I. Refinar la tortura. La experimentación animal y sus constantes contradicciones
Hacinamiento, analgésicos ineficaces y documentales de monos en libertad en laboratorios de experimentación animal.
La jornada, presentada por Carlos Carnero, vocal de la junta de SECAL, comenzó con la intervención de la doctora Carmen Ayuso, directora del Instituto de Investigación de la Fundación. Según Ayuso, una de las metas marcadas en su hoja de ruta es la de “velar por los derechos de los sujetos de experimentación”. Aclaró que no lo decía para los asistentes a las jornadas, sino para que “se diga más allá de estas puertas y estas paredes”. Carmen Ayuso afirmó que la experimentación animal es imprescindible para crear ciencia. Dichos experimentos, aseguró, revierten posteriormente no solo en humanos, sino también en los propios animales. Al finalizar su intervención, Ayuso animó a los presentes a que difundiesen en la opinión pública “lo importante que es lo que hacéis y lo bien que lo hacéis”. Este sería el primero de muchos ejemplos vistos a lo largo de la jornada del énfasis que pone la industria de la experimentación animal en blanquear su imagen ante la sociedad.
Sin embargo, es inevitable que esos intentos choquen con la realidad de una industria basada en el dolor y el sufrimiento de miles de animales. Así lo demostró la intervención de Carlos Castilla, director del animalario de la Fundación Jiménez Díaz, que comenzó asegurando que no se iba “a meter en muchas polémicas”. Por el contrario, sus palabras fueron posiblemente las más polémicas de todo el acto. Castilla, que lleva trabajando en el terreno de la experimentación animal casi cuarenta años, formó parte del comité que consiguió que surgiese el primer Real Decreto que regulaba el uso de animales en laboratorios. Antes de finalizar, Castilla aseguró que podría pasar horas contando “anécdotas” de sus inicios en el mundo de la experimentación animal. Según contó, en aquellos primeros años “el centímetro cuadrado para estabular a un conejo era más caro que el centímetro cuadrado para estabular a un ser humano en la calle Serrano”. Definió la dotación con la que contaban los animalarios como “artesanal” y contó que recurrían a métodos “de lo más sui generis” para conseguir animales: “si necesitabas un gato, llamabas a Juanito y te traía un gato. Utilizábamos perros de la perrera que se nos proporcionaban”. Estas “anécdotas”, según las definió el propio Castilla, son ejemplos de las barbaridades que la industria de la experimentación animal ha cometido en nombre de la ciencia. ¿De dónde salían esos gatos que les proporcionaban? ¿Se puede justificar el uso de perros que, de no ser por Castilla y otros investigadores como él, podrían haber tenido la oportunidad de vivir vidas felices y libres de sufrimiento?
Tras esa grotesca intervención, terminó la ronda de presentaciones y agradecimientos Juan Rodríguez, presidente de SECAL. La primera charla de la jornada, 'Avances en refinamiento', corrió a cargo de Sergio Salazar, gestor de proyectos y responsable de animalarios durante más de 15 años. Salazar ha trabajado en empresas del sector como Charles River, la Universidad de Barcelona o la Granja San Bernardo. Actualmente colabora con numerosas entidades en aspectos como gestión operativa, gestión de sistemas de calidad, gestión de sistemas de seguridad, infraestructura, gestión de equipos y formación de comités de ética. Salazar comenzó su charla con una presentación en la que se podía leer “Happy animals make good science” (Los animales felices generan una ciencia de calidad). Aunque, tras escuchar sus palabras, quedó claro que lo que jamás habrá en los laboratorios es animales felices.
Salazar reconoció que en el terreno de la experimentación animal hay un “margen de mejora” en la detección de signos de dolor en animales. Explicó que, normalmente, el animal ya ha pasado por una fase de dolor hasta que llega al estado en que se puede detectar de forma evidente. Aconsejó observar los gestos de dolor (los ojos almendrados, por ejemplo), para favorecer una detección más temprana que con señales más claras, como el encorvamiento o la inmovilidad. Si no se cuenta con personal suficiente para poder realizar dicha observación, recomendó hacerlo al menos a aquellos animales que han pasado por una cirugía “y quizá no tanto al resto”. Esos “márgenes de mejora” de los que habló Salazar también se pueden detectar en el uso de analgésicos. Según sus propias palabras, “la buprenorfina no es un buen analgésico en muchos de los casos”. Sin embargo, reconoció que es el analgésico usado por defecto en muchas ocasiones. ¿Cómo es posible que una industria que se cuelga constantemente la medalla de velar por los derechos de los animales no llegue a los mínimos de suministrar analgésicos adecuados para paliar el dolor causado por sus experimentos?
