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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Todo el día con la guerra del abuelo

– “El éxito es la habilidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”.

–¿Puedes al menos ahorrarte las frasecitas?

–No perdamos la esperanza, Carmencita. Hemos perdido una batalla, pero no la guerra. El Borbón no es el único que en este país tiene deudas con el Caudillo.

Circulábamos de vuelta al centro de Madrid, y José Antonio estaba de buen humor. Le divertía que para arreglar el pinchazo hubiésemos hecho trabajar a unos republicanos que se detuvieron a ayudarnos cuando volvían de la Zarzuela. “¡Si llegan a saber esos granujas lo que llevamos en el maletero!”

Mientras cambiaban la rueda, hablé por teléfono con Eduardo, mi director. Como quería acabar de una vez, le conté atropelladamente todo lo de los últimos días: la acampada en el Valle, el desenterramiento nocturno, la fuga, la visita a la fundación, el intento en la Zarzuela. Le envié las fotos de la tumba, aunque no se veía gran cosa. No pareció muy convencido:

–Lo único que saco en claro de todo ese embrollo que me has contado es que no estás junto a la tumba. Vuelve ahora mismo, o aquí concluye tu brevísima carrera periodística.

–No van a sacarlo, ya te he dicho que…

–O vuelves al Valle, o me mandas una buena historia que pueda publicar y que reviente las redes sociales.

De acuerdo. Eso iba a hacer: enviarle una buena historia. La mejor historia. La historia de la desaparición del cadáver de Franco. “Buscando a Franco”. Buen título. Clics asegurados. En algún momento el Gobierno abriría la tumba y la descubriría vacía. Y entonces, cuando todo el país se preguntase dónde está Franco, ahí estaría yo, al pie de la noticia.

Lo malo era que para conseguirlo tenía que seguir junto a José Antonio, que no callaba:

–El país está lleno de estómagos desagradecidos. Familias que se lo deben todo a Franco, y que tendrían que estar hoy a la vanguardia defendiéndolo. No podrán negarse a ayudarlo en su último trance.

Entrábamos por la Castellana, y me señaló una de las cuatro torres:

–Mira, ahí está OHL, ¿te suena? Una de las primeras constructoras de España. La “H” es de Huarte, que fue una de las que levantó el Valle de los Caídos. Entre tú y yo: en condiciones muy favorables. Con alguna ayudita de presos, sí. Huarte, Agromán y Banús construyeron el Valle. No fue la única gran obra. Pantanos, enormes presas. Canales. Poblados agrícolas. Y la reconstrucción de lo destruido en la guerra. Ahí ganaron muchas constructoras. Dragados, por ejemplo, que aprovechó bien la redención de penas por el trabajo. Hoy es parte de ACS. Por no hablar de las eléctricas. Y los banqueros. ¿Te suena March? ¿Entrecanales, Oriol, el conde de Fenosa? Siguen siendo las familias que cortan y reparten la tarta. Los que se sientan en los consejos de administración del IBEX.

–¿Esos son tus emprendedores?

–Hubo de todo. Empresarios fieles al Movimiento, que financiaron el Alzamiento y colaboraron en la reconstrucción, y que por supuesto fueron merecidamente recompensados. Y otros que se aprovecharon de la generosidad del Caudillo. Familias de varios apellidos, de las de toda la vida, de las que saben hacer negocios lo mismo con el régimen que con la democracia, la república o el soviet si lo hubiera. Y otras que iniciaron su fortuna bajo el paraguas del Estado. Emprendedores, sí. Supieron encontrar las posibilidades de negocio con unas condiciones laborales muy favorables a la iniciativa privada. Sin sindicatos, imagínate. Eso es ayudar a los emprendedores: acabar con la mafia sindical, como hizo Franco.

–¿Y cuál de todos esos emprendedores nos va a ayudar?

–Como supondrás, Carmencita, no nos podemos presentar en la sede de una constructora o una eléctrica y soltarles el muerto, nunca mejor dicho y que Dios me perdone. Necesitamos un intermediario. Alguien que tenga buenas relaciones con todas ellas, y que a su vez esté también en deuda con el régimen.

Como en la calle Génova no se podía aparcar, metimos el coche en un parking cercano.

–Esta vez no nos presentaremos con las manos vacías –dijo José Antonio, y abrió el maletero.

