Es de dominio popular que la respuesta del capitalismo ante el surgimiento de cualquier movimiento social es siempre la misma: la asimilación. El feminismo es un claro ejemplo de ello, siglos de lucha y reivindicaciones que han ido cambiando según el momento histórico, han sido apropiadas por el sistema capitalista para convertir la demanda de las mujeres en algo inofensivo para el capital. Así encontramos prendas de Inditex con frases como 'Yes, I am Feminist' o 'Girl Power' o 'Females of the Future', o colecciones de ropa como 'Women in Art' basadas en ilustraciones realizadas sólo por artistas mujeres. Estos artículos copan los escaparates de las tiendas y promueven la popularidad del feminismo, mientras son confeccionados y manufacturados en condiciones laborales de explotación, muy cercanas a la esclavitud, mayoritariamente por mujeres, adolescentes y niñas en Bangladesh, Marruecos, India y Camboya .
El veganismo no es la excepción. Basta despolitizarlo, higienizarlo de toda ética animal, convertirlo en una dieta, en un estilo de vida más “saludable” o simplemente en un placebo, para aminorar la irresponsabilidad con que asumimos nuestro impacto ecológico, y así, aprovechar el nicho de mercado que generamos quienes buscamos proveernos de productos que no deriven de la muerte y explotación animal. Por ejemplo, Danone, empresa transnacional líder de la industria de los lácteos, hace alrededor de dos años compró WhiteWave Foods y, con ello, Alpro es ahora de Danone y es comercializada por Central Lechera Asturiana. Lo que significa que el 43% de la cuota de mercado de las leches vegetales está en manos de la industria de la leche de vaca.
La economía de mercado o libre mercado se rige por la oferta y la demanda de determinados productos o servicios. El poder adquisitivo y los hábitos de consumo de quien lo posee es la base de sus reformas y flujos. Dentro de este marco capitalista, es posible generar políticas que apunten a una mayor oferta y demanda de productos libres de explotación animal. De hecho, actualmente lo hacemos cada vez que vamos al supermercado, pero nuestra apuesta política no puede focalizarse en este rol que asumimos como consumidores. Las activistas por la liberación animal podemos ser más ambiciosas, y establecer una estrategia frontal contra el capitalismo.
Porque, si lo pensamos, incluso si lo pensamos superficialmente, ¿qué es el capitalismo sino una máquina de jerarquización de los cuerpos?
El capitalismo como régimen racial
La raza y el clasismo son elementos intrínsecos, esenciales, constitutivos del capitalismo, y entender su universalización es hablar de colonialismo y de cómo los procesos de colonización han jugado un papel determinante para su propagación en busca de su máximo beneficio.
La colonización puede acotarse al genocidio negro e indígena, a las esclavizaciones, a la lógica imperialista, a la usurpación del territorio y la dominación ensañada de los pueblos conquistados por parte del colono. La colonización es la imposición de un modelo organizativo y, aunque hablamos de un hecho histórico ubicable hace más de 500 años (en el caso de Latinoamérica o Abya Yala, como se nombra por la comunidad antirracista), este acontecimiento es un parteaguas en la constitución de la modernidad perdurable hasta el minuto mismo en que se lee esta nota. Ese continuum es la colonialidad del poder, donde la raza, como enuncia Ramón Grosfogel en Caos sistémico, crisis civilizatoria y proyectos descoloniales: pensar más allá del proceso civilizatorio de la modernidad/colonialidad, es “un principio organizador del capitalismo mundial y de todas las relaciones de dominación (intersubjetivas, identitarias, sexuales, laborales, autoridad política, pedagógicas, lingüísticas, espaciales, etc.), de la modernidad”.
La acumulación de capital está mediada por relaciones de desigualdad que se generan en torno al racismo mediante la distinción del valor humano.
La división internacional del trabajo se organiza alrededor del cuerpo. Y, ¿cuáles son los cuerpos que realizan determinados trabajos y reciben un mayor o un menor salario? Para responder, basta levantar los ojos del suelo y ver más allá de nuestras narices esnifadas de “farlopa” neoliberal.
El sistema no puede reducirse a un modelo económico, es un sistema de poder que opera bajo una multiplicidad de jerarquías que no pueden ser reducidas a una mera lógica económica. Como han mostrado, en palabras de Grosfogel, “las experiencias socialistas fracasadas del siglo XX” (o las añejas, pero operantes máximas del liberalismo económico).
El capitalismo como régimen patriarcal
El patriarcado se ha expresado en distintas formas a través de los tiempos y las sociedades. Incluso, tampoco podemos hablar de patriarcado y colonización como dos sucesos aislados que no están ampliamente relacionados. La colonización europea implantó a base de sangre un binarismo de género sobre matriarcados, organizaciones matrilineales, dualismos (entendido bajo la óptica de Rita Segato y su 'crítica a la colonialidad'), patriarcados no-occidentales con una lógica de dominación distinta, multiplicidades de géneros, etc.
La cuestión indudablemente prioritaria es que el capitalismo no puede ser explicado honestamente sin la gratuidad del trabajo de las mujeres, sin una división sexual del trabajo que encasilla a las mujeres en las tareas relacionadas al cuidado y, claro, a la esfera reproductiva. Sé que actualmente muchas mujeres se desarrollan fuera del ámbito privado del hogar, incluso ocupan cargos de poder dentro de lo laboral y lo político; sin embargo, se sigue invisibilizando el trabajo doméstico no remunerado y el esfuerzo que conlleva asumir el rol de madre. El capitalismo nos ha impuesto una doble jornada, la del trabajo reconocido (donde cabría hablar de brechas salariales, el techo de cristal, el capital erótico, etc.) y la otra, la jornada invisible, naturalizada y normalizada pero que hace posible el sostenimiento de la vida.
