eldiario.es presenta Buscando a Franco, una historia (casi) interminable que se adentra en los misterios y tensiones que aún perviven en torno al cadáver del dictador. De la pluma de Isaac Rosa y la plumilla de Manel Fontedevila, vamos a descubrir, capítulo a capítulo, los verdaderos sentimientos que mueven a una tropilla de nostálgicos, policías corruptos, políticos ambiciosos, periodistas sensacionalistas y pícaros de todo signo que dan sentido a su vida en torno a la idea de que existe un país llamado España.
Le llamaban Billy
- Undécimo capítulo de 'Buscando a Franco': lee aquí el anterior capítulo de la novela por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila que eldiario.es publica diariamente este verano
–¡ESTO ES COMO LA NAVIDAD, SI SACAMOS EL TEMA DE FRANCO NOS VAMOS A ENFADAR TODOS!
El televisor tenía el volumen altísimo. Los gritos de Belén Esteban retumbaron en el piso cuando José Antonio abrió la puerta.
–¡ESTE SEÑOR LLEVA CUARENTA AÑOS MUERTO, HAY QUE DEJAR EL PASADO Y VIVIR EL PRESENTE!
–Es que mi padre está ya un poco teniente –dijo tocándose la oreja–. Y eso que llegó a capitán, ja, ja.
No entendí la broma, pero tampoco estaba yo para bromas. Llevábamos dos días dando vueltas por Madrid con la momia en el coche, y cada vez parecía más lejana una solución, pero José Antonio no perdía el optimismo:
–Haré unas cuantas llamadas. Camaradas de mi padre, gente de la vieja guardia que no se anda con tantos remilgos. Pero por favor, no le digas nada a mi señor padre. Está delicado del corazón, no le conviene excitarse.
Entramos en un salón decorado con enormes cornamentas de ciervo. Don José estaba sentado en un sofá mirando al televisor, adormilado. Precisamente los tertulianos de Sálvame hablaban en ese momento del “temita”. A gritos:
–EN ESA ÉPOCA SE HICIERON MUCHAS COSAS BUENAS. TENEMOS LA SANIDAD PÚBLICA GRACIAS A FRANCO. ¡TODO EL MUNDO TENÍA TRABAJO CON FRANCO! MIRA LOS PRESOS, LES HACÍAN TRABAJAR Y COBRABAN UN SUELDO.
–YO DIGO UNA COSA AL GOBIERNO DE ESPAÑA: COMO AQUÍ HABRÁ PERSONAS QUE QUIERAN SACARLE Y OTRAS QUE NO, ¡VOTACIÓN! ¡QUE LO DECIDA EL PUEBLO! –remató la Esteban, mirando a cámara.
–Padre… Padre… –José Antonio apagó la tele y habló al oído del anciano, que pareció espabilarse:
–Hola, hijo. Veo que vienes con otra de tus señoritas. Luego le dices que me dé un masajito a mí también, eh.
–No, padre. Es una periodista, la conocí en el Valle.
–Ah, en el Valle. Tan joven y ya tan patriota, eh, guapa –me dio otro de esos pellizcos babosos en la mejilla, como el que me dio el presidente de la fundación Franco. Pellizcos franquistas los llamaré a partir de ahora.
–Hablando del Valle –dijo el anciano–, me acaba de llamar un viejo amigo para que me sume al manifiesto de militares en defensa del Caudillo, contra la perversa pretensión de exhumarlo y destruir el símbolo de la reconciliación. ¡Ya está bien de descalificar a un militar ejemplar como el Generalísimo!
Mientras José Antonio atendía a su padre, eché un vistazo por el salón. Aquello era un museo. Cuernos por las paredes, una vitrina con escopetas y pistolas. En el aparador, fotos enmarcadas. El señor José a distintas edades y con gentes que fui identificando por las firmas de las dedicatorias. José Utrera Molina. Blas Piñar. Jaime Milans del Bosch. Antonio González Pacheco. Rodolfo Martín Villa. Luis Carrero Blanco. También había una con el caudillo, en una montería: don José, Franco y otros hombres delante de un montón de ciervos abatidos.
