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Crowdfunding para matar

Un día de abril de cualquier año, una familia visita una granja en la campiña italiana. En una escena aparentemente parecida (repito, solo aparentemente), los niños conocen a unos cerditos de pocas semanas de vida. Los acarician, juegan con ellos y le ponen nombre a uno, que ha sido adoptado por sus bienintencionados padres. En los meses siguientes los visitarán ocasionalmente para mimarlos, llevarles sobras desde su casa para variar su alimentación, basada en una mezcla balanceada de harina de trigo durum y tierno, harina de soja, harina de cebada, salvado, sales y vitaminas, preparada cuidadosamente cada mañana, mezclada con suero excedente de la leche cuajada utilizada para la producción de Parmigiano-Reggiano en una lechería cercana.

Desde su casa van a poder verlos a cualquier hora del día y de la noche a través de sus ordenadores o de sus smartphones, gracias a webcams oportunamente instaladas en la granja.

Padres e hijos han podido informarse en la web adottaunmaiale.it (Adopta un cerdo) sobre ciertas características de estos “simpáticos animales”. Ahora saben que “a lo largo de los siglos los cerdos han construido una sociedad de tipo matriarcal en la que la familia está constituida por la hembra y los hijos (...) como los seres humanos también los cerdos sueñan y distinguen los colores (...) aman dormir nariz contra nariz (...) en realidad son animales muy limpios, nunca hacen sus necesidades donde comen o duermen (...) los cerditos adoran jugar y perseguirse entre ellos (...) como a los perros, también a los cerdos les gusta cuando le rascan la barriga”.

No sé con qué nombre han bautizado esas familias a su cerdo. Quizás les pongan el nombre de algún personaje favorito de los niños -Babe el cerdito valiente, Porky o Topolino, Pippo, Minnie, Superman, Batman, Bart Simpson- o de algún político detestado por los padres. En otra pestaña de la web hay un vídeojuego de como alimentar tu cerdo: 'Gioca subito: ingrassa il tuo maiale' (Juega ya, engorda tu cerdo). En dibujos animados, el cerdo es trasportado por una grúa y soltado con bastante poca delicadeza sobre una báscula. Una cinta transportadora presenta cosas y alimentos beneficiosos o dañinos para el cerdo: el juego consiste en suministrarle cosas o alimentos que harán que el cerdo engorde “hasta hacer que explote”, pero lo dañino hará que adelgace o enferme según lo que se le dé. Al comienzo del juego se advierte con cinismo: “Ningún animal ha sido maltratado para la realización de este medio interactivo... ¡exceptuando los monos que hicieron este juego!”. Otro apartado nos muestra el certificado de adopción, el DNI del cerdo e incluso un Testamento en el que el cerdo declara de qué manera tienen que ser utilizados sus restos.

Esta imagen presuntamente idílica cambiará drásticamente en diciembre. Siguiendo los mandatos del Testamento, los simpáticos cerditos serán matados y transformados en embutidos, asados, chuletas y codillos, que los adoptantes recibirán en sus casas para consumirlos en las fiestas navideñas. No sabemos si el satisfecho padre de familia felicitará a su esposa (“Qué bien te quedó el asado de Babe”) o si la madre animará amorosamente a su hijo desganado (“Termínate la chuletita, que Porky ha muerto por ti”).

Otras empresas ofrecen servicios similares y declaran atenerse a normas éticas de bienestar animal. “Somos conscientes de que utilizaremos a los animales para alimentarnos, pero hasta ese momento los haremos llegar con dignidad”, declara Giuseppe en su web. Como otros productores, está adscrito a un portal que “aspira a ser un punto de reflexión y encuentro para productores y consumidores que quieren enfrentar éticamente la questión del consumo de alimentos de origen animal, y ofrecer alternativas a un mercado que considera mercancía la vida animal favoreciendo la mera cantidad numérica”.

Ofrece animales que serán criados y comercializados según un “código ético” que se comprometen a cumplir. En su manifiesto afirman que “actualmente la mayor parte de los alimentos de origen animal presentes en el mercado provienen de la cría intensiva, que por naturaleza utiliza técnicas industriales para obtener la máxima cantidad de productos al mínimo coste, en condiciones que a menudo no respetan la etología del animal y pueden causar graves daños ambientales”. Y siguen: “Las alternativas existen: son métodos de crianza en las que la atención por las exigencias etológicas y de comportamiento del animal son la base de la relación hombre-animal criado, así como el respeto al ambiente y la atención hacia una elevada calidad del producto”.

