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Y nosotros aquí, sin oráculo de Delfos

13 de mayo de 2024 21:43 h

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Con personas, que todo se entiende mejor. Salvador Illa, gran triunfador. Tiene la victoria un mérito indiscutible, porque es evidente que todos estaremos de acuerdo en que Illa, ahí lo tienen, mírenlo y escúchenle, es el prototipo exacto del antihéroe. Soso es decir poco, aburrido se acerca un poco más a la definición. Pero ha ganado, y de lejos. Es el triunfo, permitan la elucubración, de la política inteligente y eficaz, la que se hace fuera de los focos, la que se basa en hechos o promesas creíbles. Un tipo firme, serio y riguroso, al que la infame campaña de la derecha, esa sucia basura de las mascarillas y la comparecencia en el Senado, apenas si le ha rozado. Illa tenía, además, una generosísima mochila cargada hasta los topes por el presidente del Gobierno y su jefe de filas, Pedro Sánchez. Y ahí contemplan ustedes a quien debe compartir la medalla de oro del pódium. Una política arriesgada, suicida decían muchos, que culmina con la amnistía, ha logrado sus dos objetivos en estas elecciones: encumbrar al PSC con su mejor resultado de la historia, y acabar con el mito de la invencibilidad del nacionalismo -hoy independentismo- que se ha quedado no lejos, lejísimos, de sus aspiraciones de mayoría. Un mundo se está acabando, quedarán retazos por mucho tiempo, y una época nueva llega para Cataluña, aunque la criatura tardará en hacerse mayor. 

Carles Puigdemont, a falta de otros méritos políticos o intelectuales, mantiene intacta su capacidad de embarrar todo lo que toca. Su gestión de 2017 fue tan caótica que cuesta recordarla: proclamación de la República Catalana para inmediatamente anularla. Y desde entonces, con la inestimable ayuda de la derecha española y los excelentísimos magistrados que tanto queremos, hablaremos luego de ellos, toda su actuación pública ha sido un caos de ahora voy y ahora vengo. Dice que se presentará para ser investido president. Su única posibilidad, que Illa se abstenga en la segunda votación, donde se requiere mayoría simple, esto es, más votos para el sí que para el no. Votarían a favor Junts, Esquerra y CUP; los dos diputados nuevos de la fascista Aliança Catalana importan un bledo. O sea, 59 o 61. Evidentemente, el PP y Vox suman solo 26, pero si se les sumara el voto negativo de Illa, alcanzarían los 78, muchos más que los positivos. Puigdemont necesitaría pues, para ser elegido, que el PSC se abstuviera. La jugada, en fin, es puro teatro, lo tuyo es puro teatro, fingiendo qué bien te queda el papel, después de todo parece que es esa tu forma de ser, que cantaba La Lupe. Únicamente cabe pensar en estas circunstancias que Puigdemont quiere explotar hasta el vampirismo asesino sus siete votos en Madrid, con una amenaza obvia a Sánchez de retirarle su apoyo. 

Y ante esta evidente extorsión, ¿tiene el presidente español alguna salida? Varias. Una, confiar en la palabra del líder de Junts, me retiraré si no soy investido presidente. Pues venga, pague la apuesta y váyase p’al carajo. Dos, y más importante, la llave de la amnistía, que tiene prevista su aprobación para el día 30. O no. Que ya inventará el Gobierno alguna pirueta de triple salto con salida en bucle para alargar la angustiosa espera. Y todo en este puesto de variantes, lleno de pepinillos, berenjenas de Almagro, aceitunas con y sin hueso, piparras y cebollitas encurtidas, se produce mientras todos los partidos se pegan en la campaña para las europeas del 9 de junio. Así que tranquilidad, que nuestro pequeño mundo catalán gira despacio, muy despacio. Apenas si hemos empezado a negociar. No se me amontonen, que las prisas no conducen nunca a un fin acertado.

