eldiario.es presenta Buscando a Franco, una historia (casi) interminable que se adentra en los misterios y tensiones que aún perviven en torno al cadáver del dictador. De la pluma de Isaac Rosa y la plumilla de Manel Fontedevila, vamos a descubrir, capítulo a capítulo, los verdaderos sentimientos que mueven a una tropilla de nostálgicos, policías corruptos, políticos ambiciosos, periodistas sensacionalistas y pícaros de todo signo que dan sentido a su vida en torno a la idea de que existe un país llamado España.
¿Qué ha hecho la democracia por nosotros?
- Tercer capítulo de 'Buscando a Franco': lee aquí el anterior capítulo de la novela por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila que eldiario.es publica diariamente este verano
Me pasé seis días con sus noches en el Valle de los Caídos, junto a cientos de seguidores de Franco dispuestos a quedarse allí el tiempo que hiciera falta.
“El 15-M de los indignados franquistas”, tituló Eduardo, que me ordenó quedarme, aunque yo estaba deseando volver a casa:
–El resto de periodistas se han ido ya, pues tú te quedas. Te diría hasta que durmieses encima de la lápida, que seguro que lo sacan de madrugada.
Ni loca iba a dormir junto a un muerto. Y si solo fuese uno. Estaba dando una vuelta por las capillas cuando oí a un anciano explicar a unos jóvenes rapados que detrás de esos muros yacían más de treinta mil caídos por Dios y por España.
–Exactamente treinta y tres mil ochocientos setenta y dos españoles.
–Treinta y tres mil ochocientos setenta y cuatro –le corrigió otro–. Que se olvida de contar al Caudillo y a nuestro primer mártir.
Cogí el móvil y lo comprobé en Wikipedia: aquello era una gigantesca fosa común. Más de treinta mil cadáveres traídos de toda España, aunque según otros podían ser más de cincuenta mil. Incluidos republicanos desenterrados y trasladados sin conocimiento de sus familias.
Por supuesto, no iba a dormir allí dentro. Y menos encima de la lápida de Franco. Los cientos que decidieron quedarse en el Valle acamparon en la explanada frente a la basílica, al fresco.
–¡El Valle no se rinde! –se decían brazo en alto al cruzarse, orgullosos.
Para dormir me instalé junto a un grupo de monjas, que parecían lo más inofensivo en aquella concentración.
Mientras, las noticias decían que el gobierno buscaba la fórmula jurídica para sacar a Franco, la familia insistía en negarse, y el prior –busqué en Google qué era un prior– amenazaba con denunciar al gobierno por profanación.
Los franquistas entretenían las horas haciendo cosas franquistas. Veían vídeos del No-Do. Escuchaban a los veteranos contar sus memorias de los años gloriosos. Cantaban también, cantaban a todas horas. Las monjas a mi lado eran de guitarra y que si el señor esto, el señor lo otro. Los jóvenes escuchaban grupos con nombre de unidad militar alemana. Y luego estaban los del dichoso Cara al Sol, que ahora no puedo dejar de canturrear: volverán banderas victoriooooosas al paso alegre de la paaaaz…
Una mañana asistí a una escena curiosa. Un grupo de viejos franquistas mantenía una tertulia en la escalinata de acceso. Uno de ellos, que había sido secretario de no sé qué en la dictadura, habló a los demás:
–Sacar al caudillo es el último paso. La democracia nos ha quitado todo aquello por lo que luchamos no solo nosotros, sino nuestros padres, y los padres de nuestros padres. Y a cambio, la democracia, ¿qué nos ha dado?
Se hizo un silencio, hasta que uno respondió tímidamente:
–El AVE.
–¿Qué? –preguntó el ex secretario, sorprendido.
–El AVE… Una cosa buena que ha traído la democracia, ¿no?
Hubo un murmullo de aprobación, mientras el ex secretario decía molesto: “De acuerdo, el AVE está bien, todos lo usamos…”
–Y la Unión Europea –dijo otro–. Ahora podemos viajar por Europa sin pasaporte.
–Y las televisiones privadas –añadió un anciano–. Acordaos cuando solo teníamos una cadena, qué tostón.
–De acuerdo –dijo el ex secretario–, reconozco que esas cosas nos las ha dado la democracia, pero aparte del AVE, la Unión Europea y las televisiones privadas, ¿qué nos ha dad…?
–El mantenimiento del Concordato –interrumpió uno–. Que lo de la iglesia no lo han tocado, eh.
–La educación concertada, que la inventaron los socialistas.
–Los viajes del Imserso.
–El divorcio –dijo alguien, y ante las miradas sorprendidas aclaró: Que no digo que esté bien, pero a unos cuantos nos ha venido de perlas, ¿no?
–¡El mundial de fútbol!
–Bueno –levantó la voz el ex secretario–, pero aparte del AVE, la Unión Europea, las televisiones, el Concordato, la concertada, los viajes del Imserso, el divorcio y el mundial, ¿qué ha hecho la democracia por nosotros?
