eldiario.es presenta Buscando a Franco, una historia (casi) interminable que se adentra en los misterios y tensiones que aún perviven en torno al cadáver del dictador. De la pluma de Isaac Rosa y la plumilla de Manel Fontedevila, vamos a descubrir, capítulo a capítulo, los verdaderos sentimientos que mueven a una tropilla de nostálgicos, policías corruptos, políticos ambiciosos, periodistas sensacionalistas y pícaros de todo signo que dan sentido a su vida en torno a la idea de que existe un país llamado España.
No me compares a Franco con Hitler
–Lo que está haciendo el señor Pedro Sánchez es propio de un sistema dictatorial. Exhumar a Franco es el primer paso, la izquierda radical quiere dinamitar la Cruz, ese es su objetivo, y dinamitar así la Transición y la reconciliación nacional.
Desde su despacho, el presidente de la fundación Francisco Franco discutía en directo con la presentadora de una tertulia televisiva. José Antonio y yo esperábamos sentados en un sofá en una sala contigua, y lo veíamos en un televisor. El tipo parecía enojado:
–Y ahora también quiere ilegalizarnos, y luego querrá meternos en la cárcel. Suerte que estamos en 2018, porque en otra época nos daría el paseíllo.
–El paseíllo se lo daría el propio Franco si levantase la cabeza –me susurró José Antonio–. Con portavoces tan rancios como este nunca conectaremos con la juventud de España.
–Si Franco levantase la cabeza, se daría con la tapa del maletero –dije yo, e hice reír a mi compañero de fuga.
Habíamos metido el cadáver en el maletero, una vez vacío, después de repartir todos los paquetes de Amazon por medio Madrid, recogiendo de paso unos cuantos viajeros. Habíamos perdido toda la mañana, y yo quería irme a casa. Le di la última oportunidad: le dije que lo acompañaría a la fundación Francisco Franco, haría fotos del momento de la entrega, y adiós muy buenas.
–Ellos se harán cargo del Emprendedor. Son los guardianes de su legado –había dicho José Antonio al aparcar en la puerta de la fundación.
Entramos en una sala que no dejaba dudas de dónde estábamos: un busto del caudillo, fotos en las paredes del dictador con dirigentes mundiales que yo no conocía, y un retrato pintado. José Antonio pidió ser recibido por el presidente, y para facilitarlo mencionó el nombre de su padre, que por lo visto era socio de la fundación. La secretaria nos pidió que esperásemos en el sofá mientras el presidente atendía a la tele.
–¿Quieren lotería de navidad? –nos preguntó la secretaria–. Tenemos números terminados en 36 y en 39.
José Antonio compró una participación y la frotó en la frente del busto de Franco. Yo me entretuve leyendo un documento enmarcado en la pared. Estaba dirigido “al Abad de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos”, y decía: “Habiéndose Dios servido llevarse para SÍ, a SU EXCELENCIA EL JEFE DEL ESTADO Y GENERALÍSIMO DE LOS EJÉRCITOS DE ESPAÑA, DON FRANCISCO FRANCO BAHAMONDE (q.e.G.e.), os encarezco recibáis sus restos mortales y los coloquéis en el Sepulcro destinado al efecto…”. Tenía fecha de 1975. Y una firma al pie: “Yo el Rey”.
–Aquí se harán cargo del cuerpo, y nos recompensarán por nuestra acción –me dijo José Antonio en voz baja–.
–¿Recompensar?
–Claro. Qué menos, ¿no? Por el riesgo que hemos corrido.
–Un momento, ¿vas a pedir dinero por el cadáver? –pregunté abriendo mucho los ojos.
–No tendré que pedirlo. El franquismo siempre se preocupó por premiar a sus leales. Y esta gente tiene dinero, han recibido buenas subvenciones. Pero tranquila: igual que vamos a medias con lo que te paguen por tu reportaje, pensaba compartir contigo la gratificación.
–Pero yo no...
–Ya estoy con vosotros –asomó el presidente de la fundación, y vino hacia nosotros–.
–Arriba España, mi general –José Antonio se puso en pie y levantó el brazo con tanto ímpetu que sacudió la lámpara.
–Me alegro de recibir sangre joven –dijo el tipo al verme, y me dio un repugnante pellizco en la mejilla–. Bienvenida a la Fundación Nacional Francisco Franco.
