en cuatro larguísimos años? Todo preocupa, los derechos privados de los ciudadanos, la sanidad, la educación. Y, por supuesto, las grandes decisiones económicas que tomarán sus amos, esos tecnofascistas que amenazan la existencia del mundo libre. La única minoría que está destruyendo este país es la de los multimillonarios, reza un lema que circula por las redes. Pero aún nos queda por contemplar -y sufrir- el gran orden que intentarán imponer en las cuentas estadounidenses, primero, en las mundiales, después. El ultraliberalismo, aquellas pruebas de laboratorio en el Chile de Pinochet que implantó Milton Friedman, todas fracasadas estrepitosamente, son poca cosa con lo queda por llegar. Fuera leyes, fuera regulaciones, los depredadores afilan sus garras. Pero oigamos al Nobel de Economía, Joseph Stiglitz: “La libertad para los lobos es la muerte de las ovejas”. ¿De verdad que las costuras racionales de la nación, incluidas sus grandes instituciones, van a aguantar semejante prueba de esfuerzo?
Un pequeño rato de jolgorio entre tanta desgracia: mucha risa contemplar a Liang Wenfeng, ese chino capuchino mandarín de 40 años, poner en solfa a todos los machos alfa del capitalismo tecnológico que sirven de guadaespaldas al gran timonel de Washington. Es como ver que el Alcorcón elimina al Real Madrid, acontecimiento que un día ocurrió en la realidad. Difícil saber el futuro de DeepSeek, pero ya nos ha dado la gran alegría de demostrar que los Musk y los Zuckerberg, son, además de lo que ya sabemos, unos farsantes derrochadores. No hay por dónde cogerles. Gentuza.
Decíamos ayer que con los bombardeos de Trump y los balines de Miguel Ángel Rodríguez golpeándonos por delante y por detrás, sólo nos queda la resistencia. Racional, pero vehemente. Ni un paso atrás en los derechos adquiridos y seguir luchando por nuevas metas sociales, abriéndonos paso en la selva de los tigres de Bengala. Nada es fácil y superar los mil obstáculos del camino -¡qué alegría tratar con Junts, por ejemplo, casi tanta como lidiar con los jueces o soportar a la prensa canalla!- es el suplicio que debe sufrir, de siempre, la izquierda en cualquier país.
Adenda. Hagan ustedes el favor de alejarse de Madrid el próximo fin de semana, que lo mismo andan despistados mirando la fachada del Palacio Real y se tropiezan a la vuelta de la esquina con el húngaro Viktor Orban, o ya puestos con la francesa Marine Le Pen. Incluso, fíjense si la ciudad propiedad de la reina del vermú, la gran Isabel Díaz Ayuso, se volverá peligrosa este fin de semana, que también pueden chocar, cara a cara, qué horror, con Santiago Abascal o Hermann Tertsch. Huyan, huyan hasta montes remotos donde nadie pueda encontrarles.
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