Hágase la luz y la luz se hizo. Reunidas todas las fuerzas de la derecha que debían estar, políticas, económicas y mediopensionistas, llegaron al fin, tras varias horas de concienzudo análisis demoscópico a una decisión común y consensuada: el PP, solo con sus votos, no ganará jamás unas elecciones con margen para gobernar en solitario, así que se necesitan socios para una inevitable coalición que consiga el objetivo prioritario, echar a los rojos del poder. ¿Habrá pactos aunque los socios se coman a los niños crudos? Como si antes los asan, se dijeron.
Así que una vez elegido un nuevo presidente de toda la vida y probada obediencia, el encargo fue sencillo: Alberto Núñez Feijóo repetirá los pactos de Gobierno con Vox una y otra vez, y si son necesarias sus papeletas, habrá gobierno de coalición en Andalucía, primero y, por supuesto, también en Madrid, donde la reina del vermú así lo quiere y lo desea. Los habrá en las comunidades y ayuntamientos en los que sea necesario y finalmente, si a ello se llegara, también para alcanzar La Moncloa. No es una opinión caprichosa de este Ojo, es simplemente el único objetivo posible que se desprende, puro correlato lógico, de las primeras acciones de Núñez y las justificaciones en las que las ha sustentado. El pacto es de hierro: PP-Vox.
A partir de ahí, no se despisten, ni dejen que la ideología -o la decencia democrática, peligrosa consejera- les nuble la vista. Da igual lo que haga o diga Núñez con su conocido tono melifluo, como corresponde a quien está acostumbrado a ocultar siempre la verdad. Cree el nuevo líder que sus jeribeques para sortear la realidad son pruebas de un innato saber gallego, más pillo que nadie. Se equivoca, porque todos le tenemos anotada la matrícula desde hace mucho. Ahora ha decidido no ir tampoco a la toma de posesión de Alfonso Fernández Mañueco, como si el presidente de Castilla y León perteneciera a otro partido, y se ha inventado no se sabe qué gaitas. Con perdón. Pues, no, la ausencia no es muestra de una mente maquiavélica, sino la constatación de que Núñez es un tipo de esos que tira la piedra y esconde la mano, un vulgar caradura que no merece ningún respeto.
Da igual si a partir de ahora Núñez quiere jugar a la moderación en las formas o a intentar parecer un funcionario de primorosa educación. Pura filfa, mala comedia. Por supuesto que puede pactar en otras cuestiones que le den imagen y empaque de tolerante, tal que el gobierno de los jueces. Pero ya puede vestir todos los trajes de la mesura y la circunspección que haya en el mercado, que nada servirá para engañarnos. El plan ya está trazado por él y todas las fuerzas económicas y políticas que le sustentan, y como en el cuento de Pulgarcito, bastará seguir las miguitas de pan y terminar la línea de los puntos señalados, como en los tebeos, para encontrar el destino final que importa: gobiernos de coalición con Vox. Lo tienen teorizado sus voceros y servidores del partido, con una frase que han grabado a fuego en el frontispicio de su estrategia: el pacto con Vox “garantiza la estabilidad y la gobernabilidad, y evita una repetición de elecciones”. Lo han dicho en Castilla y León, sin que se les moviera un pelo del bigote, y lo van a repetir donde haga falta, sea con Moreno Bonilla en Andalucía o con la hermana de Tomás Díaz Ayuso, sus comisiones, en Madrid.
Y así es y así será porque la primera vez que el PP ha cometido la ignominia, aprovechando el paralizante estado de guerra pospandemia y una situación económica machacada por ambas tragedias, ha sido todo un éxito. Había que perder el miedo a Vox y el PP les ha dado la pátina de respetabilidad que necesitaban. Ya están bendecidos. La barbaridad democrática ha pasado por la garganta de la ciudadanía como un suave elixir, quizá de sabor amargo para algunos, pero nada que nos haga levantarnos de los asientos y salir a la calle para clamar contra el desmán. Mucha, muchísima prensa adicta tiene Núñez, él lo sabe muy bien, mientras los medios estatales se mantienen en una falsa ecuanimidad que solo beneficia, como siempre lo hacen quienes se lavan las manos, a los agresores y nunca a las víctimas. Da vergüenza ver en Radio Nacional o en Televisión Española qué exquisita medición aplican al demócrata y al antidemócrata. ¿Es lo mismo uno que otro? Con su pan se lo coman.
¿Esperanzas de salvación? Claro, que antes de llegar a las generales hay que partir otros bacalaos. Los socialistas, la izquierda en general y los ciudadanos que no estamos dispuestos a dejarnos gobernar por esa extrema derecha, algo tendremos que decir. Y actuar en consecuencia. Ahora ya sabemos cuál es el plan de la derecha de verdad, sin que nos tome el pelo el brumoso señor que llega de Galicia. Son ellos quienes han querido jugar el camino de máximos. Tenían un arma letal y han decidido utilizarla. Así que se han quedado desnudos y nosotros los vemos. Seguro que tenemos soluciones para enfrentarnos en las urnas, que es lo que hacen los ciudadanos decentes. ¿Pero sabemos los demócratas cómo debemos responder a tal envite? Se admiten ideas. Convendría que fueran rápidas y brillantes. Gracias.
Adenda: Lo mejor debió ser cuando Luis Medina llamó desde su yate Feria al Ferrari de Alberto Luceño, seis millones de euros en comisiones “pa la saca”, y le contó aquello de que el alcalde Almeida le había llamado para agradecerle la donación de material sanitario. Muy amable, Luis, muy amable, hay que ver cómo eres de generoso y magnánimo, diría melindroso, tal cual es, el primer edil madrileño. ¡Qué risas se pegarían los señoritos del pan pringao! ¿Se puede ser más ridículo que José Luis Martínez Almeida?
Hágase la luz y la luz se hizo. Reunidas todas las fuerzas de la derecha que debían estar, políticas, económicas y mediopensionistas, llegaron al fin, tras varias horas de concienzudo análisis demoscópico a una decisión común y consensuada: el PP, solo con sus votos, no ganará jamás unas elecciones con margen para gobernar en solitario, así que se necesitan socios para una inevitable coalición que consiga el objetivo prioritario, echar a los rojos del poder. ¿Habrá pactos aunque los socios se coman a los niños crudos? Como si antes los asan, se dijeron.
Así que una vez elegido un nuevo presidente de toda la vida y probada obediencia, el encargo fue sencillo: Alberto Núñez Feijóo repetirá los pactos de Gobierno con Vox una y otra vez, y si son necesarias sus papeletas, habrá gobierno de coalición en Andalucía, primero y, por supuesto, también en Madrid, donde la reina del vermú así lo quiere y lo desea. Los habrá en las comunidades y ayuntamientos en los que sea necesario y finalmente, si a ello se llegara, también para alcanzar La Moncloa. No es una opinión caprichosa de este Ojo, es simplemente el único objetivo posible que se desprende, puro correlato lógico, de las primeras acciones de Núñez y las justificaciones en las que las ha sustentado. El pacto es de hierro: PP-Vox.