El sistema capitalista se nutre de la desigualdad de género, como Silvia Federici enuncia: “Partiendo de nuestra situación como mujeres, sabemos que la jornada laboral que efectuamos para el capital no se traduce necesariamente en un cheque, que no empieza y termina en las puertas de la fábrica, y así redescubrimos la naturaleza y la extensión del trabajo doméstico en sí mismo. Porque tan pronto como levantamos la mirada de los calcetines que remendamos y de las comidas que preparamos, observamos que, aunque no se traduce en un salario para nosotras, producimos ni más ni menos que el producto más precioso que puede aparecer en el mercado capitalista: la fuerza de trabajo”.
Esta categoría “mujer” no es unitaria, no engloba el constructo social impuesto al momento de racializar nuestros cuerpos. Es necesario revisar las epistemologías de feministas islámicas, indígenas y negras para entender el entramado entre raza, clase y género. Con la finalidad de acotar, basta diferenciar la división internacional del trabajo de la división sexual del trabajo, porque en esta ecuación es que se vulnera doblemente a las mujeres racializadas del sur global o a las migrantes que logran cruzar las fronteras de la fortaleza europea.
El capitalismo como régimen especista
Uno de los filósofos más reconocidos del liberalismo clásico, Adam Smith, reconoce en La riqueza de las naciones, publicado por Alianza Editorial, que: “Ningún capital pone en marcha más cantidad de trabajo productivo que el de un granjero. No solo sus siervos trabajadores sino también su ganado trabajador son trabajadores productivos (…) Ocasionan, como los trabajadores en las fábricas, la reproducción de un valor igual al de su consumo o al capital que los emplea junto con los beneficios de su dueño, sino un valor mucho mayor”.
El liberalismo reconoce a los animales como parte de clase trabajadora, en la ambivalencia de ser fuerza y “herramienta” de trabajo, y, a la par, mercancía o producto, como una forma de capital. Este modelo económico, mayoritariamente, ha abordado el rol de los demás animales sin concederles consideración moral, mostrándose conforme con la plusvalía que genera la explotación y privación de sus vidas.
¿Es posible un giro dentro de este marco que erradique la explotación de los animales no humanos? Bajo el supuesto de que el liberalismo y el antiespecismo fuesen compatibles, ¿sería esta la apuesta más idónea para conseguir los fines de un movimiento de liberación animal que tenga en cuenta tanto la justicia interespecie como la justicia social humana?
El capitalismo es una máquina de jerarquización de los cuerpos. Por lo tanto, acabar con el dominio de lo humano sobre lo animal necesita un abordaje activo del resto de opresiones que tienen como base la animalidad.
Jason Hribal, apoyándose en el trabajo de Silvia Federici, realiza en Los animales son parte de la clase trabajadora y otros ensayos [publicado por ochodoscuatro ediciones y cuyo pdf se encuentra disponible de forma gratuita en su web], una genealogía histórica sobre el rol de los animales en el sistema capitalista colonial, señalando los límites del marxismo y la izquierda radical, y lo problemático de ignorar esta cuestión crucial: “Es verdad que [los animales] son obligados a esta situación. Pero esto no hace que su trabajo tenga menos valor de producción, que sea menos significativo o que no sea un tipo de trabajo. El trabajo no remunerado de los animales ha sido la base en la que el trabajo de los humanos se ha construido. Ha proporcionado las condiciones estructurales del crecimiento del capitalismo. Es la fuerza motora detrás de la sociedad productiva moderna”.
La herida es por donde la luz te penetra… si le dejas
Este subtítulo es la frase final de la película Margarita con pajita, un filme que aborda las experiencias de las personas con diversidad funcional en una sociedad capacitista. Cuestionar qué cuerpos tienen valía para el sistema especista-colonial-patriarcal-capitalista, desde su “productividad”, es un eje que se queda en el tintero pero, de ninguna manera, en un segundo plano.
La cuestión es que el movimiento de liberación animal, aunque tenga como sujeto político a los animales, está integrado por personas humanas que en su mayoría vive algún tipo de opresión, y estas opresiones están interconectadas, no son independientes, ni antagónicas, no es posible abordar ninguna jerarquía de dominación sin las otras. Incluso, el especismo. Porque si nos preguntamos superficialmente, ¿qué es el racismo?, nos respondemos que es la duda histórica y prolongada en el tiempo sobre si las personas racializadas somos humanas o animales, desde una visión binaria y especista sobre estos últimos. “La animalidad ha sido, y todavía es, un lugar de otredad radical, de exclusión y subordinación sistemática que además se halla fuertemente legitimada a nivel sociocultural”, señala Laura Fernández en Hacia mundos más animales [publicado también por ochodoscuatro ediciones y cuyo pdf se encuentra asimismo disponible de forma gratuita en su web].
El capitalismo no es reducible a un modelo económico, es un entramado de opresiones, un yugo sobre la espalda de la mayoría de las poblaciones humanas y no humanas, en lo rural y lo urbano, tanto en las granjas y mataderos, como en la naturaleza. Si conectamos desde esta herida en común, el antiespecismo se nos presenta como la oportunidad de unir lo que el capitalismo ha dividido y tejer alianzas hacia la liberación animal.