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La Boca llora la partida del ídolo que “parecía inmortal”

Delfina Torres Cabreros

Buenos Aires —

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Los molinetes de la puerta 3 de la cancha de Boca Juniors, La Bombonera, empiezan a llenarse de claveles, rosarios y velas prendidas. Hace poco más de una hora la noticia de la muerte de Diego Maradona, a los 60 años recién cumplidos, irrumpió como uno de esos hechos que congelan el tiempo, que alteran el curso de las cosas, y los vecinos de La Boca, donde se enclava el edificio azul y oro como una piedra angular, salieron de sus casas humildes, sus habitaciones de pensión, sus conventillos, para acercarse a rendirle homenaje.

Todavía sin la noticia de que el funeral será en la Casa Rosada, no se resignan a que esa despedida sea la última: quieren que el cuerpo de Maradona recorra por última vez esa cancha que fue su casa durante dos períodos de su carrera profesional (de 1981 a 1982 y de 1995 a 1997) y que es, sobre todo, el emblema del club del que era hincha.

“Vine con una amiga porque mi nieto está muy mal y no se pudo levantar ”, dice Delia Montiel, de 66 años, detrás de un barbijo con estampa de Mickey al que van a parar una lágrima tras otra. Delia llora porque Maradona “tuvo una infancia difícil” y porque hubiera querido que “disfrutara más” de sus éxitos, que fuera “más feliz”. Pero tiene un consuelo: sabe que el astro nunca dudó del cariño del pueblo de La Boca, el barrio en el que ella vive hace 35 años. Y cuando dice La Boca dice también la Argentina, tal vez el mundo.

Aunque se murmura que pronto llegará La 12, la hinchada de Boca, en las primeras horas de la tarde quienes se acercan son vecinos sueltos y silenciosos. De vez en cuando el ambiente se torna demasiado solemne y alguien toma la iniciativa de un aplauso masivo o dispara algún cántico de cancha que no tarda en estallar en el aire. “Vale diez palos verdes, se llama Maradona/ y todas las gallinas le chupan bien las bolas/ y cuando va a la cancha La 12 le agradece/ todo lo que el Diego se merece”, cantan con algo de furia en la voz. 

Ajeno a lo que pasa alrededor, Daniel Diaz mira fijo la entrada de la cancha, donde hay un poster con la imagen de un joven Maradona sobre el que algunos se inclinan como si fuera un santo. Está vestido con uniforme gris y verde fosforescente porque es barrendero y, como trabaja por la zona, decidió desviarse con su cesto de basura rodante y su escobillón. “Es mi manera de decirle que para mí él fue Dios y que me queda su recuerdo. Hay cosas que no se pueden olvidar”, dice, sin desviar la mirada.

Patricia Sánchez, de 46 años, está junto a su hijo Ángel, de 6, acomodando las ofrendas entre los molinetes. Asegura que fue la primera en llegar. “Vivo a dos cuadras y apenas me enteré vine porque no sabía qué hacer”, explica y muestra las flores y el rosario que dejó sobre el altar improvisado. “Ahora viene la fiesta del 12/12, el Día del Hincha de Boca, y no sé cómo vamos a hacer sin Diego”, lamenta. Espera con ansiedad la noticia de dónde será velado. Ya sabe que si es en la cancha se quedará haciendo vigilia ahí mismo para poder acercarse primero, para poder tocarlo como hizo una vez hace ya más de 20 años.

A pocas cuadras, Javier Reinoso está sentado en una mesa de plástico en la vereda de la parrilla El Colo, que como todo en este barrio -las remiserías, los kioscos, las aseguradoras- está pintada de azul y oro. Tiene un delantal de cocina sobre la remera y un barbijo con el escudo de Boca. Al lado su mujer, Adriana Alegre, teje con gesto perdido.

“Estuvimos todos llorando hasta recién. Esto nos partió, duele en el alma, porque fue lo más grande del fútbol”, dice el hombre, que desde que recibió la noticia no puede hacer otra cosa que mirar videos y fotos de Maradona que le pasan por WhatsApp. Ningún recuerdo es suficiente.

En esa parrilla suele comer la hinchada cuando hay partido en La Bombonera y, algunos meses atrás, Reinoso y sus hijos, que también trabajan en el local, mandaron a hacer remeras estampadas con fotos de Maradona. La intención era que, cuando se retomaran los partidos con público, pudieran homenajearlo mientras trabajaban. “Recién le dije a los chicos, mañana estrenamos la ropa”, anticipa.

El denominador común en el barrio no es sólo la angustia, sino también la sorpresa. “Si bien se sabía que estaba mal, nadie esperaba un desenlace así. Parecía inmortal”, dice la vendedora de un local de merchandising de Boca ubicado sobre la calle Del Valle Iberlucea, y señala la frase estampada en una remera celeste: “Él nos decía eso: ‘El cielo debe esperar”.

Los molinetes de la puerta 3 de la cancha de Boca Juniors, La Bombonera, empiezan a llenarse de claveles, rosarios y velas prendidas. Hace poco más de una hora la noticia de la muerte de Diego Maradona, a los 60 años recién cumplidos, irrumpió como uno de esos hechos que congelan el tiempo, que alteran el curso de las cosas, y los vecinos de La Boca, donde se enclava el edificio azul y oro como una piedra angular, salieron de sus casas humildes, sus habitaciones de pensión, sus conventillos, para acercarse a rendirle homenaje.

Todavía sin la noticia de que el funeral será en la Casa Rosada, no se resignan a que esa despedida sea la última: quieren que el cuerpo de Maradona recorra por última vez esa cancha que fue su casa durante dos períodos de su carrera profesional (de 1981 a 1982 y de 1995 a 1997) y que es, sobre todo, el emblema del club del que era hincha.