 Aragonés se ha retirado. Claro. Cuatro derrotas son muchas. Primero, con Illa, después con Junts, más allá con Junqueras y, sobre todo, consigo mismo. Fracaso terrible. Así que como pollo sin cabeza visible, la ley todavía impide a Junqueras presentarse a nada, saber qué hará el partido en las próximas horas es todo un misterio, imposible de desentrañar. ¿Buen resultado para Fernández y Núñez Feijóo? Bueno, pero siguen en la irrelevancia más absoluta en Cataluña, como ya les pasó en el País Vasco. Su mejora, obvia y evidente, obtenida también como resultado de la bajada del suflé propiciado por su odiado Sánchez, al que siguen insultando, erre que erre, no les sirve para nada. Como a Abascal y Garriga, que me quede como estoy. Y sí, gran éxito de los votantes catalanes, que baten el récord mundial de tener a dos formaciones de ultraderecha en el Parlamento, todo un lujo sólo al alcance de una sociedad tan dividida. Unos son xenófobos y racistas en español, y los otros en catalán. Els Comuns se salva del desastre por los pelos, pero sus datos auguran pocas alegrías para Sumar, y la CUP cae arrastrada por el manifiesto declive del independentismo. De Ciudadanos no hablamos. Porque no existe. Kaput. Véase PP. 

Así que tenemos algunas certezas, el éxito de Illa y de la política de Sánchez, la columna siempre en medio de Puigdemont, el desastre de Esquerra y el ascenso en escaños y votos de la derecha, pero seguimos con muchas dudas. Entre ellas, que todavía queda la posibilidad abierta de tener que ir a unas nuevas elecciones. Nadie dice quererlas, pero la estupidez humana no conoce límites. Y luego, por supuesto, si Illa se animará a gobernar con el único apoyo de Els Comuns y el socorro externo de Esquerra, ese arcano dentro de un enigma. ¿Y en Madrid, cómo se resentirá el equilibrio desequilibrado de Sánchez? Pues vayan ustedes a saber, pero ya me contarán si a Esquerra o a Junts les puede interesar un Gobierno del PP y Vox. Ya, regañan al Ojo porque no les da seguridades de nada. Pues hala, busquen el ónfalos, recurran a la pitonisa o al tarot.  

Aunque en realidad, todas estas enrevesadas elucubraciones, demasiadas incógnitas en una ecuación imposible, carecerían de importancia si los españoles de bien, de una vez por todas, deciden tomar el timón de este doliente país y sacar a nuestra querida España de este pantano de miseria e ignominia en el que nos ha hundido ese ser tiránico, un déspota, eso es lo que es, que se llama Pedro Sánchez y que manda, por decir algo, en un gobierno lleno de perroflautas bolivarianos, estalinistas y sangrientos defensores a muerte de los terroristas de Hamás. ¡A ver, elévese hasta la gloria esa derecha digna y valiente, heroica por su resistencia, cristiana por su formación, bizarra y gallarda porque en sus venas corre sangre de Viriato, don Pelayo, el Cid, Millán Astray y hasta de Manolete y Paquirri, esos mártires por la autenticidad de la Fiesta Nacional! 

Porque la decisión, atrevida, bien es verdad, es en el fondo muy sencilla: acabemos con esta farfolla de las elecciones democráticas, pongamos fin a la mamandurria de los partidos y los sindicatos, echemos al mar a nacionalistas, feministas y otros istas que se les ocurran, tan deleznables como los citados. Culminemos de una vez este golpe de Estado de baja intensidad que llevan dando ilustres servidores de la Ley años y años, y entronicemos en el poder, presidente del Gobierno, por ejemplo, sin más demora ni disculpas de mal pagador, al Excelentísimo Señor don Manuel Marchena Gómez, presidente que es de la Sala Segunda del Tribunal Supremo. De ministros, los jueces restantes de la misma Sala, y si nos falta alguno, búsquense entre las amistades y compañeros de toga del susodicho Excelentísimo. El Ojo no tiene ninguna duda de que sobrarían los aspirantes. Los tienen ahí mismo: intentando destruir todo lo que hace el Gobierno, ahogando los nombramientos, cómplices o protagonistas de cacerías indignas contra la izquierda o los representantes del nacionalismo, como hemos visto hasta hartarnos. Han decidido sus señorías, sin que nadie los haya elegido para esa tarea, en erigirse en los árbitros supremos que deciden, embebidos en sus códigos de Hammurabi y ebrios de oposiciones, dónde está la bondad y dónde la maldad, qué es democracia y qué es dictadura, quiénes representan a la libertad y quiénes a la tiranía.   

