Desde hace unos meses se han multiplicado en los medios de comunicación los artículos y reportajes que alertan del peligro que suponen los gatos para la biodiversidad. Con especial intensidad a raíz de la aprobación por el Consejo de Ministros del proyecto de ley de protección animal, pero ya desde antes, voces amparadas por el supuesto manto de la ciencia claman contra los gatos como los principales, y casi únicos, aniquiladores de vida en nuestras calles, culpable de todos los males que asolan a otros pequeños animales.
Afortunadamente se están levantando voces en defensa de los gatos. Y no solo de quienes gestionamos colonias felinas y vemos como una atrocidad lo que algunos proponen, sino expertos como los veterinarios de Avatma o de Avepa, que representa a 6.000 veterinarios especializados en pequeños animales.
Uno de esos expertos es Octavio Pérez Luzardo, catedrático de Toxicología en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, especializado en Toxicología Analítica, Ecotoxicología, Toxicología forense, y Evaluación del Riesgo, y con docencia en las facultades de Medicina y de Veterinaria de esta Universidad.
Pérez Luzardo ha escrito varios artículos sobre la polémica en torno a los gatos, y ha intervenido en varias jornadas para analizar este asunto. Sus argumentos, estos sí, basados en hechos y en estudios científicos, deberían llegar a todos los cargos públicos con capacidad de decisión sobre los gatos de la calle, a los que él prefiere llamar “comunitarios” para incluir no solo a los gatos que forman colonias sino a todos los que viven o pasan tiempo en la calle, incluso teniendo un hogar. Sus argumentos permiten poner un poco de orden en el debate, reducir el alarmismo y definir alternativas realistas a tanta barbaridad.
“El mensaje es casi una consigna”, decía Pérez Luzardo en una reciente ponencia al hablar de los titulares repetidos en prensa sobre el peligro de los gatos, y “no deja de sorprenderme” que quienes dicen hablar “desde la ciencia”, cuando se ponen delante de un problema que, efectivamente, existe, como es la sobrepoblación de gatos en muchos pueblos y barrios urbanos, propongan o no hacer nada o hacer cosas “que nunca han funcionado”.
Para empezar, no sabemos cuántos gatos hay en España, ya que, según los datos de la Fundación Affinity, menos del 10% tiene chip identificativo, pero el 15% de los hogares españoles incluye a entre uno y tres gatos. Las estimaciones llevan a pensar que la población de gatos en España está entre los 1,5 y los 4 millones.
En España, por tanto, hay un gato por cada veinte humanos, y alrededor de 2,5 millones de esos gatos son “comunitarios”, muchos de ellos forman parte de alguna de las 120.000 colonias que hay por todo el país, cuyos miembros se ven continuamente incrementados por los continuos abandonos (cada año unos 150.000 gatos son abandonados en España). Y detrás de todos esos gatos hay entre 90.000 y 100.000 personas particulares que dedican parte de su tiempo, energía y recursos económicos y cuidar a unos animales que son responsabilidad de las administraciones públicas.
“Errores de bulto” y “exageraciones”
Es verdad que los gatos son depredadores muy eficientes, decía Pérez Luzardo, y en determinados espacios o ecosistemas pueden generar problemas, pero no tantos como los que algunos quieren hacer ver. Decir que es el depredador “más peligroso” para la biodiversidad de nuestros pueblos y ciudades es “venirse muy arriba”, aseguraba, y afirmarlo en nombre de la ciencia “me chirría”.
Como experto en Toxicología Forense, Pérez Luzardo denuncia la “situación paradójica” de que, con el pretexto de preservar la biodiversidad de un espacio determinado, se atenta “frecuentemente” contra los gatos mediante métodos que afectan a esa misma biodiversidad de forma mucho más severa que los propios gatos.
“Toda la ciencia no condena al gato”, sentencia de forma insistente, y hay científicos, como él mismo, que cuando ven determinadas afirmaciones que tienen que ver con su área de actividad y experiencia no pueden más que responder que son “tremendistas”, que “no se corresponden para nada con la realidad española” y que obedecen, en el mejor de los casos, a “errores de bulto” y “exageraciones”.
