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Pan, toros y machismo

21 de agosto de 2021 06:00 h

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No recuerdo cuándo fue la primera vez que vi una corrida de toros, pero sí la sensación. Era verano y en mi memoria la escena se mueve y ondula, como separada de la realidad por una de esas mamparas de aire que el bochorno de la tarde convierte en alucinación. Aunque quizá sólo se tratase de la pantalla del televisor. O de la mirada espantada de una niña que todavía no tenía edad para entender la crueldad. Por aquel entonces, había otras cosas que yo no entendía, como que mis primos pudiesen andar solos en bicicleta y yo no. O como que me preguntasen por algo llamado “novios”. O como esos lacitos que venían cosidos a mi ropa interior. En aquella época, yo quería entender el mundo pero al mundo le faltaba lógica. Ese hombre vestido de colores con una espada en la mano que, al otro lado de la existencia, se divertía torturando a un animal indefenso y asustado era una metáfora de mi percepción del mundo. Y mi percepción del mundo ya estaba manchada de desigualdad.

En Pan y toros: Breve historia del pensamiento antitaurino español, un ensayo de Juan Ignacio Codina Segovia, cuya segunda edición ha sido publicada en 2021 por Plaza y Valdés con un prólogo de Juan López de Uralde, hay un capítulo dedicado a las pensadoras feministas que, a lo largo de la historia y hasta hoy, se han posicionado en contra de la tauromaquia. Una de ellas fue Cecilia Böhl de Faber quien, para poder trabajar, adoptó el pseudónimo masculino de Fernán Caballero. En 1852, esta autora ilustrada escribió sobre la importancia de que las mujeres se revolviesen contra las corridas de toros, reclamando que “la crueldad, de cualquiera manera que se presentara, hallase en ellas un ardiente adversario, así como en la caridad, la compasión y la cultura sus naturales auxiliares”.

Sus ideas se anticiparon a la ética de cuidados actual, que Alicia Puleo defiende en obras como Ecofeminismo para otro mundo posible y Claves ecofeministas para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales. Según la filósofa, la barbarie taurina forma parte del sistema de opresión que el patriarcado impone a la sociedad y, por tanto, el feminismo debería adoptar un papel activo para combatirla: “No se trata de desear que la tauromaquia siga siendo un mundo exclusivamente masculino, tampoco de aplaudir la admisión de las mujeres en él, sino de denunciar el sesgo patriarcal de esta subcultura sangrienta, la abyecta lógica de la dominación que la legitima, y exigir su abolición. Si queremos ampliar el concepto de lo humano con aquellos aspectos que fueron devaluados como femeninos, si deseamos avanzar hacia una sociedad en la que el sujeto autónomo no necesite dominar y humillar para afirmar su identidad, ni su satisfacción se base en el extremo sufrimiento y muerte del Otro, entonces, el feminismo tiene algo que decir sobre las corridas”.

Ya a finales del siglo XIX, Carolina Coronado aludía en su poema Sobre la construcción de nuevas plazas de toros en España a la tauromaquia como un modo de embrutecimiento incompatible con la civilización y la educación de la ciudadanía y, por tanto, opuesto al progreso: “¡Te escapas de las cátedras latinas/ Y en las plazas de toros te atrincheras!”. En la misma época, Emilia Pardo Bazán, que en sus artículos promovía lo que ella denominaba “cultura del sentimiento”, con valores como la humanidad, la compasión o la empatía en el centro, denunció que los toros o “la demencia nacional” representaban todo lo contrario: “En ellos se aprende a ser cruel, bárbaro e inhumano”. Volviendo al momento presente, numerosas autoras, periodistas y activistas reconocidas como Rosa Montero, Espido Freire, Lucía Etxebarria, Catia Faria, Angélica Velasco, Marta Tafalla, Aïda Gascón o las editoras del espacio en el que se publica este artículo han continuado la labor al practicar e impulsar el antitaurinismo también desde una perspectiva de género.

