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Para frenar la crisis alimentaria y económica, moratoria del pienso

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Declaró el comisario de exteriores de la UE, Josep Borrell: “(…) Es inimaginable que millones de toneladas de trigo sigan bloqueadas en Ucrania mientras en el resto del mundo la gente pasa hambre (…). Se trata de un auténtico crimen de guerra”. Una semana antes se informaba de que “el cargamento con 18.000 toneladas de maíz ucraniano (…) ha llegado este lunes al puerto de A Coruña a través de una nueva ruta marítima abierta por el Báltico para sortear el bloqueo de la armada rusa (…). El maíz se descargará en el muelle San Diego para ser almacenado y posteriormente enviado a las fábricas que elaboran el pienso para el ganado (...)”. Dejando ahora a un lado las bondades de Putin, ¿no hay por aquí alguna disonancia?

Y es que, como nos recuerda un manifiesto con 676 firmas del mundo científico, el grano que la Unión Europea usa como pienso casi triplica el que exportaba Ucrania. Podemos añadir que España, según los datos del Laboratorio de Historia de los Agroecosistemas, destinaba en 2008 el 65% de su producción agrícola (en peso seco) a alimentar ganado, o el equivalente al 85% de su producción si añadimos la importación neta de pienso. Cuando, en lugar de consumir directamente los alimentos cultivados, se hacen pasar antes por los estómagos del ganado, solo nos llega, en promedio, el 12% del alimento inicial. Por lo tanto, estamos hablando de una pérdida equivalente al 75% de la producción agrícola española. Y desde 2008 el problema no ha dejado de agravarse: sirva como indicador que la producción española de carne aumentó un 28% de 2008 a 2018. Muchos países no pueden permitirse sistemas agroalimentarios tan caprichosos e ineficientes, y tienen una alimentación mucho más basada en plantas, como lo fue antaño en nuestras tierras. De lo que ahora se trata es de no dejarlos sin ningún tipo de alimentación, por su bien y, como espero dejar muy claro, por el nuestro.

La guerra de Ucrania ha exacerbado una crisis alimentaria que no dejaba de empeorar en los últimos años, por el impacto conjunto de la crisis climática y energética, la pandemia, la especulación y los conflictos armados (con frecuencia no ajenos a los otros elementos mencionados). Según la FAO, el número de lo que llama “personas con inseguridad alimentaria grave” (es decir, que habrán pasado días sin nada para comer repetidamente a lo largo del año) alcanzó los 924 millones ya en 2021 y sigue creciendo. La ONU pronostica, para 81 países especialmente afectados, que en 2022 la cifra se habrá multiplicado por casi 2,5 en solo tres años. La UNICEF recalca que, cada minuto, una niña o niño más cae en un estado de malnutrición grave. Añade la ONU que esto es solo el principio, ya que, mientras que lo que hay por ahora es una crisis de acceso al alimento disponible, en 2023 bien podría no haber, además, suficiente alimento para responder a toda la demanda. Esto significa que “rutas marítimas” y demás son solo parches, que pueden complementar pero no substituir una priorización responsable de los usos de la producción agrícola, en que la demanda para alimentación humana pase por delante de demandas más prescindibles.

En particular, dada la magnitud extraordinaria de la producción agrícola usada como pienso, es obvia la urgencia de declarar una moratoria en los próximos ciclos productivos de ganado cuya alimentación compita con la alimentación humana. ¿Qué responsable político tiene excusa para negarse a una medida que es cuestión de vida o muerte? Por si no bastaba que lo fuese para animales no humanos (o, en este caso, más bien, una cuestión de vidas invivibles), o para humanos a décadas o años vista (por emergencia climática e insostenibilidad), ahora lo es para millones de humanos a meses vista. Y, en caso de que las defunciones humanas de bajo poder adquisitivo tampoco cuenten para tales responsables (excepto como arma retórica contra el contrincante del este), ¿qué tal si hablamos de dar pasos para evitar una crisis sin precedentes también en la Unión Europea?

