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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Golpes, cadenas, descargas eléctricas: la magia más cruel

La música es alegre y estridente, un grupo de bailarinas vestidas al estilo de bollywood danza saludando a la audiencia. Cuando los elefantes salen a escena, atravesando una cortina de humo, los niños abren los ojos, emocionados y nerviosos, y todo el público aplaude. Los animales dan varias vueltas por la pista, se ponen de pie y se apoyan unos en otros, como si bailasen una polca. Es un día especial y Silvia ha ido al circo con su familia. Aunque se supone que debería estar feliz, en ese momento siente en el pecho una inesperada punzada de tristeza. Mira a su hijo, sonríe, y disimula las ganas de llorar. Todo sea por no quitarle la ilusión.

Gran parte de los adultos que van al circo prescindirían, sin ningún problema, de los números con animales. Los estudios sobre conducta animal en la naturaleza, las campañas llevadas a cabo por las asociaciones y el mayor acceso a la información en las redes convierten el engaño en algo difícil de tragar cuando uno crece. Y, sin embargo, siguen visitándolos, promoviéndolos, financiándolos (el propio Ministerio de Educación, Cultura y Deporte patrocina a Gottani, un circo con animales que incluso ha sido denunciado tras propinar una brutal paliza a una tigresa que se defendió de su domador). Siguen llevando a sus hijos a verlos. Pura disonancia cognitiva que se resuelve, como casi siempre, eligiendo el camino que requiere menor estrés emocional.

¿Qué mensaje creemos que reciben los niños viendo a sus animales favoritos realizar números ridículos, humillantes y peligrosos? El sometimiento de seres vulnerables usando el miedo y la violencia está en la base de muchos de nuestros problemas como sociedad. El progreso moral sólo se demuestra desde el respeto, la compasión y la empatía.

El precio de la ilusión

No existe una forma éticamente aceptable de mantener a los animales en el circo. Alejados miles de quilómetros de su hábitat, de su clima y de sus fuentes de alimento, obligados a realizar números antinaturales que no logran comprender y confinados durante toda su vida en pequeñas jaulas, cualquier medida que se tome para paliar su calvario será insuficiente. ¿Cómo evitar los olores intensos, los ruidos constantes, el estrés producido por la presencia cercana de depredadores o presas, la eliminación de los marcajes del territorio, las superficies artificiales, la temperatura inapropiada o los ciclos de luz aberrantes?

No es fácil para nuestro cerebro humano ponernos en el lugar de un tigre, un elefante, una jirafa o un hipopótamo. Pero deberíamos intentarlo. Nos resultan fascinantes, nos encanta mirarlos y por eso los convertimos en fantasmas de sí mismos. Animales que parecen animales pero que no presentan ningún comportamiento animal. Carcasas vacías que, de cerca, sólo transmiten frustración y miedo.

De Sumatra a la carpa

Los tigres son cazadores solitarios con un olfato y un oído extremadamente sensibles, que viven en territorios de cientos de km2, siempre cerca del agua, y tienen una morfología diseñada para el movimiento.

En los circos se mantiene a varios tigres juntos, en una convivencia obligada que les provoca un enorme estrés. Por la propia naturaleza itinerante del circo, las jaulas siempre son espacios mínimos, que deben poder trasladarse rápidamente y con facilidad. El acceso al agua ni se plantea.

Los elefantes tienen una vida social muy compleja y organizada. Las manadas viajan en grupos de varias docenas y se estructuran alrededor de un matriarcado. Son nómadas que recorren hasta 80km en un solo día. Beben mucha agua, que es vital para su bienestar, su vida social y su acicalamiento. Conocemos su larga memoria, su capacidad para utilizar herramientas y sus procesos de duelo por los miembros de su manada.

En los circos, los elefantes pasan la mayor parte de su vida recluidos en remolques, pequeños vallados electrificados o carpas en donde permanecen encadenados. Apenas incapaces de dar un paso, es frecuente verlos meciéndose, balanceándose y sacudiéndose constantemente para descargar el estrés y compensar la falta de movimiento. Es lo que se denomina zoocosis, una patología que afecta a la mayoría de animales en cautividad. Para evitar que orinen en la pista, sólo se les da agua muy temprano por la mañana y tarde por la noche, después del último show. Los problemas cardíacos a edad temprana son su principal causa de muerte.

Los osos pasan la mayor parte de su vida solos y son ágiles escaladores en busca de alimento. Principalmente activos durante la noche, pasan los meses fríos en hibernación. El territorio de una hembra puede alcanzar los 40 km2.

En cautividad, los osos muestran comportamientos estreotipados, sobre todo cuando viven en cercados pequeños y vacíos, o cuando pasan las noches encerrados en el interior. Viven en condiciones inhóspitas, sin agua para bañarse, estructuras para escalar ni sustrato natural para cavar.

