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El día que dejé de comer animales

Llevo toda la vida leyendo y escribiendo y cada vez estoy más convencido de que un buen libro, leído en el momento oportuno, no solo puede llegar a transformarnos, como pedía Borges, sino que incluso puede cambiar una vida, tal vez salvar otras, humanas o no. Leer es una aventura, de ahí el placer que siento cuando lo hago, pero como en los buenos viajes –nada que ver con el turismo– puede ocurrir que cambiemos después del trayecto, al menos un poco. Es lo que me ha ocurrido recientemente tras la lectura de Comer animales, del escritor norteamericano Jonathan Safran Foer (Washington, 1977).

Había leído decenas de libros sobre alimentación o que ponen el dedo en la llaga respecto a los efectos que el consumo de carne o de pescado tiene en la sostenibilidad del planeta. Tengo amigos vegetarianos, veganos, con quienes he debatido en no pocas ocasiones sobre la pertinencia de dejar de comer animales. Siempre he acabado dándoles la razón, pero he seguido comiendo carne. Hasta ahora.

Considerado como un autor de referencia entre los “nuevos” narradores norteamericanos –la generación que reemplazará a los Roth, DeLillo o Pynchon–, de Safran Foer había leído Todo está iluminado (Lumen), una divertida novela en torno a la identidad. Publicada en 2012 por Seix Barral (ahora se puede conseguir en bolsillo), hacía tiempo que tenía ganas de hincarle el diente (ya que hablamos de comida y alimentación) a Comer animales. En su momento leí reseñas elogiosas y aunque el tema, como digo, me interesa mucho, había ido posponiendo su lectura. Hasta que pensando en qué escribir para inaugurar mi colaboración en este Caballo de Nietzsche, un espacio indispensable para quienes queremos trasladar a la opinión pública que los animales también tienen derechos, le propuse a su editora, Ruth Toledano, que tal vez podría hablar sobre el libro. Y por supuesto, estuvo de acuerdo. ¿Por qué? ¿Qué nos cuenta Comer animales que no supiéramos ya sobre el maltrato que sufren las aves, cerdos o vacas antes de que lleguen a nuestra mesa?

A mitad de camino entre el ensayo, el reportaje de investigación (eso que apenas hemos conocido en España, casos excepcionales aparte) y la autobiografía, Comer animales es ante todo una magnífica historia –al fin y al cabo Safran Foer es un excelente novelista– o la suma de varias historias, presentes y pasadas, una narración casi coral en la que la memoria personal y colectiva ocupa un lugar destacado, como no podía ser de otra forma cuando hablamos de comida y de alimentación.

Safran Foer, casado con la también novelista Nicole Krauss, iba a ser padre. Y aunque a lo largo de su vida había sido vegetariano de forma intermitente (“Mark Twain dijo que dejar de fumar era una de las cosas más fáciles que uno puede hacer: él lo hacía constantemente. Yo añadiría el vegetarianismo a la lista de propósitos sencillos”, ironiza S. Foer), la futura paternidad le incitó a investigar en serio qué le iba a dar de comer a su hijo.

“Esta historia no empezó en forma de libro. Yo solo quería saber, por mí y por mi familia, qué es la carne. Quería saberlo con la mayor concreción posible. ¿De dónde sale? ¿Cómo se produce? ¿Cómo se trata a los animales y hasta qué punto eso importa? ¿Cuáles son los efectos económicos, sociales y ambientales de comer animales? Mi búsqueda personal no se mantuvo así durante mucho tiempo. A través de mis esfuerzos como padre, me enfrenté cara a cara con realidades que como ciudadano no podía ignorar y como escritor no podía guardar para mí. Pero enfrentarse a esas realidades y escribir sobre ellas con responsabilidad son dos cosas distintas”, cuenta.

