“Yo más que una pregunta tengo un comentario” después de mis charlas y otras formas en las que señores me explican cosas todo el rato
Hace un tiempo leía el siguiente chiste: “He puesto a Siri voz masculina y se ha puesto a explicarme cosas sin preguntarle nada”. Me haría gracia si no fuera porque está basado en hechos reales y por lo AGOTADOR que resulta que todos los días señores me ilustren sobre temas en los que llevo años trabajando desde la universidad. Lo hacen sin tener la más mínima idea, pero sí una confianza desorbitada y, por supuesto, sin yo habérselo pedido.
Agotador porque para dar respuesta a esas explicaciones, que normalmente no persiguen un fin pedagógico sino que son una forma de demostrar que tú te equivocas, buscas mil referencias y pierdes un tiempo muy valioso, cuando al otro lado han invertido del orden de un minuto y se han basado en un estudio del MIT (Mis Inmensos Testículos). Luego hablamos del síndrome de la impostora y del impacto que tiene en niñas, jóvenes y mujeres la falta de confianza, pero es que recibimos constantes mensajes recordándonos que no nos “vengamos muy arriba”, que no alcemos la voz o seremos aleccionadas.
Agotador porque también se puede dar el caso de que en esas explicaciones condescendientes te hagan reflexiones muy básicas de la temática tratada, reflexiones que hace años ya superaste porque llevas tiempo formándote sobre eso. Por ejemplo, una de mis áreas de especialización son los sesgos interseccionales en inteligencia artificial. Recientemente me “aclaraban” que la IA es neutra y que solo nos enseña la verdad. Como si por ser unos y ceros, las decisiones que tome un algoritmo no estuvieran sujetas a condicionamientos humanos ligados a sesgos y estereotipos que heredan de los datos y los modelos seleccionados.
Agotador porque te dicen que tu investigación es una “moñada”. Que es una pérdida de tiempo... ese mismo que no han dudado en emplear ellos en dejarte el comentario.
Agotador porque esto nos pasa en el ámbito laboral, cuando impartimos una conferencia (chupito por cada “yo más que una pregunta, tengo un comentario”, me han llegado a hacer una charla TED en el turno de consultas), cuando estamos tomando una caña… pero sobre todo en el ámbito digital.
Agotador porque incluso te hacen ofertas 2x1: si le puedes explicar una cosa a dos mujeres en vez de a una, por qué no aprovechar la ocasión. En un vídeo que publiqué donde la astronauta Karen Nyberg contaba cómo se lavan el pelo en la Estación Espacial Internacional, un señor nos explicó a ambas (repito: eso incluye a una astronauta de la NASA) cómo debería haberlo hecho de manera correcta.
Por supuesto, no son casos aislados (hay dos tipos de mujeres en el mundo: las que hemos recibido explicaciones sin haberlas solicitado y las que las recibirán). Tampoco es algo nuevo. En el libro Los hombres me explican cosas, Rebecca Solnit cuenta la conversación que tuvo en una fiesta con un hombre que le habló de una obra muy importante que ella tenía que leer sí o sí. La autora era la propia Solnit.
Otro ejemplo es el de la científica Jessica L. McCarty, que cuenta cómo en una reunión un postdoctorado la interrumpió para indicarle que no estaba entendiendo bien uno de los conceptos y que claramente necesitaba consultar el paper de McCarty et al. Ella le miró a los ojos, se apartó el pelo para que pudiera leer la etiqueta con su nombre y le dijo: “Yo soy McCarty et al.”.
Menos mal que ya tenemos banda sonora para nuestra próxima explicación no solicitada gracias a la chirigota Cadiwoman: ¡Mansplaining man, aleluya!
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