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Eso es mentira, Marily. Sí, pero déjame acabar

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Obviamente, ustedes no saben en qué consiste el síndrome Marily. Se lo voy a explicar. Cuando el Ojo era un pimpollo púber, allá por el pleistoceno, tenía el placer de asistir a los espectáculos que su prima Marily proporcionaba a los concurrentes a las reuniones familiares. Rubia y pizpireta, mantenía embobados a padres, tíos y primos con unas historias largas y llenas de incidentes fantasiosos. Comenzaba por ejemplo con un bucólico paseo por el campo, pero pronto la cosa se complicaba con la aparición de personas y animales totalmente improbables. “Entonces, el perro, que tenía dos cabezas…”, narraba entusiasmada mi prima. Alguno de los mayores, en ese u otro momento similar, intentaba poner freno a la cascada de despropósitos: “Eso es mentira, Marily”. Pero mi prima era imparable: “Sí, es mentira pero déjame acabar”. Gran semana la pasada para un PP –y alguien más- gravemente aquejado del síndrome Marily. 

Es mentira lo que decimos de Venezuela, podrían gritar el bocazas de González Pons o el notario de causas perdidas Núñez Feijóo, pero déjennos acabar, que nosotros vamos a lo nuestro. No les ha importado lo más mínimo que el mismísimo Edmundo González haya negado la mayor –las presiones del gobierno español- para ellos seguir con los ataques a Sánchez, Albares y, por supuesto, Rodríguez Zapatero, un tipo aún más canalla que el actual sátrapa que okupa La Moncloa, al decir de sus habituales portacoces. Da lo mismo, que para ellos la dignidad es una marca de after-shave. Claro que quizá ustedes no sepan, si no son lectores de la prensa más sucia de Occidente, esto es, de nuestra fiel infantería, que el tal Edmundo González, en un determinado momento gran adalid de la democracia, al que había que encumbrar –aseguraban hace una semana- a lo más alto del poder en Venezuela, ejemplo de impecable demócrata, ha resultado un chisgarabís de tres al cuarto. Un traidor, en realidad. Esto dice de él Arcadi Espada en El Mundo (véase El Catavenenos del domingo pasado): “La heroica oposición está obligada a diseñar una estrategia que encare la contradicción flagrante: un presidente electo no puede ser un presidente huido. Por Madrid se pasea estos días alguien que no existe. En el escamoteo del cobarde se aprecian también las huellas del pensamiento feminoide que domina la discusión contemporánea”. Y Salvador Sostres, en Abc, para qué la decencia, da el penúltimo martillazo al clavo: “El doctor [Edmundo] González, que sabía cómo era Maduro mucho antes, se presenta a las elecciones, utiliza de carnaza a los suyos y cuando las cosas se ponen feas les abandona a su suerte, sin ningún escrúpulo. Su comunicado exonerando al Gobierno de presiones es una humillante bandera blanca de rendición”. Justo castigo se lleva el otrora héroe por decirle a Núñez Feijóo “eso es mentira, Marily”. 

Como preocupantes son sus muchas falsedades y utilizaciones espurias de la emigración, que en su enloquecido afán de robarle espacio a Vox, Feijóo se ha llegado hasta Italia para piropear a Giorgia Meloni y sus campos de concentración en Libia o Argel, por no hablar de Albania. Este asunto es más peligroso, que Venezuela pasará pronto como eje del discurso, ya lo verán, pero los daños causados por la demagogia con los inmigrantes tiene peor solución, máxime cuando el líder del PP, desesperado, se sube al carro de la extrema derecha europea, cordón sanitario ya roto también la semana pasada para golpear a Sánchez en la cara de Maduro. Ahí está el PP, chapoteando en la mentira y la hipérbole, que es otra manera de engañar. ¿Qué tontería es ésa, tan aplaudida, coreada y amplificada por su prensa de cabecera, de comparar a Sánchez con Franco? Poco debieron sufrir esas ínclitas huestes durante la oprobiosa y terrible dictadura cuando de manera así de frívola se atreven a poner en un mismo plano a uno y otro, a un régimen salvaje y a otro democrático, mayoría en el Congreso, así se les lleven los demonios de la derrota. 