Tigres, elefantes y osos son sólo algunos ejemplos, pero muchos otros animales como jirafas, hipopótamos, leones, monos, cebras, camellos, lamas, focas, rinocerontes, avestruces, caballos, jabalíes, perros y reptiles pagan con una vida entera de enfermedad y privaciones el precio de nuestro entretenimiento.

Los entrenamientos

Las herramientas utilizadas por los domadores para entrenar a los animales se disimulan en cuanto salen a la pista, cubriéndolas con flores y guirnaldas. La ilusión de que los animales colaboran voluntariamente, e incluso se divierten, es fundamental para mantener el engaño. Se trata en realidad de látigos, ganchos y palos que les recuerdan en todo momento que serán golpeados al menor signo de desobediencia, si se resisten a actuar.

Las imágenes filtradas por un antiguo empleado en un campo de entrenamiento de elefantes del circo Ringling dieron la vuelta al mundo. Según los responsables, se trata de un método habitual y el bienestar de los animales siempre está garantizado. Estamos hablando de animales de un año, lo que equivaldría aproximadamente a la misma edad en un ser humano. Es importante que permanezcan confinados y solos, asustados e indefensos, antes de empezar el entrenamiento en sí, que consistirá en atar al animal, golpearlo, aplicarle descargas eléctricas, estirarle los miembros y obligarle a realizar posturas que le causan dolor y miedo. El bebé se resiste, llora y grita desesperado. En muchas de las fotografías, los entrenadores ríen.

Sólo mediante extrema violencia, física y psíquica, se consigue que un animal llegue a hacer trucos que no comprende, que le resultan peligrosos y que no tienen ninguna finalidad biológica, sino todo lo contrario. Un elefante haciendo el pino, un tigre saltando por un aro de fuego o un oso polar en patines son la viva imagen del abuso y el maltrato.

Otro circo es posible

Años de trabajo por parte de diversas asociaciones animalistas como FAADA, ANDA, AnimaNaturalis y Libera! han desembocado en la campaña CLAC, Catalunya Libre de Animales en Circos, que culminará con la modificación este mismo año de la Ley de Protección Animal en el Parlament, eliminando la excepción que permitía el uso de animales en espectáculos circenses. Catalunya, donde estos shows tenían desde hace años un carácter residual, ha sido la primera comunidad autónoma en dar ese paso, acercándose así a países como Canadá, Suecia, Dinamarca, Austria, Bolivia, Perú, Finlandia, Costa Rica, Israel, Singapur o Colombia.

Considerar que un circo sin animales pierde la magia es subestimar la capacidad creativa de los profesionales de este sector. La tecnología actual ha permitido a empresas como La Fiesta Escénica, afincada en Galicia, desarrollar alternativas muy atractivas. Artistas disfrazados de animales o impresionantes robots como los animatronics fascinan a los más pequeños y les permiten interactuar con ellos sin peligro alguno. El circo Raluy cuenta ya con un oso panda que, según su propio director, hace las delicias del público.

A medio camino entre el ya veterano Cirque du Soleil, que reinventó en los ochenta la estética circense, y el circo más tradicional, los nuevos espectáculos demuestran que la pericia de sus artistas, junto con una puesta en escena original y extremadamente cuidada, constituyen un modelo de éxito seguro y sostenible. GALTUK “Where dreams are born” es un maravilloso ejemplo de ello.

Acrobacias, fuego, música, luz, payasos, color y poesía. Lo que en realidad quería Silvia para su hijo. ¡Bienvenidos a la verdadera magia del circo!

La música es alegre y estridente, un grupo de bailarinas vestidas al estilo de bollywood danza saludando a la audiencia. Cuando los elefantes salen a escena, atravesando una cortina de humo, los niños abren los ojos, emocionados y nerviosos, y todo el público aplaude. Los animales dan varias vueltas por la pista, se ponen de pie y se apoyan unos en otros, como si bailasen una polca. Es un día especial y Silvia ha ido al circo con su familia. Aunque se supone que debería estar feliz, en ese momento siente en el pecho una inesperada punzada de tristeza. Mira a su hijo, sonríe, y disimula las ganas de llorar. Todo sea por no quitarle la ilusión.

Gran parte de los adultos que van al circo prescindirían, sin ningún problema, de los números con animales. Los estudios sobre conducta animal en la naturaleza, las campañas llevadas a cabo por las asociaciones y el mayor acceso a la información en las redes convierten el engaño en algo difícil de tragar cuando uno crece. Y, sin embargo, siguen visitándolos, promoviéndolos, financiándolos (el propio Ministerio de Educación, Cultura y Deporte patrocina a Gottani, un circo con animales que incluso ha sido denunciado tras propinar una brutal paliza a una tigresa que se defendió de su domador). Siguen llevando a sus hijos a verlos. Pura disonancia cognitiva que se resuelve, como casi siempre, eligiendo el camino que requiere menor estrés emocional.