Todos los domingos, en el boletín ‘Política para supervivientes’, algunas de las historias de política nacional que han ocurrido en la semana con las dosis mínimas de autoplagio. Y otros asuntos más de importancia discutible.
La antipolítica y sus responsables
La tragedia de Valencia nos ha traído dolor. También un sentimiento de perplejidad. ¿Cómo puede ocurrir esto en un país desarrollado, uno de los veinte más ricos del mundo? ¿Quién es el responsable? ¿Pudo haberse evitado? Antes de enarbolar una antorcha y unirse a la turba, no conviene olvidar que desde el primer momento ha sido utilizada por aquellos para los que la democracia es un escenario molesto, la extrema derecha que cree que hay que volver al pasado, y en España ya sabemos qué significa el pasado. Después de comprobar la oleada de solidaridad de la gente tras la riada que mató en Valencia a 215 personas, ha cobrado fuerza el eslogan “sólo el pueblo salva al pueblo”. No es una sorpresa que algunos que lo han difundido son los mismos que piensan que es posible manipular al pueblo para que acepte sus ideas reaccionarias.
De ahí se ha pasado a afirmar que España es “un Estado fallido”. Por muchos problemas que tengamos, algo así sólo puede decirlo un imbécil. Un columnista de El Confidencial llegó a afirmar que pagamos impuestos como en Suecia para recibir servicios como los de Somalia, una afirmación que es falsa tanto en la primera parte como en la segunda. Forma parte de la estrategia de la derecha basada no ya en afirmar que el Gobierno es un desastre –lógico, es lo que dicen los partidos cuando están en la oposición–, sino que es una amenaza para la democracia que ha hundido por completo al Estado.
De entrada, pensemos en esa idea de que sólo el pueblo salva al pueblo. ¿Puede el pueblo por sí solo reconstruir toda la infraestructura de carreteras y vías ferroviarias que ha sido destruida por la DANA? No, no puede. ¿Puede el pueblo dar ayudas económicas millonarias a aquellos que lo han perdido todo? No, no puede. ¿Puede el pueblo cambiar las normas sobre prevención de catástrofes naturales para mitigar los efectos de la siguiente? No, no puede. ¿Puede el pueblo alertarnos sobre las consecuencias del cambio climático? No, no puede. Como dijo Àgueda Micó, diputada de Compromís, “la culpa no es de la política. La culpa es de una manera inhumana de hacer política”.
El pueblo paga impuestos y con ellos se financian los servicios públicos. Así se paga el salario a los profesores de los colegios públicos, a médicas y enfermeras de la sanidad pública, a policías y guardias civiles, a todos los que sostienen la Administración. “Cuando se cuestiona el Estado, cuando se cuestiona la utilidad de los impuestos”, ha dicho el ministro Óscar Puente a este diario, “creo que la mejor manera de combatir eso es poner encima de la mesa el inmenso trabajo que hace el Estado y el enorme valor que tienen los impuestos que uno paga”. Estos días hemos visto un buen ejemplo de la utilidad de los fondos públicos en el impresionante trabajo de reconstrucción de las infraestructuras de transporte que conectan a la provincia de Valencia con el resto de España.
Si no ocurre eso, hay que pedir cuentas a los políticos, en especial si están en el Gobierno.
Desde luego que lo que dicen los políticos puede hacer que la gente pierda la confianza en la política. Este viernes, Carlos Mazón habló durante dos horas y media sobre la catástrofe sufrida por Valencia. Fue una sucesión de mentiras, manipulaciones y omisiones. “El sistema falló”, dijo el presidente valenciano en su comparecencia parlamentaria.
De inmediato, pasó a achacar las culpas a todos los demás organismos implicados, empezando por la Confederación Hidrográfica del Júcar, que envió 194 correos con avisos a la Generalitat, 62 de ellos en las tres horas en que él estaba en una comida con una periodista con la intención de controlar la radiotelevisión autonómica. Él sólo hizo lo que tenía que hacer, dijo, pero resulta que mintió hasta en lo más básico. Para justificar su retraso de varias horas en presentarse en el Cecopi, el centro de coordinación de emergencias, dijo que fue por las lluvias y el tráfico. Entre el restaurante y el Palau de la Generalitat, desde donde podía conectarse por videoconferencia, sólo hay menos de diez minutos andando (la distancia es mayor, unos veinte kilómetros, con el lugar de la reunión del Cecopi).
