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Toros, gallos y perros: víctimas diferentes, la misma violencia

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Hace algunas semanas, el programa de televisión Sálvame lanzaba en exclusiva unas imágenes de tres famosos toreros españoles, Juan José Padilla, Morante de la Puebla y Alberto López Simón, pillados participando, de forma muy activa, en una pelea ilegal de gallos en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz.

Las imágenes, tomadas entre el 20 y el 21 de junio, en estado de alarma por pandemia de coronavirus, no dejan lugar a dudas. En ellas se reconoce perfectamente a los toreros entre el público asistente, todos ellos sin mascarillas y sin respetar la distancia social. En algún fotograma podemos ver incluso cómo Padilla y Morante bajan al palenque a, presuntamente, colocar sus gallos en el centro del recinto para la pelea.

Las redes han mostrado claramente su repulsa y desde el mundo taurino se han dado reacciones opuestas: los que se han apresurado a sacar pecho defendiendo las peleas de gallos como parte de su esencia (Padilla y Morante) y los que, abochornados, tratan de poner distancia entre ambas actividades (casi todos los demás).

Por una vez, estamos de acuerdo con los protagonistas de esta historia y creemos que ambas prácticas son más de lo mismo, pero hemos querido consultar a expertas en psicología, veterinaria, derecho y comunicación para que nos den sus puntos de vista al respecto.

La neutralización, una técnica que justifica el comportamiento violento

¿Cómo es posible que personas que se consideran a sí mismas perfectamente íntegras realicen y defiendan actos que son condenables para la mayoría de la sociedad? La psicóloga y socióloga María Esteve, de la Coordinadora de Profesionales por la Prevención de Abusos, CoPPA, nos habla sobre las llamadas “técnicas de neutralización” que los criminólogos Sykes y Matza identificaron que los delincuentes emplean para justificar sus crímenes.

“Estas técnicas son justificaciones y racionalizaciones que incluyen distorsiones cognitivas que permiten que un individuo pueda cometer actos violentos o inmorales sin sentir culpa o vergüenza”, señala Esteve. “Al redefinir la conducta violenta algo aceptable, justo e incluso beneficioso, se neutralizan las restricciones morales. Así, estos procesos psicológicos suelen preceder a la comisión de actos violentos y son considerados una explicación del comportamiento delictivo”.

En un tiempo en el que la sociedad repudia cada vez más la violencia hacia los animales, especialmente la que se organiza por diversión, estudios han analizado cómo deforman la realidad quienes defienden estas prácticas, con el fin de justificarlas ante sí mismos y ante los demás.

Destacamos tres de estas técnicas, usadas habitualmente y de forma similar en la tauromaquia, en las peleas de gallos y en las peleas de perros:

La negación del daño

 Los aficionados afirman que los animales: toros, gallos y perros, están dotados de unas características increíbles y extraordinarias, motivo por el que no sienten miedo o dolor durante las lidias o peleas.

Este sería el famoso “el toro no sufre”. Lo mismo dicen los galleros, que insisten en que sus animales son de una estirpe especial, dotados de una “increíble valentía”, “un sistema nervioso central excepcional” y “una actividad hormonal singular”. Los defensores de las peleas de perros afirman que sus animales son “más resistentes al dolor”.

También suelen percibir a los animales víctimas de su violencia como voluntarios, que están deseando desempeñar ese papel, de modo que privarles de ello sería no respetar su naturaleza y negarles su propósito de vida. La crueldad, entonces, sería impedirles participar en peleas o lidias. “No hay daño”, así que no hay víctima. Los galleros sostienen que sus gallos “son combatientes que quieren matar o morir en la pelea”; los defensores de la tauromaquia afirman que “el toro nació para morir en la plaza”; y los promotores de las peleas de perros insisten en que “la pelea es natural y los perros la disfrutan”. 

Condenar a quien condena

Esta técnica consistiría en desviar la atención atacando a aquellos que muestran su desaprobación ante la práctica violenta. En las narrativas de tauromaquia, peleas de gallos y peleas de perros encontramos discursos que acusan a quienes estamos en contra de la violencia de ser hipócritas, de representar una amenaza para los seres humanos -¿cuántas veces os han reprochado que os importan más los animales que las personas?- o de querer coartar la libertad individual.