¿Qué tiene que ver todo esto con evitar una crisis en la Unión Europea? Aparte de las bolsas de hambre que aparezcan en su territorio y que, de momento, los gobiernos tienen capacidad de aliviar si así lo deciden, tiene que ver con, por lo menos, dos retos que pueden desbordarlos a meses vista si no actúan ya. Primero, la crisis alimentaria va camino de desencadenar una inestabilidad global sin precedentes, de la que la Unión Europea no podrá quedar al margen. Si la crisis de un país relativamente pequeño como Siria (provocada en buena parte por la pérdida de cosechas por el cambio climático) tuvo tanta repercusión en Europa, desde atentados hasta los avances de la extrema derecha usando al puñado de personas refugiadas como pretexto, ¿qué no podrá suceder en un escenario en que la inestabilidad alcance a un sinnúmero de países? Por poner un ejemplo de aquí al lado de Europa, Egipto, con sus cien millones de habitantes humanos, depende en un 86% del trigo ucraniano y ruso (y recordemos que la falta de exportaciones ucranianas y rusas es solo parte del problema).

Segundo, está la forma en que el Banco Central Europeo está reaccionando al aumento de precios de los alimentos y de otros recursos (no para evitar una hambruna masiva sino para moderar la inflación en la zona euro). Si en lugar de contraer selectivamente la demanda de los recursos cuya oferta está limitada, y priorizar su uso de forma sensata, lo que se hace es contraer demanda de forma indiscriminada con herramientas monetarias, lo que se avecina en la zona euro, y especialmente aquí en el sur, es paro, recortes y la amenaza de una nueva crisis de la deuda soberana, si no el colapso de la economía. Además, como advierte la ONU, tal política no ayudará a aliviar la crisis alimentaria sino todo lo contrario, puesto que los países en la que esta más se ensaña verán, además, cómo se devalúan sus monedas y se multiplica su deuda externa. En cambio, la moratoria del pienso, si se combina con un llamamiento a la ciudadanía para contribuir adoptando, aunque sea temporalmente, una alimentación más basada en plantas, sería un ejemplo de gestión inteligente de la demanda, que se podría extender a otros recursos. Sería beneficioso para todo el mundo excepto para unos pocos sectores (cuyos lobbies son, por otro lado, tan poderosos).

El pasado 16 de junio tuve la oportunidad de formar parte de una delegación de Animal Rebellion Barcelona que se reunió con la Consejera de Acción Climática, Alimentación y Agenda Rural de la Generalitat de Catalunya, Teresa Jordà, en que le expusimos la propuesta, con tres patas. En primer lugar, la moratoria en sí. Para que quede claro, de lo que estamos hablando no es de matar ganado para que no consuma pienso. Ya sucede cada día, que a estos animales los maten rápidamente: los cerdos a los pocos meses de vida, los pollos a las pocas pocas semanas. De lo que se trata es de no reemplazarlos, de cancelar los próximos ciclos productivos, de suspender la cría de nuevas generaciones de ganado alimentado con pienso que compita con la alimentación humana, o, más plausiblemente a corto plazo, limitarla en alguna medida.

La segunda pata es apelar a la colaboración de la ciudadanía cambiando sus pautas de consumo, por lo menos temporalmente, mediante una campaña informativa sobre los motivos de la moratoria, los beneficios adicionales de una alimentación basada en plantas para la salud individual y la sostenibilidad colectiva, y cómo enfocarla de forma nutricionalmente adecuada. Para que quede también claro, sin piensos que compitan con la alimentación humana no es posible, ni de lejos, el nivel actual de consumo de alimentos de origen animal, alimentos que, además, no necesitamos. La tercera pata es el apoyo económico a los sectores afectados, aunque no solo para ayudarles a aguantar temporalmente, sino, en la mayoría de casos, para facilitarles una transición más allá de los alimentos de origen animal. Estamos a la espera del posicionamiento definitivo de la Consejera.

