A veces conviene levantar la vista y dejar aparcadas por unas horas nuestras miserias domésticas, tan pequeñitas, tan nimias, tan mezquinas. Seguro que pueden esperar los comentarios sobre ese problema lacerante de la vivienda, gobiernos, autonomías y ayuntamientos enredados en una madeja de incapacidades que impiden no ya atajar, es que ni siquiera asoman soluciones para vislumbrar un futuro razonable que pueda poner fin a la angustia de millones de ciudadanos, jóvenes, por supuesto, pero no sólo. La semana próxima aún no se habrán construido las más de 300.000 viviendas sociales que necesita este país. Y los partidos, perdidos en su laberinto, tampoco habrán acordado ninguna solución fuerte, potente, enérgica: hasta aquí hemos aguantado, nuestra sociedad no puede más. ¿Esos jueces de los que ustedes me hablan, Peinado como ejemplo? Ahí seguirán, hozando en el agujero negro de la desvergüenza, sostenidos firmemente por sus conspicuos colegas togados. Como los calumniadores, los generadores de bulos, insultos y mentiras. ¡Si algunos tuviéramos una escoba!
Así que ampliemos el horizonte y echemos un vistazo a ese planisferio que hace tiempo que no contemplamos. Ahí, en un rinconcito entre Europa y Asia, a orillas de ese Mar Mediterráneo de Joan Manuel Serrat, el mismo de Barcelona, Capri o Ibiza, se sitúan Israel (20.000 km2), Líbano (10.500) y Palestina (6.000). En total, poco más de 36.500 km2; entre los tres ni siquiera llegan a la extensión de Extremadura, 41.600 km2. Allí, prestemos atención a la cifra, viven ni más ni menos que 20 millones de seres humanos en una abigarrada mezcla de razas y religiones; entre Cáceres y Badajoz suman algo más de un millón. Es, véanlo a vista de pájaro, un lugar minúsculo, un pequeño punto en el gran mapa. Y sin embargo, todo el mundo vive pendiente de ese hoy, y durante tanto tiempo, terrible lugar de angustia y violencia sin fin.
Pedantes y jactanciosos seríamos si quisiéramos en esta modestísima columna profundizar en un conflicto tan complejo y tan antiguo. Pero dejen al Ojo, ya que todo el mundo escribe y habla en cualquier medio, radio, televisión, prensa y redes sociales de este asunto como si fueran profundísimos expertos, décadas de estudios a su espalda, que se limite a hacer algunos comentarios sobre el caso. Advierte el autor que será éste un simple repaso para lectores inocentes, que las enciclopedias se venden en otros abarrotes. Pongamos que nos situamos en nivel ESO.
Así que a la pregunta de cuándo comenzó el actual desastre en el que vivimos nos deberíamos conformar –sin olvidar las causas últimas y ahí podemos llegar a 1948 o hasta cuando Yavé tomó alguna que otra decisión controvertida narrada en la Torá, elijan ustedes– con llegarnos al 7 de octubre del año pasado y recordar el salvaje ataque de Hamás que causó más de 1.100 muertos en Israel y la toma de 251 rehenes –por cierto, ¿ha conseguido liberarlos Netanyahu después de tanta sangre derramada?–, acompañadas las brutales embestidas de violaciones, torturas y otros actos de salvajismo. No sabemos el porqué de la decisión de ese ataque, apuestas hay variadas, pero ninguna parece definitiva, y a partir de ahí ya sabemos qué pasó. ¿Condenamos aquella masacre? Con todas nuestras fuerzas, malhadados sean aquellos animales que así actuaron.
Pero nada puede justificar la brutal reacción del régimen de Benjamin Netanyahu, un tipo acorralado por la justicia de su propio país, acusado de corrupto y en manos de la extrema y fanática derecha religiosa. ¿40.000 muertos? Pues sí, es posible. ¿De ellos, más de 12.000 eran niños? Seguramente esa es una cifra bastante aproximada. Hospitales repletos de enfermos y escuelas llenas de alumnos arrasadas por las bombas. Y el millón de refugiados, vagando con los colchones y los hijos a la espalda, ¿a quién le importan? Genocidio, sí. No les duela utilizar la palabra correcta. Ya digo que no somos nosotros quiénes para grandes análisis, pero sí nos interesa ver, y comentar, que es lo que aquí queremos hacer, la reacción mundial a este asunto. Comprobar, en primer lugar, que la pomposa ONU se ha convertido, con el veto de las superpotencias, en una organización disminuida, incapaz de poner freno a cualquier barbaridad que ocurra frente a sus ojos.