“Incluso, como apunta un estudio que analizó las racionalizaciones de promotores de la tauromaquia, se caracteriza a los aficionados como éticos y morales y a los toreros como personas excepcionalmente éticas, y casi sobrehumanas, mientras presentan a sus detractores como malintencionados, o incluso terroristas. Así, toreros y aficionados se redefinen a sí mismos como las víctimas”, señala Esteve.  

Apelar a lealtades superiores

“Esta técnica consiste en afirmar que la conducta no se cometió por el propio interés, sino por un bien supremo: un grupo, autoridad, valor o ideal superior”, aclara María Esteve. En la defensa de la tauromaquia encontramos continuas referencias a la tradición, la cultura, la identidad nacional, el arte o el estilo de vida rural, así como afirmaciones sobre valores y virtudes a preservar. En esta misma línea, los discursos de los galleros hacen referencia a su pasado, al patrimonio cultural y a la larga historia de su afición. Argumentan incluso que las peleas de gallos “contribuyen a forjar carácter y valentía en los humanos”. También los defensores de las peleas de perros apuntan que se trata de una práctica con “una larga trayectoria” y de gran importancia cultural. 

Los animales sí sufren, y mucho

El suplicio de los gallos

Antes de la participación de los gallos en los combates se les realizan dolorosas mutilaciones y modificaciones anatómicas. La veterinaria María Manglano, colaboradora de INTERcids y miembro de AVATMA, nos explica que “las hacen sin anestesia ni analgesia y nunca por personal veterinario. Esto produce un enorme dolor, estrés e inmunodepresión en los animales”. Estas mutilaciones incluyen la amputación de crestas, orejillas y barbillas, que son zonas con mucha irrigación e importantes para la termorregulación, haciéndolos más sensibles a altas o bajas temperaturas. “El descrestado se realiza para evitar hemorragias intensas que lo debilitarían y cegarían, quitando emoción al combate”, señala Manglano.

El afilado o limado de espolones se realiza “para que sean más letales en el combate o para poder aplicarles espolones artificiales”. Por último, el “tusado”, afeitado del plumaje, los priva de su aislamiento natural, causándoles graves problemas de termorregulación corporal, así como dermatitis y eritema “al frotarles la piel con productos irritantes buscando su enrojecimiento artificial que los hace más impactantes en el combate”.

Juan Antonio Ferrer, Policía Local de Alcantarilla, Murcia, conoce bien el tormento de los gallos criados para peleas. “A las pocas semanas de vida, empieza la selección y los que no reúnan ciertos estándares serán sacrificados”, relata el agente, “a partir de los 5 o 6 meses comienzan a prepararlos mediante las 'topas'. Además, se les obliga a correr para entrenar patas y alas y se usan otros animales como esparring mortal”.

Como ocurre en los perros y en muchas otras especies, en la naturaleza los combates no son a muerte. “El adiestramiento del gallo consiste en convertirlo en una máquina de matar, es una conducta aprendida”, explica Ferrer. “Tras la pelea, si el gallo perdedor no ha demostrado lo que su dueño exige, será sacrificado. Si por el contrario, se ha 'portado bien', será curado y volverá a pelear, una y otra vez, hasta la muerte”. 

La tortura de los toros

Aunque el sufrimiento del toro ha sido ampliamente documentado por los profesionales de AVATMA, aún existe la creencia popular de que estos rumiantes viven de maravilla hasta llegar a la plaza. No es cierto, y de hecho su tormento comienza en la propia ganadería desde edades tempranas con el “lañado” (corte en la oreja a cuchillo o tijera en los becerros), “herrado” (4 marcas a fuego antes de los 12 meses), “tentaderos” (pruebas de selección en las que los animales que no las superan son enviados al matadero con las heridas sin tratar) y las “lidias a puerta cerrada” sin control veterinario para entrenamiento de toreros, novilleros, rejoneadores, banderilleros, aprendices e, incluso, aficionados.

