Abandonad toda esperanza. Los republicanos ya no existimos o, cuando menos, no pintamos absolutamente nada en el panorama de esta España que se rompe, ay, a pedazos. Claro que los partidos a la izquierda del PSOE apuestan, allá en lontananza, por la desaparición de la monarquía. Pero por ahora, poca gresca han montado. Así que este martes, 31 de octubre del año 2023, la princesa Leonor jurará la Constitución en un acto de estrepitosa fanfarria en el Congreso de los Diputados, engalanado como jaca jerezana para la ocasión. Dicen que no va al acto solemne, aunque sí merendará tan ricamente en el Palacio de El Pardo, sin que a nadie, al parecer, le ofenda tal desvergüenza, ese señor defraudador y enamoradizo que ahora vive en los Emiratos Árabes, qué buen lugar para rascarse la barriga y recontar una y otra vez sus muchos millones como hacía el tío Gilito. Tampoco asistirá Sofía de Grecia, víctima de los afrentosos actos que han dado merecida fama al malhadado truhán.
Con tan pomposo acto, ennoblecido por todas las autoridades de alto, mediano e incluso bajo rango, bendecimos los ciudadanos por ellos representados la continuidad de la monarquía instaurada por Francisco Franco Bahamonde y refrendada en la Constitución que se aprobó el 6 de diciembre de 1978 por el 87,78 % de los votantes, que representaba el 58,97 % del censo electoral. Sin entrar en mayores detalles, hay constitucionalistas de peso en este medio como para atreverse a ahondar en selvas legales, recordaremos dos o tres artículos del texto entonces aprobado y que aún, como todos sabemos, sigue totalmente vigente.
Obvien los problemas de género, eran otros tiempos, y empecemos. “Título Preliminar, Artículo I, apartado 3: La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”. Claro queda. “Título II. De la Corona. Artículo 56, apartado 3. La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”. Hay matices a continuación, pero no alarguemos este sencillo artículo. Y veamos, por último, el artículo 61, apartado 1: “El Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas”. A nadie se le puede escapar, so pena de ignorancia culposa, que poco se puede hacer, a la vista del artículo 56, apartado 3, cuando un Rey, ya saben ustedes quién, se salta con alevosía el artículo 61.
Pues este extraño régimen de impunidad para una democracia, y a hechos vergonzosos que no merece la pena repetir nos hemos tenido que enfrentar en estos años, es el que este martes remachamos en la figura de la princesa Leonor. Y tan contentos, nos dicen. Según nos iluminan encuestas variadas, una amplia mayoría de españoles -y no digamos los dirigentes de los grandes partidos- está encantada de que la futura Jefa del Estado sea una mujer, muy bien que nos parece también a nosotros esa modernización, pero quizá convendría recordar, simple constatación de vulgar ciudadano de a pie, que dicha princesa sólo nos ha mostrado hasta ahora que sabe acudir con presteza a colegios carísimos y a dar saltitos con uniforme de camuflaje. Esas bondades adquiridas, además de tener azul la mitad de su sangre, ¿conllevan suficiente capacitación para que se le encarguen las altísimas responsabilidades que se atribuyen a su cargo en la Constitución? Que no son pocas. Apartado 1 del artículo 56: “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”.
Éstas, y otras circunstancias que ya abordaremos en otra ocasión, son las virtudes innatas de las monarquías. Todos los países importantes tienen reyes, nos dicen egregios politólogos. ¿De verdad? Enumeremos: Estados Unidos, Francia, Portugal, Alemania, Austria, Italia… Y China, Rusia, México, Brasil…
Fueron los fascistas de toda Europa quienes asesinaron a sangre y fuego el segundo intento de crear una República para todos los españoles. No sabemos qué pasaría si alguien se decide a dar el primer paso para alcanzar la III República.
Abandonad toda esperanza. Los republicanos ya no existimos o, cuando menos, no pintamos absolutamente nada en el panorama de esta España que se rompe, ay, a pedazos. Claro que los partidos a la izquierda del PSOE apuestan, allá en lontananza, por la desaparición de la monarquía. Pero por ahora, poca gresca han montado. Así que este martes, 31 de octubre del año 2023, la princesa Leonor jurará la Constitución en un acto de estrepitosa fanfarria en el Congreso de los Diputados, engalanado como jaca jerezana para la ocasión. Dicen que no va al acto solemne, aunque sí merendará tan ricamente en el Palacio de El Pardo, sin que a nadie, al parecer, le ofenda tal desvergüenza, ese señor defraudador y enamoradizo que ahora vive en los Emiratos Árabes, qué buen lugar para rascarse la barriga y recontar una y otra vez sus muchos millones como hacía el tío Gilito. Tampoco asistirá Sofía de Grecia, víctima de los afrentosos actos que han dado merecida fama al malhadado truhán.
Con tan pomposo acto, ennoblecido por todas las autoridades de alto, mediano e incluso bajo rango, bendecimos los ciudadanos por ellos representados la continuidad de la monarquía instaurada por Francisco Franco Bahamonde y refrendada en la Constitución que se aprobó el 6 de diciembre de 1978 por el 87,78 % de los votantes, que representaba el 58,97 % del censo electoral. Sin entrar en mayores detalles, hay constitucionalistas de peso en este medio como para atreverse a ahondar en selvas legales, recordaremos dos o tres artículos del texto entonces aprobado y que aún, como todos sabemos, sigue totalmente vigente.