Se refirió también a la alta densidad de animales. La directiva la limita y ya no se ve, siempre según el testimonio de Sergio Salazar. Sin embargo, “todavía hay algún despistao que se deja los destetes más tiempo de la cuenta”, refiriéndose a los animalarios en que se deja a las crías más tiempo con sus madres, lo que acaba generándoles más sufrimiento, al haber pasado más tiempo a su lado. Igualmente, admitió que para el pez cebra (una especie muy usada en experimentos), no existe una densidad máxima por litro. Es decir, si una empresa considera que es rentable tener a cientos de peces cebra hacinados en un mismo tanque de agua, puede hacerlo sin enfrentarse a consecuencias legales de ningún tipo. De nuevo, otra contradicción de la industria, que por un lado afirma que ya no se dan casos de hacinamiento por alta densidad y, minutos más tarde, reconoce que la legislación no ampara a algunas especies y que, aún existiendo dicha legislación, algunos “despistaos”, como Salazar los denomina, deciden saltársela.
Habló también del estrés que sufren las distintas especies de animales en los laboratorios. Los cerdos, por ejemplo, pueden estresarse muchísimo por el ruido. Salazar comentó que las jaulas situadas al lado de puertas abiertas, el uso de limpiadoras Kärcher cerca del lugar en el que se encuentran los animales o, sencillamente, el traslado de una sala a otra, pueden generar altos niveles de angustia en ellos. Coger a los ratones por la cola y suspenderlos puede ser otro factor de estrés importante, explicó Salazar. A pesar de ello, reconoció: “Lo seguimos haciendo en muchos animalarios”. Una de las partes más preocupantes de esta primera charla fue el momento en que Salazar admitió que proponer a los centros de investigación formas de seguimiento de los procedimientos para garantizar la recuperación del animal que conlleven 3 ó 5 minutos de trabajo extra, no se van a poner en práctica, “porque no tienen los medios o no tienen tiempo”. Esta afirmación contradice las palabras de Carmen Ayuso. La industria de la experimentación animal no vela por los derechos de los animales, sino por los intereses económicos y empresariales de los laboratorios y el resto de compañías del sector. Cuando garantizar la salud de los animales puede interferir en el ritmo de trabajo, pasa a un segundo plano.
Salazar trató también el asunto del enriquecimiento ambiental, consistente en incluir en las jaulas y cubetas de los animales juguetes, accesorios o comida adicional para que puedan desarrollar su capacidad cognitiva e instintiva, tratando de simular sus condiciones naturales de vida. Aunque afirma que ya es habitual el uso de este tipo de recursos, Salazar admitió que las estereotipias (comportamientos anormales producidos por el encierro y la falta de estímulos) son algo “muy común en algunos centros, no todos, y es algo muy grave. En el sentido de que tenemos muchos animales con un comportamiento aberrante, que lo han pasado muy mal y han llegado a ese nivel de estrés en el que tienen que andar dando vueltas o dando un saltito en la cubeta”. En muchas ocasiones, por lo que cuenta, el “enriquecimiento ambiental” que reciben los roedores o los animales presa es un pañuelo colocado en su cubeta para que puedan esconderse y sentirse seguros.
El momento más duro se vivió cuando Sergio Salazar, hablando de su propia experiencia en relación con los estímulos proporcionados a los animales, contó: “A los monos les poníamos documentales con otros monos. Se los poníamos cada poco rato y les encantaba. Escuchaban a los monos saltando de un sitio a otro (…) y les gustaba”. ¿Puede haber algo más descorazonador y cruel que “estimular” a un animal encerrado con el sonido de seres de su misma especie en libertad? Posiblemente, esos sonidos no les animan, sino que son lo que anhelan.