A partir de la idea de que comer carne no deja de ser una costumbre, un hábito que depende de la cultura en la que vivamos (¿por qué en Occidente no comemos perros, por ejemplo, y sí aves o cerdo?, se pregunta Foer), el escritor se dedicó a leer todos los libros a su alcance sobre el tema y a visitar mataderos y granjas industriales (con permiso o sin él), a conversar con granjeros tradicionales (los pocos que van quedando en Estados Unidos), con defensores de los derechos de los animales, con productores de carne industrial. Safran Foer aporta testimonios de uno y otro lado, y datos, muchos datos, sin que invaliden la narración, para hablarnos de los efectos de la producción global de carne. El execonomista del Banco Mundial Nicholas Stern ya nos alertó en 2009 de que si dejáramos de comer carne ganaríamos una importante batalla frente al cambio climático. Hay decenas de estudios sobre los efectos que el consumo de carne tiene sobre nuestra salud. Con el pollo ingerimos también, entre otras cosas, los antibióticos que les dan para aumentar evitar bajas y aumentar la producción. De todo ello habla Safran Foer, pero en lo se detiene de verdad es en el trato que reciben los animales que comemos, los que proceden de granjas industriales, el modelo que se ha impuesto en Estados Unidos y exportado al resto del mundo. El retrato que dibuja el novelista es el de un gran campo de concentración, por utilizar las palabras del Premio Nobel y escritor judío Isaac Bashevis Singer, uno de los vegetarianos más ilustres. Las granjas industriales como metáforas del mundo en el que vivimos. El planeta convertido en un gran Burger King o Fried Chicken, viene a decir Safran Foer, en el que no solo la vida de los animales carece de valor, tampoco la de millones de personas.

En un mundo en el que hemos pervertido el lenguaje, asegura Foer, hay que que reinterpretar algunas palabras. Uno de los capítulos más interesantes del libro es precisamente el que nos habla del significado de algunas definiciones. Valgan algunos ejemplos:

“Granja industrial. Ese término caerá en desuso en la próxima generación, ya sea porque hayan dejado de existir o porque no habrá granjas tradicionales con las que compararlas.

Estrés. Una palabra usada por la industria como eufemismo del término real del que hablan, que es sufrimiento.

Humano. (…) Las justificaciones para comer animales y para no hacerlo a menudo se reducen a la misma frase: no somos ellos“.

Comer animales no es un libro sobre el vegetarianismo, aunque el propio Safran Foer lo sea y considere que es la opción más razonable y ética. “También yo asumí que mi libro sobre comer animales se convertiría en una defensa a ultranza del vegetarianismo. No ha sido así. Merece la pena escribir una defensa a ultranza del vegetarianismo, pero no es lo que he escrito”.

Más bien estamos ante un libro que trata del dolor y del sufrimiento, de la empatía con otros seres vivos, un ensayo que nos aguijonea, que remueve nuestras conciencias y pone a prueba nuestro compromiso ético, que nos habla sobre nosotros mismos. Enganchará con los lectores para quienes no les resulta indiferente lo que pasa en el mundo, que también es el de los animales. No se trata de que a uno le guste la carne o no. Sino de lo que implica hacerlo.

“No podemos alegar ignorancia, solo indiferencia. Los que vivimos hoy sabemos más. Tenemos la oportunidad y la responsabilidad que nos da vivir en un momento en que la crítica hacia las granjas industriales ha llegado a la conciencia pública. Somos aquellos a quienes se nos preguntará, con toda la justicia del mundo: ¿Qué hiciste cuando te enteraste de lo que implica comer animales?”, escribe Foer al final del libro. Desde que terminé de leerlo, no he dejado de pensar en ello. Y creo que he tomado una decisión.

Llevo toda la vida leyendo y escribiendo y cada vez estoy más convencido de que un buen libro, leído en el momento oportuno, no solo puede llegar a transformarnos, como pedía Borges, sino que incluso puede cambiar una vida, tal vez salvar otras, humanas o no. Leer es una aventura, de ahí el placer que siento cuando lo hago, pero como en los buenos viajes –nada que ver con el turismo– puede ocurrir que cambiemos después del trayecto, al menos un poco. Es lo que me ha ocurrido recientemente tras la lectura de Comer animales, del escritor norteamericano Jonathan Safran Foer (Washington, 1977).

Había leído decenas de libros sobre alimentación o que ponen el dedo en la llaga respecto a los efectos que el consumo de carne o de pescado tiene en la sostenibilidad del planeta. Tengo amigos vegetarianos, veganos, con quienes he debatido en no pocas ocasiones sobre la pertinencia de dejar de comer animales. Siempre he acabado dándoles la razón, pero he seguido comiendo carne. Hasta ahora.