Los días 31 de mayo y 1 y 2 de junio se celebra en Madrid el cuarto Foro Social Mundial Antinuclear. Este año, creo que por primera vez en un foro de estas características, habrá un espacio de 45 minutos para hablar de los animales en los accidentes nucleares.
Cuando presenté la propuesta de ponencia no tenía muy seguro que la fueran a aceptar, pero afortunadamente las mentalidades están cambiando y comenzamos a comprender que, así como los ecosistemas naturales se han hecho complejos para ser exitosos, las causas justas deben estar interconectadas para poder lograr sus objetivos.
Yo llevo años como activista antinuclear, seguramente más que como antiespecista. Como ecologista siempre he sido consciente de que la radioactividad es un peligro para la vida en todas sus formas, y siempre he hablado de cómo afecta a la fauna salvaje. Sin embargo nunca me había parado a pensar en las consecuencias para los animales que conviven con las personas hasta que no leí el libro de relatos Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura 2015.
En el segundo relato, Entrevista de la autora consigo misma sobre la historia omitida y sobre por qué Chernóbil pone en tela de juicio nuestra visión del mundo, encontré este párrafo que me golpeó fuertemente:
Y en el tercer relato, Sobre qué se puede conversar con un vivo… y con un muerto:
Se lo recordaré todo…
Estos relatos me abrieron los ojos a una dimensión del problema que yo no había valorado antes: la evacuación. De modo que me puse a leer más sobre los planes de evacuación, empezando por el más cercano a mí, el de la Central Nuclear de Almaraz I y II, que está a setenta kilómetros de mi casa. Lo primero que observé es que es un plan de evacuación de 2009, que pese al accidente nuclear de Fukushima no se ha renovado, cuando es de suponer que hemos tenido que aprender sobre aciertos y errores después de un accidente que sucedió en 2011 y del que a día de hoy todavía no se están solventando las consecuencias. Y que ningún plan de evacuación toma en consideración a los animales que conviven con humanos ni, por supuesto, a la fauna salvaje.
Como en el caso de Chernóbil, cuando sucedió el accidente nuclear de Fukushima, veinticinco años después, las personas residentes de la zona afectada se fueron tan rápido que los animales de granja se quedaron amarrados en los establos, las gallinas quedaron dentro de las jaulas y los perros y gatos encerrados dentro de las casas. Estos animales morían de sed y de hambre, abandonados y sin libertad para escapar. Era el infierno en la tierra.
De las vacas tenemos datos: sabemos que había cerca de cuatro mil quinientas vacas en las inmediaciones de la central nuclear, de las que aproximadamente dos mil quinientas murieron de hambre y mil cuatrocientas fueron sacrificadas de manera “humanitaria” por orden del Gobierno. Pero alrededor de setecientas vacas lograron sobrevivir gracias a la desobediencia de personas a las que hemos podido conocer a través de las redes sociales.
El más famoso es Masami Yoshizawa, habitante de Namie, a 14 kilómetros de la central nuclear, y que cuando sucedió la catástrofe que sumó un terremoto, un tsunami y la destrucción de los seis reactores de la central nuclear, era responsable de 328 kuro-wagyu, vacas negras japonesas, a las que se negó a abandonar sabiendo que morirían de sed y de hambre. Y cuando llegó la orden del Gobierno para sacrificar a las vacas y a los cerdos, y a todos los animales domésticos, también se negó, por lo que su granja se convirtió en un santuario animal, y la rebautizó como 'Rancho de la esperanza'. Allí ha ido acogiendo a las vacas que habían quedado abandonadas en otras granjas.
A él se sumaron otros granjeros, como Keigo Sakamoto, un ex agricultor de arroz que vive en Tomioka, a nueve kilómetros de la central nuclear de Fukushima Daichi y dentro de la zona de exclusión nuclear que se extendió en un radio de veinte kilómetros. En su granja cuida de unas cincuenta vacas, dos avestruces, perros, gatos y otros animales. Keigo Sakamoto también ha convertido su granja en un santuario. Y así hasta nueve granjeros desobedientes.
Naoto Matsumura, es un ex trabajador de la construcción que también se negó a ser evacuado y a quien se conoce como el “guardián de los animales de Fukushima” por el trabajo que realiza para alimentar a los gatos y perros que otras personas dejaron atrás.
