Todo ser humano de nacionalidad española que haya decidido dedicarse a la política, bien por su vocación de servicio a la sociedad, por poner en marcha en la práctica cotidiana aquella ideología que le dicta su conciencia, o incluso porque pretende convertirse en concejal en las listas del PP madrileño y pillar en alguna de las variadas Gürtel, debe tener un ojo en esta semana de noviembre que estamos viviendo, pero el otro en el calendario de pared y más en concreto en el paisaje de las verdes praderas, por ejemplo, que acompañará al mes de mayo. Las elecciones municipales y autonómicas se nos echan encima como un alud imparable, y todo, absolutamente todo lo que se diga, haga o se postergue ahora se pagará entonces. Y luego, claro está, en las generales de noviembre.
Ahí tenemos a Pedro Sánchez y el delito de sedición. Es impensable que el nutrido grupo de asesores del presidente no haya tomado esa decisión con las elecciones de mayo en la nuca, ronroneando pesares y buenaventuras, balanza siempre inestable, que unas veces se decanta hacia un lado y otras hacia el contrario. No quiere decir esto que esa haya sido la razón del anuncio del cambio de ley, por supuesto, pero seguro que se han valorado sus consecuencias. ¿Indultos y sedición le pasarán factura en mayo primero, en noviembre después? La respuesta fácil es sí, pero en política las cosas nunca son como parecen, y quizá esa simpleza en el análisis no nos sirva. Es cierto que la reacción de la oposición, bien masajeada por esos jueces rayanos en la indecencia que siguen apoltronados en sus puestos cuando ya deberían de haber sido cesados hace muchos, muchísimos meses, con un Núñez Feijóo siempre tembloroso, dispuesto a esgrimir la palabra traidor en el aperitivo, el primer plato, el segundo y el postre, podría inclinarnos a apostar por ese desastre para el Gobierno.
Sumemos, además, el fuego amigo de algún barón socialista, García Page siempre en primera línea de formación, dónde hay que decir “no” a lo que haga Sánchez que yo me apunto, y el también generoso con su jefe Lambán, erigiéndose en los poseedores del dogma socialista, sin que nadie sepa en qué riguroso examen han logrado tal título. Sin negar que ha sido una jugada política arriesgada -añádase a los indultos-, pasto para los muchos anticatalanistas -o antinacionalistas, que el tabique es muy fino- que votan PSOE, habrá que confiar en que el momento elegido, tras aprobarse los Presupuestos y reforzar la coalición que le llevó a La Moncloa, ha sido el acertado. Pero, sobre todas las consideraciones, Sánchez siempre podrá esgrimir la razón de fondo de su política de diálogo que ha repetido y repetirá hasta el agotamiento: Cataluña está mejor, infinitamente mejor que hace siete años, entonces dividida y rota. Hoy se vive en paz en Barcelona o Girona y la convivencia entre nacionalistas y no nacionalistas ha enterrado la navaja de muelle en toda España. Olvídense, por supuesto, de los fanáticos de uno y otro signo, Puigdemont o Abascal echados al monte del cuanto peor, mejor.
Tan preocupante o más aparece el panorama a la izquierda del PSOE, que no lo olvidemos es parte del Gobierno, una mano aquí y otra allá lejos. El baranda de este medio describía el domingo a la perfección, con el rigor de los datos, la pugna entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. Lo primero, habría que aclarar, es por qué ignota razón el tertuliano Iglesias aparece como el líder de Unidas Podemos, cuando tal papel, al menos en el papel, nunca mejor dicho, correspondería a Ione Belarra, ministra y secretaria general de la cosa. ¿Qué pinta este señor ordenando a Yolanda Díaz lo que debe o no debe hacer? ¿En calidad de gurú, de chico listísimo porque yo lo valgo, de marido de Irene Montero? Pero este Ojo no quisiera cargar las culpas en uno u otro contendiente, declaro y soy sincero, pero sí gritar a los cuatro vientos, alto y claro, que tal alboroto solo sirve para romper las esperanzas a los ciudadanos que todavía creen que la política debe servir para mejorar sus vidas, hoy agobiados por una crisis galopante y no les apetece sentarse en la primera fila del degradante espectáculo de ver cómo, una vez más, la izquierda se saca los ojos para mayor beneficio de sus enemigos. Esta lista la hago yo y mi segundo va delante del tuyo y si no vamos así, a garrotazos con las piernas hundidas en el barro de la estupidez, a destrozarnos en las próximas elecciones, tiren ustedes sus votos a la basura.
