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Vox y Le Pen, descubra las diferencias

25 de abril de 2022 23:24 h

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Ganó Macron, como nos anunciaba el sentido común. Y también, como era previsible, este 24 de abril de 2022 nos dejó escrito que la ultraderecha avanza sin freno y que en cada envite araña más y más votos a los partidos convencionales, si incluimos a Emmanuel Macron, tan raro, tan especial, en ese grupo genérico. Así que ahora tenemos a todos los politólogos, demoscópicos y analistas españoles, esas gentes de tan esotérico y singular oficio, empeñados en comparar a Le Pen con Abascal, a Reagrupamiento Nacional con Vox. ¿Por qué sube la extrema derecha en tantos países? ¿Qué les iguala, qué factores comunes les unen?

Es una labor que hay que hacer, claro. En todas las crónicas de los periodistas que han cubierto estas últimas elecciones hay dos grandes coincidencias que se dan por evidentes en la subida de Le Pen. Por un lado, el descontento, ese difuso malestar que se ha apoderado de la clase media mundial, quejosos hasta las lágrimas de las enormes dificultades que sufren en los países occidentales, dejémoslo en Europa, para llegar a fin de mes. Cuesta mucho la gasolina del gran coche, el mantenimiento de la segunda vivienda, los estudios superiores de los hijos, el gimnasio y el spa, por no hablar de los vinos de marca que se han puesto por las nubes. 

Así que Europa, más rica que nunca, con más millonarios que nunca, con un nivel de vida más alto que nunca, sufre. Por supuesto que hay barrios pobres, donde de verdad cuesta horrores comer y dormir con un mínimo de dignidad. Las desigualdades generadas por el neocapitalismo son una lacra que ningún partido, tampoco los de extrema derecha, verborrea sin soluciones, sabe quitarse de encima. Que nadie, por favor, haga bromas con ello. Aquí, en esta columna, no las queremos. 

Decíamos que había una segunda coincidencia, ésta basada en datos reales perfectamente comprobables: la abstención y el hastío de la juventud. Entre los jóvenes de 25 a 34 años, por ejemplo, la tasa de abstención en la primera vuelta fue del 46%, según la empresa Ipsos, mientras que entre los jóvenes de 18 a 24 años, la tasa de abstención fue del 42%. Pues coincide que ambos problemas, el hastío de la clase media ante la falta de soluciones generales, las pensiones o el pleno empleo entre ellas, y la desesperación juvenil han tenido en España una salida bien distinta de la vivida por otros europeos. Y es precisamente esa la diferencia que quiere marcar el Ojo, siempre desde la modestia del más humilde de los observadores. 

De entrada, apenas en un par de semanas se celebran los once años del 15M, aquella explosión del 2011. Fue entonces cuando ese desencanto explotó aquí, en España. Y a pesar de la edad de alguno de los ideólogos indignados famosos -Stéphane Hessel tenía más de 90 años- fue sin duda alguna una auténtica revolución juvenil. Tanto, que Unidas Podemos pronto se hizo mayor y con Pedro Sánchez, en enero de 2020, asaltaba los cielos formando un gobierno de coalición de izquierdas. Allí estaba, en lugar de lujo, el vicepresidente Pablo Iglesias, coleta al viento.

Y esa es, de hecho, la segunda diferencia patria: en ningún otro país, junto con Portugal, donde la extrema derecha pinta poco, hay entronizado un gabinete de izquierdas que con mayor o menor acierto ha generado una auténtica política basada en la búsqueda de soluciones para los más débiles. Rodeado de las dificultades que todos conocemos, del maldito bicho a la guerra y la subida de precios, se han puesto en marcha mecanismos como los ERTE, los arreglos en las pensiones, hay una nueva reforma laboral que quiere acabar con la precariedad, se ha implantado el ingreso mínimo vital, ha descendido el paro… Esto es, mejoras obvias, aunque todavía estén lejos, nadie lo discute, de las necesidades reales de toda la población. 

Dice estas cosas el Ojo porque le gustaría que esos politólogos a los que invoca -oh, manitú, cuán poderosos son vuestros saberes- hurgaran un poquito más y nos ofrecieran mejores respuestas que esas generalidades que hasta el más lerdo es capaz de verlas. Tiene que haber algo distinto en la sociedad española que nos haya traído hasta esta demencia de los gobiernos de coalición PP-Vox. Locura, sí, y para comprobarlo, les recomiendo la muy útil crónica de Esther Palomera del sábado en este diario,  o la lectura, imprescindible, de Vox, SA, el negocio del patriotismo español, un libro del siempre riguroso Miguel González, uno de nuestros mejores periodistas. 

¿Fue el estallido catalán de 2017? ¿La llegada del gobierno de izquierdas, rojo y bolivariano de Pedro Sánchez? ¿El hastío del bicho? ¿La existencia de una prensa deleznable de extrema derecha, donde hasta los periódicos conservadores y centenarios se han convertido en panfletos enloquecidos? ¿El perpetuo blanqueamiento del PP hacia Vox, mimos desde el primer momento, plaza de Colón incluida? ¿Hartazgo de la España vacía y agraria que vota en masa por los ultras en la urbanita y superpoblada Madrid? ¿No acierta el Gobierno a vender sus méritos? Genios de la política, explíquense, por favor. 

Adenda: Que no se nos olvide el espionaje a los políticos catalanes. ¿Hace falta insistir en que el Gobierno ya está tardando -o por mejor decir, Pedro Sánchez ya está tardando- en dar las explicaciones aclaratorias que todos exigimos? Sea el CNI o cualquier otro el organismo culpable, da igual que se pusiera en marcha o no con Rajoy, y aunque el espionaje se haya hecho con orden judicial, alguna fórmula habrá para no vulnerar la sacrosanta seguridad del Estado -siempre a sus órdenes- y cumplir con las exigencias de la dignidad política. Por cierto, es curioso, que nadie, ni siquiera el muy patriótico CNI quisiera investigar legalmente a Vox -otra vez Vox-, cuando en sus estatutos está acabar con la Constitución de 1978, sospechosos para siempre, y existen unas cuantas dudas más que razonables sobre su financiación. ¿A ningún espía se le movió un pelo? ¿O es que los de aquel pelaje siempre tienen bula?

Ganó Macron, como nos anunciaba el sentido común. Y también, como era previsible, este 24 de abril de 2022 nos dejó escrito que la ultraderecha avanza sin freno y que en cada envite araña más y más votos a los partidos convencionales, si incluimos a Emmanuel Macron, tan raro, tan especial, en ese grupo genérico. Así que ahora tenemos a todos los politólogos, demoscópicos y analistas españoles, esas gentes de tan esotérico y singular oficio, empeñados en comparar a Le Pen con Abascal, a Reagrupamiento Nacional con Vox. ¿Por qué sube la extrema derecha en tantos países? ¿Qué les iguala, qué factores comunes les unen?

Es una labor que hay que hacer, claro. En todas las crónicas de los periodistas que han cubierto estas últimas elecciones hay dos grandes coincidencias que se dan por evidentes en la subida de Le Pen. Por un lado, el descontento, ese difuso malestar que se ha apoderado de la clase media mundial, quejosos hasta las lágrimas de las enormes dificultades que sufren en los países occidentales, dejémoslo en Europa, para llegar a fin de mes. Cuesta mucho la gasolina del gran coche, el mantenimiento de la segunda vivienda, los estudios superiores de los hijos, el gimnasio y el spa, por no hablar de los vinos de marca que se han puesto por las nubes.