Al acabar su charla y durante el turno de preguntas, una de las participantes aseguró haber conocido a muchos investigadores reacios a las técnicas de refinamiento, en especial aquellos que realizan estudios neurofisiológicos. Salazar reconoció que el rechazo al refinamiento en dicho sector es muy común. Otra de las asistentes comentó que el tamaño de las cubetas donde se mantiene cautivas a las ratas es insuficiente. Ese tamaño, según comentó, se mantiene como forma de ahorro económico por parte de los proveedores comerciales y los laboratorios. En opinión de Salazar, la legislación debería cubrir ese tipo de aspectos, que considera básicos. Pero, como es obvio, no los cubre. Porque para los laboratorios las vidas de esas ratas no merecen un esfuerzo económico.
La conclusión que sacamos tras escuchar las palabras de Sergio Salazar es que no existen los “márgenes de mejora”. No se puede “mejorar” lo que es intrínsecamente negativo. Se pueden poner parches, sí, pero los animales no necesitan jaulas más grandes, ni legislaciones que prohíban que los científicos puedan hacinarlos para favorecer sus intereses económicos. Tampoco necesitan que se intente reproducir torpemente en la jaula en la que les encierran las condiciones de sus entornos naturales, ni mucho menos que les entretengan con el sonido de sus semejantes en libertad. Lo que los animales necesitan es que la experimentación animal quede de una vez por todas en el pasado. Que se invierta y se apueste por las alternativas que no implican encierro ni sufrimiento animal, porque esa es la única forma de que la ciencia y la ética avancen por fin en una misma dirección. El margen de mejora al que se enfrenta la industria de la experimentación animal es enorme y complejo, pero necesario: su desaparición. Porque la tortura, por mucho que se refine, sigue siendo tortura.
II. Encierro, dolor y muerte: las “condiciones óptimas” en las que la industria de la experimentación animal asegura que viven los animales en los laboratorios
La transparencia inexistente de la experimentación animal.
Tras la charla de Sergio Salazar sobre técnicas de refinamiento en la experimentación animal y uno de los múltiples momentos publicitarios de la jornada, tomó la palabra Sergi Vila, técnico de animalario. Vila colabora con la European Animal Research Association (EARA), participa en la comisión de la Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE) y en la redacción del informe anual de los acuerdos de transparencia. Contribuye además en el desarrollo de la web de SECAL y en la redacción de la revista Animales de Laboratorio.
Visiblemente nervioso, Vila comenzó su charla, centrada en el terreno de la comunicación dentro de la experimentación animal. Durante años, explicó, la comunicación de la industria ha estado relegada y “casi escondida por miedo, porque había mucha oposición en la sociedad, éramos como la bestia negra de la ciencia”. Al referirse al debate social entre las posturas favorables y contrarias a la experimentación animal, Vila fue tajante: “La SECAL es una sociedad científica y nosotros nos dedicamos a la ciencia, no nos dedicamos a debatir (…) porque ya hay unas leyes que se encargan de esto”.
Vila hizo especial mención a la comunicación con el público. Según él, la parte que la industria de la experimentación animal tenía “más olvidada”. Hoy en día, la comunicación se realiza principalmente a través de internet, aseguró, y, según el estudio que puso de ejemplo, en el Estado español cada persona dedica una media de seis horas al día a buscar en la red información sobre temas de actualidad o que le interesan. De esas seis horas, dos se dedican al uso de redes sociales. Dicho esto, Vila animó a los asistentes a estar presentes en las redes sociales a la hora de comunicar sobre la experimentación animal. Esa comunicación, contó, pasa por la transparencia. En 2016, la COSCE comenzó a trabajar en ese terreno y redactó una serie de compromisos que favoreciesen la transparencia de las prácticas de la industria de la experimentación animal.
El primer compromiso del acuerdo de transparencia de COSCE es hablar con claridad sobre cuándo, cómo y por qué se usan animales en investigación. Para tal fin, proponen la creación de declaraciones institucionales del uso de animales para experimentación; la inclusión en los sitios webs de fotos, vídeos o tours virtuales de los laboratorios; ofrecer información de las distintas especies usadas en los experimentos y el número de animales usados; impartir seminarios al personal de las empresas; la publicación de noticias relacionadas con los experimentos y la publicación en redes sociales. Aunque explicó que pueden parecer puntos muy básicos, hasta hace muy poco muchos de ellos no se ponían en práctica. Las instituciones no solo no ofrecían información sobre los experimentos, sino que escondían el hecho de que usaban animales en sus investigaciones. Vila hizo hincapié en la publicación de fotos o vídeos para que la gente pueda ver que los animales “están en condiciones óptimas, como comentaba Sergio”, refiriéndose a la anterior charla, impartida por Sergio Salazar. O Vila no había prestado atención a la charla de su compañero o volvió a hacer uno de los habituales ejercicios de contradicción permanente de los profesionales de la experimentación animal.