Resumiendo, las empresas adscritas “podrán comunicar sus métodos de producción virtuosos, hacerse conocer y apreciar por los consumidores y ser un ejemplo para otros criadores... a favor de un mayor bienestar animal, ambiental y humano”. Es probable que en estas dos últimas aspiraciones tengan un moderado éxito: evidentemente generarán menos contaminación y utilizarán menos antibióticos que una granja intensiva, y producirán carne de más “calidad” para los consumidores. Pero es igual de evidente que el concepto de bienestar animal y de respeto a la etología de los mismos deja mucho que desear. No existe un solo animal que no tenga escrito en su ADN el deseo de vivir, de llegar a ser adulto, de reproducirse. De que no lo maten, con o sin aturdimiento previo.

Dejando a un lado las consideraciones medioambientales, que merecerían un capítulo aparte, vamos directamente al hecho de que el portal afirma considerar a los animales “seres sintientes” y, por lo tanto, se compromete a cumplir las cinco libertades, es decir, que estos no sufrirán hambre ni sed, ni estrés físico ni térmico, ni dolor ni lesiones ni enfermedades, ni miedo ni sufrimiento, y que podrán desarrollar sus patrones normales de conducta en compañía de otros individuos de su especie. Es obvio que el hecho de que sean ajusticiados casi siempre antes de llegar a la madurez sexual contradice claramente estas afirmaciones.

Aunque en otros escenarios, asistimos a la modernización de la antigua costumbre en la que un grupo de personas, vecinos, familiares o simplemente conocidos, compraba un animal para engordarlo y repartirlo entre todos. Hoy se hace con un click y se llama Crowd-Butchering (Matanza colectiva).

Desde hace unos años diferentes plataformas digitales permiten colaborar con una enorme variedad de actividades más o menos comunes, más o menos loables, y en todo caso que recogen el apoyo de miles de personas. Con un solo euro se puede contribuir a la publicación de un libro, a la realización de una película, a la carrera de un deportista, y un largo etcétera. Cada de una de las personas que aportan desde un euro hasta cientos de miles se sienten partícipes y meritorios por el éxito alcanzado. ¿Se imaginan que, además de contribuir a causas como las mencionadas, se pudiera por ejemplo contratar entre muchos a un sicario para deshacerse del vecino baterista que practica todas las noches? ¿O del señor desagradable que siempre se cuela en la cola del supermercado? ¿O del que siempre aparca frente a nuestra casa? Así, muchas cosas que se consideran no éticas o ilegales si son aplicadas a seres humanos, se consideran en cambio éticas y legales, además de normales, justas y necesarias, si se aplican a individuos de otras especies. Si ese sicario cobrara por ejemplo cien mil euros, ¿cual sería la responsabilidad de los teamers que aportaron un euro cada uno? ¿Debería cada uno de los teamers cumplir con su parte proporcional de una eventual condena por asesinato?

Volviendo a la realidad, la explotación animal es pionera en esto de recoger dinero para repartir y diluir responsabilidades, y por supuesto obtener beneficios, aunque sean limitados. A través de una de las plataformas de Crowd-Butchering, con un click desde cualquier dispositivo, podemos comprar parte de una vaca o de un cerdo, que seguirá viviendo hasta no haber sido vendida en su totalidad. A través de la misma web podremos ir viendo pacientemente como se va vendiendo su cuerpo. Con cada click y adquisición se acercará el momento de su muerte, y el último click será su sentencia: la vaca entonces será asesinada, desangrada y procesada, y los compradores recibirán en la comodidad de su hogar las partes de su cuerpo que habían escogido y adquirido al momento de la compra. Existen plataformas en Alemania (kaufnekuh.de, kaufeinschwein.de, geteiltes-fleisch.de) Suiza (kuhteilen.ch) Bélgica (deeleenkoe.be, koopeenkip.be, deeleenvarken.be) Estados Unidos (crowdcow.com) y otros países.