La cosa continúa con las manipulaciones en las astas (afeitado, despuntado, descornado y enfundado), “para las cuales deben ser inmovilizados, provocándoles intenso estrés y sufrimiento, perdiendo además el animal la referencia de las distancias”, señala la veterinaria María Manglano. En el transporte hacia el festejo, una vez separados de su manada, viajan en cajones individuales a oscuras a altas temperaturas y largas distancias, donde no se pueden mover. “Y todo para preservar los cuernos”, añade Manglano.

Los festejos populares y las lidias en plaza son una fuente continua de sufrimiento psíquico, “miedo, estrés, pérdida de visión”; y físico, “acidosis metabólica por fatiga intensa, lesiones musculares y otras agresiones, choques, golpes, caídas, fracturas y lesiones derivadas de los instrumentos de lidia”. Con este panorama, no es extraño que los taurinos y los defensores de las peleas de gallos y perros tengan que usar todo tipo de técnicas psicológicas para deformar la realidad. 

No todo es legal

Las peleas de gallos están prohibidas en toda España menos en Andalucía y Canarias, donde se regulan, al igual que ocurre con la tauromaquia, como una excepción a la norma general. Sin embargo, a diferencia de la tauromaquia, las peleas de gallos no tienen la consideración de espectáculo público o actividad recreativa. “Este hecho facilita sin duda la opacidad, ya que solo pueden asistir socios de las entidades organizadoras y nunca público en general”, señala Lola García, abogada y miembro experto de INTERcids. “También a diferencia de la tauromaquia, no se recoge en la resolución que regula estas actividades la necesidad de que deba asistir un veterinario. Es decir, el bienestar de los animales se obvia por completo”.

En el caso de Andalucía, al existir cierta confusión, se dictó una resolución en 2004 para interpretar el artículo correspondiente a las peleas de gallos en la Ley de Protección de los Animales. “Es en esta resolución donde se determina que las únicas peleas de gallos permitidas son aquellas que se realicen para la selección de cría para la mejora de la raza y su exportación”, explica la letrada. “Solo pueden ser organizadas por peñas o asociaciones legalmente constituidas para tal fin y deben contar con la autorización de sus respectivos ayuntamientos. Se prohíbe, además, la presencia de menores de 16 años, aunque vayan acompañados”. 

Menores expuestos a violencia

Unos días antes de la noticia en televisión, el torero Morante de la Puebla había publicado en su perfil de Instagram una fotografía en la que aparece acompañado de un menor de edad tras la pelea de gallos, algo que, como indicábamos anteriormente, está prohibido. En un palenque o arena, rodeados de público, gritos, música y ruido, ni los gallos, ni los toros, ni los perros tienen posibilidad alguna de escapar. En todas las ocasiones, el espectáculo terminará con la agonía y muerte de los animales. En el caso de la tauromaquia, niños, niñas y adolescentes pueden llegar a presenciar incluso la cogida de un torero con imágenes tan escalofriantes como las protagonizadas por el propio Padilla, corneado en un ojo durante una corrida, quedando malherido.

En febrero del 2018, el Comité de los Derechos del Niño de la Organización de las Naciones Unidas, se pronunció en contra de que España siga permitiendo a niños, niñas y adolescentes participar y asistir a eventos taurinos. Así, ante las contundentes advertencias desde la ciencia y la creciente condena de los organismos de protección de la infancia, los defensores de estas prácticas también intentan neutralizar el estigma de implicar a niños en estas formas de violencia.

“Algunos sostienen que las corridas de toros ayudan a los niños a normalizar la muerte y a aceptarla como algo natural. En realidad, lo que los niños podrían estar normalizando es una muerte violenta, provocada y consecuencia de una agresión organizada y aplaudida”, alerta la psicóloga Esteve. “En esta misma línea, los galleros intentan convencerse a sí mismos y a los demás de que las peleas son una 'actividad de familia' y de que el trabajo de criar y preparar a los gallos saca a los niños de la calle y evita que se metan en problemas”, añade.

