En los últimos años ha habido una expansión del veganismo en la mayoría de países de nuestro entorno. Aunque las estadísticas no son siempre del todo exactas (suele englobarse dentro del mismo concepto de veganismo a personas que no lo son: vegetarianos, flexitarianos incluso), algunos estudios hablan de que al menos un cinco por ciento de los israelíes son veganos y algo menos del dos por ciento de los norteamericanos son vegetarianos estrictos, por citar dos ejemplos.
Los principios básicos del veganismo hunden sus raíces en los clásicos, como casi todo, pero no es hasta mediados del siglo pasado cuando aparece la palabra inglesa vegan. Bajo ese paraguas, lo vegan (el veganismo), se ha conformado en un movimiento, en un estilo de vida que rechaza cualquier tipo de explotación hacia los animales, no solo a través de la alimentación. Aunque con malos modos, la sociedad ha ido asimilando disidencias, como el vegetarianismo. Sin embargo, muestra una gran hostilidad hacia el veganismo, quizás porque le resulta demasiado incómodo al carnismo imperante. Para descalificarlo recurre a la demagogia y a argumentos muy trillados, como cuando asegura que se trata de una moda pasajera, que todos los veganos son unos talibanes o que el veganismo es una postura que solo pueden llevar a cabo los ricos. Pero la realidad es que el carnismo es una pieza más del capitalismo depredador que nos domina y que ha sumido en la pobreza, cuando no en la esclavitud, a millones de animales, humanos y no humanos, y ha destruido el planeta.
Lo llamativo es que las críticas al veganismo no llegan solo del carnismo, algo esperable, sino incluso de una parte del propio movimiento animalista, que prefiere verse retratado bajo un concepto más amplio, el antiespecismo, una corriente de pensamiento que ha acabado de bajar a los humanos del pedestal en el que nos habíamos colocado. Ninguna especie animal es superior a otra, asegura el antiespecismo, cuyas bases de pensamiento se forjaron en los años setenta del siglo pasado, principalmente en las universidades anglosajonas. Una ideología tan revolucionaria como lo fueron en su día otras que han sustentado distintos movimientos de liberación, como el feminismo o el antirracismo.
En este contexto de cierta confusión sobre el término y su significado, me parece muy oportuna y esclarecedora la publicación en castellano de Qué es el veganismo, de Valéry Giroux y Renan Larue, en la pequeña pero gran editorial Plaza y Valdés, a quien tanto debemos quienes nos preocupamos por la vida de nuestros semejantes, los otros animales. Giroux es profesora en la Universidad de Quebec y una de las investigadoras más destacadas del mundo sobre la ética animal. Laure es un conocido activista por los derechos de los animales, profesor de literatura en la Universidad de Santa Bárbara y fundador en la misma universidad del programa académico Vegan Studies.
Publicado por primera vez en 2017 en francés y traducido ahora al castellano por Malou Amselek Jaquet, este pequeño libro de apenas cien páginas no solo tiene la virtud de hacer un recorrido muy preciso por los orígenes del veganismo y de hacer una fotografía muy completa del movimiento en la actualidad, sino que los autores asumen el reto de redefinir lo vegan y de adaptarlo a los nuevos avances y teorías en torno a la liberación animal, como el antiespecismo del que hablaba antes.
Los primeros capítulos del libro están dedicados a contextualizar el veganismo y a quienes lo profesan. Los lectores que ya sean veganos afianzarán algunas ideas gracias a la claridad de la exposición, a una narración amena y sin circunloquios innecesarios, alejada de cualquier dogmatismo. Quienes no sean veganos y quieran dar el paso quizás encuentren en estos capítulos el impulso definitivo para hacerlo.
El último capítulo, Hacia la liberación animal, es el que tiene más enjundia desde el punto de vista ideológico y de conceptos. Frente a quienes piden la “abolición” del veganismo -a veces desde las filas del propio movimiento animalista- al considerar que se queda corto o que es ineficaz o que no tiene en cuenta a otras corrientes de liberación animal, los autores reivindican su naturaleza política y social. Giroux y Larue apelan a la sincronía del veganismo con otros movimientos que luchan por la igualdad.