Este sistema está siendo aplaudido por los ecologistas. El experto en ganadería del WWF alemán considera que es un paso en la dirección correcta. El consumidor toma conciencia de cómo se produce su carne, solo se mata el animal cuando ya es seguro que se va a consumir (y que ha sido vendido y cobrado), sabe cómo ha sido alimentado y cuidado, etc. También es posible que los consumidores se den cuenta de que, aunque los animales vivan bien, su carne es producto de su muerte prematura. Organizaciones dedicadas a luchar por el “bienestar animal” en las explotaciones ganaderas, así como otras que piden la eliminación de las granjas industriales, otorgan premios y galardones a esta clase de iniciativas.

En el excelente blog Bioviolencia -dedicado a “denunciar, desde el interior del amplio mundo de la explotación animal para la alimentación, la emergente estrategia productiva, y sobre todo ideológica, de aquellos sectores que promueven formas de cría y matanza denominadas sostenibles, éticas, biológicas, respetuosas con el medioambiente, con los derechos de los trabajadores, con las comunidades locales y hasta con el bienestar animal- Elena Valenti hace notar que ”el Crowd-Butchering contiene también un elemento decididamente de tendencia inversa: acerca la matanza al consumidor, quien con un click tiene el poder de decidir cuánto tiempo de vida le queda al animal. Y si esta práctica puede parecer encaminada a causar el efecto contrario en un mundo en el que se trata de disociar lo más posible el animal vivo de su carne, también presenta la posibilidad de ofrecer una perversa relación con el animal que se va a comer“.

¿Que pensará el consumidor que compre el último pedazo de una vaca y firme así su sentencia de muerte o le dé el golpe de gracia? ¿Y los niños que han bautizado y mimado al cerdo que adoptaron sus padres? ¿Su sensibilidad estará tan atrofiada por su apetito (que no hambre) que no establecerán un mínimo vínculo empático con ese animal que vieron jugar y crecer, y terminará en su nevera, en su horno, en su plato y en su estómago? No. Todo está estratégicamente planificado para que el consumidor se sienta justificado y absuelto de culpa, ya que está siendo más justo con los trabajadores de la granja, menos agresivo con el medio ambiente, más saludable para su organismo, más “compasivo” con el animal.

Aunque la solidez de estos hechos es muy dudosa. Las webs kaufnekuh.dekaufeinschwein.de ofrecen vacas y cerdos “bio”, además de los “clásicos”, con una diferencia de precio de un 40%. No se especifica si los animales no “bio” son tan “sostenibles” como los demás. Probablemente no lo serán. Y en todo caso, no hay nada compasivo en matar animales que podrían vivir muchísimos años más, sea con o sin aturdimiento previo, estén o no acompañados de personas humanas conocidas para evitar miedo y estrés, estén o no acostumbrados al recorrido desde su granja hasta el matadero.

Son evidentes las contradicciones de todas estas tendencias, que solo sirven para evitar el posible y deseable despertar de una conciencia que rechace una masacre continuada inaceptable y no “reformable”. Citando nuevamente a Elena Valenti: “No nos interesa saber si la ideología de la ”alimentación sostenible“ es criticable también desde el punto de vista ambiental o dietético, ya que esta ideología es inequívocablemente condenable desde un punto de vista eético”. Por todo esto, es indispensable que sean la ética y el antiespecismo los que marquen el rumbo de la ecología, y no al revés.

Un día de abril de cualquier año, una familia visita una granja en la campiña italiana. En una escena aparentemente parecida (repito, solo aparentemente), los niños conocen a unos cerditos de pocas semanas de vida. Los acarician, juegan con ellos y le ponen nombre a uno, que ha sido adoptado por sus bienintencionados padres. En los meses siguientes los visitarán ocasionalmente para mimarlos, llevarles sobras desde su casa para variar su alimentación, basada en una mezcla balanceada de harina de trigo durum y tierno, harina de soja, harina de cebada, salvado, sales y vitaminas, preparada cuidadosamente cada mañana, mezclada con suero excedente de la leche cuajada utilizada para la producción de Parmigiano-Reggiano en una lechería cercana.

Desde su casa van a poder verlos a cualquier hora del día y de la noche a través de sus ordenadores o de sus smartphones, gracias a webcams oportunamente instaladas en la granja.