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35 aniversario del rescate de Britches

Javier Ballarín

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Los años 80 fueron una época convulsa para el movimiento por los derechos de los animales. Era un movimiento pequeño, asentado principalmente en Inglaterra. Pese a la inferioridad numérica y de recursos sus integrantes no se amedrentaban frente a la industria de explotación animal. Tenían una actitud confrontativa y desafiante.

Acabar con la industria de la experimentación animal era uno de los objetivos prioritarios en aquella época. Se realizaron intensas campañas contra laboratorios y criaderos de animales destinados a la vivisección. Hubo quienes, además, recurrieron a la desobediencia civil y a acciones ilegales. Estas últimas eran protagonizadas por el Frente de Liberación Animal (FLA): pequeñas células (de entre uno y cinco activistas en su mayoría) que trabajaban de forma autónoma, rescatando animales y realizando sabotajes económicos.

Destapar lo que sucedía en los laboratorios era fundamental para concienciar a la sociedad. Así, junto con el FLA, surgieron en Inglaterra las Animal Liberation Leagues, grupos de hasta 300 personas que se organizaban para irrumpir en laboratorios, tomar imágenes de los animales víctimas de la experimentación y extraer documentos confidenciales. Dichos documentos e imágenes se remitían a la prensa generando una gran convulsión social.

Paralelamente, en Estados Unidos, el movimiento por los derechos de los animales estaba viviendo un desarrollo muy similar. En 1980 la inglesa Ingrid Newkirk, junto con Alex Pacheco, fundó en Estados Unidos una organización que, desde sus inicios, declararía la guerra a la vivisección. Se trataba de PETA (People for the Ethical Treatment of Animals). Un año después del surgimiento de PETA, Alex Pacheco se infiltró como trabajador en un laboratorio. En él se estaban llevando a cabo experimentos con 17 macacos. Las imágenes que obtuvo Pacheco crearon un inmenso impacto social. El FLA rescató a los macacos (conocidos como los 'Silver Spring Monkeys') y PETA se instauró como la ONG animalista más controvertida del país.

En 1984 una célula del FLA logró acceder al laboratorio de traumatismos cerebrales de la Universidad de Pensilvania. Extrajeron cintas de vídeo que los propios experimentadores habían grabado. En total eran 60 horas de imágenes que mostraban a primates sin anestesia sufriendo impactos brutales en la cabeza mientras los experimentadores se mofaban de ellos. Dichas grabaciones fueron entregadas a PETA, que las recopiló en un único vídeo. La cinta de 27 minutos fue entregada a los medios de comunicación, quienes publicaron las imágenes dejando a su público atónito. El vídeo, titulado Unnecessary Fuss, está accesible en distintas plataformas.Aquí una versión corta.

Ese mismo año el ALF logró acceder a los laboratorios de 'City of Hope', el famoso centro de tratamiento y experimentación oncológico de Los Ángeles. Rescataron 115 animales e hicieron llegar a PETA suficientes imágenes como para dar una rueda de prensa en la que pusieron en evidencia a tan afamada entidad. Pero no fue hasta el año siguiente que millones de estadounidenses quedaron absolutamente conmocionados al ver en sus televisores las imágenes de Britches.

El 20 de abril de 1985 un grupo del Frente de Liberación Animal accedía a los laboratorios de psicología de la Universidad de California en Riverside. De ahí rescataron 21 gatos, 9 zarigüeyas, 38 palomas, 70 jerbos, 300 ratones, 300 ratas, 300 conejos y a Britches.

Britches era un bebé macaco al que habían separado de su madre nada más nacer, dejándole solo en una jaula. Para estudiar los efectos de la ceguera le habían cosido los párpados, tapado los ojos con esparadrapo y adosado un dispositivo sobre su cabeza. Nuevamente fue PETA quien recibió las imágenes del FLA, las editó, convocó una rueda de prensa y se ocupó de que la sociedad supiese qué ocurre en los laboratorios. Incluso el propio presidente de la Asociación Americana de Personas Ciegas mostró su rechazo y advirtió de que en lugar de provocar ceguera a monos se deberían emplear dichos recursos para estudiar a personas ciegas. No solo por motivos éticos sino porque los resultados de tales estudios serían mucho más relevantes.

Esta semana se cumple el 35 aniversario del rescate de Britches. El que abrió los ojos a millones de americanos y americanas, el que consolidó la posición de PETA como la organización animalista más conocida del mundo y convirtió a su presidenta, Ingrid Newkirk, en la persona más denostada por peleteros, cazadores y vivisectores. Fue el rescate que salvó a más de 1.000 animales de la experimentación, pero también el que hizo que ocho de los diecisiete experimentos nunca se reanudasen y que uno de los vivisectores anunciase que nunca más experimentaría con animales.

El rescate de Britches y el resto de los rescates que tuvieron lugar en Estados Unidos durante los años 80 quedó recogido por la propia Ingrid Newkirk en su libro Liberad a los animales. Con esta obra Ingrid nos retrotrae al pasado para contagiarnos de la vitalidad de aquella época.

35 años después, el movimiento por los derechos de los animales parece haber cambiado en muchos sentidos. Esa actitud desafiante e irreverente ha quedado sustituida por otra mucho más complaciente y amigable. Se rehúye la confrontación y se opta por la cooperación con las empresas que explotan y matan animales. Pese a ello, rescates como el de Britches recuerdan la esencia contestataria de un movimiento cuyo objetivo prioritario es subvertir la idea de que el ser humano tiene potestad para disponer de otros animales en su beneficio.

Los años 80 fueron una época convulsa para el movimiento por los derechos de los animales. Era un movimiento pequeño, asentado principalmente en Inglaterra. Pese a la inferioridad numérica y de recursos sus integrantes no se amedrentaban frente a la industria de explotación animal. Tenían una actitud confrontativa y desafiante.

Acabar con la industria de la experimentación animal era uno de los objetivos prioritarios en aquella época. Se realizaron intensas campañas contra laboratorios y criaderos de animales destinados a la vivisección. Hubo quienes, además, recurrieron a la desobediencia civil y a acciones ilegales. Estas últimas eran protagonizadas por el Frente de Liberación Animal (FLA): pequeñas células (de entre uno y cinco activistas en su mayoría) que trabajaban de forma autónoma, rescatando animales y realizando sabotajes económicos.