En un interesante reportaje publicado en Ideas, el suplemento de análisis del diario El País, se preguntó a un grupo de especialistas quiénes eran para ellos los pensadores más influyentes en la izquierda actual. Sin que tenga nada en contra de los diez primeros que encabezan la lista (desde Marx a Arendt), todo lo contrario, me llamó la atención que entre esos diez no hubiera ninguno genuinamente ecologista y, también, claro, animalista. ¿Dónde estaban Bruno Latour o Manuel Sacristán, por ejemplo? ¿Y Peter Singer? El autor del reportaje, Sergio Fanjul, me contó vía Twitter que tanto Latour como Sacristán sí recibieron votos, pero que nadie apostó por Singer, quien, como sabemos en este Caballo, es uno de los fundadores del pensamiento animalista.
En un mundo amenazado por la emergencia climática, sorprende no ya que existan negacionistas, sino que tanto el ecologismo como el animalismo (este último aún más) sean corrientes marginales en los partidos de izquierda. Sorprende aún más, al menos a mí, que sigan comiendo animales incluso quienes se definen como ecologistas convencidos y enarbolan la bandera del necesario decrecimiento como única manera de preservar un planeta mínimamente habitable. A todos los lectores atentos a qué soluciones tenemos a nuestro alcance para frenar el derrumbe de la vida en la Tierra (al menos tal y como la conocemos), pero especialmente a las personas ecologistas que aún defienden la ganadería, les recomiendo que lean Regénesis. Alimentar al mundo sin devorar el planeta, de George Monbiot, publicado por Capitán Swing, una de las editoriales que más nos está ayudando a pensar el mundo en el que vivimos. Monbiot es periodista, académico, escritor, zoólogo, ecologista y activista político británico. Sus artículos y reportajes en el diario The Guardian son un referente para todo aquel que quiera reflexionar sobre la emergencia climática y la crisis ambiental.
Aunque hay quien cree aún que el calentamiento global tiene que ver con pequeñas molestias cotidianas, como poner con más frecuencia el aire acondicionado, la realidad es muchísimo más cruda. Lo que está en juego, entre otras cosas, es cómo vamos a alimentarnos.
Cada día que pasa conocemos un dato más que nos habla del derrumbe de la biodiversidad y de la vida en el planeta. La contaminación generalizada, el expolio de los recursos y el cambio climático están detrás de estas pérdidas y nos sitúan frente a un futuro muy incierto en el que, si se cumplen algunos pronósticos, tendrán graves efectos. Se habla mucho de la importancia del uso de los combustibles fósiles en todo este proceso, pero bastante menos de la responsabilidad que el sector primario, la agricultura y, sobre todo, la ganadería tienen en la destrucción del medio ambiente. Este es el punto de partida de Regénesis.
El cambio climático cambiará los ciclos de las estaciones, fundamentales para el crecimiento de las plantas; por tanto, para la agricultura, tal y como la conocemos. Además, la ganadería y la agricultura intensivas, predominantes en la actualidad, han acabado con la fertilidad de los suelos, contaminados en gran parte del planeta. Con una población en alza, ¿cómo nos alimentaremos dentro unos años?, se pregunta Monbiot. El autor apuesta por evitar cualquier tipo de ganadería. Por supuesto, también la agricultura intensiva. Pero no se queda ahí, pues, a pesar de destacar sus virtudes, cuestiona que la agroecología pueda llegar a ser una solución, dadas sus limitaciones.
En relación a esta última conclusión, pienso que habría que analizar con detalle el problema de la redistribución de los recursos y el despilfarro alimentario. Es cierto que Monbiot los tiene en cuenta, pero creo que en un hipotético mundo postcapitalista, aún por construir, en el que el mercado de alimentos no estuviera dominado por los especuladores (como el propio Monbiot detalla en el libro), la agroecología podría aportar una solución de más peso del que él le concede (en este punto recomiendo la lectura de ¿Quién alimenta realmente al mundo?, de Vandana Shiva, también publicado por Capitán Swing).
