Buffon, autor de Historia natural (Histoire naturelle générale et particulière avec la description du Cabinet du Roi) —una obra científica fundamental del siglo XVIII, compuesta por cuarenta y cuatro volúmenes—, sostiene que el dominio del hombre sobre los animales corresponde al legítimo imperio del espíritu sobre la materia. Pero, admite, los animales son seres que sienten placer y dolor, por lo que no se debería hacerles daño, sobre todo a los de compañía. A su juicio, la compasión es un sentimiento natural que está relacionado con el horror y la piedad que tanto los humanos como los animales experimentan cuando ven el sufrimiento de otro.
Resulta significativo que sea en Voltaire y en Jaucourt, que no han sido incluidos en la llamada «Ilustración radical», donde encontremos reflexiones éticas sobre esta cuestión. Voltaire muestra su admiración por pensadores y escuelas que preconizaban el vegetarianismo como era el caso del neoplatónico Porfirio, discípulo de Plotino, o el de los brahmanes de la India [1]. En el artículo CARNE (VIANDE) de su Dictionnaire Philosophique hace referencia al fracaso del famoso médico Philippe Hecquet, decano de la Facultad de Medicina de París, católico jansenista y cartesiano mecanicista, que preconizó a comienzos del siglo la dieta vegetariana en su Tratado de las dispensas de Cuaresma (Traité des dispenses du Carême) de 1709 al sostener que, en el Paraíso, Dios había dado como único alimento a los humanos granos, frutas y verduras y que el consumo de carne no era natural y tenía efectos perjudiciales para la salud. Hecquet recomendaba abstenerse de carne no por consideración hacia los animales, sino por razones de orden médico-teológico [2]. Su propuesta fue totalmente derrotada y olvidada hacia 1714 por una doble oposición: por un lado, porque en tanto mecanicista, apoyaba la teoría de la digestión por trituración, es decir, por acción puramente mecánica (teoría iatrofísica) frente a la teoría iatroquímica de la fermentación inspirada en Van Helmont que estaba ganando mayor consideración científica; por otro, debido a las críticas de la Iglesia que siempre se había opuesto al vegetarianismo por considerarlo producto de la superstición pagana o de las corrientes heréticas. El rector de la Sorbona se encargó de desestimar públicamente la dieta de Hecquet: la abstinencia de carne debía ser considerada una mortificación del cuerpo y no una potenciación del mismo.
Voltaire dedica numerosos pasajes de su obra al sufrimiento animal y a la crítica a la teoría del animal-máquina de Descartes. Así, en la entrada ANIMALES (BÊTES), también de su Dictionnaire philosophique, ironiza sobre los debates de los filósofos en torno la existencia o inexistencia del alma animal («escuchad a otros animales razonando sobre los animales» [3]) e interpela a los cartesianos que sostenían que los animales eran simples máquinas de repetición carentes de la capacidad de sentir. La misma práctica de la vivisección mostraría, observa Voltaire con indignación, el error de la hipótesis del animal-máquina:
Algunos bárbaros atrapan a ese perro que supera tan prodigiosamente al hombre en amistad, lo clavan en una mesa y lo descuartizan vivo para mostrarte las venas mesentéricas. Descubres en él los mismos órganos del sentir que hay en ti. Respóndeme, partidario del animal-máquina, ¿la naturaleza ha combinado todos los resortes del sentir en ese animal para que no sienta? ¿Tiene nervios para ser impasible? No supongas esta absurda contradicción en la naturaleza [4].