Por ejemplo, muchos de esos artículos que señalan al gato como el enemigo público número uno, alertan de que se trata de una especie “exótica e invasora”, algo que no es verdad. Para empezar, que una especie figure en uno de esos catálogos significa que se ha documentado su introducción (por eso es exótica) en determinados lugares donde su sobrepoblación (invasora) ha generado daños en ecosistemas. El gato no figura en ningún catálogo de especie exótica e invasora referido a España ni a ningún país de la Unión Europea. De hecho, desde la Unión Europea “tiraron de las orejas” a quienes querían introducir al gato en el catálogo referido a Polonia, sencillamente porque no cumple los criterios para ser especie exótica (lleva al menos 5.000 años en Europa, aunque algunos documentos hablan de 9.000 años), y se trata de una especie “autodomesticada” que se acercó a los humanos para aprovechar las oportunidades que le ofrecía la agricultura por la presencia de pequeños roedores en las zonas de cultivo, a partir de lo cual la relación fue de mutuo beneficio.
Por cierto, la ciencia sí ha demostrado que casi la mitad de los cernícalos comunes analizados en un estudio tenían en su cuerpo concentraciones potencialmente letales de raticidas, usados en zonas de cultivo donde no hay o se ha exterminado a los gatos, y eso sí es un daño irreparable a la biodiversidad de todo el entorno. Seguimos.
Además, añadía Pérez Luzardo, los gatos han entrado en las viviendas humanas en los últimos treinta años, pero antes vivían siempre en el exterior. ¿A qué vienen, por tanto, “estas alarmas que se disparan ahora”? Los gatos llevan miles de años viviendo con nosotros, aunque haya sido en los últimos años cuando se han puesto de moda como animal de familia, lo cual los ha convertido en víctimas del abandono, y nadie obliga a esterilizar a los gatos que, pese a tener un responsable legal, viven en el exterior o al menos tienen acceso a él. Quizá por ahí venga parte del problema.
Una de las publicaciones a las que más se recurre para generar alarma en torno a los gatos es un estudio que varios investigadores hicieron en Estados Unidos, en el que calcularon que los gatos cazan unos 2.400 millones de aves al año en ese país. La metodología del estudio puede ser “cuestionable”, pero demos por buenos los resultados. Así en bruto el dato puede parecer una barbaridad, y la realidad es que sobre esto no hay una “discusión científica seria y rigurosa”, decía Pérez Luzardo. Sin embargo, hay que contextualizar. Las aves tienen depredadores naturales, y uno de ellos es el gato. Por eso las nidadas de aves no rapaces (en el caso de las rapaces los peligros son otros) tienen siempre más polluelos de los dos viables necesarios para evitar un declive de la especie. La mayoría de los polluelos muere al caer del nido por diferentes causas, y también porque los ayuntamientos podan árboles en época de cría, por ejemplo. En Estados Unidos nacen entre 65.000 y 80.000 millones de aves al año, por lo que el “cálculo probabilístico” de los 2.400 millones que son anualmente víctimas de los gatos supondría el 4%, una relación “de lo más habitual” entre presa y depredador de las analizadas en biología. Además de aves, cazan 12.300 millones de mamíferos pequeños, la mayoría roedores y especies, sí, consideradas invasoras.
Quitar al gato de la ecuación implicaría una sobrepoblación de otros animales cuyo impacto en la biodiversidad es una incógnita. “Cuando nos ponemos a jugar a poner y quitar especies nos encontramos cosas sorprendentes”, relata Pérez Luzardo en sus charlas. Como ejemplo suele citar una pequeña isla deshabitada en la costa de México donde crían varias especies endémicas, entre ellas el piquero de patas azules. Ante la amenaza que, al parecer, suponían los gatos para la población de piqueros, en 1995 se aprobó un plan para erradicarlos mediante métodos letales. Desaparecieron los gatos, pero seguía habiendo depredación de piqueros. La amenaza eran las ratas, a las que también depredaban los gatos, y que fueron por ello también exterminadas. Finalmente resultó ser un tipo de serpiente, a la que igualmente depredaban los gatos, la que aniquilaba piqueros en mayor cantidad que cuando había ratas y gatos. “La naturaleza establece muy delicadas y complejas relaciones, y no podemos poner de aquí y quitar de allí”, al menos no tan alegremente como algunos han pretendido y otros siguen defendiendo.
Con esas experiencias, “cuidado con lo que hacemos” con una especie que lleva miles de años entre nosotros, y cuya población, si ahora está desbalanceada, es “por nuestra culpa”, decía categóricamente el catedrático.
Siguiendo con los argumentos contra los gatos, decir que son responsables de 4% de las extinciones es sencillamente “una exageración”, porque no hay ninguna evidencia que permita atribuir al gato, ni a ninguna otra especie, la extinción de otra.
Cuando analizamos las causas de pérdida de biodiversidad, el 93% tiene origen humano, y todas las especies invasoras (el gato es solo una de ellas en algunos sitios muy concretos, no en España ni en Europa) ocupan el cuarto puesto. Atribuir al gato el peso que últimamente se le quiere atribuir es, “como mínimo, distorsionar el mensaje”.