Como no podía ser de otra forma, otras personas también han notado la absurdidad de no tener el cuenta el pienso en la respuesta a la crisis alimentaria, como las firmantes del ya mencionado manifiesto científico. En este manifiesto se reivindica que se acelere “el cambio hacia dietas más sanas con menos productos animales en Europa (y otros países de ingresos elevados)”. Aquí estoy hablando, además, de unas propuestas más concretas, en particular de la moratoria y del llamamiento a la colaboración ciudadana durante esta, cuyo carácter temporal puede permitir que calen mucho más en la sociedad, haciéndolas así especialmente eficaces a corto plazo, y también a largo plazo. También a largo plazo porque habrá mucha gente que, una vez conozca las bondades de una alimentación basada en plantas y la haya practicado durante un tiempo, la preferirá. Además de mejorar la salud de quien la practique, esto traerá un beneficio extraordinario en términos de ética animal, y también de mitigar la crisis climática, ecológica y epidemiológica, y de prepararse para cuando la disyuntiva entre alimentación humana o pienso no sea ya temporal, como tal vez (solo tal vez) sea ahora, sino definitiva.

¿Está tomando ya la Unión Europea alguna medida similar? Pues, de entrada, por criminal y suicida (¿o torpe y apresurado?) que sea, está haciendo todo lo contrario. Acaba de aprobar una enmienda que permitirá a los estados miembros subvencionar generosamente a la industria ganadera para compensar el aumento del precio del pienso, o, lo que es lo mismo, para que compita con ventaja con la alimentación humana. Sin embargo, estas ayudas podrían reconducirse como ayudas para pasar la moratoria y para reconversiones hacia otros tipos de producción con más futuro.

Exigir la moratoria no es pedir la luna: mucho mayor fue la intervención en la economía en respuesta a la pandemia, y ahora nos enfrentamos de nuevo a una crisis sin precedentes, pero que, a la vez, nos da una oportunidad sin precedentes para cambiar las cosas, por el futuro de nuestra especie y de las demás. Tenemos por delante la labor, el reto de crear conciencia social y de presionar a gobiernos estatales, subestatales y supraestatales de todos los países adinerados. La moratoria será más fácil si la hacen suya, conjuntamente, varios países, pero cualquier gobierno puede tomar la iniciativa, llevarla a foros internacionales y aplicarla en su propio país, aunque sea empezando por una moratoria muy parcial. Es urgente persuadir a gobernantes para que estén a la altura del momento histórico, para que se atrevan a salir de la zona de confort del camino marcado (y avalado por el lobby cárnico) y den un golpe de timón al Titanic.

Declaró el comisario de exteriores de la UE, Josep Borrell: “(…) Es inimaginable que millones de toneladas de trigo sigan bloqueadas en Ucrania mientras en el resto del mundo la gente pasa hambre (…). Se trata de un auténtico crimen de guerra”. Una semana antes se informaba de que “el cargamento con 18.000 toneladas de maíz ucraniano (…) ha llegado este lunes al puerto de A Coruña a través de una nueva ruta marítima abierta por el Báltico para sortear el bloqueo de la armada rusa (…). El maíz se descargará en el muelle San Diego para ser almacenado y posteriormente enviado a las fábricas que elaboran el pienso para el ganado (...)”. Dejando ahora a un lado las bondades de Putin, ¿no hay por aquí alguna disonancia?

Y es que, como nos recuerda un manifiesto con 676 firmas del mundo científico, el grano que la Unión Europea usa como pienso casi triplica el que exportaba Ucrania. Podemos añadir que España, según los datos del Laboratorio de Historia de los Agroecosistemas, destinaba en 2008 el 65% de su producción agrícola (en peso seco) a alimentar ganado, o el equivalente al 85% de su producción si añadimos la importación neta de pienso. Cuando, en lugar de consumir directamente los alimentos cultivados, se hacen pasar antes por los estómagos del ganado, solo nos llega, en promedio, el 12% del alimento inicial. Por lo tanto, estamos hablando de una pérdida equivalente al 75% de la producción agrícola española. Y desde 2008 el problema no ha dejado de agravarse: sirva como indicador que la producción española de carne aumentó un 28% de 2008 a 2018. Muchos países no pueden permitirse sistemas agroalimentarios tan caprichosos e ineficientes, y tienen una alimentación mucho más basada en plantas, como lo fue antaño en nuestras tierras. De lo que ahora se trata es de no dejarlos sin ningún tipo de alimentación, por su bien y, como espero dejar muy claro, por el nuestro.