Empecemos por el espectáculo, entre zafio y grotesco, de las huestes de Abascal en el Congreso. Arrancó la ridícula performance la diputada Carla Toscano, horas en el espejo para parecerse a la llorada por sus correligionarios Macarena Olona, esa mujer “casi tan brillante como un hombre”, que dijo aquel dirigente de Vox. Pero el volatín más difícil del circo, vean cómo hacemos triples saltos nunca vistos desde la época de los tiranosaurios, llegó con el diputado Víctor Manuel Sánchez del Real, que en plan Estopa, y perdido todo recato, se abrió la camisa como si la juerga flamenca de Camarón ya hubiera llegado al clímax propio de las altas horas de la madrugada. Hombre de físico poderoso y decires tronantes, apostó por el papel de rey godo, quizá Turismundo, a lo mejor Sisebuto. Ya se han publicado por tierra, mar y aire sus chocarrerías contra la ministra Irene Montero y sus afines, más propias de un vulgar patán que de alguien que funge como ideólogo del jefe Abascal, que es lo que es, ni se les ocurra reírle las gracias al energúmeno, así que quedo eximido de transcribirlas. Tildaban de bárbaros los romanos a los godos. ¡Quiénes somos nosotros, mero polvo en el camino, para llevar la contraria a aquellos sabios que hasta construyeron el Acueducto de Segovia!
Va encontrando su camino la extrema derecha que representa Vox, esa mezcla de españolismo cutre -los toros, el mantón, los churros, las medallitas de esta u otra virgen- con la sofisticación, y el dinero, no se olviden nunca de ello, del neoliberalismo más enloquecido, trabajada la extraña amalgama con las técnicas depuradas y muy probadas de los Bannon y compañía, que por ahí andan sus triunfos, Donald Trump como máximo logro de sus maquinaciones y mentiras. El partido de Abascal ya está metido en ese cañón del Colorado que tiene en el griterío, el insulto y la bravuconada su manera de hacer política, pasto imprescindible para repugnantes redes sociales y una prensa de la derecha dizque moderada, pero en realidad indistinguible del panfleto más deleznable.
Claro que esta buscada estrategia de enfangar la política, convertir el Congreso o cualquier otra institución en un albañal es una de las hazañas más recurrentes de la extrema derecha, incluidas las tácticas nazis que llevaron a Hitler al poder. Siempre, siempre, se ha visto apoyada por una derecha melindrosa, escasamente democrática en su fuero interno, continuamente inmersa en la duda de qué hacer frente al salvajismo de estos amantes de la cachiporra, verbal en unos casos, de dura madera en otros. Por un lado, saben que seguirles a la guerra les quita votos de centro, pero necesitan de las grietas que abren -aunque sea a machetazos, qué más da- en la fortaleza del adversario. Tampoco, bien lo saben, pueden enfrentarse a ellos con gallardía y decencia, porque todo parece indicar que están más que dispuestos a echarse en manos de los trogloditas si necesitan sus votos para gobernar, véase Castilla y León. Así que la tinta se extiende y podemos contemplar el ignominioso espectáculo de ver cómo esa derecha bien educada en colegios de pago es incapaz de mostrar cierta decencia y decirles a los godos bocachanclas, como Sánchez del Real, por ahí no queremos acompañarlos, cesen en la bochornosa táctica de chapotear en las sentinas.
Con todo, anda el Ojo más preocupado con otra cuestión, ya expuesta en articulillos anteriores, y me temo que tendremos que abordarla en otros próximos. Se trata de la unidad de la izquierda o, por mejor decir, de la imposible conjunción de las fuerzas progresistas. Es inútil. Y doloroso. Da igual que el Gobierno afiance sus anclajes con la aprobación, mayoría amplia, de los terceros Presupuestos Generales consecutivos, logro inédito en los últimos tiempos, y de un valor difícil de medir en esta época de zozobra y con un gobierno de coalición, obligado a gestar esa mayoría con muy difíciles negociaciones. Andan las cosas medianamente bien encarriladas en economía, gracias a unas relaciones muy trabajadas en Europa, y con cierta holgura podría Sánchez presentar un cuadro decente de todo lo conseguido -a pesar de las siete plagas que nos han ido cayendo, una tras otra- ante las elecciones municipales y autonómicas ahora, en mayo, como en las generales, allá en noviembre. Pero miras a su izquierda y se te encoge el ánimo. ¿Qué hemos hecho para merecer este castigo divino, otro sufrimiento más, miramos hacia el cielo como Scarlett O’Hara y ganas nos dan de gritar “aunque tenga que matar, engañar o robar, a Dios pongo por testigo de que jamás volveré” a votarles?