Esas informaciones que demonizan a los gatos han hecho popular una foto de un gato que lleva en la boca un pequeño lagarto cuya población está en declive en Canarias. “Me da un poco de coraje” señalar así a los gatos, decía Pérez Luzardo, cuando los gatos llevan en las islas “desde antes de la conquista” y es la culebra californiana, introducida en las islas hace veinte años, la que campa a sus anchas y está “aniquilando” la población de ese lagarto.
“Hay muchos humanos, hay muchos gatos, y hay una pérdida de biodiversidad”, pero trazar una línea de causalidad directa es erróneo, entre otras cosas porque la gran mayoría de los males que se atribuyen a los gatos son “responsabilidad nuestra”, humana. Hay sobrepoblaciones de gatos en muchos lugares y es necesario poner sobre la mesa soluciones, pero tienen que ser “realistas”, no “ocurrencias” ni barbaridades que, además, se ha demostrado que no funcionan.
Otro estudio hecho en Estados Unidos reveló, para sorpresa de sus autores, que apenas el 3% de los gatos censados en el experimento eran asilvestrados, y el 97% tenían familia humana, aunque estuvieran sin identificar y salieran de casa o directamente vivieran en el exterior. Ese estudio reveló la necesidad de actuar sobre las personas responsables de los gatos para concienciarlas sobre la necesidad de identificarlos y esterilizarlos. Seguimos dando pistas de por dónde avanzar.
Salud pública
Además del peligro para la biodiversidad, los demonizadores de los gatos subrayan los riesgos que comportan para la salud pública, y hablan de “grandes amenazas que se ciernen sobre los españoles de bien por tener gatos cerca”, en palabras de Pérez Luzardo. Para ello, se nombran enfermedades que no tienen ninguna relevancia en la salud pública española y que sí son mencionadas en estudios hechos en países en vías de desarrollo cuyas condiciones en este ámbito son “paupérrimas”. De nuevo, distorsionando.
Mención especial merece la toxoplasmosis. Aun hoy, en 2022, sigue habiendo médicos que aconsejan a mujeres embarazadas deshacerse de sus gatos por miedo a esta infección parasitaria. Los veterinarios están “hartos” de ver cómo se siguen abandonando gatos por este motivo cuando la realidad es que el gato no contagia la toxoplasmosis. No lo decimos las ‘locas de los gatos’, lo dicen los que más saben de esto. Por ejemplo, Octavio Pérez Luzardo, recuerdo, experto en Toxicología Forense. Para contraer la toxoplasmosis a través de un gato sería necesario, primero, que ese gato estuviera infectado con el parásito; segundo, que el parásito se encontrara en la fase reproductiva activa, lo que ocurre solo una vez en el gato parasitado; tercero, dejar las deposiciones del gato 48 horas, que es el tiempo que necesita el parásito para poder pasar de los huevos expulsados en esas heces a su nuevo huésped humano (explicado de forma sencilla); cuarto, recoger esa deposición del gato con las manos, y después, como quinto requisito, chuparse las manos. Eso no se puede considerar una vía de transmisión, sencillamente.
Por eso, entre las fuentes de transmisión de la toxoplasmosis no están los gatos, y sí está comer determinados alimentos poco cocinados o mal lavados. En todo caso, se trata de una enfermedad de la que, de la variedad de declaración obligatoria por ser grave, se contabilizaron dos casos en España en los últimos dos años de los que se tienen datos. No es, por tanto, un problema de salud pública.
Lo que sí puede haber en los lugares donde hay gatos comunitarios es un problema “de salubridad pública”, decía Pérez Luzardo, derivado de no alimentar a los gatos de forma adecuada, lo cual es fácil de controlar mediante un programa de gestión de esos gatos que, incidió mucho en esto, debe incluir a los gatos que son paseantes, es decir, que tienen una familia humana que al menos en teoría es responsable, pero que viven la mayor parte del tiempo en el exterior e interactúan con otros gatos.
“Abatir” a los gatos, como propuso hace poco un cargo público al que no voy a nombrar porque no se lo merece, o hacerlos desaparecer mediante cualquier método letal, además de no ser ético, “no ha funcionado nunca”, porque si algo está documentado con los gatos es “el efecto vacío”, es decir, cómo los gatos que queden, porque es imposible asegurar el exterminio total, y los del entorno, acaban llenando el vacío dejado por los gatos “desaparecidos”. Además, se ha documentado incluso “efecto rebote” al ser colonizado el espacio por gatos que no se habían acabado de adaptar a esa colonia por la jerarquía que ellos mismos establecen, y que, al desaparecer los demás miembros, ocupan ese espacio. A ello se une el coste de ese exterminio para las arcas públicas (podemos recordar lo que lleva el Ayuntamiento de Madrid gastado en tirotear y gasear cotorras), un coste que habría que afrontar con regularidad por ese “efecto vacío” y porque mientras haya gatos paseantes o abandonados sin esterilizar, nunca dejará de haber gatos en nuestras calles.