En la Encyclopédie, el caballero de Jaucourt dedica a la violencia contra los animales buena parte de su entrada CRUELDAD (Moral), definida como «pasión feroz que implica rigor, dureza para con los demás, falta de conmiseración, venganza, placer de hacer el mal por insensibilidad afectiva, o por el placer de ver sufrir» [5]. Jaucourt procede a enumerar las causas que la incentivan en los individuos y en las sociedades. Subraya con lucidez las conexiones entre las prácticas violentas ejercidas sobre los animales y la violencia entre los humanos, incluida la guerra:
Este vicio detestable proviene de la cobardía, la tiranía, de un temperamento feroz, de haber visto horrores en los combates y guerras civiles o en otros espectáculos crueles, del hábito de ver cómo se vierte la sangre de los animales, del ejemplo, o de un empeño destructor y supersticioso. […] La visión continua de los combates, primero de animales, después de gladiadores, en medio de las guerras civiles y de un gobierno de repente convertido en arbitrario, hizo feroces y crueles a los romanos. Se comprobó que Claudio que parecía tener un temperamento bastante dulce y que, sin embargo, después cometió tantas crueldades, adquirió la tendencia a la sangre a fuerza de ver este tipo de espectáculos. Los temperamentos sanguinarios con respecto a los animales tienen una tendencia visible hacia la crueldad. Por esa razón, una nación vecina, muy respetuosa de la humanidad, ha excluido del bello privilegio de ser miembro de un jurado a los hombres autorizados por su profesión para derramar la sangre de los animales; se ha pensado que gentes de esa clase no estaban hechas para pronunciarse sobre la vida y la muerte de sus semejantes. Fue con sangre de animales que se tiñó la primera espada, dice Ovidio. Primoque à cæde ferarum/ Incaluisse puto maculatum sanguine ferrum. (Metamorfosis, libro XV. fab. ij.). La obsesión de Carlos IX por la caza y el hábito que había tomado de empapar su mano en la sangre de los animales lo llenaron de sentimientos feroces y lo condujeron insensiblemente a la crueldad, en un siglo en el que el horror de los combates, de las guerras civiles y del bandidaje ofrecían innumerables ejemplos [6].
El artículo incluye hacia el final una declaración personal sobre su comportamiento ético que se alinea con el de Montaigne. El tono del texto es de indignación, impotencia y tristeza y matiza el optimismo antropológico que tiende a compartir, en ocasiones, con Rousseau en cuanto a diferenciar al hombre natural del hombre civil y adjudicar el origen del mal a la corrupción debida a la civilización:
Francamente, hay que confesar que, en todos los países, la humanidad entendida en un sentido amplio es una cualidad más rara de lo que se piensa. Cuando leemos la historia de los países más cultivados, vemos tantos ejemplos de barbarie, que nos afligimos y asombramos. Me sorprende siempre escuchar a personas de rango elevado expresar opiniones contrarias a esta humanidad general que deberíamos tener. […] Respeto [la humanidad] también con los animales; libero a todos los que puedo, como hacía Montaigne y no olvido que Pitágoras los compraba a los vendedores de aves con la misma intención. Pero la mayor parte de los hombres tienen ideas tan diferentes de esta virtud que presento aquí, que comienzo a temer que la naturaleza haya puesto en el hombre alguna tendencia a la inhumanidad [7].
Su tesis no puede dejar de sorprendernos por su actualidad: denuncia como causa de la existencia de la crueldad hacia los animales el prejuicio que hoy llamamos antropocentrismo moral. Al respecto, Vauvenargues, amigo de Voltaire, observaba en una de sus agudas máximas: «¿Debemos extrañarnos de que los hombres hayan creído que los animales han sido hechos para ellos si piensan de la misma manera sobre sus semejantes y la fortuna acostumbra a los poderosos a no tener en cuenta nada que no sea ellos mismos sobre la Tierra?» [8]. Jaucourt advierte, como algunos teólogos contemporáneos [9], que el antropocentrismo es una creencia reforzada por una lectura parcial e interesada de las Escrituras:
¿El principio que este pretendido rey del universo ha establecido de que todo está hecho para él así como el abuso de algunos pasajes de las Escrituras no contribuyen acaso a fortificar esta tendencia? Sin embargo, «la religión misma nos ordena amar a los animales; debemos ser benevolentes con las criaturas que nos han prestado servicios o que no nos causan ningún daño. Hay cierto intercambio entre ellas y nosotros, y cierta obligación mutua». Me place encontrar en Montaigne estos sentimientos y estas expresiones, que hago mías [10].
