La literatura de Manuel Rivas, Premio Nacional de las Letras en 2024, es como el entramado de la vida. Sus libros hunden sus raíces en la tierra, dialogan entre ellos, con la obra de otros autores y autoras, con los vivos y con los muertos, también con la otra gente, los otros seres vivos a los que los humanos, cegados por nuestro antropocentrismo genocida, damos de lado y aniquilamos. Rivas ha dado voz a esa otra gente en varios de sus libros, también en su última novela, Detrás del cielo (Alfaguara), que por primera vez ha traducido el propio escritor del gallego, en un nuevo viaje y, en cierta forma, en una nueva escritura.
Detrás del cielo es su particular Moby Dick, una novela que se cuela en el ecosistema literario de Rivas, uno de los más sólidos de la literatura ibérica. Entre otras cosas, nos cuenta una cacería infame para dar muerte al Solitario, un jabalí legendario y representación de lo salvaje. Un acto sangriento que se mezcla con los negocios sucios del hampa prostibulario gallego, conformando este particular noir narrado por Dombodán, personaje que ya aparecía en Los últimos de Terranova y en Un millón de vacas.
Quedamos para charlar en una céntrica cafetería madrileña y, antes de adentrarnos en su nueva novela, surgen nombres de científicos olvidados, como Barry Commoner (que ya alertó de la hecatombe ambiental en los años setenta), o de escritores como Gary Snyder, poeta de la ecología profunda.
Sueles comentar que escribes libros desde la periferia y, claro, ahí es donde encontramos también a los animales, la otra gente, protagonistas de varias de tus narraciones. ¿Desde ahí escribes también Detrás del cielo? “Los animales hablan”, dice uno de los personajes de este noir.
Sí, pertenecen a ese mundo, a la periferia, sobre todo si la mirada hacia la naturaleza es una mirada despótica, de posesión, de dominio. Los animales son seres a cazar, seres inferiores. Son parte del botín, como si la Biblia concediera un botín bíblico, una forma absolutamente deplorable de ver el mundo. Con la elección de Trump se confirma la consigna de la brutalidad, de la mirada depredadora hacia la naturaleza, con ese “perfora, baby”, el cántico de un sistema enloquecido. Volviendo a lo que me decías, para mí este no es un libro separado, aunque pueda tener algo de singular.
Esta idea que tienes de que tu obra va conformando un pequeño bosque me parece preciosa.
Efectivamente, me gustaría tener también ese saber de leer la naturaleza, los anillos de los árboles, pero la literatura es de alguna forma como un árbol y un libro tiene la forma de esos círculos concéntricos, que te van llevando de una historia a otra. También ocurre con los animales dentro de esta novela, su presencia remite a los cuentos tradicionales gallegos. El equivalente al “érase una vez” castellano, en gallego es el “cuando los animales hablaban”. Yo sigo aún con esa idea. Cuando empiezo a escribir una historia estoy pensando, cando os animais falaban, y no es tanto un pretérito, es sobre todo la mirada a lo oculto, a lo misterioso.
Como si ese comienzo abriese una llave.
Sí, la de la suspensión de la incredulidad. Es como afirmar que todo comienza de otra forma para abrirse a la lógica del asombro. Por eso ya desde el comienzo del libro se empieza a activar una perturbación. Un grupo de hombres, cazadores, en el centro de la naturaleza. ¿Qué podemos sentir sino una perturbación? Es lo que siente la naturaleza ante ese comando en guerra. Se pone en marcha una trama violenta porque las armas, allí, sabemos que van a la búsqueda de un ser y, además, ellos, los cazadores, en un momento determinado especifican: “Cuidado, que no es un animal cualquiera”. Ningún animal es un animal cualquiera, claro, pero el Solitario es un guerrillero, un enemigo que hay que cazar, aunque lo consideren un enemigo especial, un trofeo. Tiene también un carácter simbólico. Los animales están en la orilla desde siempre, en lo excéntrico. Cómo no sentir hoy que lo salvaje representa de alguna forma el corazón perdido de muchas cosas, de la libertad, de lo indomable, en un mundo que vemos que funciona a golpe de algoritmo.
Un grupo de hombres, cazadores, en el centro de la naturaleza. ¿Qué podemos sentir sino una perturbación? Es lo que siente la naturaleza ante ese comando en guerra.
El narrador, Dombodán, es también un ser periférico. Se sale un poco de ese grupo inicial que quiere cazar al Solitario y que simboliza Estanis, el líder de la cuadrilla, que representa el poder, lo masculino, lo viril.
La palabra viril en esta historia tiene una connotación. Las palabras tienen la historia que tienen. Las mismas palabras podrían hacernos ver las cosas de otra forma, pero después tienen esa manipulación, digamos, esta apropiación, y la palabra viril está asociada a la condición guerrera, al macho. La proporción de virilidad viene en función del grado de violencia, de la capacidad de dominio que tiene ese macho. Lo vemos también en el mundo taurino. Hay gente cuestionando la supervivencia de ese rito brutal y suele haber la disculpa de que eso es un arte. Pero no es un arte.
A este mundo masculino y violento, machista y patriarcal, prostibulario, de considerar a las personas como algo utilitario, igual que a los animales, se contrapone una visión ecofeminista, en un sentido amplio. Estaría representada por Chelo, la hermana de Dombodán, que apuesta por la dignidad de los animales, y, por supuesto, por la dignidad de las mujeres y la sororidad.