También dan ganas, en no pocas ocasiones, de parar las diatribas de Miriam Nogueras, por ejemplo, y gritar desde el gallinero del Congreso: “Eso es mentira, Marily”. O se podría poner en cuarentena, cuando menos, la actuación de cambio de gorras de su gran jefe de filas en esa huida permanente para no enfrentar lo que todos ya tuvieron que sufrir arrastrados por el héroe de Waterloo. Ya hemos hablado aquí largo y tendido de los dioses-jueces, Marchena y Llarena en el primer lugar del Olimpo, pero es difícil justificar el blandiblú  de la acción política de Puigdemont, imposible de saber por dónde va a derrapar la viscosa masa verde. La política, o eso creíamos cuando éramos jóvenes, era una cosa un poco más honorable. ¿Gritarles alguna vez algo similar a Díaz, Errejón o Iglesias? También, también. 

Pero van a permitir al Ojo que entre en terreno pedregoso y se muestre no ya escéptico, sino francamente enfadado, por esa balbuciente Regeneración Democrática del gobierno Sánchez. Batiburrillo jurídico, deberes y derechos entremezclados en un popurrí sin gracia, engrudo más que sancocho, menestra de verduras donde la zanahoria no sabe a zanahoria ni la judía verde a judía verde. No se entiende qué pretendían hacer nuestros próceres con estas 31 medidas en las que al igual que hacía Lee Marvin, hay que vaciar todo el texto y pasarlo por grandes cedazos para encontrar un par de pepitas de oro. ¿Qué tiene que ver la obligatoriedad de los debates electorales con la inscripción de los dueños de los medios? Se iba a luchar contra la mentira y los bulos, pero los mayores propagadores de ellos, en una gigantesca labor de aquella máxima de la mejor defensa es un buen ataque, han conseguido, con su guerra preventiva, congelar tal empuje y convertir el anunciado y cacareado Plan de Regeneración Democrática en una nadería. No se han atrevido a levantar la cabeza para gritar “Es mentira, Marily, sabemos quiénes sois los mentirosos” y han camuflado algunas buenas medidas en un fárrago de ingenuas cartas a los reyes magos para hacerse perdonar. Los árboles no han dejado ver el bosque y el monte parió un ratón, que a frases hechas no nos gana nadie.  

¿En contra de esas medidas? No, simplemente que no sirven para nada. Claro que había que trasponer la directiva europea sobre el asunto o está muy bien actualizar la regulación sobre el derecho al honor y el derecho de rectificación, que ambas datan de hace más de cuatro décadas y están claramente obsoletas. Bien esa comisión parlamentaria, oculta tras la hojarasca de tantas frases vacías. Pero nada se dice de cómo –o con qué apoyos, de votos y de profesionales- se van a llevar a cabo esas reformas, ¡en tres años! Han dado pie al insulto más grosero, desde censores a dictadores, pasando por franquistas o fraguistas, sin que se vislumbre a qué cielos límpidos y claros nos conducen tales disposiciones. Sobra verborrea, falta contundencia.

Sólo nos queda la esperanza, decía Medina Azahara, de que todo haya sido una gran envolvente inteligentísima del Gobierno, y que poco a poco se vayan afilando las intenciones y se arme un conveniente desbroce de los puerros por un lado y las alcachofas por otro. Se compra el mueble adecuado en Ikea, y este tema de las comparecencias obligadas en el Parlamento se mete en ese cajón y esto de los bulos lo llevamos a aquel otro. Y ya, limpios de polvo y paja, podríamos dedicarnos a hincar el diente en serio a todo lo que hayamos guardado en esta gaveta, y así intentar que las insidias o la maledicencia gravemente acusatorias, sin datos en los que basarse, se paseen por el espacio sideral felices y saltarines como cualquier multimillonario de Elon Musk. 

Les voy a poner deberes a ustedes, que igual que el Ojo, son sin duda absolutos defensores de la libertad de expresión y consideran que los medios de comunicación constituyen un armazón esencial de los sistemas democráticos. Sabe bien quien esto escribe, varias décadas en el oficio, que en el pantano se moría engullido por las arenas movedizas. Pero ése no es motivo para no arriesgarse a que te lapiden por chivato o mal compañero. Dicen que perro no come perro, pero el Ojo nunca ha seguido la máxima, porque considera un deber de los médicos honrados denunciar al deshonesto, de los jueces limpios desnudar al corrupto, de los periodistas que ejercen con rigor su profesión señalar a los cantamañanas, máxime cuando se trata de enloquecidos conspiranoicos. El silencio entre gánsteres se llama omertá y es el código de honor de los mafiosos. Ahí no encontrarán al Ojo. 

