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Reconstruirte la teta y ponerte peluca: algunos mandatos que afrontas cuando tienes cáncer de mama

El día que fui a firmar las autorizaciones para la cirugía de la mastectomía, me encontré que había un papel más que firmar del que nadie me había hablado. La autorización para hacerme la reconstrucción mamaria. Las ginecólogas, a las que estaré eternamente agradecidas por la rapidez y eficacia con la que me habían diagnosticado un cáncer de mama apenas un mes antes, daban por hecho que me iba a reconstruir el pecho izquierdo. No es solo que en ningún momento se pararan a pensar que yo igual no me iba a reconstruir, sino que tampoco cayeron en la cuenta de que antes de firmar ese papel hubiera estado bien dedicar una sencilla explicación a qué consistía esa “otra cirugía”, ese proceso de reconstrucción. 

Yo sabía que no quería reconstruirme. Por mi cuenta y con una amiga que había pasado por ese proceso unos meses antes, ya lo había decidido. No quería que durante la quimio me fuesen rellenando de aire el expansor en mi pecho con el riesgo de que luego igual se viera afectado por la radio. Tampoco quería pasar varias veces más en el quirófano, decidir si tatuarme un pezón y retocar el otro pecho para garantizar la simetría. Además, la sanidad pública igual no iba a cubrir económicamente todos esos pasos. Yo lo único que quería en ese momento traumático era centrar toda mi atención y energía en los dieciséis ciclos de quimio que empezarían un mes más tarde, además de recuperarme bien de una señora operación que trajo sorpresas no previstas, como la afectación de 16 ganglios linfáticos que han determinado en gran medida la recuperación en este tiempo de la movilidad de mi brazo izquierdo.

Con el tiempo he ido comprendiendo y comprobando que la reconstrucción mamaria que para mí no era importante sí lo es para muchas mujeres. De fondo, he entendido que con la reconstrucción lo que se quiere es normalizar socialmente los cuerpos imperfectos estéticamente y, que, además, se usa como apoyo emocional para la mujer que al menos conservará su silueta femenina y la simetría.

Nada de esto lo pensé yo en su momento. Ahora tengo la certeza de que, para mí, una bollera feminista más cercana al no binarismo que al género mujer, nunca ha sido especialmente relevante tener una silueta de femineidad. Ese mandato patriarcal no va iba conmigo. Pero, además, el pecho izquierdo para mí había sido una fuente de inquietud y preocupación por el tamaño del tumor que una ginecóloga privada se negó a dar importancia mientras mi pezón se retrotraía cada vez más. Por eso he de reconocer que la decisión de ser una “mujer uniteta” no fue fruto del activismo, aunque inconscientemente me influyó mi experiencia personal y colectiva en un feminismo transinclusivo donde la disidencia de los cuerpos, los deseos y los géneros no me producían ninguna extrañeza, más bien todo lo contrario. Para mí, lo normal, lo natural, era y es un cuerpo estéticamente disidente y en ese contexto mi cuerpo sin pecho, mi cuerpo asimétrico, era y es aceptado y reconocido como válido y valioso.

Cuando la doctora que me cosió tras la mastectomía respetó mi decisión íntegramente de no querer reconstruirme, tuve suerte. Son demasiados los casos de otras mujeres a las que les han insistido en reconstruirse, no les han informado una vez que han firmado la autorización e incluso que han pasado por quirófanos y han tenido que cargar con la decisión (no consultada ni informada) de sus cirujanos de, en la propia mesa de operaciones, dejar una piel extra en su cicatriz para una futura reconstrucción por si se arrepentían. Decisión que nada tiene que ver con la salud, ni con el proceso oncológico. Decisión basada únicamente en un mandato estético de “salvar la femineidad” de la mujer. Un mandato machista.