Son los personajes los que te conducen, mientras escribes, hacia otros mundos imprevistos o que están solapados por la mirada convencional, hacia ver eso que no está bien visto. De ahí que sea tan importante la mirada literaria. Cuando empecé a escribir Detrás del cielo, no tenía en la cabeza nada de esto, una táctica o estrategia. Diría que al escribirla se dio otro tipo de andar, un andar vagabundo, campo a través, para ver qué es lo que surge. Llega un momento en el que ves con asombro que hay una resistencia, también de los animales, de la otra gente. Cuando aparece en la novela ese lobo divagante, Dombodán dice: “Bueno, él sabe que no le voy a disparar”. Hay un entendimiento en la mirada con el resto de los animales que van apareciendo, como los cuervos. Dombodán los puede ver, puede comunicarse con ellos. La historia también está en ese lado excéntrico, periférico, de la zona de sombra.
Dombodán dice que él se hace el tonto para sobrevivir: “Mejor que se rían de uno a que le den una paliza”.
Sí, y eso lo sitúa también en la periferia. Va con la cuadrilla porque es el que realmente conoce el terreno, pero no puede confesar que ha visto al Solitario, que lo ha visto bañarse, lo ha visto gozando de la vida. Dombodán está en la frontera y pasa a un lado y pasa a otro, es un personaje muy contradictorio, pero también el mejor testigo, el que nos puede contar la historia de cuando los animales hablaban. Nos puede hablar de ese mundo, de esa otra mirada, en la que los animales se han callado por miedo o como autodefensa. Los animales están en posición de alerta permanente, de mayday.
Has contado que, en cierta forma, el Solitario es tu particular Moby Dick. Sin embargo, hay una diferencia fundamental porque en la novela de Melville el capitán Ahab se venga de la ballena por haberle segado una pierna, un hecho real. Sin embargo, al Solitario le atribuyen un crimen que no ha cometido, el de haber acabado con Roi Vello, un cazador de los de antes, algo que es mentira. Será esta época de bulos.
Y vemos además cómo el bulo se va multiplicando a través del chisme, representado por el teléfono móvil, que es también un personaje importante en la novela. De hecho, Roi Vello representaría un poco ese otro mundo, el de alguien como Delibes, quien tenía una mirada sobre la caza que hay que ver en su tiempo, en su contexto. Estos nuevos cazadores, como Estanis, le prometen la caza del Solitario con las palabras del Padrino: “Te vamos a traer su cabeza”. Crean un enemigo que no existe.
El padre de Dombodán le da un consejo respecto a la caza: “Que no te vean los animales, pero sobre todo que no te vean los otros cazadores”. Me pareció muy importante porque al final los otros cazadores son como una fratría, como una mafia.
Es un aviso de dónde está el peligro y ahí tenemos la propia historia de la caza. Es una guerra que ocurre en el mundo real, una guerra contra la naturaleza, contra nosotros mismos. Ya nos lo advirtió Rachel Carson en La primavera silenciosa: hay una guerra contra la naturaleza, pero no olvidemos que esa guerra es también contra nosotros mismos.
Los animales hablan, lo que pasa es que no los entendemos, no los escuchamos. Cuando se apaga la luz de una luciérnaga es un mensaje, una especie de 'mayday,' de llamada de auxilio.
El padre de Estanis había trabajado en un matadero y le contaba que liquidaba al día sesenta vacas, pero que estaba sordo.
Quien oía los lamentos era la madre, en casa, se filtraban por las ventanas, por los tejados. Hay imágenes que nacen de un principio de realidad. Cuando escribo eso del matadero lo ubico en un lugar, con personas concretas, para que quienes lo lean y tengan conocimiento, quienes tengan memoria, sepan que no les estoy metiendo gato por liebre. En la Costa da Morte había una zona que llamaban “la calle del Matadero”. Cuando pasábamos por allí lo que veíamos era el mar vomitando sangre. Ahora le han puesto el nombre de una librería.
Hay un momento de la novela en el que un personaje dice: “Los cuervos son muy listos, hablan, el otro se ríe”. Pero el que habla con los cuervos es Dombodán, tiene esa facultad. A pesar de los avances tecnológicos, aún no hemos aprendido a hablar el idioma de los animales, de la vida.
Los animales hablan, lo que pasa es que no los entendemos, no los escuchamos. Cuando se apaga la luz de una luciérnaga es un mensaje, una especie de mayday, de llamada de auxilio. El periodismo debería estar para contar esa llamada de auxilio. Participé hace poco en un acto y escuché a un representante palestino decir algo que todavía me hace tambalear, fue como un contrapunto a las noticias perturbadoras, a la estupidez, a la suprema estupidez, digamos. Nos contó que muchos de los niños y de las niñas en Gaza quieren ser periodistas. El periodismo es una tarea de futuro: un periodismo que sea capaz de entender a los animales o que, por lo menos, lo intente.
Manuel Rivas conversará con Javier Morales sobre su novela Detrás del cielo el próximo miércoles 26 de febrero, a las 19.00 horas, en la sala Trece Rosas de la sede de CCOO en Madrid (calle Lope de Vega, 38).
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