Sin embargo, para mí el punto débil del libro es que Monbiot apuesta por la creación de proteínas de laboratorio como una de las soluciones para alimentarnos de una manera sostenible y viable con los límites del planeta. Aunque el autor se muestra muy crítico con el tecnocentrismo, con la idea de que la tecnología puede resolverlo todo, al final peca de una cierta ingenuidad al pensar que este tipo de industria no acabaría en manos de unas pocas empresas, condenando a los países más pobres a una dependencia alimentaria irremediable, como de hecho ya ocurre con los cultivos transgénicos (Monbiot es muy crítico con este tipo de tecnología).
A esta apuesta por la creación de proteínas de laboratorio le lleva, no obstante, un razonamiento muy bien argumentado, que es la base de todo el libro y que es difícil no compartir en gran parte, después de los datos que aporta: “He terminado por concebir el uso de la tierra como la más importante de las cuestiones ambientales. Ahora considero que es el elemento que supone la mayor diferencia para la supervivencia o la desaparición de los ecosistemas terrestres y los sistemas que configuran la Tierra. Cuanta más tierra necesitamos, menos hay disponible para otras especies y los hábitats que necesitan y para sostener el estado de equilibrio planetario del que nuestra vida pueda depender. Es también uno de las problemáticas ambientales más ignoradas. Al igual que sucede con la ecología del suelo, el uso de la tierra es una cuestión que la mayoría hemos acordado inconscientemente ignorar: otro vacío fatal en el entendimiento colectivo. Nos obsesionamos con determinados temas alarmantes, a menudo con motivos suficientes. Sospecho, sin embargo, que las cuestiones más peligrosas de todas son las que apenas consideramos”, escribe Monbiot, quien ya en un libro anterior, Salvaje, publicado también en Capitán Swing, apostaba por el rewilding o renaturalización de los espacios como una de las vías indispensables para reducir el calentamiento global y mejorar la fertilidad de los suelos.
Escrito como si fuera una novela, Monbiot va entrelazando su propia experiencia y sus investigaciones con datos, muchos y sólidos datos. Por ejemplo, los que nos proporciona Our World in Data. Después de analizar la cantidad actual de tierra necesaria para producir alimentos, Monbiot concluye: “Si todo el mundo se alimentara con la dieta media de un neozelandés, que contiene grandes cantidades de cordero y ternera criados al aire libre, necesitaríamos otro planeta casi del tamaño de la Tierra para sobrevivir. Si, por el contrario, dejáramos todos de comer carne y productos lácteos y, en su lugar, nos alimentáramos con dietas basadas por completo en plantas, reduciríamos la cantidad de tierra destinada a la agricultura y la ganadería en un 76%”. Conviene recordar que Monbiot fue cazador en su día, aunque desde hace años sea vegano, más por motivos ambientales que animalistas. Su argumentación a favor de la eliminación de la dieta cárnica, no solo la que proviene de las macrogranjas, debería tenerla más en cuenta el movimiento ecologista.
Lejos de la idealización que a menudo hacemos del campo, incluso por aquellos que lo destruyen, Monbiot cierra el libro con una frase no exenta de cierto sarcasmo: “A lo largo de muchos años de activismo ambiental he llegado paulatinamente a una conclusión atroz. Una de las principales amenazas a la vida en la Tierra es la poesía”. Habla, claro, de la poesía que desde los clásicos (Hesíodo, por ejemplo) ha idealizado el mundo pastoril y que, en su opinión, ha dado como resultado la Política Agraria Común (PAC) de la Unión Europea, que tan nefastos resultados ha tenido para el medioambiente y cuyo presupuesto va destinado principalmente a los grandes propietarios. Dado que no podemos regresar a la época de los cazadores-recolectores, dice, se trataría ahora de repensar nuestra manera de producir los alimentos, con algunas de las claves que he esbozado más arriba: la eliminación de la ganadería, una agricultura que tenga en cuenta la fertilidad de la tierra y que mantenga una alianza con la vida salvaje, y la producción de proteínas en laboratorios.
Desde que lo leí, hace unos meses, mantengo un diálogo interno con Regénesis, un ensayo narrativo, fresco, lúcido y provocador, indispensable para entender el mundo en el que vivimos y cómo cambiarlo con algo tan básico, y a la vez tan complejo, como la alimentación.
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