El Gobierno japonés ha centrado sus esfuerzos en “limpiar” la tierra de la región. Han invertido veintitrés millones de euros y han contratado a setenta mil personas para remover la capa vegetal del suelo, las ramas de los árboles y otros materiales contaminados que están en las zonas habitadas y los edificios de uso público. Su objetivo es reducir la radiación a niveles que permitan a la gente regresar a sus hogares si lo desean. Pero para los animales de granja la única solución que han dado es, como en el caso de Chernóbil, el sacrificio masivo. Y para los animales de familia, perros principalmente, jaulas donde pasan sus días sin salir. Este “refugio” gubernamental, con sede en Tokio, se llama Dobutsu Kyuen Honbu, una entidad creada después del terremoto de Hanshin, en 1995, con la intención de ayudar en futuras emergencias, pero que ha sido una gran decepción para los amantes de los animales.
De modo que podemos decir que tanto en Chernóbil como en Fukushima el problema de los animales víctimas de los accidentes nucleares ha sido afrontado por personas y entidades particulares. Tenemos, por ejemplo, la Fundación Clean Futures, estadounidense, que dentro de su labor humanitaria ha incluido el proyecto Dogs of Chernobyl. Actualmente tienen mil perros. Sí, han leído bien: mil perros que están buscando un futuro mejor y que son adoptados principalmente en Estados Unidos.
También existe la Clínica Spay de Fukushima, creada por el veterinario Hiro Yamasaki, del Animal Rescue System Fund, que visita el área una vez al mes para llevar a cabo la esterilización de manera segura de los perros y gatos salvajes, y ha atendido a más de dos mil animales de manera económica y segura:
“La esterilización es la forma más práctica y humana de frenar la creciente población de animales salvajes, y la investigación respalda esto”, ha declarado Hiro Yamasaki. “Lamentablemente, nuestra clínica es la única que brinda este tipo de servicio. Los veterinarios y burócratas locales no han respondido adecuadamente a la situación. Había que hacer algo”.
En la misma línea trabaja la Japan Cat Network, que además se encarga de buscar familias de acogida. Esta entidad mantiene dos refugios, uno de ellos en la ciudad de Inawashiro, en Fukushima, retomando la tarea emprendida por una mujer de la localidad que terminó abrumada por el gran número de animales y la escasez de recursos para atenderlos.
Hay otro aspecto común en los dos casos más graves de accidentes nucleares. La vida salvaje parece prosperar. Cuando vemos las imágenes que nos muestran los medios de comunicación, la naturaleza parece triunfante. Desde Chernóbil nos llegan noticias de manadas de Przewalski, una subespecie de caballo salvaje que es rara y está en peligro de extinción. Se pueden ver manadas de lobos, alces, ciervos, tejones, caballos y castores. Grupos de cuervos, aves de presa e incluso grupos numerosos de cisnes que nadan en el estanque de enfriamiento radioactivo.
Aunque a simple vista todo parezca normal, equipos de investigación de diferentes universidades se han interesado por los efectos de la radiación en los animales. Un estudio del biólogo Timothy Mousseau ha demostrado que, si bien las mutaciones graves ocurrieron justo después del accidente, treinta años después los ratones tienen tasas más altas de cataratas, las poblaciones útiles de bacterias en las alas de las aves en la zona son más bajas, el albinismo parcial entre las golondrinas es más abundante y los cucos se han vuelto menos comunes.
En Japón, la Universidad Ryukyo en Okinawa realiza un estudio sobre las mariposas azules de la especie Pseudozizeeria maha y, aparte de las mutaciones severas que aparecieron tras el accidente, años después las mariposas de la zona que se alimentan con comida radioactiva mantienen las alas mucho más pequeñas y los ojos irregularmente desarrollados.
Las vacas que fueron salvadas de las órdenes gubernamentales han sido estudiadas, con visitas cada tres meses, por veterinarios y expertos en radiación de las universidades privadas de Iwate, Tokai y Kitasato, que crearon una asociación no gubernamental con este fin.
Desde antes incluso de tener una conciencia antiespecista real, me sorprendía la falta de nexo entre el movimiento que reivindica los derechos de los animales y el movimiento antinuclear. Entiendo, aunque no comparto, que desde el ecologismo tradicional -que no es antiespecista- se dé la espalda a los animales, pero no puedo comprender que quienes defendemos a los animales no estemos haciendo presión por el cierre de las centrales nucleares, oponiéndonos a los proyectos de minería de uranio a cielo abierto o a los cementerios nucleares que buscan instalarse en reservas naturales, zonas ZEPA o Parques Naturales.
Creo que esto sucede porque no tenemos suficiente información sobre cómo afecta la radiación a la vida, y sobre cómo la sociedad olvida a los animales cuando debe afrontar las consecuencias severas de los accidentes nucleares que ocurren, tal como indica su nombre, de manera imprevista, alterando la marcha normal de las cosas. Por eso me gustaría invitar desde aquí a toda la comunidad animalista a acudir al IV Foro Social Mundial Antinuclear que tendrá lugar en Madrid, porque la información es imprescindible para trazar el camino a un futuro más justo.