Entre otras cosas porque Israel, armada hasta los dientes y sostenida con férrea voluntad por Estados Unidos, se ha convertido en un gigantesco fanfarrón, un arrogante y fiero matón al que se le consiente cualquier desmán que se le ocurra. Desde asesinar impunemente, lo estamos viendo todos los días, hasta la fachendosa y soberbia bravuconada de declarar persona non grata al mismísimo secretario general de Naciones Unidas. Chulería y provocación de sietemachos de barra de bar. Y este esperpento es posible, todo el mundo puede verlo, porque Washington necesita vender sus millones y millones de armas y tener en la zona a un sicario que ponga bombas o corte el cuello a cualquier potencial enemigo del gran imperio. Ni tan siquiera ha podido Joe Biden, tan débil, frenar los ánimos destructivos del desaforado gobierno israelí. Antes de la guerra, según la BBC, que recoge datos del Departamento de Estado norteamericano, Washington suministraba a Israel 3.300 millones de dólares anuales en financiación militar, además de 500 millones adicionales en financiación de defensa antimisiles. Pero en 2022, Estados Unidos sumó otros 1.000 millones en fondos adicionales para reponer el stock de misiles interceptores para el famoso sistema israelí Cúpula de Hierro, y en agosto de este mismo año de 2024 sumó otros 20.000 millones de dólares. Es casi imposible conocer el monto total.
Hay otra variante a considerar: ¿qué va a ocurrir el 5 de noviembre en Estados Unidos? ¿Trump o Harris? Si usted fuera Netanyahu, el bondadoso dios no lo quiera, ¿no alargaría el conflicto hasta ver por dónde van a soplar los vientos el año próximo en el lugar donde de verdad se toman las decisiones? Ya decimos desde aquí que cualquier cosa –y Harris es más que cualquier cosa, una mínima esperanza frente al caos– es preferible a ese tupé naranja sobre una cabeza tan incendiaria como vacía. ¡Gensanta, siempre invocamos a Forges, un segundo mandato de ese tipo!
Y Europa, ¿qué hace Europa? Protesta, sí, y su Alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, ha gritado hasta cansarse que había que poner fin a este brutal sindiós. Pero después de Estados Unidos, el segundo país que más armas vende a Israel es Alemania, quizá con el Holocausto todavía en la chepa o quizá pendientes de los cuantiosos beneficios de sus empresas armamentísticas, de tan rancia tradición como ya demostraron durante el nazismo. ¿Saben quién es el tercer país proveedor de Tel Aviv? Italia. Así que las protestas populares se suceden en las capitales europeas, cientos de miles el pasado fin de semana, pero sus dirigentes llenan contenedores con las armas con las que se masacra a los palestinos. Eso hacen las cancillerías de Berlín o Roma.
Rusia tiene su propio dolor de muelas en Ucrania y China, siempre a una distancia que le permite influir sin mancharse las manos, están a la espera de cómo se extienda el conflicto a Irán, lo que desgraciadamente parece inevitable. ¿Qué harán? Pues seguramente, como decíamos antes, esperar al 5 de noviembre, que la victoria de Trump puede significar el fin de Zelenski a favor de Putin, entre otros sucedidos de pesadilla, y el presidente ruso deberá actuar en consecuencia. Y según se mueva ese alfil, Pekín moverá el caballo. Y así. Entretenidos.
Mientras, los riquísimos países árabes de la zona, Alá sea con nosotros y no con esos miserables palestinos, que tendrán el mismo dios –cuánto sufrimiento han causado las religiones a lo largo de la historia– pero muchísimo menos dinero, tan felices y contentos subidos en sus barriles de petróleo construyendo para los ricos del mundo, y para algún rey felón español, sus delirantes ciudades de hoteles de cinco estrellas y griferías de oro. ¡Qué tranquilos están de que su enemigo del alma, el malvado sionista, les sirva de escudo ante los desharrapados que quieren una vida mejor! Quizá no sepan ustedes, y por eso se lo cuenta el Ojo, que Israel no es el primer cliente de armas de Estados Unidos. Ese lugar lo ocupa Arabia Saudí, también según la BBC. Sí, el mismo régimen que desprecia los derechos humanos de opositores, mujeres y homosexuales y despedaza en sus embajadas a los opositores. Otras ventas supermillonarias de Estados Unidos van, por ejemplo, para Qatar o Bahréin. Con Trump, pero también con Obama. ¿Egipto, Túnez, Marruecos? Como siempre, mirando para otro lado, pasa tú que a mí me da la risa.