Con políticos como Mazón, es legítimo tener la tentación de ponerse en la fila con una piedra en la mano. Lo que hizo, y lo que no hizo, le perseguirá durante el resto de su carrera política. Y después también. Siempre le recordarán que cuando ya estaba muriendo gente por la riada, él estaba en una comida de tres horas ocupándose de asuntos que eran totalmente secundarios ese día. Sabiendo lo que podía pasar por los avisos que había recibido, creyó que no había ningún problema en mantener su agenda de reuniones. Cuando empezó a mover el culo, ya era demasiado tarde.
El populismo es siempre difícil de definir. Significa cosas diferentes en países diferentes y en épocas diferentes. No es un monopolio de aquellos que están en la periferia del sistema político tirando piedras a la fachada de las instituciones. Veamos lo que dijo Alberto Núñez Feijóo en un discurso en 2022: “¿Es posible bajar impuestos? Sí. ¿Es posible cuadrar las cuentas? Sí. ¿Es posible controlar el déficit? Sí. ¿Es posible invertir más y recaudar más bajando impuestos? Sí”. Todo es posible sin ningún esfuerzo. Lo único que tienes que hacer es votarme. El manual de rigor del populista.
A Feijóo le gusta decir que si llega al Gobierno, eliminará el “gasto público superfluo, político y burocrático”. En una ocasión, llegó a filtrar los resultados de un informe del PP que cifraba en la fantasmagórica cifra de 15.000 millones de euros la cantidad que se podía ahorrar por ese concepto. Cuando llegó al poder en Galicia, dijo lo mismo. Años después, el Consello de Contas, anunció que ese ahorro había ascendido a 17 millones, equivalente al 0,15% del presupuesto autonómico de 2009.
Es un poco lo que decía Albert Rivera cuando prometía que Ciudadanos bajaría los impuestos y al mismo tiempo aumentaría el gasto en educación y sanidad y mantendría el poder adquisitivo de las pensiones. Magia, en el caso de que creas que puede existir en política.
Con ocasión de la tragedia de Valencia, hemos visto otra andanada de ataques al Estado o, más específicamente, contra los políticos. Entre ellos ha estado el escritor Arturo Pérez Reverte, un habitual en el intento de circunscribir todos los males de España a los políticos. El pueblo es sano, fuerte y bravo. Los mediocres y corruptos siempre son los políticos. Es evidente que hay políticos corruptos –y periodistas y abogados y es posible que haya hasta carpinteros corruptos– y hay ejemplos de eso todos los años.
También hay otros muchos políticos que hacen su trabajo, que responden a las necesidades de la sociedad y que hacen posible que se aprueben leyes que aumentan los derechos sociales. Hubo unas cuantas de esas en la anterior legislatura. En su mayor parte, los que sostienen que la política es un escenario de fango y corrupción son los que se encuentran en la extrema derecha y quieren darle la vuelta a todo. Empezando por esos derechos que apoyan la mayoría de los ciudadanos.
Hace más de una década, escribí un artículo sobre el bulo de los 455.000 políticos, una cifra absurdamente exagerada y fuera de la realidad que circulaba entonces. Entre los que la utilizaron en público estaba, cómo no, Pérez Reverte. A cuenta de la cifra, ABC sacó un artículo que decía que en España había 73.515 cargos públicos electos. La cifra incluía 68.462 concejales elegidos en las últimas elecciones en 8.116 municipios. Para entender el coste económico de ese número, hay que saber que el 90% de los alcaldes y concejales de España, que son los que gobernaban los 7.700 municipios de menos de 20.000 habitantes, no tenía sueldo, según advirtió la Federación Española de Municipios y Provincias.
Siempre es igual. No caigas en la trampa de los más reaccionarios.
La red social del pajarito
The Guardian y La Vanguardia han anunciado que abandonan Twitter y un montón de gente ha decidido salir volando de ella. Cada uno, sea una empresa o un particular, puede hacer lo que quiera con su cuenta en esa red social, al igual que en otras. El argumento de que se ha convertido en un pozo de desinformación y de que la mejor manera de luchar contra eso es huir tiene algunas fisuras.