Dado que es él quien manda en el Partido Popular, y cuyo ejemplo es luz y guía para tantísimos jueces de todo el Estado, salgamos a la calle con nuestras togas y nuestras puñetas contra el Gobierno de España, legalmente constituido, que a ridículo no nos gana nadie, dejémonos de hacer el paripé y tome el partido de Génova de una vez por todas la decisión soñada: ni Núñez, tan inane, ni Moreno, tan soso, ni Díaz Ayuso, tan Miguel Ángel Rodríguez: Marchena for president, vayan imprimiendo sus camisetas. Porque entonces, sólo entonces, habrá paz en este país. Ya está bien esta estupidez de que pueda gobernar la izquierda. ¿Zapatero, Sánchez? Puaj. Marchena y sus mariachis al poder. ¿Preguntan por el Rey? Pues allí, en La Zarzuela, oteando el horizonte.

Vivero de altos cargos: su prensa adicta, esa a la que tanto defiende el PP, cuán osados y valientes sois en vuestra lucha contra la tiranía, los anima Cuca Gamarra. Por ejemplo. 

Adenda. Es doloroso asistir al infame espectáculo de nuestra derecha -y sus heraldos negros de los medios de la caverna- ante la situación en Gaza y alrededores. Pretenden que luchar para que se frene la masacre que se ha llevado a miles y miles de palestinos, niños incluidos, es aplaudir a Hamás y sus métodos terroristas. ¡Qué canallas! Por activa y por pasiva se han condenado los actos salvajes de aquel ataque del 7 de octubre y todos esos actos desalmados, como no podía ser de otra manera. Hasta las autoridades norteamericanas están criticando con dureza -cierto que son sólo eso, palabras- las salvajadas sin nombre de Netanyahu y su rabioso Ejército. Aquí, ni eso. ¡Son tan miserables!  

Con personas, que todo se entiende mejor. Salvador Illa, gran triunfador. Tiene la victoria un mérito indiscutible, porque es evidente que todos estaremos de acuerdo en que Illa, ahí lo tienen, mírenlo y escúchenle, es el prototipo exacto del antihéroe. Soso es decir poco, aburrido se acerca un poco más a la definición. Pero ha ganado, y de lejos. Es el triunfo, permitan la elucubración, de la política inteligente y eficaz, la que se hace fuera de los focos, la que se basa en hechos o promesas creíbles. Un tipo firme, serio y riguroso, al que la infame campaña de la derecha, esa sucia basura de las mascarillas y la comparecencia en el Senado, apenas si le ha rozado. Illa tenía, además, una generosísima mochila cargada hasta los topes por el presidente del Gobierno y su jefe de filas, Pedro Sánchez. Y ahí contemplan ustedes a quien debe compartir la medalla de oro del pódium. Una política arriesgada, suicida decían muchos, que culmina con la amnistía, ha logrado sus dos objetivos en estas elecciones: encumbrar al PSC con su mejor resultado de la historia, y acabar con el mito de la invencibilidad del nacionalismo -hoy independentismo- que se ha quedado no lejos, lejísimos, de sus aspiraciones de mayoría. Un mundo se está acabando, quedarán retazos por mucho tiempo, y una época nueva llega para Cataluña, aunque la criatura tardará en hacerse mayor. 

Carles Puigdemont, a falta de otros méritos políticos o intelectuales, mantiene intacta su capacidad de embarrar todo lo que toca. Su gestión de 2017 fue tan caótica que cuesta recordarla: proclamación de la República Catalana para inmediatamente anularla. Y desde entonces, con la inestimable ayuda de la derecha española y los excelentísimos magistrados que tanto queremos, hablaremos luego de ellos, toda su actuación pública ha sido un caos de ahora voy y ahora vengo. Dice que se presentará para ser investido president. Su única posibilidad, que Illa se abstenga en la segunda votación, donde se requiere mayoría simple, esto es, más votos para el sí que para el no. Votarían a favor Junts, Esquerra y CUP; los dos diputados nuevos de la fascista Aliança Catalana importan un bledo. O sea, 59 o 61. Evidentemente, el PP y Vox suman solo 26, pero si se les sumara el voto negativo de Illa, alcanzarían los 78, muchos más que los positivos. Puigdemont necesitaría pues, para ser elegido, que el PSC se abstuviera. La jugada, en fin, es puro teatro, lo tuyo es puro teatro, fingiendo qué bien te queda el papel, después de todo parece que es esa tu forma de ser, que cantaba La Lupe. Únicamente cabe pensar en estas circunstancias que Puigdemont quiere explotar hasta el vampirismo asesino sus siete votos en Madrid, con una amenaza obvia a Sánchez de retirarle su apoyo.