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Mi pareja y yo fuimos a cubrir una guerra pero solo yo recibí reproches por no estar con mi hija

4 de junio de 2024 22:36 h

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Hace poco alguien me dijo que, a diferencia de mí, tenía la suerte de poder dedicar todo el tiempo necesario a su hija. No supe qué responder y no he dejado de darle vueltas desde entonces.

¿Me estaba diciendo que no paso con mi hija el tiempo necesario? ¿Cuánto es el tiempo necesario? ¿Es realmente una suerte que tu prioridad sea ser madre y dejar de lado el resto de cosas? ¿Soy muy egoísta por pensar que mi vida, antes de ser madre, me encantaba y que no quiero perderla por completo?

El miedo a tener que abandonar mi trabajo como fotoperiodista fue el que me hizo dudar si realmente debía ser madre. Mi compañero, en cambio, tenía claro que podríamos ser padres y seguir trabajando. A ellos generalmente estos miedos les duran menos y les surgen solo de vez en cuando. Al final decidimos hacerlo. Tener a los cuatro abuelos cerca ayudó a tomar esta decisión.

Embarazada y con la pandemia todavía muy activa, cubrimos ambos, mi compañero y yo, el incendio del campo de refugiados de Moria, una prisión al aire libre preparada para 3.000 personas en las que llegaron a vivir 20.000. Esa cobertura fue dura emocionalmente, porque era una muestra más de la nefasta gestión migratoria de la Unión Europea. Durante aquellos días me di cuenta de que la situación de las embarazadas que habían quedado en situación de calle tras el incendio nos dolía a ambos de una forma especial. Lo reporteamos. Algo estaba cambiando en nuestra mirada.

La mayoría de la gente no sabía que estaba embarazada, así que nadie juzgó aquel viaje. Fue la última vez. Desde entonces me he sentido juzgada, de una manera u otra, en cada uno de las coberturas que he hecho.

Nur, nuestra hija, nació en marzo de 2021. Cinco meses después los talibanes llegaron a Kabul. Decidimos ir. Ambos. Ya estábamos lidiando con la pequeña y el trabajo. Nur pasó horas debajo de la mesa de nuestro escritorio en la hamaquita, conoció la cuna de casa de los abuelos las primeras semanas de vida. Ambos queríamos aprender a ser padres, pero ninguno quería renunciar al trabajo. Y cuando los talibanes volvieron al poder, ninguno de los dos quería dejar de contar cómo era aquella nueva realidad. Llevábamos trabajando juntos desde que nos conocimos, y quisimos hacerlo de nuevo, esta vez en Afganistán. Nur se quedó con los abuelos. Aprendió a gatear durante aquellos días.

Cuando la gente vio que estábamos en Afganistán, empezaron a llegarme mensajes. Esta vez eran mensajes para mí, no para él. Se me preguntaba si realmente éramos los dos los que estábamos allí, si era consciente de que teníamos una hija. Algunos hombres me decían que, si ellos tuvieran hijos, nunca lo harían… Y una infinidad de cosas que preferí no leer. Todos los mensajes eran para mí, ninguno para el padre. Como si para él la responsabilidad de tener una hija fuera mucho menor, como si Nur solo me necesitara a mí para ser cuidada.

Durante esa cobertura en Afganistán echamos de menos a Nur. Esa manera de “echar de menos” era nueva y muy intensa. Lo sigue siendo, más incluso que al principio. Pero volver ahora también tiene una recompensa muchísimo mayor. Tras ese viaje decidimos no hacer más coberturas de ese tipo juntos. Desde que nació Nur el miedo a que nos pase algo es mucho mayor, hemos intentado minimizar riesgos, sobre todo si estamos juntos. Hemos aprendido a gestionar el tiempo con la libertad del freelance. Lo bueno de no tener horarios es que cuando estamos aquí, tenemos el privilegio de poder pasar mucho tiempo con ella. Pero no hemos renunciado a viajar, a seguir con nuestras profesiones por las que tanto hemos luchado y a aprender a ser padres con todo eso.

Tal vez nos estemos equivocando, tal vez mi hija preferiría tenerme en casa todos los días aunque eso signifique dejar de ser la persona que decidió tenerla, tal vez sea una egoísta por creer que hay cosas importantes en mi vida más allá de Nur… Pero prefiero descubrirlo sola, sin que nadie me mande mensajes, me juzgue o me comparta vídeos virales de redes sociales con discursos moralizantes de personas con muchos followers que se han convertido en expertas en maternidad, educación y bienestar infantil.

Hace poco alguien me dijo que, a diferencia de mí, tenía la suerte de poder dedicar todo el tiempo necesario a su hija. No supe qué responder y no he dejado de darle vueltas desde entonces.

¿Me estaba diciendo que no paso con mi hija el tiempo necesario? ¿Cuánto es el tiempo necesario? ¿Es realmente una suerte que tu prioridad sea ser madre y dejar de lado el resto de cosas? ¿Soy muy egoísta por pensar que mi vida, antes de ser madre, me encantaba y que no quiero perderla por completo?