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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

A Feijóo tampoco le gusta Europa

24 de octubre de 2022 22:47 h

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Nunca gustó Europa a la derecha. De allí solo venían cosas espantosas. En el franquismo, pero también en el tardofranquismo. Cuando no eran filosofías disolventes, qué decir de aquel pernicioso Jean Paul Sartre y su compañera Simone de Beauvoir, feminista por más señas, lo que nos faltaba, eran los libros de Ruedo Ibérico o, qué vergüenza, El último tango en París. Así que no puede extrañar que tras los últimos fusilamientos franquistas, septiembre de 1975, se detuviera a Yves Montand en cuanto cruzaba la frontera o se echaran pestes oficiales del primer ministro sueco, Olof Palme, aquel señor que hucha en mano pedía apoyo para los presos políticos españoles. 

Después vino Fraga, al que le cabía el Estado en la cabeza, o eso decían, pero también varias cachiporras en las manos. Tal fue su ceguera en la embestida feroz contra Felipe González que saltándose todas las recomendaciones de sus homólogos europeos, el fiero Franz Josef Strauss a la cabeza, se apartó de la integración de España en la OTAN -su OTAN- y propuso la abstención en el referéndum. Tal error, tal desenfoque histórico del papel que debe jugar una oposición seria y sin fanatismos, se convirtió en una de las razones fundamentales de su defenestración, incapaz de ganar elección alguna con el poco prestigio que le quedaba por los suelos. 

Conviene recordar también al gran José María Aznar, el que llamó pedigüeño a Felipe González cuando se jugaba en Europa nuestros cuartos, los que finalmente impulsaron la exánime economía española. Ni así, en aquellos momentos de tensión, encontró el líder socialista de turno el apoyo del mandamás que le correspondía en la derecha. Finalmente, en la ominosa Guerra de Irak, Aznar, pies en la mesa de Bush, “estamos trabajando en ello”, léase con acento texano, despreció el fortísimo rechazo a la intervención de Alemania y Francia -¿recuerdan al ministro de Exteriores de Jacques Chirac, Dominique de Villepin y sus extraordinarios alegatos contra la invasión de Irak en la ONU?- y optó por formar parte, ridículo monaguillo, del infausto trío de las Azores. Aznar es, a estas alturas de 2022, el único político que no ha pedido perdón por aquel desastre de consecuencias terribles. Tampoco lo ha hecho, por cierto, por sus inmundas mentiras tras los atentados del 11-M en Madrid, cerca de 200 muertos.

¿Recordamos un minuto a Rajoy, que ni siquiera en este apartado de insidias jugó un papel relevante? Nada memorable hizo nunca, y nada se quedó en la historia. Bastará con citar el desmedido apoyo que recibieron los austericidas europeos en España, dirigida la tropa hispana por el férreo ultraliberal Luis de Guindos, con sus tiempos de gurú en Lehman Brothers en la mochila. Entonces sí se apuntó el PP a esa Europa, con los países del norte al paso de la oca, época que fue (2008-2016, más o menos) de recortes salvajes a las clases más desfavorecidas. Todavía hoy hay que luchar contra los rescoldos de aquellos incendios provocados, tal que la reforma laboral y el rescate a los bancos no lejos del primer lugar.

¡Qué cosas más divertidas decía el pimpollo Casado en Europa! Su única intención, incluso en mitad de la terrible pandemia que asoló medio mundo, fue dañar a Pedro Sánchez y su Gobierno en sus escasísimas salidas al exterior. Ignorante enciclopédico, no sabía nada de ninguna materia, sus conocimientos sobre los mecanismos europeos se acercaban al bajo cero. No hay recuerdo suyo en Bruselas. ¿Pablo Casado, preguntan? Ni nos suena. Y eso que hablaba inglés, pero como si se manejara en chino. Ni caso. Lástima que haya perdido el título de líder ultraliberal más breve de la historia, superado últimamente por la muy sucinta Liz Truss, un momento primera ministra y al instante, ya no.  

Llegamos en la lista a Núñez Feijóo, de profesión sus perplejidades y su rostro de cemento armado, nunca dije lo que todos ustedes oyeron y no me digan que yo hablé de timo ibérico para referirse a los precios de la luz, cuando hay centenares de reseñas en internet para demostrar que lo dijo, claro que lo dijo. ¿En un tuit?  Pues sería en un tuit. Pero además de sus embrollos y sus engañifas, en español, que inglés no sabe, llama la atención ese respeto a la tradición de esta derecha que padecemos de ir a Bruselas a poner a caer de un burro al gobernante socialista que corresponda. No se fíen, dice el farfullero, vigilen sus cuentas, tengan mucho cuidado con la cartera. Pero hombre, señor Feijóo, habría que recriminarle, que está usted hablando de su presidente y de su país. ¿O acaso no le importa la respetabilidad de España? ¿Puede más su odio partidista que el patriotismo del que tanto presume, rojigualdas por aquí y por allá?

Lo más triste de toda esta desgracia continuada en el tiempo, es que encanalla la vida política y pone muy difícil salir del barro para mantener un diálogo sereno y de altura para lo que de verdad debería importarnos: hacer sólido, muy sólido, el estado del bienestar en toda Europa, única manera de enfrentarnos a los populismos de la extrema derecha que amenazan nuestros derechos y nuestras libertades. A no ser, claro está, que sus objetivos políticos estén más cerca del ideario de Vox, por ahora sus socios, que de los partidos democráticos de Europa.  

Adenda. Cuidado que cuesta a los críticos de televisión y a muchos articulistas decir las cosas claras como el agua clara, hasta en asuntos más o menos banales. Paolo Vasile dejará Telecinco -y Cuatro, ay, señor, lo que pudo ser y no fue- dentro de unos días. Pues digamos lo obvio: váyase usted a donde le dé la gana, que por aquí ya ha dejado suficientes toneladas de mugre. Su modelo de programación es nauseabundo y ha convertido la televisión en un sucio y repugnante estercolero. ¿Ven qué fácil?

Nunca gustó Europa a la derecha. De allí solo venían cosas espantosas. En el franquismo, pero también en el tardofranquismo. Cuando no eran filosofías disolventes, qué decir de aquel pernicioso Jean Paul Sartre y su compañera Simone de Beauvoir, feminista por más señas, lo que nos faltaba, eran los libros de Ruedo Ibérico o, qué vergüenza, El último tango en París. Así que no puede extrañar que tras los últimos fusilamientos franquistas, septiembre de 1975, se detuviera a Yves Montand en cuanto cruzaba la frontera o se echaran pestes oficiales del primer ministro sueco, Olof Palme, aquel señor que hucha en mano pedía apoyo para los presos políticos españoles. 

Después vino Fraga, al que le cabía el Estado en la cabeza, o eso decían, pero también varias cachiporras en las manos. Tal fue su ceguera en la embestida feroz contra Felipe González que saltándose todas las recomendaciones de sus homólogos europeos, el fiero Franz Josef Strauss a la cabeza, se apartó de la integración de España en la OTAN -su OTAN- y propuso la abstención en el referéndum. Tal error, tal desenfoque histórico del papel que debe jugar una oposición seria y sin fanatismos, se convirtió en una de las razones fundamentales de su defenestración, incapaz de ganar elección alguna con el poco prestigio que le quedaba por los suelos.