Es tan obvio que las dos patas, PSOE y los grupos más a la izquierda, deben mantener -o mejorar- su potencia de fuego para ganar las elecciones, y evitar que gane esa derecha terrible del PP y Vox que hemos visto al comienzo, que resulta hasta infantil recordarlo. Pero es que son ellos, tan solo ellos, quienes se han enzarzado en una pelea de gallos implacable, tú quieres mandar más que yo y eso no te lo consiento. Por ahora el cuadro que todo el mundo tiene delante es una pelea feroz entre Sumar y Podemos, como ya hemos contado en esta columna. No insistiremos mucho, pero les dejo con la tragedia griega en la retina de que lleguemos a las elecciones con dos candidatas, Yolanda Díaz, por un lado, y por otro, Irene Montero. Y allá a su frente, como en los versos de Espronceda, Pablo Iglesias. ¿Y usted qué hace aquí? podíamos preguntarle.
Seguro que hay muchos españoles que consideran, ignora el Ojo si son suficientes para renovar mandato, que la labor de este Gobierno se merecería cuatro años de prórroga, tras lucir un abultado rimero de medidas sociales en su haber. Parece menos feo este Frankenstein, incluso hay quien ve cierto atractivo en tanto tornillo, pero es seguro que los posibles votantes nunca van a ver con entusiasmo un gobierno que resulte de sentar en el Consejo de ministros a gentes que se sacan los ojos entre ellos. Delante de todos y, además, haciendo ostentación.
Para matarlos.
Adenda 1: ¿También nos dividimos en el feminismo? ¿Somos incapaces de pactar un texto que sea aceptable por unas y por otras? Es tarea imposible explicar a las buenas gentes que van a ir a votar que señoras jóvenes y menos jóvenes, con un amplio currículo y una devoción por la democracia demostrada en momentos bien difíciles, permitan este triste espectáculo de enfrentamiento y desunión. Un esfuerzo más con esa ley trans, por favor.
Adenda 2. Ya queda menos para que veamos a los muy fanáticos seguidores de Vox en la madrileña plaza de Colón poniéndose los teléfonos en la cabeza rogando a los extraterrestres que viajen hasta la Tierra para derrocar a Pedro Sánchez. Los seguidores de Bolsonaro ya lo han hecho. Tiempo al tiempo.
Empecemos por el espectáculo, entre zafio y grotesco, de las huestes de Abascal en el Congreso. Arrancó la ridícula performance la diputada Carla Toscano, horas en el espejo para parecerse a la llorada por sus correligionarios Macarena Olona, esa mujer “casi tan brillante como un hombre”, que dijo aquel dirigente de Vox. Pero el volatín más difícil del circo, vean cómo hacemos triples saltos nunca vistos desde la época de los tiranosaurios, llegó con el diputado Víctor Manuel Sánchez del Real, que en plan Estopa, y perdido todo recato, se abrió la camisa como si la juerga flamenca de Camarón ya hubiera llegado al clímax propio de las altas horas de la madrugada. Hombre de físico poderoso y decires tronantes, apostó por el papel de rey godo, quizá Turismundo, a lo mejor Sisebuto. Ya se han publicado por tierra, mar y aire sus chocarrerías contra la ministra Irene Montero y sus afines, más propias de un vulgar patán que de alguien que funge como ideólogo del jefe Abascal, que es lo que es, ni se les ocurra reírle las gracias al energúmeno, así que quedo eximido de transcribirlas. Tildaban de bárbaros los romanos a los godos. ¡Quiénes somos nosotros, mero polvo en el camino, para llevar la contraria a aquellos sabios que hasta construyeron el Acueducto de Segovia!
Va encontrando su camino la extrema derecha que representa Vox, esa mezcla de españolismo cutre -los toros, el mantón, los churros, las medallitas de esta u otra virgen- con la sofisticación, y el dinero, no se olviden nunca de ello, del neoliberalismo más enloquecido, trabajada la extraña amalgama con las técnicas depuradas y muy probadas de los Bannon y compañía, que por ahí andan sus triunfos, Donald Trump como máximo logro de sus maquinaciones y mentiras. El partido de Abascal ya está metido en ese cañón del Colorado que tiene en el griterío, el insulto y la bravuconada su manera de hacer política, pasto imprescindible para repugnantes redes sociales y una prensa de la derecha dizque moderada, pero en realidad indistinguible del panfleto más deleznable.