En España hay unos 190.000 galgueros federados y unos 500.000 perros registrados para cazar. Pero las cifras oficiales se quedan muy cortas en comparación con la realidad: criadores ilegales, perros sin identificar cuya vida y muerte pasa inadvertida para los registros, rehalas en zulos o en cubículos de difícil acceso en zonas poco transitadas. Miles de seres invisibles excluidos de toda consideración estadística, víctimas de la caza que se suman a las directas, a las que caen abatidas por los disparos. Su realidad se hace más visible cuando termina la temporada de caza y las cunetas, los campos y los refugios se llenan de sombras, de dolor, de miedo, de animales utilizados como meras herramientas y abandonados (cuando no ahogados, ahorcados o asesinados de cualquier otra forma) una vez que dejaron de ser útiles.
El próximo domingo se celebrarán manifestaciones en quince ciudades de toda España para exigir “pasos firmes, sólidos, visibles, encaminados a terminar con la caza como actividad legal en nuestro Estado” y la prohibición prioritaria de las modalidades más agresivas, aquellas en las que se usan perros, como la caza de liebre con galgo, las rehalas de caza mayor, el “control” de animales domésticos asilvestrados o los llamados “perros de madriguera”.
Las manifestaciones para pedir 'No a la caza con galgos y otras razas' se celebrarán en Alicante, Barcelona, Cáceres, Castellón, Gijón, Las Palmas, Madrid, Mérida, Murcia, Salamanca, Santander, Segovia, Sevilla, Toledo y Zaragoza, convocadas por la Plataforma NAC y en las que participarán más de cien asociaciones nacionales, otras internacionales y partidos políticos, con el siguiente manifiesto:
La caza en España supone la muerte de unos cincuenta millones de animales al año. Cruel fotografía del más horrible rostro de una actividad que, movida por el interés económico y con la excusa de la tradición, muchos se empeñan en bautizar como ocio, como simple ejercicio deportivo. Una práctica aberrante que pese al apoyo institucional, debe erradicarse de nuestro mundo. Además de ignorar la estricta semántica de aquellos términos, se transforma en infractora de sus propias normas. Entre otras directrices sectoriales, la vigente Ley del deporte, la Carta Verde y el Libro Blanco de esa disciplina, incluso la agenda 21 del Movimiento Olímpico, ordenan la conservación de la naturaleza, la diversidad de formas de vida y la persecución de la violencia en cualquier manifestación que pretenda considerarse deportiva.
Modalidades cinegéticas autorizadas, precisan del uso de otros animales para su práctica. No solo perros. También rapaces, hurones, caballos y hasta reclamos de la misma especie, obligados a participar en la masacre; en una actividad cuyo único fin es la muerte. Muerte sobre muerte. Mejor, cuanto más abundante.
La relación entre los cazadores y sus canes se aleja de la habitual con otros seres vivos. Cosifica a los segundos para convertirlos en objetos de consumo, simples servilletas de papel, arrojadas a la basura tras cumplir la función para la que fueron concebidas.
Durante los primeros meses de su existencia, los criadores seleccionan a los animales. Quienes carezcan del aspecto deseado, del estado físico requerido o de la agresividad y capacidad predatoria necesarias para la caza, se eliminan sin miramiento. Igual suerte corren quienes, aún poseyendo esas cualidades, no alcanzan su puesto en el mercado. Perro no vendido, perro “sacrificado”, que dicen ellos. Hasta el vocablo suena a falsedad.
Sin control administrativo ni cuidados veterinarios, durante la temporada de caza los galgos malviven en el hacinamiento, en la malnutrición (poco más que pan y agua, para que no se habitúen al sabor de la presa) y desprovistos de cualquier muestra de afecto. La ciega obediencia al rehalero se convierte en el único objetivo. Durante las monterías, son frecuentes los “agarres” con los jabalíes. Unas veces con resultado de muerte; otras se saldan con graves heridas que se intentan curar a pie de monte, sin anestesia y sin las más elementales precauciones higiénicas. El dolor, el sufrimiento, no interesan. Si después del percance el perro resulta útil para la caza, regresa a su personal tortura; en caso contrario, se le deja morir o se le remata con un disparo en la cabeza.
Al final de temporada, cuando el animal ya no se muestra útil para la caza, se le elimina. Otro ocupará su lugar y correrá su misma suerte. Es la época del abandono en el campo a merced de lazos y atropellos, del ahorcamiento en un temido olivo que se transforma en testigo de la tragedia, del disparo certero que deja sobre la tierra su cuerpo agonizante, de la decapitación, de los golpes hasta la muerte como divertimento de psicópatas... Unos pocos afortunados recalan en protectoras o en centros de acogida con la esperanza de una oportunidad. Nunca se valorará lo suficiente la labor de estos centros.
En aquellas comunidades autónomas en las que se promulgaron, las normas de protección animal y las de conservación de la naturaleza se dictan subordinadas a particulares intereses económicos. El objetivo del legislador, como en el caso del injustificable espectáculo de la tauromaquia, no es distinto que la defensa de un colectivo de cazadores empecinado en extender la muerte por nuestros montes, aunque sea a costa del derecho de los animales y del de las personas no practicantes de tan cruenta actividad. Mientras esto no se modifique, mientras sean las propias administraciones públicas las que lo favorezcan, poco podremos avanzar en esta materia.
Por todo ello, desde aquí exigimos:
Pasos firmes, sólidos, visibles, encaminados a terminar con la caza como actividad legal en nuestro Estado. Exigimos la prohibición prioritaria de las modalidades más agresivas, aquellas en que se usan perros para la práctica cinegética, como la caza de la liebre con galgo, como las rehalas de caza mayor, como el control de animales domésticos asilvestrados o como el perro de madriguera.
Exigimos también la aprobación de una Ley estatal de protección animal que cumpla sin trabas su cometido. Y que en lugar de dictarse subordinada a la de otras prácticas favorecedoras del maltrato animal, se constituya en el detonante preciso para erradicarlo.
Por ello desde aquí gritamos, como en el último octubre, como antes y como seguiremos gritando en el futuro: NO A LA CAZA CON GALGOS Y OTRAS RAZAS. Una negación que debe traducirse en afirmativo. En un SÍ sin colorantes al respeto, en un SÍ a la dignidad de los animales, en un SÍ a la diversidad y a la vida de todos los seres que habitan este planeta.