Unos cien perros encerrados, unos en cheniles, en cemento sobre sus propios excrementos. Otros, a los que solo podía oír llorando y agonizando, en almacenes sin ninguna abertura. Todos ellos sucios, con heridas, tumores, sarna... Y los cuerpos de varios, “vi tres cuerpos y medio”, incinerados en un horno aún encendido. Es lo que Sonia España relató a la Guardia Civil cuando, nada más salir de la finca de los horrores, una más, corrió a interponer una denuncia.
Era un día de mediados de marzo y Sonia paseaba con su perra por Tres Cantos, en Madrid, cuando la perra se escapó buscando la procedencia de unos lamentos. Eran perros. Sonia, persiguiéndola, entró en una finca que asegura que estaba abierta y en la que también había un rebaño de ovejas que entraban y salían. Su perra había salido detrás de lo que ella también escuchó entonces: lloros de perros encerrados, algunos de ellos tan débiles que eran agónicos. No tocó nada, solo hizo algunas fotos y fue directa a la Guardia Civil. La primera reacción del agente al que contó lo sucedido fue advertirle de que podía haber cometido un delito de allanamiento. Cuando ella argumentó que había llegado allí por casualidad, buscando a su perra, que la finca estaba abierta y que lo que sucedía allí dentro era más grave, la actitud del agente cambió.
A pesar de ello, Sonia no ha vuelto a saber nada más. Era consciente de que la persona responsable de la finca sería avisada al serle notificada la denuncia, y fue ella misma la que advirtió a los agentes de que cuando fueran seguramente habría menos perros de los que ella vio, apremiándoles a actuar. Sabe que hay protocolos, pasos legales que hay que cumplir, pero cuando llamaba para interesarse por el caso todo le sonaba a excusas sobre los motivos por los que no habían podido entrar en la finca. No podían los veterinarios, o llovía, o el acceso estaba lleno de barro.
Decidió crear una asociación, VeggieForAnimals, para recibir información de este tipo de casos e interponer las correspondientes denuncias, y preocupada por los perros y frustrada por la lentitud de las autoridades, el pasado viernes difundió un vídeo liberando toda su rabia por lo que estaba sucediendo. A las pocas horas recibió una llamada de alguien que decía tener información. Activistas en defensa de los animales habían accedido a la finca, como ella, sin ningún impedimento, y habían documentado lo que ocurría allí dentro. El resultado son las fotos que se pueden ver en este artículo, que han decidido hacer públicas confiando en que den más fuerza a la denuncia ya interpuesta.
Esa finca, aseguran, lleva funcionando unos diez años, sin licencia ni siquiera requisitos para criar de forma legal, y ha recibido múltiples denuncias, a pesar de lo cual nada ni nadie ha impedido que en páginas como Mil Anuncios sigan apareciendo sus cachorros, a la venta por 900 euros cada uno. Una de esas camadas, procedente de esta finca, se anunció el pasado mes de enero. Los activistas comprobaron la presencia de perros yorkshire, teckel, foxterrier, cairnterrier o westhighland, entre otros.
Se trata de una auténtica granja de cachorros cuyos responsables buscan el máximo beneficio posible, lo cual implica, como explican desde la asociación, reducir los gastos al mínimo y escatimar incluso en lo más imprescindible. A la vista de las condiciones en las que estaban los perros no recibían ningún tipo de atención veterinaria. No había limpieza de las instalaciones y el agua para beber estaba completamente verde. La instalación se componía de dos hileras de cheniles, a la intemperie y con precarios cobijos para los animales allí encerrados, jaulas en mitad de escombros y almacenes completamente cerrados, sin ninguna entrada de luz, donde también había perros. Sobre todo hembras, pero también machos. Entre los cadáveres calcinados, de madres o padres ya “inservibles” para la cría o de cachorros enfermos, se podía apreciar uno con hundimiento del cráneo en la zona frontal, presuntamente a causa de unos golpes que ni el fuego había borrado cuando entraron las activistas.
La documentación aportada indica que se trata de una finca de los horrores, una más de una larga lista de instalaciones en las que los animales son explotados hasta la extenuación, ignorando que son seres sintientes y que no tenemos derecho a tratarlos como si fueran objetos inertes fabricados con la única finalidad de atender nuestros caprichos. La cría de animales, incluso de manera legal, es una forma de explotación que algún día en nuestra propia evolución dejaremos atrás, cuando asumamos que no existen para satisfacernos.
Casos como el destapado esta vez solo son la punta del iceberg de un negocio de los más oscuros que existen, por mucho que la normalización de la explotación animal permita aún a mucha gente situarlo por debajo de otros que nos escandalizan como sociedad y que nadie se atrevería a defender públicamente ni en términos económicos, ni mucho menos éticos. Las mafias se lucran con la explotación de los más inocentes y los más indefensos, sean personas migrantes, niños o animales no humanos.
Y cuando la cría de animales es legal se le puede poner una pátina de supuesto bienestar, pero el fondo es lo mismo. Animales de los que se busca el máximo beneficio, escatimando todo aquello que no sirva para rentabilizar el negocio, sea la pureza de la raza de los animales vendidos o el 'buen nombre' del criador. Todo lo que un criador haga en beneficio de los animales lo está haciendo en el suyo propio porque ese es su negocio. Más o menos cruel, más o menos maquillada, la explotación sigue ahí, y por eso no nos cansaremos de repetir que la compra de animales nunca es una opción, que sigue habiendo decenas de miles de abandonos cada año y que nuestra lucha seguirá siendo la adopción y el fin de toda forma de explotación.
Unos cien perros encerrados, unos en cheniles, en cemento sobre sus propios excrementos. Otros, a los que solo podía oír llorando y agonizando, en almacenes sin ninguna abertura. Todos ellos sucios, con heridas, tumores, sarna... Y los cuerpos de varios, “vi tres cuerpos y medio”, incinerados en un horno aún encendido. Es lo que Sonia España relató a la Guardia Civil cuando, nada más salir de la finca de los horrores, una más, corrió a interponer una denuncia.
Era un día de mediados de marzo y Sonia paseaba con su perra por Tres Cantos, en Madrid, cuando la perra se escapó buscando la procedencia de unos lamentos. Eran perros. Sonia, persiguiéndola, entró en una finca que asegura que estaba abierta y en la que también había un rebaño de ovejas que entraban y salían. Su perra había salido detrás de lo que ella también escuchó entonces: lloros de perros encerrados, algunos de ellos tan débiles que eran agónicos. No tocó nada, solo hizo algunas fotos y fue directa a la Guardia Civil. La primera reacción del agente al que contó lo sucedido fue advertirle de que podía haber cometido un delito de allanamiento. Cuando ella argumentó que había llegado allí por casualidad, buscando a su perra, que la finca estaba abierta y que lo que sucedía allí dentro era más grave, la actitud del agente cambió.