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El libro 'Pan y toros' documenta el antitaurinismo como parte de nuestra historia y de nuestra identidad cultural

El caballo de Nietzsche

Me gusta definirme como antitaurino y como activista en defensa de los derechos de los animales. Desde muy pequeño no he tolerado ningún tipo de abuso sobre ningún ser de cualquier especie y, tal vez por ello, las causas humanitarias siempre me han atraído. Esto ha sido así hasta el punto de que la preocupación por los más débiles ha sido una constante en mi vida personal y profesional. En este sentido, hace algunos años que decidí dedicar mi vida casi exclusivamente a combatir los espectáculos taurinos, ya que, dentro del amplio catálogo de las barbaries que actualmente se cometen sobre los animales -que son muchas y en muy distintos ámbitos-, estas diversiones me parecen de lo más execrable. En pleno siglo XXI no se puede tolerar que la crueldad ejercida sobre toros, novillos, becerros o vacas sea convertida en un espectáculo y que, encima, se trate de algo normalizado, subvencionado y fomentado desde los poderes públicos. Además, como español, me duele e indigna que la tauromaquia sea una bolsa de crueldad que se ha mantenido especialmente activa en nuestro país, hasta el extremo de que, aunque equivocada y artificialmente, se utilice como seña de identidad cultural de lo español, lo cual resulta muy triste para los millones de españoles sensatos que no comulgamos con estas prácticas. Por tanto, ¿quiénes mejores que los españoles para denunciar la tauromaquia?

Como activista, a lo largo de los últimos años he acudido a múltiples manifestaciones antitaurinas, la mayoría de ellas celebradas a las puertas de las plazas de toros instantes antes de que empezara una corrida. Y, como todas y todos los que allí estábamos, he sentido la impotencia y la pena de no poder evitar lo que sucedía dentro de la plaza. Además, he militado y he sido candidato del Partido Animalista (Pacma), y también he colaborado muy activamente en organizaciones como AnimaNaturalis. Asimismo, desde 2012 soy subdirector de otra organización animalista, el Observatorio Justicia y Defensa Animal, del cual también soy uno de sus fundadores y que, entre otras cosas, se dedica a mejorar la protección legal de los animales en nuestro país. En definitiva, llevo varios años conociendo de cerca el mundo del activismo, participando en actos en la calle, delante de circos con animales y delfinarios, en mesas informativas de veganismo, en carpas electorales de Pacma o en manifestaciones antitaurinas, compartiendo la causa de la defensa de los animales con hombres y mujeres que, como yo, tienen el sueño y la esperanza de poder vivir en un mundo mejor, más justo y equitativo para todos, también para los animales no humanos.

Pero los que buscamos esa justicia debemos saber que tenemos enfrente a un enemigo muy poderoso. Son muchos los intereses que se esconden detrás de la explotación a la que nuestra sociedad somete a los animales: el primero y más destacado, el económico, en menor medida, el político y, en tercer lugar y no menos importante, la costumbre. Por eso esta empresa, la de tratar de conseguir un mundo más justo, va a requerir lo mejor de nosotros mismos. Cada uno en su ámbito deberá dar lo mejor que tenga y prepararse bien porque no será fácil, pero, al final, el esfuerzo merecerá la pena, no tengo ninguna duda.

Con este pensamiento en la mente decidí hacer una tesis doctoral, un trabajo académico serio y riguroso -como corresponde a toda tesis- que no solo me interesara a mí, sino que pudiera ayudar, en la medida que fuera, a mejorar las cosas. Así, después de tres años de trabajo, en mayo de 2018 defendí mi investigación en la Universidad de las Illes Balears, presentada bajo el título de El pensamiento antitaurino en España, de la Ilustración del XVIII hasta la actualidad. Me gustaría contar brevemente cómo surgió la idea de llevar a cabo esta tesis doctoral, porque lo que provocó la chispa inicial fue algo muy sencillo. De hecho, en realidad todo empezó con una mezcla de hartazgo y cansancio que dio lugar a una gran indignación. Me cansé de leer en algunos medios de comunicación que el antitaurinismo era una simple moda. ¿Una moda? Lógicamente, quienes sostenían esto eran taurinos que pretendían desacreditar y menospreciar al antitaurinismo: «es una mera moda que ya pasará, como pasaron los pantalones de campana o como pasa la canción del verano». ¿Qué verdad había en esto?, ¿es el antitaurinismo una moda? Con estas sencillas pregu tas comenzó todo.