A lo que íbamos. Deberes, como en el colegio. ¿Pasamos de largo por este párrafo de Federico Jiménez Losantos en Libertad Digital, domingo 22?: “Hay que asumir que nuestra diplomacia ha actuado, y actúa desde hace tiempo, no como socio del narcotráfico bolivariano, sino como un camello de segundo nivel, encargado de vigilar la esquina de la Unión Europea, a ver cómo van las ventas del polvo blanco y el dinero negro. Qué vergüenza”. ¿Actúa la diplomacia española, y por tanto el gobierno de Pedro Sánchez, como un traficante de drogas, un vulgar camello y como tal un grave delincuente? ¿Qué ministros y qué policías se encargan de este bochornoso trabajo? ¿Tiene pruebas el susodicho periodista para mantener esa gravísima acusación? Así que ante este texto, usted, listísimo lector, ¿qué cree que se debería hacer, si es que fuera menester tomar alguna medida? Es más, ¿podríamos hallar respuesta en las 31 propuestas del Gobierno para enfrentar acusaciones de este jaez, un mero ejemplo de otras muchas?

A ver qué nota les ponen los profes. 

Adenda. Benjamin Netanyahu actúa como un criminal de guerra, y tanto su Ejército –asesinando niños o tirando desde la terraza cadáveres de palestinos –como sus servicios de Inteligencia, el Mosad –listos, quizá, facinerosos, sin duda- son sus complacientes brazos ejecutores. Como los dirigentes mundiales que les venden armas y más armas, Estados Unidos en primer lugar, o justifican sus sangrientos desmanes –más de 35.000 muertos- . Y no olvido a todos los israelís que mantienen con sus votos y su cómplice aquiescencia a la coalición gubernamental que manda en Israel, un hatajo de salvajes. 

Colérico, sí.   

Obviamente, ustedes no saben en qué consiste el síndrome Marily. Se lo voy a explicar. Cuando el Ojo era un pimpollo púber, allá por el pleistoceno, tenía el placer de asistir a los espectáculos que su prima Marily proporcionaba a los concurrentes a las reuniones familiares. Rubia y pizpireta, mantenía embobados a padres, tíos y primos con unas historias largas y llenas de incidentes fantasiosos. Comenzaba por ejemplo con un bucólico paseo por el campo, pero pronto la cosa se complicaba con la aparición de personas y animales totalmente improbables. “Entonces, el perro, que tenía dos cabezas…”, narraba entusiasmada mi prima. Alguno de los mayores, en ese u otro momento similar, intentaba poner freno a la cascada de despropósitos: “Eso es mentira, Marily”. Pero mi prima era imparable: “Sí, es mentira pero déjame acabar”. Gran semana la pasada para un PP –y alguien más- gravemente aquejado del síndrome Marily. 

Es mentira lo que decimos de Venezuela, podrían gritar el bocazas de González Pons o el notario de causas perdidas Núñez Feijóo, pero déjennos acabar, que nosotros vamos a lo nuestro. No les ha importado lo más mínimo que el mismísimo Edmundo González haya negado la mayor –las presiones del gobierno español- para ellos seguir con los ataques a Sánchez, Albares y, por supuesto, Rodríguez Zapatero, un tipo aún más canalla que el actual sátrapa que okupa La Moncloa, al decir de sus habituales portacoces. Da lo mismo, que para ellos la dignidad es una marca de after-shave. Claro que quizá ustedes no sepan, si no son lectores de la prensa más sucia de Occidente, esto es, de nuestra fiel infantería, que el tal Edmundo González, en un determinado momento gran adalid de la democracia, al que había que encumbrar –aseguraban hace una semana- a lo más alto del poder en Venezuela, ejemplo de impecable demócrata, ha resultado un chisgarabís de tres al cuarto. Un traidor, en realidad. Esto dice de él Arcadi Espada en El Mundo (véase El Catavenenos del domingo pasado): “La heroica oposición está obligada a diseñar una estrategia que encare la contradicción flagrante: un presidente electo no puede ser un presidente huido. Por Madrid se pasea estos días alguien que no existe. En el escamoteo del cobarde se aprecian también las huellas del pensamiento feminoide que domina la discusión contemporánea”. Y Salvador Sostres, en Abc, para qué la decencia, da el penúltimo martillazo al clavo: “El doctor [Edmundo] González, que sabía cómo era Maduro mucho antes, se presenta a las elecciones, utiliza de carnaza a los suyos y cuando las cosas se ponen feas les abandona a su suerte, sin ningún escrúpulo. Su comunicado exonerando al Gobierno de presiones es una humillante bandera blanca de rendición”. Justo castigo se lleva el otrora héroe por decirle a Núñez Feijóo “eso es mentira, Marily”.