El problema de Twitter siempre ha sido que se ha sobrevalorado su influencia. Sobre todo, en relación a los medios de comunicación. Casi desde el primer día, esa red social aporta a los medios un número de visitas muy inferior al de otras plataformas, en especial Google Discover o Facebook. Por muy digna que se haya puesto La Vanguardia, podemos apostar todo nuestro dinero a que no se irá de Facebook o cortará el acceso a Google Discover, que genera un porcentaje muy alto de visitas a los medios. Alto, no. Altísimo.
Como políticos y periodistas participaban en Twitter de forma muy activa, parecía que era el lugar donde había que estar, el que condicionaba la conducta de los principales actores políticos. En ese sentido, era un espejismo hecho en 3D con todo lujo de detalles. Su compra por Elon Musk provocó un deterioro de su funcionamiento, aunque tampoco es que antes fuera la bomba. Los contenidos originados por cuentas de extrema derecha han proliferado, así como la difusión de desinformación, como hemos visto con lo sucedido en Valencia.
Pero los que han tirado la toalla parecen ignorar que irse de Twitter porque se ha llenado de ultras o mentirosos es lo mismo que darles la victoria y entregarles el campo de batalla. Una extraña estrategia. Un consejo de Jorge Moruno: “De aquí no hay que irse. Es cierto que el algoritmo está amañado, es cierto que es propiedad de un multimillonario, y es cierto que no es agradable. Pero, ¿acaso esto es nuevo? ¿No ha sido así siempre? No regalar nunca ningún centímetro, ningún espacio, ninguna red”.
También es muy bueno lo que escribe Paloma Rando: “Quédate o vete de Twitter, pero, por favor, no te disfraces de resistente francés en 1941”. Eso sin contar con que los de la Resistencia, que fueron muy pocos, no lo olvidemos, no huyeron de Francia cuando fue invadida por los nazis.
La foto
Esos zapatos inclinados son los de Santiago Abascal. Se hace una foto con los presidentes provinciales de Vox y se pone de puntillas para no quedar demasiado bajo, aunque en realidad nadie le iba a tapar. Un detalle cómico y revelador de su personalidad. O de la falta de ella. Para mayor coña, la foto completa fue distribuida por el partido en Twitter.
Un libro
A finales de mes se publica en España por Random House la última novela de Colson Whitehead, 'Manifiesto criminal', y no hay que perdérsela. Leí otra obra suya, 'El ritmo de Harlem', que cuenta con el mismo personaje protagonista que esta última. Ray Carner tiene una pequeña tienda de muebles y se gana un dinerillo comerciando con objetos robados. Sin meterse en líos, que es inevitablemente lo que ocurrirá. Novela negra sobre la forma en que los negros tenían que buscarse la vida en el Nueva York de los años 60, una época en que los policías corruptos podían ser tan peligrosos como los delincuentes.
Esto es lo que ha escrito del último libro otro autor esencial, Walter Mosley: “Un tratado deslumbrante, una gloriosa e intrincada anatomía del atraco, la estafa y el farol. Lo tiene todo: la música, la energía, la dolorosa reflexión de la pérdida”.
Una entrevista
Ridley Scott suele dar entrevistas interesantes. Tiene mucho que contar y también hay que decir que está un poco pagado de sí mismo. Se lo ha ganado. A sus 86 años, continúa con un ritmo vertiginoso de trabajo. Es un gran cineasta, aunque sus últimas películas no son muy buenas. Con ocasión del estreno de 'Gladiator II', ha dado una entrevista al NYT. Con una revelación inaudita. En el festival de Cannes de 1977, compitió con su primera película, 'Los duelistas', por la que recibió el premio a la mejor ópera prima. El caso es que podía haber ganado un premio mayor. Al menos, eso es lo que le contó el presidente del jurado, Roberto Rossellini. Pero había un problema.
“Rosellini me dijo: 'Mira, me encanta la película. Quiero darte la Palma de Oro. El jurado se niega, porque alguien ha sobornado al jurado para que vote a otra. ¿Qué quieres que haga?'. Le dije: 'Joder, nunca pensé que llegaría tan lejos' (como diciendo que se conformaba con cualquier premio). Él dijo: 'Buen chico'. Y los hermanos Taviani ganaron con 'Padre Padrone'. Fue interesante”.
Corrección: en una primera versión del artículo, se decía que entre el restaurante y el lugar de la reunión del Cecopi, sólo hay menos de diez minutos andando. No es así. Hay diez minutos andando entre el restaurante y el Palau de la Generalitat. El Cecopi se reúne en La Eliana, que está a unos veinte kilómetros del centro de Valencia.
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