Al final, la tesis doctoral ocupó unas mil doscientas páginas y más de doscientos epígrafes. Por supuesto, demostré que de moda nada de nada: el antitaurinismo es tan antiguo como la propia tauromaquia. De hecho, en la tesis se evidencia que el pensamiento antitaurino no solo no es una moda, sino que forma parte de una antigua y arraigada tradición histórica en nuestro país que ha ido consolidándose y evolucionando con el paso del tiempo hasta llegar hasta nuestros días. Como digo, esta es una de las hipótesis que quedaron demostradas con la investigación y que también es recogida y desarrollada en este libro. Pero, además, existen otras facetas de la tesis que resultan sorprendentes, las cuales he tratado de plasmar en el presente volumen. En mi opinión, se trata de incómodos hallazgos acerca de la tauromaquia que nunca antes se han manifestado en este país y que, probablemente, no gustarán a ciertos sectores de nuestra sociedad. Como suele suceder, la verdad hace daño, y molesta, pero considero que ya ha llegado el momento de poner sobre la mesa, con criterio científico, la realidad de esta cuestión. Con ello espero arrojar algo de luz sobre las falacias que se perpetúan alrededor de una costumbre que, a día de hoy, debería desaparecer de nuestra sociedad.

Por otra parte, la labor de sintetizar las conclusiones y de exponer los descubrimientos más relevantes de una tesis de más de mil páginas no ha sido una tarea sencilla, pero creo que lo más esencial de mi investigación ha quedado recogido en el presente volumen. En la escritura del libro he intentado ser lo más divulgativo posible, tratando de llegar a todos los públicos, porque el conocimiento debe expandirse y calar en la sociedad, haciendo frente a la oscuridad, la ignorancia y la superstición. Para ello, y como herramientas de difusión del antitaurinismo, he usado figuras como el sarcasmo, la sátira y, en algunas ocasiones, la irreverencia hacia lo taurino. Por supuesto, el libro también está compuesto de citas, de personajes históricos y de datos, pero, como digo, he tratado de combinar todo eso con reflexiones personales, así como con pensamientos acerca de cómo veo la situación actual y qué posibles salidas tiene.

En definitiva, a lo largo de las siguientes páginas se podrá apreciar que la tauromaquia ha generado críticas prácticamente desde el siglo XIII. Desde aquel momento inicial, grandes personajes de nuestra historia han alzado su voz, generación tras generación, contra los espectáculos taurinos, considerándolos como una muestra de barbarie que debe ser cuestionada, combatida y, en último extremo, erradicada. Así, veremos cómo destacadas personalidades, juristas, escritores, pintores, filósofos, religiosos, políticos -desde presidentes de Gobierno hasta relevantes ministros, pasando por senadores y diputados-, periodistas e historiadores, todos ellos, mujeres y hombres, denunciaron en cada época la tauromaquia. Y, además, lejos de ser el antitaurinismo una cuestión de las élites, también evidenciaré cómo la ciudadanía se organizó horizontalmente para, llegado un determinado momento, mostrar su oposición a estos espectáculos. Finalmente, creo humildemente que en el libro también se evidencia que, desde muy antiguo, uno de los fundamentos históricos del antitaurinismo español consiste en denunciar que el sufrimiento de un animal jamás puede ser entendido ni mucho menos justificado como un entretenimiento o una diversión.

