Desde que una gran parte de los animales humanos de la tierra se han visto confinados en sus casas para prevenir la expansión de la COVID-19 se ha extendido la idea de que estábamos dándole un respiro al resto de animales y al planeta. Vídeos con toques post-apocalípticos de animales paseando a sus anchas por las ciudades vacías de humanos, canales venecianos con agua cristalina y avistamientos de delfines, ballenas y orcas en muchas bahías del mundo han llenado Facebook y YouTube. Pero, si bien es cierto que ha bajado la contaminación atmosférica en las zonas industrializadas más asoladas por la pandemia y que han aplicado estrictas medidas de confinamiento, como es la misma Wuhan o el norte de Italia, y que algunos animales próximos a los pueblos y las ciudades han tenido un respiro de atropellos, persecuciones, maltrato y caza legal, la realidad es que este alivio no ha sido la norma general en el mundo. Veamos algunas de las cosas que han acontecido desde el comienzo de la pandemia.
Lo bueno
El origen animal de la COVID-19 ha sacado a la luz tanto el tráfico legal e ilegal de animales salvajes como su uso y abuso en medicina y mercados de comida. ONGs y activistas que trabajan en países con mercados de animales salvajes están realizando campañas educativas nacionales e internacionales para explicar los peligros del consumo de carne de animales salvajes y de la pérdida de biodiversidad, desmintiendo mitos muy arraigados. Muchos ciudadanos de estos países, sobre todo entre la juventud, que no eran consumidores pero tampoco se oponían abiertamente al consumo, están más activos en la lucha contra este tráfico.
Estas presiones internas, así como las internacionales, han llevado a países como China a empezar a aprobar leyes más restrictivas para abolir lentamente su cría y comercio en los llamados mercados húmedos. Algunas ciudades también han empezado a clasificar a perros y gatos como animales de compañía, prohibiendo así su crianza y venta para el consumo. Con ocasión del festival de carne de perro de Yulin, que se celebrará el próximo 21 de junio, esperemos que esta ciudad se una a la prohibición y se evite la muerte de miles de perros.
Por su parte, al cerrarse al público zoos, acuarios, arenas y carpas en todo el mundo, animales que son forzados a diario a hacer espectáculos, a ser cabalgados, tocados con y sin mimo y torturados hasta la muerte para el deleite de unos pocos, han tenido unos meses de respiro.
Las industrias basadas en la explotación animal están pasando malos momentos por la falta de público. Por un lado, falsos santuarios de animales, que no eran más que negocios disfrazados de ONGs, se han visto forzados a hacer precisamente lo que ya decían hacer: dejar que los animales que habían rescatado viviesen en paz, por ejemplo, al no tener turistas que paguen por darles de comer y montarlos. En algunos campamentos de elefantes rescatados en el sudeste asiático, les han quitado las cadenas y ahora pasean libres por las instalaciones; incluso 11 elefantes en Tailandia realizaron un largo viaje a pie junto con sus cuidadores para volver por primera vez en 20 años a la zona donde nacieron.
Miles de zoos se encuentran ante graves problemas financieros y de imagen, incluso puede ser que algunos no sobrevivan a la pandemia. El confinamiento ha dado que pensar a bastante gente, y mucha se ha dado cuenta de que un encierro, aunque tengas comida de sobra e incluso convivas con amigos, pareja e hijos, no es agradable después de unas semanas. Empiezan a entender que poco se aprende de ver a un ser vivo confinado, ya que nuestra vida confinada nada tiene que ver con nuestro comportamiento natural. Está bastante claro que, de didácticos, los zoos tienen más bien poco.
Zoos y acuarios del mundo están buscando soluciones, desde pedir ayuda a sus gobiernos y donantes privados -algunos incluso amenazando con que si no consiguen dichos donativos matarán y darán de comer unos animales a otros (como el zoo de Neumünster, en Alemania)-, hasta a solicitar ayuda a santuarios. En casos excepcionales se ha mandado a los animales a sus países de origen, como es el caso de los dos osos panda del zoo de Calgary, en Canadá, donde, al verse incapaces de seguir importando bambú para alimentarlos, decidieron devolverlos a China, después de seis años de trámites y 21 millones de dólares de gastos. Aunque cabe decir que no lo hicieron únicamente por bondad, sino porque China sólo cede los pandas al resto del mundo manteniendo su propiedad, y los daños a dichos osos pueden ser vistos como daños al honor y la propiedad china y acarrear problemas diplomáticos.
Al ser cerrados restaurantes en todo el mundo, la demanda de muchos productos animales ha bajado. En Indonesia, la COVID-19 ha dado un merecido descanso a las rayas y los tiburones, que, codiciados por sus aletas para hacer sopas insípidas, están siendo pescados hasta el borde del exterminio.
En España, en este 2020 se han cancelado, entre otras fiestas y espectáculos, los Sanfermines pamplonicas y el Rocío andaluz, aliviando de maltrato y abuso a miles de animales como toros, caballos, burros y bueyes. La caza recreativa ha estado suspendida durante semanas, dando un respiro no sólo a los animales que son cazados sino también a los perros de los cazadores, aunque de manera incomprensible en algunas comunidades dejaron salir a cazar por el monte antes que a pasear.