Otra genial ocurrencia es la de “llevarlos a albergues”, albergues inexistentes hoy en día en España para 2,5 millones de gatos. Además de que el “efecto vacío” sería exactamente el mismo, Pérez Luzardo ponía el ejemplo de su tierra, Gran Canaria. Allí hay unos 50.000 gatos. Capturarlos requeriría unas 120.000 jornadas laborales. Ahora mismo la isla tiene instalaciones para albergar a unos 700 gatos en 5.000 metros cuadrados. Haría falta una extensión equivalente a cinco campos de futbol para albergarlos a todos, y habría que mantenerlos, lo que costaría unos 50 millones de euros al año.
Con todas estas evidencias, solo queda una alternativa, que “no es maravillosa”, pero es la única que satisface el objetivo común de que cada vez haya menos gatos en las calles, y hacerlo de forma ética y respetuosa con los propios gatos y con esa biodiversidad a la que también todos queremos proteger. Y esa alternativa es el método CER (captura, esterilización y retorno) que ya se aplica con éxito en muchos lugares del mundo y también en muchos pueblos y ciudades de España. Pero hay que hacerlo bien, decía también Pérez Luzardo. De poco sirve que un ayuntamiento aplique el método CER si en el municipio sigue habiendo gatos paseantes, perdidos o abandonados sin esterilizar, y si los pueblos de alrededor no hacen nada.
No basta con estar todos en el mismo barco, decía en una de sus charlas. El barco en el que todos estamos es que cada vez haya menos gatos en las calles, pero es necesario, además, remar todos en la misma dirección, no en direcciones opuestas. La sobrepoblación de gatos es una realidad, pero es una realidad que tiene un origen humano, y somos los humanos los que tenemos que aplicar soluciones sin causar a los gatos más problemas de los que ya tienen por nuestra culpa. Hay que informar y concienciar a quienes conviven con gatos, para que sean conscientes de lo que supone dejar que un gato no esterilizado pasee libremente, y hay que asegurar que el método CER se aplica correctamente, y no dejarlo en manos de personas particulares que hacen lo que buenamente pueden con su tiempo, su energía y su dinero, ganándose muchas veces, como premio, la enemistad cuando no las amenazas e incluso las agresiones de una parte de los vecinos.
Hay que aplicar el método CER fomentando la adopción de los gatos que puedan y deban salir de la calle (por ser cachorros y poder aún socializarse con humanos, por ser sociables abandonados o estar enfermos, por ejemplo), y facilitando el traslado a instalaciones adecuadas de los que deban, de forma excepcional, ser reubicados por no ser viable su permanencia en el lugar en el que están.
Cuando empecé a gestionar mi primera colonia felina, en un barrio de la ciudad de Madrid, varios vecinos se me echaron encima. Varias gatas habían parido en jardines particulares, había olores desagradables y los maullidos de celos y las peleas consiguientes eran una constante. Eso había ocurrido durante años, igual que las quejas de los vecinos y las sugerencias más o menos afortunadas de algunos de ellos. Cuando propuse aplicar el método CER me convertí en la cara a la que culpar de todos los problemas que llevaban sufriendo muchos años antes de que yo llegara a vivir allí. Lo hice por mi cuenta, con la autorización del Ayuntamiento. Las gatas dejaron de parir, dejó de haber olores y maullidos, y las peleas se limitaron a las inevitables cuando algún gato nuevo quería entrar en la zona controlada ya por hembras esterilizadas. Poco a poco los vecinos dejaron de señalarme. Lo hice en mi tiempo libre, con mi dinero y con muchas dificultades de todo tipo. Nunca nadie me lo agradeció, yo tampoco lo pretendía, y sé que si algún día vuelve a haber un problema con algún gato, la “culpa” será mía y me señalarán de nuevo. Que les gusten más o menos es otro debate, como a quien le gustan o no los pájaros o que las hojas de los árboles se caigan en otoño, pero saben, como yo, que los gatos ya no son un problema en esa comunidad de vecinos. Lo más fácil siempre es echar la culpa a la cara visible, a los gatos y a quienes nos dejamos ver defendiéndolos, pero quienes deben decidir no deberían dejarse llevar por tanta simpleza.