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Lanza en astillero, adarga antigua. Allá vamos

5 de diciembre de 2022 22:20 h

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Bandera abajo, corredores en marcha, la batalla ha comenzado: los participantes solo son capaces de ver ante sus ojos unas urnas gigantescas; lo demás apenas si existe. No hay amigos, voy más deprisa que tú, así te quedes ahí atrás, aunque sea por una mala lesión. En las elecciones nunca se espera a los heridos, que voto perdido es ocasión ganada por el enemigo. Se acabaron las bromas, parece que han dicho en el Gobierno, y el nombramiento del exministro Juan Carlos Campo y Laura Díez como candidatos al Constitucional ha sido el pistoletazo de salida: ya no estamos en tiempos de dejarnos tomar el pelo con falsas negociaciones a ninguna parte, puro camelo de una derecha sin escrúpulos morales en combinación con unos jueces desvergonzados. 

Quien crea que esta arriesgada decisión del Gobierno, por lo demás moneda corriente en Francia, Alemania o Italia, rompe una partida que hasta ahora se jugaba de manera noble por los contendientes, debería observar con detenimiento las sucias maniobras con las que ha actuado el elenco de tahúres conformado por los genoveses y sus amigos togados, incumpliendo reiteradamente los mismísimos mandatos de la Constitución. Si quieres té, dos tazas, y como sé que te gusta el arroz con leche, por debajo de la puerta te paso un ladrillo. Para chulo, yo, y para pegarse, mi primo. Cierto que el gesto del Gobierno no es bonito, pero bastaría con que fuera efectivo.

No habrá ya ningún acuerdo en materia judicial con el PP, pero admitamos todos, los hechos son tozudos, que era mentira que Feijóo pretendiera acordar nada, pasmado en su ineficacia, sin rumbo ni eje político alguno, paralizado en su jaula merced a la presión a la que le somete su ala más feroz, con la reina del vermú a la cabeza, una Isabel Díaz Ayuso enfebrecida en sus dislates, dando vueltas al modo derviche a unos eslóganes que ni ella misma, pobrecita, sabe qué significan. Y ante ese no hacer nada del panoli, decimos los antiguos, gloriosa herencia del método Rajoy, avanza por los flancos el fiero Abascal, incómodo en el Parlamento, pero feliz en el ring. Otra batalla de cara a estas disputadas elecciones, y ojito, que estos vienen cargados de mazas y alabardas. 

No acaban aquí los enfrentamientos, papeletas y papeletas en lontananza. Es verdad que el Gobierno de Pedro Sánchez se ha movido, y se mueve, con un desempeño más que aceptable ante una situación económica endiablada. Si el PP creía que las cuentas públicas iban a encarrilarle cómodamente hacia La Moncloa, también aquí ha errado de manera total y absoluta. Que el Gobierno cante sus alabanzas, pero habría que ser muy mezquino, casi tanto como Feijóo y sus espadachines, para no reconocer que el Ejecutivo lleva las mejores cartas en esta partida. Aprobación de los Presupuestos, medidas para abaratar la energía, mejoría del empleo, impuestos a los más poderosos, mejoras sociales, etcétera, conforman un marco tranquilizador para la mayoría de los ciudadanos. Aún quedan meses muy duros económicamente, pero parece improbable que entremos en modo pánico. 

Todo parece indicar, además, que al golpe en la mesa frente al PP, Sánchez ha añadido otro gesto de autoridad, pero este aún más difícil porque ha tenido que hacerlo de cara a sus socios de gobierno, sentados a tres metros en el Consejo de Ministros. Fin a las leyes que nos dividen, no es momento para saltos sin red, ha debido decirles. Evitemos otra guerra como la del sí es sí, háganme el favor, y si es necesario, se dejan sin aprobar hasta mejor ocasión esos textos complejos y en exceso arriesgados por su excesiva carga ideológica que elaboran algunos ministerios. Dejemos, un decir, a los perros de agua, a los ratoneros y perdigueros, y centrémonos en sacar adelante y en beatífica paz aquello que claramente beneficia a los ciudadanos, esos entes abstractos que dejan de serlo para convertirse en carne mortal en el momento de introducir el voto en la urna. 