Lo que ha dado más que hablar es, sin embargo, la tauromaquia, ya que, como se venía diciendo, sin ayudas estatales lo que se extingue es el torero, no el toro. Esta aberrante vergüenza nacional, que cada vez provoca más rechazo dentro y fuera del país, depende en este momento de las ayudas estatales, llegando a pedir en pleno pico de la pandemia 700 millones de euros para su supervivencia. Desde que en el 2013 el gobierno del Partido Popular, por aquellos entonces con mayoría absoluta, aprobase una ley declarando a la tauromaquia Patrimonio Cultural, los toros pasaron a depender del Ministerio de Cultura y, por tanto, a tener derecho a subvenciones anuales para garantizar su conservación y promoción. Desde entonces, han recibido millones de euros en ayudas estatales, de las comunidades, de las provincias y de los municipios. Las partidas presupuestarias en las que se esconden esas subvenciones son múltiples: cultura, festejos, enseñanza o apoyo a empresas de ganadería, por citar algunas. Este año, a causa de la pandemia, van a recibir 40 millones de euros de dinero público. El dinero del Estado debería ir a salvar vidas, no a quitarlas. Es ahora el momento de apoyar a las asociaciones antitaurinas, de reclamar el cese de las subvenciones y de que la tauromaquia deje de ser Patrimonio Cultural, abriendo paso a su progresiva abolición en todo el territorio del Estado español.
Lo malo
En estos momentos, y sobre todo en las peores fases de la pandemia, gobiernos de todo el mundo aprovecharon y aprovechan el estado de shock de sus ciudadanos para aprobar leyes que en otro momento encontrarían una oposición masiva.
Bolsonaro, el ultraderechista que desgobierna en Brasil, y su equipo están destruyendo la selva amazónica aún con más celeridad e impunidad durante esta pandemia. En gran parte, para crear pastos para las vacas que luego se comen en Occidente, dejando clara la hipocresía instalada en amplios sectores de las sociedades industrializadas, que dicen querer salvar el Amazonas mientras comen sus filetes y hamburguesas. Al mismo tiempo, las comunidades indígenas de toda la selva amazónica, que son quienes realmente ejercen la mayor oposición a la destrucción de la selva, están cayendo enfermas en áreas con poca asistencia sanitaria, mientras el resto del mundo no reacciona.
Dirigentes mundiales con lazos con el lobby de la caza, como Trump, están aprobando leyes como la que permite a los cazadores de Alaska matar a las madres osas y lobas y a sus oseznos y lobeznos en sus madrigueras, pudiendo cazar incluso en los parques nacionales del Estado. Países del sudeste asiático con selva, como Indonesia y Myanmar, están también aprovechando la crisis para retirar o atenuar leyes contra la deforestación. A consecuencia de ello, empresas madereras y mineras pueden acceder ahora a áreas antes protegidas y, por la falta de control actual, también está creciendo en estos países la tala ilegal.
La falta de turistas está teniendo un efecto negativo inmediato en la conservación de la naturaleza. La falta de ingresos hace que muchos parques nacionales e iniciativas de conservación estén teniendo problemas financieros, ya que el ecoturismo fomenta la creación y financia muchos parques nacionales y áreas protegidas. El dinero de los viajeros subvenciona no solo la conservación directa de la naturaleza sino que crea empleos en áreas muy empobrecidas. Por la pérdida de estos ingresos, muchos habitantes cercanos a áreas protegidas, importantes por su biodiversidad, están volviendo a la pesca y la caza de subsistencia. A esto se une la falta de dinero disponible para la vigilancia de estos parques. La desesperación y, en algunos casos, la codicia, junto con la falta de control, están propiciando la caza y la pesca furtivas de especies protegidas, a menudo con técnicas altamente destructivas, como la pesca con dinamita en el Parque Nacional de Komodo, en Indonesia. Bandas mafiosas dedicadas al tráfico de vida salvaje están aprovechándose también de la situación. El mes pasado, un grupo armado entró a cazar al Parque Nacional de Virunga, en República Democrática del Congo, uno de los pocos lugares del mundo con gorilas en libertad, matando a 17 personas, incluidos 12 guardas.
A pesar de que China y Vietnam estén dando pasos para acabar con los mercados húmedos de animales salvajes y pretenden regular mejor el tráfico ilegal de estos animales, siguen permitiendo su uso para la medicina y la experimentación. La Comisión para la Salud Nacional China está promoviendo como remedio para la COVID-19 una medicina que contiene bilis del oso del sol, lo que está provocando un aumento en su caza en Indonesia, donde ya está en grave peligro de extinción. A pesar de que se baraja el pangolín como animal intermedio entre el murciélago y el humano en esta pandemia, y de que también está en grave peligro de extinción, su uso en la medicina China sigue siendo fomentado. Lo que implica, a su vez, como respuesta a la presión nacional e internacional para el control de este remedio tradicional, que el Gobierno de China esté planeando aprobar una ley que prohíbe criticar o poner en duda las bondades de este tipo de medicina.
Lo feo
La soledad del confinamiento ha llevado a muchas personas a adoptar animales. Sin embargo, el miedo y la falta de recursos ha llevado a muchas más a abandonarlos o sacrificarlos. Además, en muchos países, como España, se pararon las adopciones durante el confinamiento, con lo que los refugios se vieron desbordados. También en muchas ciudades de todo el mundo se prohibió alimentar y atender a las colonias felinas y miles de animales perecieron de hambre y enfermedades.
La proximidad con humanos enfermos ha contagiado a grandes felinos y se teme por la salud de los grandes simios, poblaciones de orangutanes muy afectadas por la huella humana, como es el caso de los tapanuli en Indonesia, podrían desaparecer si sufrieran el contagio.
La carrera por encontrar la vacuna para la COVID-19 está dejando también un reguero de muertes de animales de laboratorio. Ratas, monos y grandes simios están siendo infectados para encontrar una vacuna para los humanos. También se realizan experimentos con llamas y camellos. Pero, mientras que se actualizan a diario las cifras de contagios y muertes humanas, no se lleva registro alguno de las no humanas.