–Perdone, tengo una duda –dije yo–: ¿En Alemania hay también una fundación Hitler?
El presidente tensó el cuerpo, intercambió una mirada interrogativa y severa con José Antonio, que parecía descolocado con mi pregunta. Yo lo había hecho para fastidiar, lo reconozco. Empezaba a estar harta de esa gente.
–¿Cómo te llamas, chiquilla? –me preguntó el tipo.
–Carmela.
–Mira, Carmen…
–Carmen, no: Carmela.
–Mira, Carmen, comprendo tus dudas, porque a los jóvenes os llevan años adoctrinando y manipulando. Pero las comparaciones son odiosas, y esta más. Comparar a Hitler con Franco es como comparar a Atila con Felipe II. El Caudillo fue la antítesis de Hitler. Franco fue un católico ejemplar, mientras Hitler era ateo. Franco acogió a los judíos que huían de Hitler. Franco ganó la guerra civil con una estrategia de minimización de daños, mientras Hitler desangró a su patria en la guerra. Franco llevó a España a las más altas cotas de paz, reconciliación y desarrollo de su historia, y Hitler hundió a Alemania en la derrota y la división territorial. ¿Alguna otra pregunta, bonita?
–Pues mire, sí –ahí me vine arriba–. ¿A cuánta gente fusiló Franco?
–A nadie.
–¿A nadie?
–Franco no fusiló a nadie. No dictó ninguna condena de muerte. Fue la Justicia. Como en cualquier Estado de Derecho. Y que sepas que el Régimen no fusilaba por capricho. Eran criminales que habían cometido infinidad de crímenes. Pero ya que lo preguntas, solo se fusiló a 23.000, que es una cifra ridícula comparando con lo que pasó en otros países. Los de las fosas exageran, y además son subvencionados. Tú no serás periodista de uno de esos periodicuchos, ¿no?
–Discúlpela, mi general –interrumpió José Antonio–, es demasiado joven, no sabe lo que dice. Estamos aquí porque compartimos el espíritu patriótico del 18 de julio. Como dijo nuestro Caudillo, “no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”.
Esa no necesitaba ni buscarla en Google. Era de Kennedy.
–Al grano, por favor, tengo que atender a otra televisión –refunfuñó el presidente, y José Antonio se adelantó:
–Hemos venido porque queremos confiarle un bien muy especial, antes de que el gobierno ponga sus manos sobre él.
–Mientras no me hayáis traído la cruz del Valle –bromeó el tipo.
–Mejor que eso. Hemos puesto a salvo al Caudillo.
El presidente de la fundación me miró esta vez a mí, como esperando que yo disculpase a José Antonio por alguna enfermedad mental y me lo llevase a casa.
–Sé que suena increíble –continuó–, pero lo hemos sacado del Valle antes de que profanen su tumba. Lo tenemos en el coche. Queremos confiarle su custodia.
El presidente quedó en silencio unos segundos, arrugando los ojos al mirarnos. Hasta que sonrió, una sonrisa cada vez más amplia, que terminó en carcajada exagerada:
–¿Dónde está la cámara? Creíais que iba a picar, ¿eh? ¿Dónde lleváis la cámara oculta? ¿Venís del programa del Wyoming? Buen intento, muchachos.
–Le juro por lo más sagrado que… –protestó José Antonio, pero el hombre le puso una mano en el hombro y lo empujó hacia la salida:
–Sois muy graciosos. Mucho. Pero iros a reír de los sociatas, que yo tengo mucho que hacer.
–Venga conmigo al coche, véalo usted mismo…
–Que sí, que sí… Dadle recuerdos al Wyoming. Me río mucho con su programa.
Mientras nos acompañaba a la calle para asegurarse de que nos marchábamos, me entró un mensaje de Eduardo: “¿Cómo va eso, reportera?”. Le contesté: “Tengo algo para ti. Algo grande. Te lo envío y me largo de aquí”. Había decidido hacerle ahora mismo la foto a la momia, enviársela y que se las apañase él, yo no seguía.
El tipo nos acompañó hasta la calle, y cuando José Antonio sacaba ya la llave del coche para abrir el maletero y enseñárselo, descubrimos que el coche no estaba:
–¡Se han llevado al Emprendedor! –exclamó José Antonio.
–¿Quién es el Emprendedor? –preguntó el de la fundación.
–¡Y yo no había hecho la foto todavía! –protesté.
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