Curados de espantos, insensibles, paralizados, aletargados. Así estamos, entre otras razones como consecuencia de las mil y una campañas que han emprendido desde hace años las derechas mundiales contra la razón y la verdad. Aquí, en este país, las vivimos en carne propia. Es tal la degradación emprendida por el PP, Vox y sus lacayos mediáticos a sueldo, añadidos a los que ya vienen fascistas desde pequeñitos, que nada nos motiva, nos calienta la sangre, nos sofoca, nos encoleriza. No hay insulto o ultraje que nos haga levantarnos del sillón, verdaderamente enojados y gritar, cuidado, hasta aquí hemos llegado, ni un paso más, que estamos hartos de todos ustedes, zánganos violentos que ensucian la vida pública. Pues fíjense que quizá ese momento, el de la indignación activa, ha llegado ya. Esta segunda semana de abril es buen momento para poner pies en pared y exigir que el barro frene su riada para que podamos respirar aire puro.
El detonante de esta acción de rebote, de iniciar este firme contraataque, debería ser el llamado “caso Begoña Gómez”, la esposa del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Estábamos hasta ahora en la guerra del caso Koldo, tan sucio, tan asqueroso, extendidas las sospechas, es verdad que sin respaldo judicial ninguno, a todo lo que se mueve en varios kilómetros a la redonda en el entorno socialista, ministerios y gobiernos insulares incluidos. También el novio de Isabel Díaz Ayuso, que digan lo que digan la presidenta madrileña y su lacayo Rodríguez, ha sido el propio protagonista quien ha reconocido, y por escrito, los delitos. Deleznables e inútiles, por cierto, las comisiones de investigación del Congreso y del Senado, meras disculpas para reproducir, de nuevo, el goyesco duelo a garrotazos. De allí, ya lo verán, sólo saldrá mugre. Mucha mugre.
Expliquemos la necesidad del contragolpe. No es posible que en un país democrático de casi 48 millones de habitantes, elecciones frecuentes sin sombra de irregularidades o pucherazos, pieza importante en la Unión Europea, esté en cuestión la honestidad, la honradez, la integridad y la moralidad de la esposa del presidente, que por razones obvias, ya que las acusaciones se refieren a cómo su actuación corrompe al Gobierno de la nación, salpican de lleno a su marido, que es el presidente del Gobierno de España. Son tantas las informaciones publicadas que llevan días y días llenando las primeras páginas de la prensa de la derecha, o sea, de la extrema derecha, desde Globalia a Air Europa, a Puerto Rico, a Marruecos, a Argelia o Ghana, pero también a sus vacaciones de esquí en Benasque o sus comidas en La Chalana, entre otros engendros de ridículos equipos de investigación, que enunciarlas y explicarlas nos llevaría demasiado espacio. Pueden ustedes consultarlas en cualquiera de esos medios.
De ahí han pasado a exigir a la esposa del presidente que explique todas sus actuaciones desde antes de que llegara su marido al Gobierno y, por supuesto, que enseñe las declaraciones de la renta, de patrimonio y de participaciones empresariales de los últimos años. Tras esta primera exigencia, se ha subido la apuesta y ahora reclaman que se expliquen los extraños maletines llenos de dinero que alguien lleva, misteriosamente, a la República Dominicana. Un columnista ha escrito lo siguiente en The Objective: “El reparto de papeles es obvio. Pedro se ha quedado en la Moncloa para controlar el poder. Begoña es la que se encarga de los negocios de casa aprovechando ser la mujer del presidente del Gobierno de España”. Y otro se explica así en El Debate: “Sitúa la corrupción del PSOE en su propio tálamo”. O esta otra cita de Libertad Digital: “Begoña Gómez se está forrando en nombre del presidente de España”. Y una última de Vozpópuli: “Lo que parece es que los Ceausescu (sic) hispanos se han dedicado a los negocios al por mayor, se han empleado a fondo en hacerse un buen colchón (…) mientras tanto, nuestro Chauchescu en versión chorizo de Cantimpalos seguirá a lo suyo”. Y el PP, en paralelo con la propagación del estiércol, se desgañita en las sesiones del Congreso y del Senado, sobre todo del Senado, así como ante cualquier micrófono que se le acerque, en amplificar y difundir barbaridades de calibre semejante o superior. Más madera, esto es la guerra.
No es este texto una defensa de Begoña Gómez Fernández. Nos estamos jugando asuntos mayores. No es posible convivir con la sospecha gritada a todas horas y a todos los acimuts de que nos gobierna un presidente corrupto, no ya políticamente culpable de decisiones tan antipatriotas como la amnistía, sino directamente de ser un tipo despreciable que se lleva el dinero de los españoles a espuertas, ayudado por su esposa, cómplice recaudadora de los fondos. Hay que poner fin a este envilecimiento que destroza la confianza de la ciudadanía en sus dirigentes, en su clase política. Hay que salvar a los ciudadanos de tener que chapotear a diario en este pantano. Es, directamente, un vómito insoportable.