Salazar, en su intervención, había admitido el uso de analgésicos inapropiados en muchos animalarios, la falta de legislación que permite hacinar a especies como el pez cebra, las estereotipias que sufren muchos animales debido al encierro y la falta de estímulos o el estrés que sufren con prácticas habituales en los laboratorios, como el traslado de las cubetas o los ruidos que soportan cerca de sus jaulas. Decir que esos animales viven en “condiciones óptimas” es faltar a la verdad o, cuanto menos, exagerar las bondades de una industria en la que, por más que se empeñen en decir lo contrario, los animales viven en una situación de constante estrés, miedo y angustia. En cuanto a los tours virtuales por los animalarios, hemos intentado encontrar ejemplos para ilustrar este artículo y son, cuanto menos, decepcionantes. En la página web de Navarra Biomed, por ejemplo, encontramos un apartado que promete una visita 360 grados por el quirófano experimental y el animalario del centro, pero en realidad solo muestra el quirófano, impoluto y completamente vacío, no se ve ni un solo animal.
Vila animó a la publicación de noticias sobre las investigaciones realizadas y sus beneficios, como, por ejemplo, la obtención de fármacos. De lo que no habló Vila es de la publicación de noticias en referencia a la mala praxis de los laboratorios: el manejo inadecuado de los animales, los vertiginosos ritmos de trabajo que impiden un seguimiento que permita detectar signos de dolor en los animales o las vejaciones, las prácticas realizadas sin anestesia o el falseamiento de pruebas, como recientemente descubrimos que ocurría en Vivotecnia. Ofrecer ese tipo de datos daría una imagen mucho más completa de la realidad que esconden los laboratorios y pondría en tela de juicio la ética de los experimentos que allí realizan. Pero como dijo Vila al comienzo de la charla, SECAL no quiere debatir, porque saben que sería difícil justificar esas prácticas.
El segundo compromiso del acuerdo de transparencia invita a proporcionar información adecuada a los medios de comunicación y al público en general sobre las condiciones en las que se realiza la investigación que requiere el uso de modelos animales y los resultados que de ella se obtienen. Para ello, proponen facilitar el acceso a las instalaciones, mencionar el uso de animales en la publicación de noticias, establecer políticas institucionales junto a los servicios de comunicación de las empresas y el uso de recomendaciones internacionales. Sin embargo, Vila matizó inmediatamente la información. En lo que podría ser una referencia al caso Vivotecnia, dijo: “Todos nos hemos encontrado muchas veces que llaman los medios de comunicación porque se ha descubierto una cosa y te llaman para salir en antena la misma tarde”. Vila volvió a contradecir los puntos del acuerdo de transparencia que estaba poniendo como ejemplo al comentar: “Esto hay que tenerlo preparado, tú no puedes comunicar según qué cosas sin habértelo preparado con tiempo”. Es decir, transparencia sí, pero como a la industria le venga bien. “Los medios de comunicación quieren entrar en el animalario y muchas veces no será posible, pero se pueden buscar alternativas. Hay centros en los que puedes ver el animalario a través de un cristal y no tiene por qué ser una cosa que esconder porque, como decíamos, son animales en un espacio que simula su hábitat”, aseguró.
Volviendo al caso Vivotecnia, por ser un ejemplo reciente y una de las pocas ocasiones en que tuvimos la posibilidad de conocer la realidad del día a día en un laboratorio, sin filtros y en toda su crudeza, en las imágenes se podían apreciar jaulas sin ningún tipo de enriquecimiento ambiental; barrotes y suelos de rejilla; entornos fríos y desoladores; incluso una perra desangrándose sola en el suelo de un quirófano. ¿Es este el espacio que simula el hábitat de los animales al que se refiere Vila? ¿O el que pretenden mostrar a la prensa cuando ellos decidan que pueden entrar?