En lugar central, tras una vitrina, brillaban unas cuantas medallas, y una bandeja conmemorativa, plateada, con un listado de nombres del que solo reconocí el primero. José Antonio me lo aclaró:
–Son los héroes del 23F. Algunos eran compañeros de mi padre.
En ese momento sonó el timbre. Una muchacha vestida con delantal y cofia, como disfrazada de criada antigua, fue a abrir la puerta. Segundos después entró en el salón otro anciano, con aspecto más enérgico que don José. Me lo presentaron como Antonio.
Se sentaron a tomar café. Me sonaba la cara del tal Antonio, no recordaba dónde lo había visto. Me acerqué al aparador, revisé otra vez las fotos, y allí lo encontré: Antonio González Pacheco. Busqué en Google quién era, mientras mi compañero de fuga le susurraba nuestro problema:
–Tenemos un asunto muy delicado, don Antonio. Tiene que ver con los planes del gobierno de profanar la tumba del Caudillo. Buscamos a alguien que pueda hacerse cargo. Alguien de total confianza, ya me entiende.
Ajá. Lo encontré. Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño. Policía de la Brigada Política Social. Conocido por sus torturas a detenidos políticos durante la dictadura.
Me di la vuelta y lo miré mientras hablaba con José Antonio:
–Te voy a conseguir una cita con un compañero. Si alguien puede ayudarte en un asunto delicado como el que comentas, es él. Lleva décadas trabajando bajo tierra, ya sabes.
Mientras el tipo hablaba, leí varios testimonios de sus víctimas:
“…me pegaba como un loco, me decía puta, guarra. Me puso una pistola en la cabeza…”
“…me metió un pañuelo en la boca, hasta la garganta…”
“…era un sádico de la tortura, disfrutaba muchísimo, se le veía en la expresión…”
“…‘ahora ya no parirás más, puta’, me decía mientras me golpeaba el vientre…”
“…me dio golpes en los pies durante horas, acabé con las plantas destrozadas…”
“…sus técnicas favoritas eran el ‘pasillo’, el ‘repasito’, colgar de una barra, el 'saco de golpes' o la 'bañera'…”
Leí un par de artículos sobre la tortura en la dictadura y la impunidad de los torturadores, que siguieron siendo policías en democracia. Supe de un estudiante al que lanzaron por una ventana tras torturarlo, y simularon su suicidio: Enrique Ruano. Sobre Julián Grimau, al que machacaron y también tiraron por la ventana, y luego lo mantuvieron con vida para poder fusilarlo. Descubrí que todo eso sucedía en la Puerta del Sol, en el edificio de las uvas de Nochevieja.
–Te estás poniendo blanca, niña –dijo José Antonio–. ¿Te encuentras mal?
–Tengo que ir al baño –dije, y salí de allí.
–A ver si la has dejado preñada –oí que decía el ex policía, con una carcajada–.
Hice sonar la puerta del baño pero me quedé en el pasillo. Escuché lo que el llamado Billy el Niño contaba al padre de José Antonio:
–Mañana salimos de viaje a Italia, sí, pero en coche. Es una paliza, lo sé, pero prefiero evitar los aeropuertos. Tengo que moverme con cuidado, porque en el momento que ponga un pie fuera de España, la jueza argentina irá a por mí. Aquí estoy tranquilo, todos los gobiernos nos han protegido hasta hoy, pero en el extranjero puede pasar cualquier cosa. Tengo que viajar siempre con mucha discreción.
–Algún día te harán justicia, Antonio –era la voz de don José–. Te reconocerán como mereces por lo que hiciste en los años difíciles contra subversivos y terroristas. Te tocó hacer el trabajo sucio, pero si no llega a ser por hombres como tú, a saber dónde habría acabado este país. Y encima te quieren quitar las medallas, cuánto rencor. Pocas medallas te han concedido para lo mucho que le has dado a España.
Media hora después José Antonio y yo salimos del piso, para seguir nuestra aventura: él buscando a quién soltar el cadáver, yo conseguir una buena historia para el periódico. Y ahora también algo más:
–Un momento, tengo que hacer una llamada –dije antes de subir al coche.
–Date prisa, que nuestro contacto nos espera en una hora.
Marqué el teléfono de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que había encontrado en Internet:
–Hola, tengo una información que puede interesarles. Es sobre un policía torturador que se va de vacaciones…
Sobre este blog
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