–Nos ha dado la paz –contestó uno, y el ex secretario estalló:
–¿La paz? ¡Que te folle un pez!
Quizás no fue exactamente así, aunque yo lo recuerdo así de grotesco. Una y otra vez me venían a la cabeza las palabras de aquella periodista: “No tienen ni puta gracia, son ellos los que llevan cuarenta años riéndose de nosotros…”
Fue allí, en la explanada ocupada por los indignados franquistas, donde conocí a José Antonio. No el “mártir” enterrado junto al altar, sino el hombre que me acabó metiendo en este lío, el culpable de que Franco acabase en un maletero.
–Hola, jovencita, ¿quieres un refresco? Para las niñas guapas tengo precio especial –me dijo la primera vez. Empujaba un carro-nevera lleno de latas y bocadillos que vendía a precios de primera línea de playa.
–A esos ojazos le sentarían muy bien una banderita –me dijo la segunda vez detrás de un tenderete de souvenirs franquistas, donde vendía hasta camisetas de la selección española con el número 36 y el nombre de Franco a la espalda. Diseñadas por él mismo, me explicó.
–¿Una ducha calentita, guapa? –me ofreció la tercera vez. Había aparcado un remolque con duchas portátiles en un lateral de la explanada. A veinte euros la ducha.
–¿Cómo te llamas? –me preguntó mientras paseaba con una mochila-batería para cargar móviles por cinco euros.
–Carmela –le dije. No me pregunten por qué, pero me cayó simpático.
–Ah, Carmen.
–No, Carmela. Como la de la canc…
–Mira, Carmen, podías echarme una mano, así te ganas unos duros.
–¿Qué son duros?
Me colgó en la espalda otra mochila de la que asomaban cables y que iba coronada con una antena adornada por la bandera de España. Para ofrecer wifi, me dijo, y en seguida me guiñó un ojo:
–En realidad la mochila es de coña, pero le da caché a lo de recargar móviles.
Me invitó a un bocadillo y se presentó como un hombre de negocios. Un emprendedor, subrayó:
–En este país a los emprendedores nos maltratan, nos crujen a impuestos y todo son problemas. La democracia es enemiga del espíritu emprendedor, yo me he arruinado cuatro veces, dos con los sociatas y dos con los peperos. Con Franco vivíamos mejor los emprendedores.
Como puse cara de pasmo, me aclaró:
–En serio. La España de Franco era el paraíso de los emprendedores. Nunca el ingenio hispano llegó tan alto. Inventamos el submarino y el helicóptero. Y la fregona. ¿A que no lo sabías? Ríete de la humilde fregona, pocos inventos tan revolucionarios. Pregúntale a tu abuela, que fregaba de rodillas antes de que la inventara un español. Un emprendedor español.
Las tardes se me pasaban escuchando a José Antonio. Nunca sabía bien cuándo hablaba en serio y cuándo me tomaba el pelo:
–El propio Franco fue un emprendedor, ¿sabes? Yo soy franquista, sí, pero no lo llamo el Caudillo, ni el Generalísimo. Para mí es El Emprendedor. ¿Qué fue la Guerra Civil sino una gran empresa? ¿Y la reconstrucción del país? La reconciliación, la Transición, ¡la democracia es una genialidad del Emprendedor, que lo dejó todo atado y bien atado, aunque luego los demócratas la echaran a perder! Un día me puse a leer discursos de Franco y ¿sabes lo que encontré? Que funcionaban como autoayuda para emprendedores. Frases motivacionales. Cualquier día escribo un libro de coaching usando solo palabras de Franco. Ríete, ríete…
Y se tapó la nariz para aflautar más la voz de Caudillo:
–“La vida es una batalla permanente, en la que no podemos dormirnos, y la paz una conquista que es necesario celar y defender”. “¡Cuántas veces en la vida, para dar un salto, necesitamos retroceder unos pasos para tomar impulso que nos permita un avance mayor!” Y esta es la mejor, escucha: “Estábamos al borde del abismo, pero hemos dado un paso adelante”. Impresionante, ¿verdad? Si te dicen que en vez de Franco las ha escrito, qué se yo, un coach llamado Frankie Frank, te lo crees, ¿verdad?
“No tienen ni puta gracia. Son ellos los que llevan cuarenta años riéndose de nosotros…”
Pero José Antonio tenía gracia, sí, y le acabé contando qué hacía yo en el Valle. Prometió ayudarme:
–No me digas más, Carmen. Yo te voy a conseguir la primera foto del Emprendedor cuando abran su tumba. Has tenido suerte de encontrarme.
Y así fue que una noche, al sexto día de acampada franquista, José Antonio me despertó susurrando:
–Niña… Carmencita, arriba. Ven conmigo, que tu momento ha llegado.
- Tercer capítulo de 'Buscando a Franco': lee aquí el anterior capítulo de la novela por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila que eldiario.es publica diariamente este verano
Me pasé seis días con sus noches en el Valle de los Caídos, junto a cientos de seguidores de Franco dispuestos a quedarse allí el tiempo que hiciera falta.