Las consideraciones sobre el trato dado a los animales de Voltaire en su Dictionnaire Philosophique o Jaucourt en la Encyclopédie corresponden a una evolución del sentimiento moral de la época que tiene lugar, sobre todo, en las mujeres. Como ya he señalado, las novelas tienen un papel muy importante en esta revalorización de los sentimientos. En la Francia del XVIII, sobre todo en la segunda parte del siglo, se apreciarán las virtudes de la compasión y la generosidad que algunas novelistas, como Madame de Charrière, llamarán a aplicar también a los animales. Con la narrativa de tinte feminista de Madame Riccoboni, los animales son maltratados por un personaje masculino tiránico y representan la libertad de la joven que consigue escapar de un matrimonio concertado. El bestiario de las novelas de autoras del Siglo de las Luces es muy rico y permite conocer el desarrollo de sentimientos de empatía con respecto a los animales en numerosas mujeres ilustradas [11].
Sostengo que la línea spinoziana que J. Israel identifica como la de la «Ilustración radical» está condicionada en la mayor parte de los pensadores no solo por el antropocentrismo moral, sino también por un androcentrismo que hace de la empatía y la compasión hacia los animales un afecto eminentemente femenino y, por lo tanto, devaluado. Ya hemos visto que en el mismo Spinoza este desprecio tenía género: era la «misericordia mujeril». Sus seguidores materialistas franceses no viven en la austeridad del contexto filosófico y sociohistórico de Spinoza. La sociabilidad de los salones presididos por las damas, el hedonismo y la politesse han suavizado su juicio sobre tales sentimientos. Sin embargo, la identidad viril sigue oponiendo lo que considera recias virtudes republicanas al femenino sentimiento de piedad. La compasión hacia los animales sigue siendo percibida en el mejor de los casos como una amable debilidad y, en el peor, como un irritante defecto. Sostengo que el género de las virtudes ha dificultado el lógico paso de la ontología materialista que eliminaba el abismo humano-animal a una ética sensocéntrica que asumiera sus consecuencias. El radicalismo de los ilustrados radicales no es tan radical en la cuestión del trato que merecen los animales no humanos, mientras que autores como Jaucourt, no mencionado por J. Israel, o Voltaire, al que califica de moderado, sí que van más allá de los límites del antropocentrismo moral.
Notas (96 a 106 en la edición original):
[1] Estos pasajes han sido reunidos en Voltaire, Pensées végétariennes, édition établie, notes et postface par Renan Larue, Mille et une Nuits, Arthème Fayard, 2014.
[2] Larue, Renan, «Les bienfaits controversés du régime maigre le Traité des dispenses du carême de Philippe Hecquet et sa réception (1709-1714)», Dix-huitième siècle, vol. 41, n.º 1, 2009, pp. 409-430.
[3] Voltaire, artículo ANIMALES del Dictionnaire philosophique, en Puleo, Alicia H. (ed.), Figuras del Otro en la Ilustración francesa, ed. cit., p. 189.
[4] Ibid., p. 188.
[5] Jaucourt, Cruauté (Morale), vol. IV, 1754, 517b.
[6] Ibid., 518a.
[7] Ibid., 518b.
[8] Vauvenargues, Reflexiones y máximas, en Puleo, Alicia H. (ed.), Figuras del Otro en la Ilustración francesa, ed. cit., p. 191.
[9] Destaca al respecto el teólogo anglicano y profesor de la Universidad de Oxford, Andrew Linzey, con obras como Christianity and the Rights of Animals (1987), Animal Theology (1994), Creatures of the same God (2007) y Why Animal Suffering Matters: Philosophy, Theology, and Practical Ethics (2009). El «Religions and Animals Project» del Oxford Center for Animal Ethics busca desarrollar lecturas no antropocéntricas de las diferentes religiones.
[10] Jaucourt, Cruauté (Morale), vol. IV, 1754, 519a.
[11] Miech, Stéphanie, «Nature et fonctions du bestiaire dans les romans de femmes auteurs au siècle des Lumières», en L’animal des Lumières, Dixhuitième siècle, vol. 42, n.º 1, 2010, pp. 139-159.