El tercer compromiso del acuerdo de transparencia invita a promover iniciativas que generen un mayor conocimiento y comprensión en la sociedad sobre el uso de animales en investigación científica. Participación en jornadas de divulgación científica; charlas en escuelas, institutos y universidades; jornadas de puertas abiertas; presentaciones en eventos locales y de apoyo o días de familia, son algunas de las propuestas sugeridas para ponerlo en práctica. Si hablamos de transparencia, sería interesante que durante las jornadas de puertas abiertas o la visita del alumnado de un instituto, los responsables de los laboratorios mostrasen algunas de las prácticas que se realizan habitualmente en este tipo de centros: conejos con la columna partida a los que se mantiene en estudios para evitar bajas, eutanasias sin sedación, extracción de sangre de los ojos sin anestesia, prácticas en animales vivos que deben realizarse post mortem… Aunque es difícil de imaginar que esto ocurra, sería sin duda un buen ejemplo de transparencia.
El cuarto y último compromiso del acuerdo, propone informar anualmente sobre el progreso y compartir experiencias. Este punto se lleva a la práctica mediante una encuesta que COSCE realiza anualmente para saber el grado de cumplimiento de los compromisos por parte de las distintas empresas e instituciones firmantes del acuerdo. Según comentó Vila, algunas instituciones trabajan de forma excelente, otras tienen que mejorar y otras “se tienen que empezar a poner las pilas”. Pero aseguró que “podemos estar contentos” ya que, a nivel de transparencia, España está a un nivel bastante alto. Es bochornoso realizar esta afirmación en un país en el que ha hecho falta que se obtuviesen de forma clandestina imágenes del interior de Vivotecnia para que se conociese la realidad y la brutalidad de las prácticas que se realizan en los laboratorios. Recordemos que antes de que surgiese el escándalo tras la publicación de las imágenes, Vivotecnia formaba parte del acuerdo de transparencia de COSCE. ¿De qué sirvió el acuerdo en este caso? No nos debe extrañar que las instituciones que, en palabras de Vila, tienen que empezar “a ponerse las pilas”, sean laboratorios en los que, al igual que en Vivotecnia, se incumple la legislación de forma sistemática, se somete a los animales a todo tipo de vejaciones y la mala praxis está a la orden del día.
Al finalizar la charla, intervino Carlos Carnero, el presentador del evento, diciendo que cuando él tiene que explicar la experimentación animal “o me voy a la parte infantil o me voy a la parte técnica. No consigo encontrar el equilibrio”. Sergi Vila, puso como ejemplo el momento en que conoces a alguien. Contó que, al principio, cuando le dices que trabajas en el terreno científico, la respuesta siempre es positiva y luego, poco a poco, “vas dosificando la información”. ¿Cómo una persona que participa en la redacción de los informes anuales de transparencia puede decir algo semejante? ¿Por qué ese miedo al debate? Posiblemente porque sabe que, por mucho que revista de ciencia su discurso, éticamente tienen la batalla perdida. No hay justificación posible para las humillaciones y las vejaciones que sufren los animales dentro de los laboratorios, para las pruebas sin anestesia, para los animales agonizantes a los que se niega la eutanasia, para el uso de analgésicos de poca efectividad por puro ahorro económico, para el hacinamiento, las vidas de encierro y reclusión, las torturas y la muerte.
La charla de Vila puso de manifiesto la disonancia que existe entre lo que la industria de la experimentación animal dice y lo que hace. Parece como si hubiesen aprendido de memoria un discurso y ni siquiera se molestasen en intentar que suene convincente. Quieren mostrar una imagen de excelencia cuando minutos antes han reconocido mala praxis, negligencias y preocupantes situaciones de estrés en los animales encerrados en los laboratorios; se les llena la boca de transparencia cuando admiten que ni siquiera reconocen abiertamente a lo que se dedican cuando conocen a alguien por primera vez; hablan de transparencia cuando su industria es opaca y tratan de blanquear el oscuro negocio en el que han desarrollado sus carreras profesionales.
