El calor del verano envuelve los delirios de una noche febril.
El fauno de dientes blancos de Rimbaud se esconde en mi habitación.
Un ballenato juega dando vueltas en la superficie del mar.
Un pensamiento flotante.
La paz después de la guerra. El silencio después del fuego.
¿Qué le ha ocurrido al bosque?
La tierra quema y el aire está viciado. Nos encontramos al comienzo de una pista forestal, dejamos el coche y caminamos. Pequeñas columnas de humo salen del suelo. Los árboles lucen un aspecto extraño: desnudos y negruzcos se elevan sobre el horizonte naranja. Otros, derrumbados, yacen como soldados caídos en la contienda.
Este bosque, casa de lobos y ciervos, ha sido saqueado. Espacio de pájaros y cantos ancestrales. Una tierra que nada importa al Gobierno. Aquí, el viento azota la vida.
Me adentro en un monte que ya no es monte. Lugar silencioso donde solo oigo el crujido de las ramas secas bajo mis botas. Tengo brizna de carbón en las piernas.
Los animales han huido. Es tiempo de madres e hijos pequeños. No debe de ser fácil moverse a través del fuego con cinco bebés a tu cargo. Me pregunto hasta cuándo aguantarán. Demasiado fuego, demasiado calor.
Creo que no es necesario repetir las miles de hectáreas que han ardido en esta sierra, pero desde lo alto, mi vista solo alcanza a ver negro.
Mirar al frente roza la locura. Hay cuarenta grados pero el sol no brilla. Las avionetas desfilan ordenadamente en el cielo como si Coppola las dirigiera. En mi cabeza, Jim Morrison susurra: This is the end, beautiful friend. This is the end, my only friend, the end…
Una brisa cálida aviva el fuego. El color de las brasas ha teñido el cielo. A mi lado, un arbolito sigue ardiendo. Es cruel no poder hacer nada.
La naturaleza recupera, los helechos ya están brotando en la zona arrasada por el primer incendio. Muchos animales murieron pero otros muchos sobrevivieron. La cuestión es saber qué está ocurriendo aquí. De nada sirve hablar de inversiones multimillonarias si seguimos pensando en la naturaleza como un recurso económico; en el bosque como un cultivo forestal de pinos que arden como gasolina. De nada sirve pensar que lo que está ocurriendo solo implica a los que están cerca de las zonas quemadas, y de nada sirve pensar que comprando coches eléctricos ya no habrá crisis climática. Tampoco debería permitirse que los cazadores estén matando animales en los límites de los bosques calcinados y montes colindantes, y en la sierra de la Culebra se está haciendo. Eso es legal. Y también es traición y cobardía.
El colapso civilizatorio al que nos enfrentamos no es un tema fácil de comunicar. No es sencillo afrontar el abismo hacia la nada, sobre todo cuando Nada significa Nada.
Soy hija del Capitaloceno, soy occidental y soy blanca. Aunque no me guste, soy responsable de lo que está ocurriendo. Vivo impregnada de lo que Jaime Vindel llama estética fósil pero, aun así, intento ser consciente de ello y saber lo que está ocurriendo y lo que ocurrirá en las próximas décadas.
El tiempo de los muertos ha llegado.
Los animales corren, los árboles, permanecen.
Todos danzan en burbujas invisibles. Todos bailan en su Umwelt.
Que la vida en la tierra tal y como la conocemos tiene serios problemas no es una leyenda romántica, es una cuestión química y de desequilibro homeostático. Nuestro sistema económico es el responsable de este calentamiento exagerado, de la pérdida de la biodiversidad y de nuestra dependencia de los combustibles fósiles. El único camino que podemos tomar es frenar el crecimiento, repartir la riqueza y empobrecernos con orden y justicia. De otra forma, el drama será mucho mayor. El cambio climático no es el problema, es el síntoma.
A unos 80km de la sierra de la Culebra, dentro de la comarca de la Valdería, encontramos dos castaños de 800 años. Estos árboles fueron cuidados por nuestros antepasados y estos fueron arropados por ellos. Dieron sombra y cobijo. Testigos de secretos medievales, aventuras, muertes y romances. Solo espero que lo que no se ha llevado ocho siglos no se lo lleve un verano.