Lo cierto es que las peleas de gallos son, en la práctica, un negocio que constituye una actividad delictiva que a menudo no resulta aislada, sino que comporta todo un entramado criminal. “Este tipo de organizaciones requiere la participación de comerciantes ilegales y entrenadores de aves, organizadores y apostantes, entre otros, que generan un importante tráfico en el blanqueo de capitales. Además, suele existir conexión directa con el tráfico de todo tipo de estupefacientes” alertan desde INTERcids, operadores jurídicos por los animales. “Cualquier violencia a la que expongamos a un menor es, en cierto modo, un abuso, al imponer nuestra autoridad de adultos sobre ellos sin permitirles opinar”, señala también desde CoPPA la doctora Elsa Alonso, psiquiatra especializada en duelo y estrés postraumático.

“Esto es aún más grave cuando se trata de figuras de referencia para ellos, el ejemplo a seguir en su aprendizaje emocional. El hecho de estar rodeados de adultos (padres, tutores, hermanos mayores) celebrando la escena violenta como algo festivo hace que los menores se puedan ver 'coaccionados emocionalmente', ¿cómo decirles que a ellos nos les gustan sin decepcionarlos?”.

Psicólogos e investigadores han desarrollado un gran número de estudios en los que se han centrado en analizar la relación entre la violencia hacia animales y su impacto en el desarrollo de la empatía.

“Exponer a un menor de edad a espectáculos en los que la crueldad hacia los animales es aplaudida, puede conducir a una insensibilización ante el dolor y el sufrimiento ajenos, sea de animales o de personas vulnerables”, añade la Dra. Alonso. “Estudios han mostrado que jóvenes expuestos al maltrato animal, ya sea como espectadores o participando del mismo, son más proclives a la delincuencia juvenil, especialmente cuando esta exposición tuvo lugar a una edad temprana”.

¿Una mancha en la imagen de los toreros? Todo lo contrario

Se ha repetido mucho en los últimos días que la imagen de los toreros se ha visto manchada por esta investigación del espacio televisivo. Más bien todo lo contrario, después de años de blanquearla a través de programas del corazón, de prensa rosa y de cientos de actos benéficos, la imagen de estos individuos se ha vuelto por fin clara y nítida, mucho más adecuada a la realidad. En este sentido, debemos recordar que hay una gran responsabilidad social detrás de la decisión de utilizar como relaciones públicas o para captar fondos para fines benéficos a alguien que se gana la vida ofreciendo o participando en espectáculos sangrientos.

“El poder del consumidor, o de los donantes de las ONG, cada vez es mayor porque, afortunadamente, cada vez hay más opciones para elegir”, señala Paula González Carracedo, experta en comunicación. “Empresas y asociaciones deben escuchar lo que la mayoría de la sociedad expresa, rechazando frontalmente la crueldad hacia los animales. Deben adaptar sus políticas de 'fundraising' y elegir muy cuidadosamente a sus embajadores de marca”.

Toreros como Padilla y Morante son habituales en actos benéficos, incluso destinados a la infancia. Es un lavado de imagen muy beneficioso para ellos, ¿pero qué efecto tiene para las asociaciones que aceptan ese dinero manchado de sangre? “La Cruz Roja lo ha hecho en repetidas ocasiones, lo que puede traducirse en una reducción en el número de donantes, además de una muesca en la reputación muy difícil de borrar”, añade González. “En tiempos tan inciertos como los que estamos viviendo debido al coronavirus, las empresas y las ONG no se pueden permitir un paso en falso. La jugada les puede salir muy cara”.

Hace algunas semanas, el programa de televisión Sálvame lanzaba en exclusiva unas imágenes de tres famosos toreros españoles, Juan José Padilla, Morante de la Puebla y Alberto López Simón, pillados participando, de forma muy activa, en una pelea ilegal de gallos en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz.

Las imágenes, tomadas entre el 20 y el 21 de junio, en estado de alarma por pandemia de coronavirus, no dejan lugar a dudas. En ellas se reconoce perfectamente a los toreros entre el público asistente, todos ellos sin mascarillas y sin respetar la distancia social. En algún fotograma podemos ver incluso cómo Padilla y Morante bajan al palenque a, presuntamente, colocar sus gallos en el centro del recinto para la pelea.