Hay otra cosa que quiero señalar. Si, como parece, los espectáculos taurinos son reivindicados por su carácter tradicional y por ser, supuestamente, parte de la historia de nuestro país, con este libro se demuestra que el antitaurinismo también forma parte de nuestra historia y de nuestra identidad cultural. El antitaurinismo es, por tanto, un importante patrimonio cultural español que los taurinos han pretendido enterrar simplemente porque era contrario a sus intereses. Pero, como digo, ha llegado el momento de evidenciar la realidad histórica, con argumentos y datos, y de reivindicar a personajes como Quevedo, Juan de Mariana, Gabriel Alonso de Herrera, Jovellanos, José María Blanco White, José de Cadalso, Unamuno, Larra, Mesonero Romanos, Emilia Pardo Bazán, Carolina Coronado, Blasco Ibáñez, Pío Baroja, Ramón y Cajal, Juan Ramón Jiménez, Francesc Pi i Margall, Modesto Lafuente, Joaquín Costa, Clarín, Azorín, Antonio Machado, Emilio Castelar o Francisco Silvela, entre muchos otros. Porque todos ellos, como muchos de nosotros, tienen en común su oposición a la tauromaquia.

Entonces, si el antitaurinismo es tan antiguo como las propias corridas de toros, ¿por qué esta corriente de pensamiento es tan desconocida? La respuesta es muy sencilla: porque a determinados sectores no les ha interesado que se conozca. La imposición de un pensamiento único taurino ha supuesto el silencio para todas y todos aquellos que históricamente han denunciado la tauromaquia. Y esta es una cuestión que también se va a afrontar en el presente libro, porque ha llegado el momento de empezar a cambiar las cosas. Nuestra responsabilidad es evitar que esta importante corriente de pensamiento antitaurino sea olvidada. Tampoco podemos consentir que sea silenciada, ni que siga siendo desconocida. La historia de nuestro país está repleta de destacados personajes que, con gran valentía, se rebelaron contra las corridas y, en épocas en las que no se gozaba de tantas libertades como ahora, no debió resultarles nada sencillo. Pero, aun así, lo hicieron. Por respeto a su memoria, por justicia con los millones de toros muertos en las corridas y por nosotros mismos, debemos enorgullecernos de nuestro pasado y reivindicar una historia, la del antitaurinismo, que nos pertenece tanto o más que cualquier otra. Este libro pretende abrir una puerta a ese pasado que jamás debió quedar silenciado. Si permitimos que la rica tradición antitaurina española caiga en el olvido, estaremos condenados a un futuro sin justicia, sin civilización y sin humanidad. Estoy seguro de que, entre todas y todos, no vamos a permitir ese fatal escenario.

Espero que este libro te pueda ayudar dándote argumentos, ideas y razones para defender el antitaurinismo. En este sentido, he pretendido que sea una herramienta con la cual podamos combatir, desde el conocimiento, la tauromaquia, porque contra la barbarie no se lucha con más barbarie, sino con la fuerza del pensamiento, de la razón y de la justicia. Por eso espero que en tus manos este libro se convierta en un instrumento que te permita mejorar, llegar más lejos y alcanzar metas, porque, sin duda, eso es lo mínimo que se merecen los millones de seres vivos que han sido y siguen siendo víctimas de esta práctica. Ah, y que nadie te engañe, si eres antitaurina o antitaurino, estás del lado correcto: el de la justicia, la compasión y el civismo. Como muchísimos importantes personajes de nuestra historia, estás luchando para que las cosas se transformen. Y, aunque no vaya a resultar fácil, debes tener la certeza de que este cambio es posible. Ojalá que este libro nos ayude, porque lo cierto es que existen costumbres que son contrarias al sentir ético y social mayoritario del siglo XXI y la tauromaquia es una de ellas.