Carlota Saorsa fue la persona que grabó las imágenes del interior de Vivotecnia y gracias a la cual muchas personas descubrieron por primera vez cuál es la realidad que se vive dentro de los laboratorios de experimentación animal. La jueza le concedió el estatus de testigo protegida para garantizar su integridad física y moral, así como para asegurar que sus declaraciones durante el proceso judicial en el que está inmersa la empresa se realicen libres de coacciones. Ese es el nivel de transparencia de la industria de la experimentación animal.
III. El criterio de humanidad de una práctica inhumana
¿Se puede conciliar la experimentación animal con los valores fundamentales de humanidad, compasión y bondad? La respuesta es no.
La última charla de la jornada corrió a cargo de Nuno Franco, biólogo portugués de la Universidad de Oporto, especializado en bienestar animal. “¿Se puede conciliar la experimentación animal con los valores fundamentales de humanidad, compasión y bondad?”, fue una de las primeras preguntas que lanzó. Como dejaron claras las distintas ponencias de la jornada, la respuesta es no. Aunque Franco, por supuesto, opinó lo contrario. El biólogo portugués dijo algo muy revelador: su charla no iba a tratar sobre los animales, aseguró, sino sobre los cuidadores de los laboratorios. “No se trata de dar igual atención a los animales y los humanos que cuidan de ellos. Se trata de reconocer que el bienestar animal y humano es uno solo”, afirmó.
Habló de la paradoja “cuidar/matar” y lo problemático que, según él, resulta a las mismas personas que cuidan de los animales ser quienes después los sacrifican. Nuno Franco aseguró que esta paradoja se puede mitigar por el hecho de que tras esos sacrificios exista una justificación médico-científica o porque la eutanasia evita el sufrimiento. Sin embargo, Franco habló de la época de pandemia, en la que miles de animales fueron sacrificados “sin que fuese por estas razones”. “¿A alguien se le ocurrió preguntar a nuestros cuidadores si eso tuvo algún impacto en ellos: matar en una semana a miles de animales?”, cuestionó el biólogo a los presentes. Nuestra pregunta es: ¿a alguien se le ocurrió preguntarse cómo afectó eso a los animales? Miles de animales a los que se negó la posibilidad de una vida plena y feliz. Animales que, de no haber nacido en un criadero y haber pasado su vida encerrados en un laboratorio, ahora quizá seguirían con vida. Pero a Nuno Franco le preocupan más los cuidadores.
Según un estudio que Franco puso como ejemplo, el personal de laboratorio que reportó más fatiga por compasión indicaba un mayor nivel de rechazo social, más estrés y dolor en los animales de los que cuidan, y un mayor deseo de proporcionar más técnicas de enriquecimiento. Sin embargo, quienes reportaban una mayor satisfacción con su trabajo estrechaban más su relación con los animales, poniéndoles nombre, por ejemplo. Es decir, dentro de la industria de la experimentación animal lanzan un mensaje claro: los trabajadores más compasivos, que sienten remordimientos por lo que hacen, generan más sufrimiento a los animales, mientras que aquellos que lo realizan sin dilemas morales son tan bondadosos que incluso permiten a los animales el privilegio de tener un nombre. Con nombre o sin él, muchos de esos animales acabarán muriendo a manos de esas mismas personas.
En esa misma línea, Franco argumentó que la cultura del cuidado requiere algo más que cuidadores felices. Los cuidadores tienen que estar orgullosos de su trabajo. De lo contrario, la comunicación y la transparencia no son genuinas, sino performativas, aseguró. El biólogo portugués parecía estar describiendo la anterior charla de la jornada, impartida por el técnico de animalario Sergi Vila. Una charla torpe, forzada, fría y llena de contradicciones y clichés, que parecía no creerse ni él mismo. De hecho, la comunicación por parte de los profesionales de la experimentación animal siempre carece de verdad. La impostura, las frases hechas y las exageraciones sobre las bondades de la industria de la experimentación están a la orden del día en charlas o artículos del sector. Que la industria de la experimentación animal haga tanto hincapié en la importancia de la comunicación y en mejorar las técnicas para llevarla a cabo, demuestra que son conscientes de que es su punto débil. Posiblemente vivían más tranquilos cuando ocultaban que en sus investigaciones usaban animales y no tenían que explicarle a la sociedad que los someten a dolorosos experimentos y a toda una vida de reclusión.