Para los autores, el carnismo no es más que una de las caras de un sistema económico y patriarcal injusto que hay que cambiar. Todas las luchas están relacionadas, vienen a decir, y el veganismo confluye así con el feminismo, el antirracismo o en la búsqueda de un proyecto de justicia social universal. Algo con lo que estoy absolutamente de acuerdo. Sin embargo, y es la única crítica que yo haría al libro, es que apenas indaga en la necesaria confluencia del veganismo/animalismo con el ecologismo y la protección del medio ambiente, entendido el ecologismo en su acepción más amplia.
Es cierto que el movimiento ecologista aún está muy lejos de asumir muchos de los postulados del antiespecismo y no son pocas las ocasiones en las que hay una confrontación directa con el animalismo. Un ejemplo muy cercano y relativamente reciente de lo que digo es la posición que algunas organizaciones ecologistas han tenido respecto a las cotorras en algunas ciudades, como Madrid. Llamativo también es que ninguna de las cinco organizaciones ecologistas cuenten con una línea de trabajo en torno a la ética animal, lo que da una idea de lo antiguas que son aún sus posiciones respecto a los derechos de los animales. Pero, a la vez, el veganismo o cualquier movimiento que luche por la liberación animal cojea si no tiene en cuenta la perspectiva ambiental, si no busca hacer las paces con el planeta donde vivimos todas. El cambio climático está provocando ya la muerte de millones de animales. Una buena parte del movimiento lo ha entendido así, pero creo que en el capítulo final del libro no se incide lo suficiente en este aspecto que a mí me parece fundamental (lean Hacia un futuro vegano, de Tobias Leenaert, también en Plaza y Valdés).
En la conclusión, Giroux y Larue citan a Ovidio (de nuevo los clásicos) cuando el poeta se lamentaba en la Metamorfosis de que el hombre que tuvo la idea de matar a un animal para comer había iniciado el camino del crimen. Dos mil años después, los veganos de hoy aspiran, sin ingenuidad, a que su respuesta individual y coordinada contribuya a mejorar la vida de los animales. “Hay que ser suficientemente audaz como para liberarse de la costumbre, para rechazar las tradiciones consagradas por el tiempo y compartidas por la mayoría. La adopción del veganismo también implica nuestra forma de ver el mundo y pone a prueba nuestras certezas”, aseguran los autores.
He disfrutado mucho con la lectura de este libro, ameno, didáctico y profundo a la vez. Salgo de él fortalecido, con las ideas más claras, y admirado por la capacidad de los autores para condensar en pocas páginas la historia y el futuro de un movimiento que aspira a mejorar la vida de todos los animales, humanos y no humanos.
En los últimos años ha habido una expansión del veganismo en la mayoría de países de nuestro entorno. Aunque las estadísticas no son siempre del todo exactas (suele englobarse dentro del mismo concepto de veganismo a personas que no lo son: vegetarianos, flexitarianos incluso), algunos estudios hablan de que al menos un cinco por ciento de los israelíes son veganos y algo menos del dos por ciento de los norteamericanos son vegetarianos estrictos, por citar dos ejemplos.
Los principios básicos del veganismo hunden sus raíces en los clásicos, como casi todo, pero no es hasta mediados del siglo pasado cuando aparece la palabra inglesa vegan. Bajo ese paraguas, lo vegan (el veganismo), se ha conformado en un movimiento, en un estilo de vida que rechaza cualquier tipo de explotación hacia los animales, no solo a través de la alimentación. Aunque con malos modos, la sociedad ha ido asimilando disidencias, como el vegetarianismo. Sin embargo, muestra una gran hostilidad hacia el veganismo, quizás porque le resulta demasiado incómodo al carnismo imperante. Para descalificarlo recurre a la demagogia y a argumentos muy trillados, como cuando asegura que se trata de una moda pasajera, que todos los veganos son unos talibanes o que el veganismo es una postura que solo pueden llevar a cabo los ricos. Pero la realidad es que el carnismo es una pieza más del capitalismo depredador que nos domina y que ha sumido en la pobreza, cuando no en la esclavitud, a millones de animales, humanos y no humanos, y ha destruido el planeta.