¿Y qué hay de nuevo, viejo, en este país nuestro, tan sutil y sofisticado, en el que en lugar de ideas nos intercambiamos torreznos, chicharrones o gallinejas? Pues que la derecha insiste en que Sánchez y su Gobierno son una panda de terroristas camuflados que se ríen a grandes carcajadas cada vez que muere un soldado o un civil judío mientras lloran amargamente cuando cae un asesino de Hamás o Hezbolá. Ése es el nivel de los portacoces del PP o Vox, ayudados y amplificados por sus terminales mediáticas. Es terrible, pero es difícil, muy difícil, entresacar entre comentaristas y editorialistas de la prensa de la caverna –tan católica, tan apostólica– una mínima condena a los desmanes de los soldados israelís o un serio lamento por las muertes de tantos y tantos niños, víctimas mayores de una brutalidad sin nombre. Y que desde el mismísimo paraíso del odio, ese Israel brutal, despiadado, se insulte con esas palabras a España tiene lo suyo…
Ya les decíamos que lo nuestro era sólo para pasar el rato, y no hablamos de Yemen, del petróleo o del estrecho de Ormuz. Los grandes análisis se los dejamos a Esteban González Pons, a Isabel Díaz Ayuso o a los analistas de Abc o de OKdiario. Sabios, ellos son los sabios.
Adenda. Donald Trump volvió a Butler, Pensilvania, donde el tiro en la oreja. Discurso, como todos los suyos, de un loco fuera de sí, diez mentiras por minuto. Junto a él, otro notable payaso dando saltos, el mayor propagador de bulos del mundo, esa especie de malvado doctor No bondiano que se llama Elon Musk. Allí, en aquel marco incomparable y en compañía tan sonada, Trump acabó su arenga con esta jaculatoria: “Necesitamos recuperar el sueño americano, ¿verdad? Vamos a tener el sueño americano, de modo que cada niño en su familia va a crecer y decir: ‘Quiero ser como Elon Musk. Quiero tener 200.000 millones en efectivo. Voy a ser como Elon Musk’. Este el sueño americano”. Y Musk, a su lado, saltaba de gozo, desquiciado, bobo y narcisista, pero como el mayor de los canallas.
A veces conviene levantar la vista y dejar aparcadas por unas horas nuestras miserias domésticas, tan pequeñitas, tan nimias, tan mezquinas. Seguro que pueden esperar los comentarios sobre ese problema lacerante de la vivienda, gobiernos, autonomías y ayuntamientos enredados en una madeja de incapacidades que impiden no ya atajar, es que ni siquiera asoman soluciones para vislumbrar un futuro razonable que pueda poner fin a la angustia de millones de ciudadanos, jóvenes, por supuesto, pero no sólo. La semana próxima aún no se habrán construido las más de 300.000 viviendas sociales que necesita este país. Y los partidos, perdidos en su laberinto, tampoco habrán acordado ninguna solución fuerte, potente, enérgica: hasta aquí hemos aguantado, nuestra sociedad no puede más. ¿Esos jueces de los que ustedes me hablan, Peinado como ejemplo? Ahí seguirán, hozando en el agujero negro de la desvergüenza, sostenidos firmemente por sus conspicuos colegas togados. Como los calumniadores, los generadores de bulos, insultos y mentiras. ¡Si algunos tuviéramos una escoba!
Así que ampliemos el horizonte y echemos un vistazo a ese planisferio que hace tiempo que no contemplamos. Ahí, en un rinconcito entre Europa y Asia, a orillas de ese Mar Mediterráneo de Joan Manuel Serrat, el mismo de Barcelona, Capri o Ibiza, se sitúan Israel (20.000 km2), Líbano (10.500) y Palestina (6.000). En total, poco más de 36.500 km2; entre los tres ni siquiera llegan a la extensión de Extremadura, 41.600 km2. Allí, prestemos atención a la cifra, viven ni más ni menos que 20 millones de seres humanos en una abigarrada mezcla de razas y religiones; entre Cáceres y Badajoz suman algo más de un millón. Es, véanlo a vista de pájaro, un lugar minúsculo, un pequeño punto en el gran mapa. Y sin embargo, todo el mundo vive pendiente de ese hoy, y durante tanto tiempo, terrible lugar de angustia y violencia sin fin.