Franco dijo que el OEBA (Órgano Encargado del Bienestar Animal) tiene un papel central a la hora de promover y mantener una cultura del cuidado. Igualmente, refiriéndose a los trabajadores de los laboratorios, defendió la necesidad de “promover un ambiente en el que puedan hablar libre y anónimamente”. Lo dice cuando, como comentábamos antes, Carlota Saorsa, la persona que grabó las imágenes en el interior de Vivotecnia, cuenta con el estatus de testigo protegida que le ha concedido la jueza del proceso judicial en el que está inmerso la empresa, para garantizar que pueda realizar sus declaraciones sin sufrir presiones o coacciones. ¿Es ese el ambiente en el que se pueda hablar libremente al que se refiere Franco? Además, según explicaba Lucía Arana en un artículo publicado en El Caballo de Nietzsche, Vivotecnia, no vamos a parar, Saorsa trató de avisar a sus superiores sobre las prácticas que se aprecian en los vídeos y, sin embargo, fue ignorada.
Por sorprendente que parezca, Franco dijo algo en lo que estamos de acuerdo: “En un error puede haber dos o tres culpables, pero hay una responsabilidad colectiva”. Volviendo al tema Vivotecnia, la empresa está tratando de cargar toda la responsabilidad de los hechos en los trabajadores que aparecen en los vídeos. Sin embargo, como Franco dijo, la responsabilidad no puede recaer solo en ciertas personas, sino en la cultura del abuso que existe dentro de las industrias de explotación animal en general y en la de la experimentación animal en particular. Tratar a los animales como recursos que usar a nuestro antojo, en beneficio de nuestros propios intereses, sumado al especismo imperante en nuestra sociedad, solo puede favorecer su sufrimiento y que casos como el de Vivotecnia se repitan día a día y no sean episodios aislados, sino el modus operandi de la industria.
Las técnicas de “refinamiento” fue otro de los temas que trató el biólogo en su charla. Dichas técnicas nos parecen totalmente insuficientes y una argucia más para blanquear los experimentos en animales. Sin embargo, por lo que comentó, muchos laboratorios ni siquiera son capaces de llegar a esos mínimos. Habló de las excusas más frecuentes que los investigadores ponen para no usar el refinamiento: interfiere en los resultados, dificulta la reproducibilidad o el clásico “siempre lo hemos hecho así”. Sorprende que una industria que se vanagloria de ser vanguardia científica, de promover el avance y la búsqueda constante de respuestas, se escude en el inmovilismo y la comodidad que proporciona seguir usando los mismos métodos que siempre ha usado, por mucho que estos generen un nivel mayor de estrés y sufrimiento a los animales. Pero ese no es el mayor problema, sino la falta de inversión en alternativas a la experimentación en animales y la inercia egoísta que perpetúa el entramado de empresas que conforman la industria de la experimentación: laboratorios, criaderos de animales, proveedores de lechos, jaulas, cubetas... Los intereses económicos de dichas empresas son el mayor obstáculo al avance científico y la búsqueda de alternativas libres de sufrimiento, porque su uso significa un riesgo para la continuidad de sus negocios.
Franco puso como ejemplo los aspectos positivos del refinamiento en el manejo de ratones. Según su opinión, son técnicas menos nocivas para los animales; favorecen que haya menos mordiscos, con lo cual también es mejor para los científicos y los cuidadores; se obtienen mejores resultados científicos; generan más visibilidad del papel indispensable de los cuidadores y crean una mejora de la percepción pública del cuidado de los animales. Es decir, son técnicas que principalmente benefician a los humanos y, además, ayudan a blanquear las prácticas de los laboratorios. En referencia a este punto, Franco fue claro: “Es diferente ver una imagen o un vídeo de alguien que coge un ratón por la cola que, obviamente, intuitivamente, sabemos que eso va a doler, que es nocivo para ellos (…) que ver a un científico coger al ratón con cuidado, con cariño, con las manos o con un túnel”.
Pero hay algo que la industria jamás mostrará: que esas mismas manos que ven en la foto sujetando al animal, serán las que más tarde acabarán con su vida. Para el cuidador puede haber factores que mitiguen la paradoja entre cuidar y matar. Para el animal, nada podrá mitigar el dolor y la muerte.