Pero no es solo la izquierda la que debe mirar hacia mayo. Esta derecha que nos ha caído en suertes -¡qué habremos hecho para merecer este castigo!- se equivoca en sentido contrario. De tanto fijarse en las elecciones -único horizonte en su miopía- olvida lo que debe hacer en noviembre. Ya hemos hablado de este Feijóo de rodillas flácidas, tanto como sus convicciones y aun de sus conocimientos generales, pero quizá se vea mejor qué está pasando dentro del PP si nos fijamos en sus extremos más fanáticos. O sea, Isabel Díaz Ayuso. La espectacular marea de ciudadanos que el domingo llenó Madrid, olvídense de las cifras, había mogollón de personal, debería constituir un serio aviso para la prepotente y soberbia reina del vermú, doña Rogelia de MAR, Lasquetty, Ruiz Escudero y otros próceres del lugar, que ha decidido emprender una terrible huida adelante, de su proverbial torpeza hasta la brutalidad de Trump, en una guerra ideológica enloquecida, en la que no diferencia ecología o feminismo del comunismo, esa bestia negra de una ignorante teórica enciclopédica, que no sabe ni un centimillo de ideas políticas y que tiene un totum revolutum en su bien peinada cabeza. ¿Qué será lo próximo? ¿Quizá pedir armas para que el pueblo se defienda, de quién si no, de los fieros comunistas? Haga el ridículo Feijóo sometiéndose a tan estúpidos designios y pague él solo las consecuencias.
Posdata. Y ya que hablamos de Madrid, este Almeida tan peregrino, ¿acaso no podía haber situado ese vomitivo legionario, esculpido además sin cabra, nunca te lo perdonaré, Almeida, lejos de ese elegante cubo, monumento a la Constitución de 1978, tan opuesto a las repugnantes arengas y criminales acciones de ese Millán Astray que tanta admiración despierta en este inefable alcalde?
Todo ser humano de nacionalidad española que haya decidido dedicarse a la política, bien por su vocación de servicio a la sociedad, por poner en marcha en la práctica cotidiana aquella ideología que le dicta su conciencia, o incluso porque pretende convertirse en concejal en las listas del PP madrileño y pillar en alguna de las variadas Gürtel, debe tener un ojo en esta semana de noviembre que estamos viviendo, pero el otro en el calendario de pared y más en concreto en el paisaje de las verdes praderas, por ejemplo, que acompañará al mes de mayo. Las elecciones municipales y autonómicas se nos echan encima como un alud imparable, y todo, absolutamente todo lo que se diga, haga o se postergue ahora se pagará entonces. Y luego, claro está, en las generales de noviembre.
Ahí tenemos a Pedro Sánchez y el delito de sedición. Es impensable que el nutrido grupo de asesores del presidente no haya tomado esa decisión con las elecciones de mayo en la nuca, ronroneando pesares y buenaventuras, balanza siempre inestable, que unas veces se decanta hacia un lado y otras hacia el contrario. No quiere decir esto que esa haya sido la razón del anuncio del cambio de ley, por supuesto, pero seguro que se han valorado sus consecuencias. ¿Indultos y sedición le pasarán factura en mayo primero, en noviembre después? La respuesta fácil es sí, pero en política las cosas nunca son como parecen, y quizá esa simpleza en el análisis no nos sirva. Es cierto que la reacción de la oposición, bien masajeada por esos jueces rayanos en la indecencia que siguen apoltronados en sus puestos cuando ya deberían de haber sido cesados hace muchos, muchísimos meses, con un Núñez Feijóo siempre tembloroso, dispuesto a esgrimir la palabra traidor en el aperitivo, el primer plato, el segundo y el postre, podría inclinarnos a apostar por ese desastre para el Gobierno.