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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Pactos con el diablo

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Buscando una foto bonita para la portada del libro que acabo de publicar con Peter Singer, Los derechos de los simios (Madrid, Trotta 2022), elegimos la que acompaña a este artículo, que Trotta incluyó con otras en el libro. Como mantenemos que los demás homínidos o grandes simios también son personas, no podíamos usar esta imagen sin saber quiénes eran. Investigando, descubrí tantas muertes traumáticas tras esta foto que necesitaréis todos los dedos para contarlas. ¿Casualidad? No lo creo. Tras los adorables retratos de familia, los zoos están llenos de historias de terror.

Asha, la madre gorila de la foto, nació de Moja y Martha, en el zoo de Gladys Porter en 2002, año en que su hermano por parte de padre, Harambe, con solo dos años, perdió allí a su madre Kalya, hermana de Martha, de diez años, a su hermano Makoko, de un año, a su media hermana Uzuri, de dos, a su medio hermano César, de tres, y a otro hermano, aun sin nombre, que nació muerto al día siguiente.

Estando enjaulados, no pudieron escapar a la lenta niebla amarilla de gases de cloro generada junto a ellos por negligencia. Los cinco gorilas, en la niebla letal, murieron de asfixia y edema pulmonar. En 2011, otra medio hermana de Harambe, Pearl, había muerto a los dos meses de infección intestinal. Los problemas digestivos son comunes en los zoos. No comen los frutos silvestres y plantas vivas y medicinales que necesitan. Están parados, comen restos por aburrimiento, vomitan y, con frecuencia, el malestar psicológico produce patologías conductuales o digestivas e inmunodepresión. Moja, el padre de Asha y Harambe, también murió joven por un fallo cardíaco, y eso que era el más sano de sus hermanos, ninguno de los cuales sobrevivió a la infancia. Los problemas cardíacos afectan al 70% de los gorilas machos cautivos y matan al 41%. Los gorilas libres no padecen esta enfermedad, ni estos terribles índices de mortalidad.

Cuando Asha tenía solo nueve años, se la llevaron a Cincinnati para que produjese bebés para el zoo de esa ciudad. La aparearon con Jomo. Las gorilas cautivas no pueden elegir pareja y quedan embarazadas muy jóvenes y más frecuentemente, para compensar tanta mortalidad. Como los traficantes de esclavos, los zoos separan a las niñas de sus familias para multiplicar su riqueza embarazándolas pronto. A los zoos, además, les interesan los bebés porque atraen más visitantes, porque luego los pueden vender o alquilar, y para argumentar que están salvando la especie o que, si las madres han tenido hijos, no pueden estar tan mal. Pero los zoos son cárceles de pacientes psiquiátricos que han contribuido desde su invención al furtivismo que acelera la extinción.

A los doce años, Asha dio a luz a Mondika, apodada Mona. Asha aprendió cómo cuidarla de la gorila M’Linzi, que el año anterior había adoptado a la pequeña Gladys, hija de Moja como Asha y Harambe, pero criada por humanos porque su madre biológica no podía hacerlo. Las gorilas cautivas no saben siquiera cómo amamantar a sus hijos, pues en libertad no actúan por instinto sino según una cultura que en los zoos no tienen. También hay madres que aprenden a cuidar bebés, pero luego no pueden cuidar al suyo, por el estado mental que les causa el cautiverio.

Cuando Asha tenía catorce años, un niño se coló en el recinto del zoo y, por si acaso, el zoo mató de un tiro a su hermano Harambe, que había celebrado el día anterior su decimoséptimo cumpleaños, como expliqué entonces en Métode. El día que Asha cumplió diecisiete, el zoo le impuso otra condena. Se la llevaron a Dallas, lejos para siempre de Mona, Gladys, Jomo y M’Linzi. Jomo murió en 2022 y puede que también se lleven a Mona porque los zoos de origen de las madres cedidas o alquiladas a otros zoos para obtener bebés mantienen derechos de propiedad sobre el primogénito. El zoo de nacimiento solo tiene derecho al segundo bebé. Los gorilas carecen por completo de derechos legales sobre sus bebés y se los pueden arrancar a la fuerza.

Según la tradición, si hacemos pactos con el diablo, éste cobrará su servicio llevándose a nuestro primogénito. Esta no es la única similitud entre el zoo y el diablo: la ambición de ambos es tener más y más personas encerradas en su inferno.

Como el diablo, los zoos emplean publicidad engañosa. Usan imágenes de felicidad y unidad familiar, como si fuesen lugares alegres donde los animales se divierten, y no cárceles de inocentes que separan a las familias cuando les conviene para generar más pacientes necesitados de ansiolíticos y antidepresivos. No es, por tanto, casualidad que tras esta hermosa foto hubiese tanta muerte y malestar. Los zoos son así. Todos los gorilas cautivos son gorilas de las tierras bajas porque ningún gorila de montaña sobrevivió al cautiverio; y todos los simios sufren, aun si no llegan a morir de pena, como los gorilas de montaña. Lucy Birkett y Nicholas Newton-Fisher publicaron en la revista PLoS ONE un estudio de 1.200 horas de cuarenta chimpancés residentes en grupos sociales, con espacio y condiciones relativamente buenas. La investigación concluyó que todos los chimpancés tenían signos de enfermedad mental sin otra causa que el propio cautiverio. El estudio neurocientífico de Bob Jackobs y Lori Marino, a quien entrevisté recientemente en Mètode, muestra gráficamente que los simios cautivos tiene un córtex adelgazado, un número reducido de células glia, un riego sanguíneo debilitado, neuronas con menos cuerpo y actividad, sinapsis ineficientes y dendritas más escasas y cortas: no solo viven con el corazón encogido, también tiene el cerebro atrofiado. ¿Qué puede justificar tanta crueldad?

El hecho de que la vida de zoo les incapacite para volver a la selva no implica que no puedan estar en mejores condiciones, en santuarios o en lugares más amplios que no les obliguen a estar en un escaparate de 10 a 6, y el resto del tiempo en un pequeño cuarto. Deben tener la opción de estar con sus seres queridos y de no estar con quienes no quieren estar. El hecho de que los que ya están en zoos no puedan ser nunca libres no es un argumento para criar más simios que solo pueden vivir enjaulados.

Precisamente, si no hay más remedio que pactar con el diablo y dejar en los zoos a quienes ya están allí, debemos dotar a los simios de unos derechos básicos que les den un mínimo de protección frente sus carceleros. Necesitamos urgentemente una Ley de Grandes Simios que no les deje a merced de quienes se lucran con ellos y prohíba la tenencia privada, la experimentación invasiva, la compraventa y el alquiler con fines comerciales o reproductivos. Para ello, podemos enviar a direccionpgransimio@gmail.com una carta dirigida a la Dirección General de Derechos de los Animales apoyando la creación de esta ley. Gorilas como las de esta foto nos necesitan.

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