¿Qué se puede hacer? La oposición no parece dispuesta ni tan siquiera a intentar parar este torrente de inmundicia, encantada como está de chapotear en la gallinaza. Ya se miró Feijóo en el espejo una mañana y ante lo que allí vio nos reveló a todos que tenemos la peor clase política de los últimos 45 años. ¡Quiénes somos nosotros para desmentirle! Nada les importa el buen nombre de las instituciones del Estado, políticas, económicas o judiciales –¡ese bloqueo del Consejo del Poder Judicial, qué indecencia!– como ya han demostrado hasta la saciedad. Pero llegados a este punto de delirio, quizá desde el Gobierno alguien tendría que tantear soluciones o, por lo menos, plantearse si hay alguna salida posible a esta enajenación. ¡Se está ensuciando no ya a Begoña Gómez y a Pedro Sánchez, sino al presidente del Gobierno de España, el que nos representa a todos los ciudadanos! No es sólo el nombre, es el cargo, es la representación dentro y fuera de España. ¿No cree La Moncloa que está obligada a frenar este descenso a los infiernos de la indignidad, que ya es hora de defender un prestigio mancillado una y otra vez? Hacer el don Tancredo no sirve de nada ante las frenéticas y ciegas embestidas de la oposición y la prensa canalla. Ya ven que la escalada no tiene fin. Poca cosa son las declaraciones genéricas de Patxi López o Pilar Alegría. Tampoco sirven de mucho los comunicados de organismos oficiales que nadie lee. Así que a lo mejor hay que ponerse serios y afrontar la situación por las bravas. Se trata de montar una batalla en toda regla. Urge una eficiente, seria y rigurosa campaña de comunicación anunciada al respetable con pífanos y atambores. Hay quien dice que la mejor defensa es un buen ataque. Traigan ustedes sus papeles, pueden decir, que yo les voy a contar qué ha pasado en unos y en otros casos, en unas y otras adjudicaciones públicas. Vengan, vean y comprueben. A cara descubierta y con absoluta transparencia. Ustedes acusan con insidias, yo les respondo con datos.
Y si hay que enseñar papeles, se enseñan. Uno a uno para demostrar fehacientemente que nunca, jamás, se han cometido esos atropellos. ¿Hay algún corrupto? ¿Alguien está acusado judicialmente de cohecho, propio o impropio? ¿Hay un, una o varios prevaricadores? Porque si así fuera, habrá que recordar al presidente sus propias palabras: “Caiga quien caiga, y el que la hace, la paga”. Quien se lo merezca, al banquillo, y si menester fuera, a la cárcel. Pero también es posible que haya que llevar a la justicia todas esas acusaciones enloquecidas de políticos canallas y periodistas de firma y relumbrón en el caso de que alguno mienta, difame o alimente bulos miserables. Demuestren la veracidad y grado de culpabilidad de todas esas informaciones porque de lo contrario, habrá que decirles, tendrán que asumir las consecuencias jurídicas que se deriven de esas obscenidades.
Junten en La Moncloa las yemas de los dedos índice y pulgar con las palmas hacia arriba, sitúenlas en su regazo y aprovechen los beneficios del mudra de la meditación. Decidan entonces qué hacer, pues asesores tienen en aquel Palacio que les guíen mejor que este humilde Ojo. Y elijan bien, muy bien, las clarificadoras acciones a seguir y, también, a la persona que ponga cara y argumentos. No estarán defendiendo el honor de Begoña Gómez, sino de toda La Moncloa, cargo solemne de presidente del Gobierno de España incluido.
Necesitamos los ciudadanos, por pura limpieza moral y ética, que se despeje esta bruma viscosa que nos envuelve en un ambiente irrespirable. Hace falta ya, ayer, hoy mismo, un baño de decencia. Hay que recuperar la dignidad de las personas, pero sobre todo del cargo y de las instituciones. No nos merecemos esta degradación. Tampoco el atronador silencio de los ofendidos. Acabemos con ello. Con mano de hierro.
(Acierta Sánchez en su dura oposición a las acciones israelís en Gaza. Y en abanderar el reconocimiento del Estado palestino, a pesar de los aznares y otros políticos felpudos de la barbarie propiciada por Netanyahu, incluido el asesinato de cooperantes o el asedio por hambre).
Adenda. Mónica Oltra o la demostración viva de cómo se puede destruir a una política, a una persona. Por eso, entre otras cosas, hemos escrito los párrafos anteriores. Por favor, no dejemos que se llegue a ese horror de ensuciar, vejar, maltratar a un personaje público basándonos en mentiras, sucios infundios o meras sospechas. ¿Quién paga esos daños? ¿Cómo resarce la sociedad y, sobre todo, aquellos sinvergüenzas sin escrúpulos, a la otrora líder de Compromís? Frenen, frenen esta catarata de suciedad que nos inunda a todos. Alguien, y quizá sólo pueda hacerlo el Gobierno, repetimos, debe apostar por la ducha colectiva que borre la roña hasta dejarnos como una patena. Aceleren la búsqueda de soluciones antes de revivir, y sufrir, el desastre Oltra.
(Otrosí: qué ostentosos y petulantes son estos mandamases del PP. ¿De verdad hace falta tanta farfolla, lucerío y derroche de euros para casarse? Imposible olvidar a Aznar y aquella fastuosa boda de El Escorial. ¿También hay que invitar al enlace, para que pasee su maltrecho palmito por la capital, a ese señor que se llevaba las comisiones como cualquier delincuente barato para gastárselas en aristocráticas señoras o inocentes elefantes?).
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