Estos días está teniendo lugar la COP15 en Montreal para discutir medidas para frenar la rápida y creciente desaparición de biodiversidad, que ya amenaza con presentarse como la sexta gran extinción masiva de especies. Como es sabido, la COP15 es organizada por la ONU, organismo internacional que dirime cuestiones de importancia como la salud, la seguridad o la cooperación internacional.
Una de las posibles medidas para preservar la biodiversidad es la resilvestrización (rewilding). Este proceso consiste, básicamente, en preservar y fomentar la salud de los ecosistemas, favoreciendo que la variedad de especies existentes se mantenga. Entre otras políticas, mediante la introducción de depredadores o la conservación de determinadas especies consideradas “clave” (keystone species).
Es muy posible que esta medida sea discutida e implementada. A fin de cuentas, de acuerdo con el borrador de la ONU para un marco general para la conservación de biodiversidad, el objeto de la cumbre es que “los ecosistemas naturales puedan recuperarse” y que “la integridad de todos los ecosistemas sea revalorizada” (p. 5).
En efecto, la resilvestrización supondría, según diversos estudios, un incremento positivo sobre la salud humana, al robustecer nuestro sistema inmunológico y microbiota, y dotarnos de una mayor estabilidad psicológica. Una mejora en la biodiversidad tendría, además, un impacto positivo sobre el cambio climático, pues a mayor salud de un ecosistema, mayor sería la capacidad del medio para absorber dióxido de carbono (CO2).
Así, suponiendo que el acuerdo fuera un éxito, la salud de los ecosistemas y del ser humano aumentaría. Aparentemente, todo ventajas, ¿no es cierto?. Sin embargo, muy al contrario de lo que podría parecer, hay un tipo de seres que estamos olvidando. Desde luego, uno podría verse tentado a inferir que mejorando la salud del ecosistema estamos ayudando a los animales que viven en él. No obstante, el “bienestar” de los ecosistemas y el de los animales que lo pueblan están muy a menudo en contradicción.
¿Cómo es esto posible? En primer lugar, porque, en general, los animales silvestres padecen hambre, sed, enfermedades, y el riesgo de morir prematuramente o ser heridos de gravedad. Por ello, aumentar el terreno en el que viven, por la necesidad de mejorar la salud del ecosistema, sería incrementar el número de animales que viven y mueren en estas condiciones.
En segundo lugar, porque la introducción de depredadores forma parte de una estrategia conocida como 'ecología del miedo', por la cual se incrementa el estrés y el miedo de innumerables animales a ser devorados y, aún peor, a tener mucha más dificultad para acceder a su alimento, ya que, por ejemplo, tenderán a evitar paisajes abiertos para no ser presa fácil, además del riesgo inherente de ser devorados vivos.
Como se puede ver, tener un criterio para mejorar el ecosistema y la biodiversidad daña gravemente a muchos animales. Cuando solo pensamos en conservar la variedad de especies, en realidad estamos instrumentalizando las vidas de los animales salvajes, al considerarlos como medios para obtener la salud ambiental. Pero, ¿acaso su bienestar no importa? ¿Diríamos que su sufrimiento no debe preocuparnos en sí mismo? La respuesta es que sí importa.
En todo caso, suponiendo que instrumentalizar a los animales silvestres fuera justificable de algún modo, cabe decir que hay alternativas a la resilvestrización, menos dañinas para los animales, que no se barajan. ¿Puede ser debido a grupos de presión con intereses económicos cuestionables? No sería la primera vez, pues algo del estilo hemos visto en la COP27. Por ejemplo, para que la ganadería industrial se mantenga, es necesario deforestar terreno, como es el caso del Amazonas, lo que destruye la salud de los ecosistemas. Sin embargo, el borrador de la COP15 no menciona entre sus objetivos abordar esta problemática, aún cuando dicha industria causa un tercio de las emisiones de CO2 a la atmósfera, y eso sin contar que la mayor parte de subsidios estatales son destinados a la explotación animal como alimento, subsidios que podrían ser destinados a dietas alternativas basadas en plantas, más responsables con los ecosistemas.
Por tanto, resulta bastante irónico que no se trate en primera instancia la cuestión de la explotación animal cuando esta contamina y repercute sobre la biodiversidad de modo tan notable. En su lugar, nos preocuparnos por el rewilding, que, además de dejar intacto tanto el sufrimiento y la contaminación de la ganadería industrial, empeora la vida de millones de animales salvajes.
En conclusión, si el acuerdo de la COP15 sale adelante, las políticas que implique serán buenas solo para algunos pocos animales silvestres, solo importantes por su aportación a la salud del ecosistema y del ser humano. Además, estas medidas complacerán a las industrias agroindustriales y ganaderas, que apenas moverán un dedo para eliminar sus dañinas prácticas. No nos engañemos. En el mejor de los casos, el acuerdo solo salva un pellejo: el nuestro.
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