Además de repasar la relación entre lucha antitaurina y feminismo, Codina Segovia amplía el foco de atención dividiéndolo en diferentes ráfagas. Cada uno de esos rayos de luz alumbra en una dirección alternativa. Los caminos se multiplican pero el destino final coincide: se trata de demostrar que España no es taurina. Que ese supuesto patriotismo hecho de toros y olé que, durante siglos, los sectores más retrógrados, incultos y machistas del país se han cuidado bien de construir y de mantener a base de propaganda y manipulación resulta tan fácil de desmotar como difícil de erradicar. Revelar sus mentiras es una buena manera de empezar. “¿Conocen el concepto de explosión controlada? —escribe el autor a este respecto— Pues eso mismo. Los taurinos llevan años analizando el pensamiento antitaurino con el único afán de desmerecerlo, de relegarlo o de menguarlo. Antes de que la situación se les vaya de las manos y les explote en la cara, hacen una explosión controlada y entierran el antitaurinismo que tanto les molesta”.

El autor habla de cuatro estrategias que la minoría tauromáquica emplea para desprestigiar a la mayoría antitaurina: taurinización, mitigación, negación y ridiculización. Una de las víctimas más famosas de la primera fue y sigue siendo Francisco de Goya, Paco el de los toros para los taurinos. El pintor denunció la crueldad de las corridas retratándolas en toda su violencia y espanto y, sin embargo, la secta taurina continúa utilizando sus obras para defender lo contrario; incluso habiendo pruebas que lo demuestran. Algo similar sucede con los escritores Miguel Hernández, Azorín o con la mismísima Emilia Pardo Bazán. Pareciera que la vergüenza nacional necesitase darse el prestigio que no tiene vistiéndose con nombres importantes, como si eso la legitimase. ¿La verdad? Que, aunque la mayoría de los personajes ilustres nacidos en territorio español se declarasen taurinos, la tauromaquia no seguiría siendo más que una forma de asesinato avalada por el Estado y ejercida por un puñado de hombres cobardes que, al someter al diferente —inferior, dirían ellos—, se sienten menos frágiles en su tóxica masculinidad. La tauromaquia es el opio del misógino. Pan y machismo.

Con el nombre del toro de Gijón Feminista muy presente, me enfrento a esos monstruos sentada frente al teclado, con el libro en la mano y, al igual que en aquel verano de mi infancia, con el corazón donde debe estar. Y entonces vuelvo a aquella sensación, roja y caliente como taparse los ojos para no llorar. Sofocante; como una opresión. La diferencia es que ahora sé quién sostiene el poder.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que vi una corrida de toros, pero sí la sensación. Era verano y en mi memoria la escena se mueve y ondula, como separada de la realidad por una de esas mamparas de aire que el bochorno de la tarde convierte en alucinación. Aunque quizá sólo se tratase de la pantalla del televisor. O de la mirada espantada de una niña que todavía no tenía edad para entender la crueldad. Por aquel entonces, había otras cosas que yo no entendía, como que mis primos pudiesen andar solos en bicicleta y yo no. O como que me preguntasen por algo llamado “novios”. O como esos lacitos que venían cosidos a mi ropa interior. En aquella época, yo quería entender el mundo pero al mundo le faltaba lógica. Ese hombre vestido de colores con una espada en la mano que, al otro lado de la existencia, se divertía torturando a un animal indefenso y asustado era una metáfora de mi percepción del mundo. Y mi percepción del mundo ya estaba manchada de desigualdad.

En Pan y toros: Breve historia del pensamiento antitaurino español, un ensayo de Juan Ignacio Codina Segovia, cuya segunda edición ha sido publicada en 2021 por Plaza y Valdés con un prólogo de Juan López de Uralde, hay un capítulo dedicado a las pensadoras feministas que, a lo largo de la historia y hasta hoy, se han posicionado en contra de la tauromaquia. Una de ellas fue Cecilia Böhl de Faber quien, para poder trabajar, adoptó el pseudónimo masculino de Fernán Caballero. En 1852, esta autora ilustrada escribió sobre la importancia de que las mujeres se revolviesen contra las corridas de toros, reclamando que “la crueldad, de cualquiera manera que se presentara, hallase en ellas un ardiente adversario, así como en la caridad, la compasión y la cultura sus naturales auxiliares”.