Pero ocurrió algo horrible: al intentar levantar el cuerpo, lo agarró mal y se desprendió la cabeza. Lo raro era que no la hubiésemos perdido antes, el cadáver estaba seco y se quebró una rama seca. Di un chillido al ver rodar la cabeza.

–“No hay mal que por bien no venga”. Esa frase sí es suya –dijo. Agarró la cabeza y la metió en una bolsa del Corte Inglés. Cerró el maletero dejando dentro el resto del Caudillo. Vomité entre dos coches antes de seguirlo.

–Estamos de suerte, porque los peperos acaban de elegir a un nuevo presidente. Ese muchacho me gusta. Tiene las cosas claras con Cataluña, el aborto, la familia. Sin complejos. ¿Oíste aquello que dijo una vez sobre las fosas? Llamó “carcas” a los de la memoria histórica: “todo el día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quién”. Y ayer mismo le escuché decir que él no gastaría ni un euro en desenterrar a Franco: “hay que mirar al futuro, sin revisionismos, no se pueden abrir costuras y volver a enfrentar a las dos Españas”.

A la puerta de la sede nacional del PP encontramos un grupo de periodistas esperando, con cámaras y micrófonos. Cruzamos entre ellos. José Antonio metió la bolsa en el escáner, mientras seguía hablando:

–El nuevo líder, pese a su juventud, debe de ser muy consciente de los vínculos históricos, familiares y emocionales que su partido tiene con el régimen. Sabe muy bien de dónde vienen. Te puedo dar una lista de apellidos de dirigentes de las últimas décadas que son hijos o nietos de ministros, delegados del gobierno, directores generales, procuradores…

El recepcionista nos salió al paso antes de que José Antonio me recitase la lista.

¿En qué puedo ayudarles?

–Traemos algo para el nuevo presidente –y levantó la bolsa cerrada.

–Se lo agradezco, pero tenemos un protocolo para los regalos. Hemos tenido algunos problemas con ese tema en el pasado, ya sabe. Si quiere, déjemelo y…

–No es un regalo –cortó José Antonio-. Es mucho más que un regalo. Escuche, sé que su partido tiene muy buena relación con empresas constructoras y…

–Por favor –el tipo bajó la voz, parecía agobiado-, estas cosas no se hacen así. Mire, yo soy nuevo, pero por lo que sé las… donaciones llevan un cauce. Si quiere, déjeme esa bolsa y sus datos, y en seguida le…

De pronto se produjo un revuelo en la puerta. Los periodistas del exterior entraron deprisa. Nos giramos y vimos el motivo de su agitación: bajaba la escalera el nuevo presidente del partido.

–Señor Casado, ¿dónde están sus trabajos del máster?

–¿Piensa dimitir si lo imputan?

–¿Ve normal que le convalidasen tantas asignaturas?

Los de seguridad forcejearon para apartarlos. José Antonio intentó acercarse a él con la bolsa y una sonrisa:

–Presidente, encantado de saludarle, quería…

Un escolta lo atajó y lo empujó contra los periodistas.

–¡Presidente, tengo algo para usted, es importante! –gritó José Antonio. Levantó la bolsa, la sacudió. Temí que en cualquier momento se saliese la cabeza y rodase por el suelo.

El presidente del partido se alejaba, José Antonio gritaba más fuerte e intentaba zafarse de un vigilante:

–¡Presidente, es sobre la guerra del abuelo y los carcas de la memoria!

Casado le echó una mirada despectiva antes de entrar en el coche. Debió de tomar a José Antonio por un provocador. El vigilante le puso un brazo al cuello para alejarlo.

Los cámaras de televisión no desaprovecharon la imagen de José Antonio gritando: “¡La guerra del abuelo! ¡La guerra del abuelo!”

De camino al parking se me ocurrió comentarle algo que acababa de leer, enredando en Google mientras él discutía con el vigilante:

–Hablando de abuelo, resulta que al de Casado lo encarcelaron en la guerra.

–Sería una checa, pobre hombre.

–No, una cárcel franquista. Por lo visto era republicano. De UGT.

–No deberías creerte todo lo que lees en Internet. Ven, que vamos a probar suerte en otro sitio. Necesitamos un político con coraje, un verdadero patriota. Y sé dónde encontrarlo.

Siguiente capítulo: Orange is the new blue

– “El éxito es la habilidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”.