La reconstrucción mamaria o las pelucas son solo dos de los aspectos que escenifican bien los mandatos sociales que tenemos las mujeres con cáncer de mama que pasamos por una mastectomía o perdemos el cabello y mucho más a raíz de los tratamientos. Mandatos que son parches que buscan silenciar nuestros duelos oncológicos por las múltiples pérdidas que esta enfermedad conlleva en nosotras: el pelo, una parte de nuestro cuerpo, el deseo sexual, la pérdida de memoria, las dificultades para tener rutinas, los cambios en la relación de pareja, la sensación de soledad, la pérdida de vida social, no llegar… El duelo del rol de una mujer enferma de cáncer de mama en una sociedad machista, racista y clasista. Acompañar esa vivencia emocional de duelos sería y es lo realmente importante, abordar los juicios y la exigencia que sentimos de tener que estar a la altura y ser valientes en medio de una enfermedad llamada cáncer que es la mayor causa de muerte entre mujeres, pero que ya afecta a un 1,5% de hombres.

Por eso, ese interés médico por preservar la femineidad de una mujer diagnosticada de cáncer de mama contrasta con la falta de apoyos emocionales y psicológicos que tenemos durante el proceso por parte de los centros hospitalarios donde estamos recibiendo los tratamientos. Tampoco hay interés por los problemas que afectan a nuestra vida sexual siendo muchos los efectos secundarios en este sentido, problemas que deberían ser atendidos por profesionales de la sexología dentro de la sanidad pública.

Es cierto que la AECC ofrece servicios profesionalizados gratuitos, son útiles, pero son temporales, con fecha de inicio y fin que no siempre van a la par de las necesidades de las mujeres diagnosticadas de cáncer de mama. No debería ser una organización privada sin ánimo de lucro (que depende de donaciones) la que debería velar por la salud mental y psicológica de las pacientes oncológicas. Entre otras razones, porque una vez más, el acudir o no a este tipo de recursos depende de la iniciativa de la mujer cuando debería ser parte de la cartera de servicios oncológicos que ofrecer en estos procesos. 

Ser uniteta no me ha traído ningún problema de salud, ni física ni mental. Mi cuerpo es asimétrico y me gusta. Veo en él belleza. También sé que parte de mi aceptación es gracias a la visibilidad de otras compañeras unitetas y planas que pasan por un cáncer de mama. Me estoy acordando de Sandra Monroy en México, siempre inspiración, Olatz Mercader, Idoia Miranda o Lucía Vioque. Como ellas otras compañeras feministas y también disidentes sexuales son mi referencia y parte de mi genealogía. Entre ellas, Audre Lorde, que me mostró cómo rebelarse ante el mandato patriarcal más antiguo, el de ser dóciles y femeninas. Ella escribió en Los diarios del cáncer: “Después de mi mastectomía, fue importante para mí desarrollar y alentar mi capacidad de sentirme internamente poderosa. Necesité orientar mis energías a percibirme como una luchadora que resistía en lugar de una víctima pasiva que sufría. En todo momento me resultó fundamental comprometerme conscientemente a sobrevivir. Amar mi vida en lugar de hacer luto por mi pecho”. 

Con este texto no busco que todas las mujeres que pasan por una mastectomía dejen de reconstruirse. En absoluto. Lo único que quiero es que sepan que nuestro derecho y libertad individual de elegir de manera informada está por encima de los mandatos sociales del patriarcado que nos fuerzan a preservar la femineidad en tiempos de una enfermedad como el cáncer. “Sacrificar esa femineidad impostada” también es una opción si no te quieres reconstruir, ni llevar peluca, ni maquillar, ni disimular la pérdida de pelo en las cejas, ni tener relaciones sexuales sin deseo o tienes atrofia vaginal…  De lo contrario, estaremos hablando de violencia estética contra mujeres que, diagnosticadas de cáncer y con tratamientos muy agresivos, no deberían ser presionadas de ninguna forma a estar atentas a su apariencia. Lo único que debería importar cuando hay una mujer con cáncer de mama, médica y socialmente, es lo que está pasando dentro de ellas, dentro de nuestros cuerpos. El objetivo en el cáncer de mama es destruir las células que lo provocan, no destrozarnos la autoestima y la salud mental.