Para terminar, una última cuestión. El título del libro, Pan y toros, pretende ser un homenaje a grandes antitaurinos que nos han precedido y que en su época ya utilizaron esta máxima para denunciar la tauromaquia. Ahora mismo se me vienen a la cabeza nombres como los de León de Arroyal o Martín Sarmiento, de los siglos XVIII y XIX, o los de Miguel de Unamuno o Eugenio Noel, de comienzos del XX. Todos ellos, y muchos otros, ya publicaron libros y artículos en los que esta antigua expresión -una versión española del pan y circo romano- les servía para criticar la utilización de la tauromaquia con fines políticos. No en vano, tal y como se verá en el capítulo 5 del presente volumen, esta cuestión, la del pan y toros, ha dado mucho que hablar desde hace varios siglos. Pero esta no ha sido, ni mucho menos, la única denuncia que históricamente se ha planteado acerca de la tauromaquia. De hecho, las siguientes páginas te sorprenderán gratamente del mismo modo en que yo mismo me iba sorprendiendo a medida que avanzaba en mi investigación. Es posible que también te indignes, como me ha pasado a mí, y que sientas rabia. Lejos de dejarnos llevar por estas emociones, debemos ser capaces de transformarlas en energía, tesón y determinación para intentar cambiar las cosas. Y, para cambiar las cosas, para mejorarlas, lo primero que debemos hacer es afrontarlas. A eso nos ha enseñado la historia, y a eso tiende la humanidad. Todo suma, todo cuenta, todo aporta. El cambio es posible, y este libro aspira a convertirse en tu humilde aliado para conseguirlo. Pero el verdadero motor del cambio, tenlo siempre presente, eres tú mismo, eres tú misma.

Me gusta definirme como antitaurino y como activista en defensa de los derechos de los animales. Desde muy pequeño no he tolerado ningún tipo de abuso sobre ningún ser de cualquier especie y, tal vez por ello, las causas humanitarias siempre me han atraído. Esto ha sido así hasta el punto de que la preocupación por los más débiles ha sido una constante en mi vida personal y profesional. En este sentido, hace algunos años que decidí dedicar mi vida casi exclusivamente a combatir los espectáculos taurinos, ya que, dentro del amplio catálogo de las barbaries que actualmente se cometen sobre los animales -que son muchas y en muy distintos ámbitos-, estas diversiones me parecen de lo más execrable. En pleno siglo XXI no se puede tolerar que la crueldad ejercida sobre toros, novillos, becerros o vacas sea convertida en un espectáculo y que, encima, se trate de algo normalizado, subvencionado y fomentado desde los poderes públicos. Además, como español, me duele e indigna que la tauromaquia sea una bolsa de crueldad que se ha mantenido especialmente activa en nuestro país, hasta el extremo de que, aunque equivocada y artificialmente, se utilice como seña de identidad cultural de lo español, lo cual resulta muy triste para los millones de españoles sensatos que no comulgamos con estas prácticas. Por tanto, ¿quiénes mejores que los españoles para denunciar la tauromaquia?

Como activista, a lo largo de los últimos años he acudido a múltiples manifestaciones antitaurinas, la mayoría de ellas celebradas a las puertas de las plazas de toros instantes antes de que empezara una corrida. Y, como todas y todos los que allí estábamos, he sentido la impotencia y la pena de no poder evitar lo que sucedía dentro de la plaza. Además, he militado y he sido candidato del Partido Animalista (Pacma), y también he colaborado muy activamente en organizaciones como AnimaNaturalis. Asimismo, desde 2012 soy subdirector de otra organización animalista, el Observatorio Justicia y Defensa Animal, del cual también soy uno de sus fundadores y que, entre otras cosas, se dedica a mejorar la protección legal de los animales en nuestro país. En definitiva, llevo varios años conociendo de cerca el mundo del activismo, participando en actos en la calle, delante de circos con animales y delfinarios, en mesas informativas de veganismo, en carpas electorales de Pacma o en manifestaciones antitaurinas, compartiendo la causa de la defensa de los animales con hombres y mujeres que, como yo, tienen el sueño y la esperanza de poder vivir en un mundo mejor, más justo y equitativo para todos, también para los animales no humanos.