Un día estás terminando el bachillerato y a los pocos meses empiezas la universidad porque quieres ser publicista. Aún no sabes muy bien en qué área o cargo vas a enfocar todo tu talento, o quizá sí. Quizá lo tienes clarísimo y quieres ser cuentas, o creativa. O quizá lo tuyo es la estrategia y decides ir por ahí. Primero tienes que formarte, hincar los codos con todas tus fuerzas, y luego pensar en hacer un máster. Lo que no te dicen es que en el mejor de los casos, cuando termines con toda esta odisea formativa, vas a entrar al mundo laboral con todas tus ganas y energía, pero pronto vas a vivir en tus propias carnes la cruda realidad de una profesión apasionante cimentada en una de las mayores lacras de nuestra sociedad: el machismo. En el peor de los casos, este periplo comenzará antes: en la universidad o en la escuela donde te dejarás la piel (y un buen puñado de euros).
Profesores de prestigiosas escuelas de creatividad o de universidades consolidadas, compañeros y jefes te pueden hacer vivir experiencias como las relatadas en el perfil de Instagram #SeTeníaQueDecir, en el que estamos recogiendo historias de mujeres del sector de la publicidad.
Mi profesor acabó enseñándome mi Facebook en la pantalla de su ordenador mientras me decía: 'Estas fotos despiertan mis instintos más primarios'
Por ejemplo, una mujer cuenta lo sucedido en una escuela de publicidad de Madrid: “Un día un profesor preguntó en clase cuántas de nosotras teníamos Satisfyer con la excusa de que le parecía muy bien que las mujeres se liberasen sexualmente. Otro día, no sé a santo de qué, comentó que sus mejores polvos habían sido con gordas, refiriéndose a que a pesar de ser gordas follaban muy bien”.
“Cuando estudié Publicidad y Relaciones Públicas en la universidad tuve dos episodios muy violentos con dos profesores que siguen formando parte de esa institución. El primero fue en un despacho al que acudí para hablar de un examen. Él acabó enseñándome mi Facebook en la pantalla de su ordenador mientras me decía: 'Estas fotos despiertan mis instintos más primarios'. El segundo fue con otro profesor, amigo suyo, que se acercó a mí literalmente para decirme que se empalmaba al escucharme hablar en clase”, relata Mónica, nombre ficticio.
Otra mujer se suma con su testimonio: “Yo era becaria en una agencia de Barcelona. Un día fui a una fiesta de Halloween con amigas. Al día siguiente la discoteca publicó un vídeo resumen. Cuando llegué al trabajo, tenía un mensaje con un pantallazo del vídeo: el momento exacto en el que me enfocaban las tetas, acompañado de un 'nos lo pasamos bien ayer, eh?' Me lo mandó un hombre del mismo departamento, 15 años mayor y con el que mi relación hasta el momento era 'buenos días' y 'hasta mañana'. Le respondí 'jajaja', me morí de vergüenza, me enfadé conmigo misma por haber mostrado ese escote en el vídeo y empecé a caminar rápido cuando pasaba a su lado. Nunca lo conté trabajando ahí dentro”.
Cuando ya entras en el mercado laboral, la cosa no mejora. Aquel creativo al que admiras y a quien tienes como referente. El compañero de trabajo con el que te llevas tan bien. Tu supervisor creativo. El CEO al que has visto dos o tres veces. Uno de los directores creativos de la agencia donde trabajas. El señor del departamento de finanzas con el que apenas has hablado.
“Tenía 21 años, estaba de becaria en el Departamento de Creatividad de una agencia independiente, pequeña, de gente joven y muy innovadora. Mi superior también era muy joven y tenía muchos aires de grandeza. Entró una dupla de tíos más mayores y desde el minuto uno se ninguneaban mis ideas a no ser que las contase cuando estaba el dueño de la agencia delante (que siempre me trató bien). Mi supervisor y los otros dos creativos que entraron al departamento me ninguneaban sistemáticamente por ser mujer y joven y, además, el supervisor hacía 'bromas' constantes de desprecio al resto de mujeres del equipo. Tuve que huir y encima sintiéndome avergonzada y culpable”, dice una mujer.
Celia, nombre ficticio, relata lo que vivió en una agenda de publicidad de Barcelona con uno de sus compañeros: “Me dejó de hablar por no querer tener sexo con él. Incluso llegó a decirme: 'Tú no estás bien con tu pareja porque necesitas un pene'. Acto seguido fue a mi pareja a decirle cosas para que me dejara, entre ellas: 'Vigílala porque la pierdes'. Todo esto porque no quise acostarme con él”.
Mi supervisor y los otros dos creativos que entraron al departamento me ninguneaban sistemáticamente por ser mujer y joven y, además, el supervisor hacía 'bromas' constantes de desprecio al resto de mujeres del equipo. Tuve que huir y encima sintiéndome avergonzada y culpable
“Debiste contarlo”
Hemos sido engañadas. Y ninguneadas, humilladas, abusadas, avergonzadas. Algunas, por desgracia, también violadas.
Debiste contarlo. Debiste decirlo. No debiste callarte. No debiste permitirlo. ¿Por qué no le has parado los pies o por qué no has dejado el trabajo? ¿Por qué te callas?
Porque tienes miedo. Porque una conocida tuya lo dijo y acabó en la calle. Porque otra, según te contaron, lo dijo, y le hicieron la vida imposible en la agencia para que se fuera. Porque tienes mucho más que perder, piensas. Y por eso te callas, pero nada mejora y toda esa rabia que llevas dentro y que no sueltas a gritos en el departamento de recursos humanos te está quemando.
Las agencias de publicidad y comunicación deben ser espacios seguros, y no hablemos de las universidades o escuelas, que son lastimosamente el inicio de un caldo de cultivo que nos maltrata sistemáticamente, que nos apaga el brillo y nos recuerda a cada rato que la publicidad es un lugar reservado única y exclusivamente para ellos.
¿Por qué te callas? Porque tienes miedo. Porque una conocida tuya lo dijo y acabó en la calle. Porque otra, según te contaron, lo dijo, y le hicieron la vida imposible en la agencia para que se fuera. Porque tienes mucho más que perder, piensas. Y por eso te callas, pero nada mejora y toda esa rabia que llevas dentro te quema
El futuro es que a esta lucha se unan los compañeros, todos los hombres que deberían sentirse interpelados y no atacados. Todos a los que esto les parece mal, una injusticia, una humillación hacia las compañeras con las que trabajan de la mano cada día. Y también las marcas, los anunciantes, que se nieguen a contratar agencias señaladas por su machismo y que estas agencias se miren por dentro, en vez de acusar a este perfil de ser una horda de bots, empleadas resentidas o la maligna competencia que quiere hundirles.