Porque estamos inmersos en la última etapa de esta batalla a todos los acimuts: ¿Cuál es el espacio real de cada socio del actual Gobierno para la campaña electoral que ya se nos echa encima como un alud alpino? ¿Dónde acaban las fronteras de uno y comienzan los territorios del otro? Quieren el PSOE, Unidas Podemos y es de suponer que en su caso Sumar, si se confirmara el desastre de la desunión entre estos últimos, ganarse el voto para su propia formación, imprescindibles esos escaños para negociar el difícil equilibrio que sostenga la continuidad de un proyecto de izquierdas. Es fácil ver la fragilidad de la entente, el escasísimo grosor de las líneas divisorias, la dificultad de barrer para casa, labor elogiable, sin robarle espacios al vecino. Y obviamente, cuanto más parecidos son los proyectos, más dificultades hay para el corte quirúrgico limpio, hasta aquí lo mío sin molestarte, ten cuidado y no me pises que llevo chanclas. Por eso, entre otras razones, la ley d'Hondt en lugar destacado, no para este Ojo de clamar por la unidad de la izquierda. 

¿Difícil, dicen? Pues más difícil todavía, que hemos venido a este mundo a sufrir. Cada parte debe conseguir lo anterior, engordar su granero, es cierto, pero siempre que se cumpla con el objetivo fundamental: que todos estos votos puedan alcanzar una cantidad suficiente para hacer posible la derrota de la coalición PP-Vox, pongan la oreja en tierra y verán cómo se oye el estrépito de los dinosaurios. Traen añadidos, además, los hilillos destrozados de lo que un día fue Ciudadanos, pocos y mal avenidos, pero que siempre estarán ahí para ayudar a su señor: la derecha. 

Dejamos para otro día, al Ojo le faltan datos fiables, intentar averiguar qué hay de cierto en las charlas en voz baja en los mentideros políticos sobre una hipotética salida del Gobierno de Unidas Podemos, motu proprio o provocada. Algo debe saber el inefable Monedero, nada pinta, pero no para de adoctrinar, que desde su confortable banqueta de pub, y tras sopapear a Yolanda Díaz, apuesta porque les echen mejor que irse ellos. 

Locos, estos romanos están locos. 

Adenda. Dice el presidente de Aragón, el socialista Javier Lambán, que hay que ver la mala suerte que han tenido España y el PSOE con aguantar de jefe a Pedro Sánchez, horrible monstruo que todo lo estropea. Poco después proclama con extrema seriedad que nadie dude, por dios y por la virgen del Pilar, de su extrema lealtad a ese íncubo al que un minuto antes ha despreciado. ¿Así son y así piensan los que a sí mismos se llaman socialistas de verdad? ¿Son esos sus valores? ¿Es ese su sentido de la solidaridad, del compañerismo, del respeto a la jerarquía, de arrimar el hombro para lograr un proyecto social y político progresista? Pues que los compren sus más queridos familiares. Como floreros. 

  

Bandera abajo, corredores en marcha, la batalla ha comenzado: los participantes solo son capaces de ver ante sus ojos unas urnas gigantescas; lo demás apenas si existe. No hay amigos, voy más deprisa que tú, así te quedes ahí atrás, aunque sea por una mala lesión. En las elecciones nunca se espera a los heridos, que voto perdido es ocasión ganada por el enemigo. Se acabaron las bromas, parece que han dicho en el Gobierno, y el nombramiento del exministro Juan Carlos Campo y Laura Díez como candidatos al Constitucional ha sido el pistoletazo de salida: ya no estamos en tiempos de dejarnos tomar el pelo con falsas negociaciones a ninguna parte, puro camelo de una derecha sin escrúpulos morales en combinación con unos jueces desvergonzados. 

Quien crea que esta arriesgada decisión del Gobierno, por lo demás moneda corriente en Francia, Alemania o Italia, rompe una partida que hasta ahora se jugaba de manera noble por los contendientes, debería observar con detenimiento las sucias maniobras con las que ha actuado el elenco de tahúres conformado por los genoveses y sus amigos togados, incumpliendo reiteradamente los mismísimos mandatos de la Constitución. Si quieres té, dos tazas, y como sé que te gusta el arroz con leche, por debajo de la puerta te paso un ladrillo. Para chulo, yo, y para pegarse, mi primo. Cierto que el gesto del Gobierno no es bonito, pero bastaría con que fuera efectivo.